jueves, 15 de diciembre de 2016

CAPÍTULO 57 LOS ARTESANOS DEL MONASTERIO



Capítulo 57

LOS ARTESANOS DEL MONASTERIO

Si hay artesanos en el monasterio, que trabajen en su oficio con toda humildad, si el abad se lo permite. 2 Pero el que se envanezca de su habilidad por creer que aporta alguna utilidad al monasterio, 3 sea privado del ejercicio de su trabajo y no vuelva a realizarlo, a no ser que, después de haberse humillado, se lo ordene el abad. 4 Si hay que vender las obras de estos artesanos, procuren no cometer fraude aquellos que hayan de hacer la venta. 5 Recuerden siempre a Ananías y Safira, no vaya a suceder que la muerte que aquellos padecieron en sus cuerpos, 6 la sufran en sus almas ellos y todos los que cometieren algún fraude con los bienes del monasterio. 7 Al fijar los precios no se infiltre el vicio de la avaricia, 8 antes véndase siempre un poco más barato que lo que puedan hacerlo los seglares, 9 «para que en todo sea Dios glorificado».

El trabajo, con el plegaria y el contacto directo con la Palabra son los tres pilares de la vida del monje.
“Nosotros somos y hemos e ser cistercienses en todos los momentos de nuestra vida; no solo cuando nos reunimos para la plegaria o cuando practicamos las observancias comunitarias, sino también en el estudio y en el trabajo, en el ministerio sacerdotal, en la oración privada, cuando servimos a los hombres en sus necesidades y en todo lo que hacemos” (Vida Cisterciense actual nº 12).

En la época de san Benito era  habitual el oficio de artesano; hoy en el monasterio no podemos competir en plan de igualdad con la economía de nuestra época. Por un lado porque nuestra jornada laboral tiene unos límites marcados por nuestro horario, y por la otra, porque no podemos hacer frente a grandes inversiones de maquinaria y recursos.
¿Cuál ha de ser, entonces la dimensión del trabajo en nuestra vida? Lo que está claro es que no podemos ni debemos renunciar, ya que nos dice la Regla que “es entonces cuando son verdaderos monjes, cuando viven del trabajo de sus manos, como lo hicieron nuestros Padres y los apóstoles. Pero que todas las cosas, sin embargo, se hagan con moderación, pensando en los más débiles” (R 48,8-9)

Por lo tanto es necesario buscar una actividad rentable, que no nos cause más gastos que ingresos, y que sea compatible con el ritmo de nuestra vida, pues como dice la Declaración del Orden Cisterciense “también nosotros estamos obligados a la ley universal del trabajo” (nº 69)

Ciertamente, algunas comunidades  llegaron a entrar en una economía de mercado, de tal manera que no podían atender a lo que esencial en nuestra vida: la plegaria y la lectura divina. ¿Cómo afrontar este tema desde nuestra situación?  Nosotros vivimos, fundamentalmente,  de los ingresos del turismo, pero  aunque hoy es rentable, no está claro el futuro. Por ejemplo, una simple disposición legal que estableciera la gratuidad  de la visita a los monumentos nos cerraría la fuente de los ingresos.  Por otro lado esta actividad permite dar trabajo a un grupo de más de treinta trabajadores, que dependen de nosotros. De alguna manera somos una empresa dividida en dos secciones: guías y tienda, por un lado, hospedería externa, restaurante y cafetería por otro. Todo esto, en ocasiones nos supone problemas, situaciones incomodas, aunque esté gestionada por una  fundación, ya que el mundo del trabajo suele generar conflictos laborales. No siempre agradables. De esta actividad exterior se deriva otra interior de la comunidad, que es la lavandería, donde  en ocasiones es necesario trabajar al ritmo que marca la hospedería exterior, lo que nos pide a los monjes trabajar con más generosidad y eficacia.  De hecho otra forma de aportar recursos a la comunidad es evitar gastos externos, y aquí la lavandería juega un papel fundamental. Algunos trabajos son propios de la dinámica de la misma casa y nos ayudar a ahorrar pagos externos; otras actividades son más material como la cocina, el refectorio, correo biblioteca, sacristía, huerto, enfermería portería, hospedería interna, y otras de administración y funcionamiento de la casa a diversos niveles, economía música, liturgia, comunicaciones o gestión;  que no son  fáciles dada la envergadura del monasterio. Independiente está  la actividad de apostolado que llevan a cabo  en una relación más o menos intensa con el exterior algunos monjes. Este planteamiento nos permite ahorrar  gastos, porque hay tareas que es necesario realizar, como cocina, cuidado de enfermos…., pero de hecho nos permite  cumplir el mandamiento del trabajo de la  Regla.

“Nuestro trabajo no solo es un remedio  contra la ociosidad, o una ocupación para llenar el tiempo sino que es una parte constitutiva de nuestro esfuerzo por adquirir la perfección cristiana. Al mismo tiempo  es un servicio fraterno a la comunidad monástica y a los hombres que viven en el mundo, sobre todo si trabajan de modo competente y con sentido de la responsabilidad”. (Vida cisterciense actual, nº 69)

San Benito nos habla  como ha de ser la relación del trabajo monástico con la sociedad, en la elaboración y comercialización de los productos elaborados en el monasterio. Nosotros también tenemos artesanos en el monasterio como en los tiempos de san Benito. Los monjes pueden tener un talento especial en el campo del trabajo que deben estar al servicio de la comunidad, teniendo presente que la opción fundamental siempre debe ser no preferir nada a Cristo (RB 72,11)

Uno de nuestros artesanos dice en una entrevista publicada esta semana: “evidentemente, el monje también trabaja como cualquier otra persona, para ganar el pan que come y como un equilibrio necesario en la persona. El trabajo dignifica al hombre y ayuda a progresar y a hacer más humana su vida.  El monje necesita trabajar, por ello creo –dice el monje-  que aporta  la sociedad el ejemplo de un trabajo bien hecho, ofreciendo productos de calidad, fruto de su trabajo artesanal”  (Catalunya Cristiana 11/12/ 2016)
Hoy, la situación es diferente  de la época de san Benito, pero siempre existen quienes pueden aportar habilidades concretas y realizarlas en una jornada laboral constante, rigurosa, sin distracciones, buscando, a la vez, la calidad y el rendimiento, y no siendo una carga para la comunidad, sino motivo de una ganancia más o menos elevada. Por eso el principio enunciado por san Benito sigue siendo válido. Cuando alguien ha elegido vivir en comunidad el ejercicio de sus talentos, habilidades y conocimientos debe ser siempre un servicio  a la comunidad.
Ya antes que san Benito, san Agustín  (El trabajo de los monjes 16; Regla 1,4) insiste que cualquiera que sea la obra del monje debe integrarse en el servicio comunitario. Puede ser que por la dinámica de la sociedad actual el deseo de sobresalir sea más grande que en el pasado, y puede ser también que el sentido de la responsabilidad sea menos fuerte, ya que a veces se busca el desarrollo individual, que es un valor muy presente en la sociedad actual. En cualquier caso las actividades artesanales han de hacerse siempre bien, en provecho del monasterio y responder a criterios de rentabilidad económica; esto implica una conciencia, como ya se hace, de su actividad, que les obliga a una fidelidad en la dedicación de unas horas, no siempre fácil cuando hay que hacerlas compatibles con otras responsabilidades dentro de la comunidad o de los  estudios.

La vida del monje tiene como pilares fundamentales, como ya se dijo, la plegaria, lectura y trabajo. La falta de uno de ellos, Dios no lo quiera, perjudica primero al monje, y per extensión a toda la comunidad. Cómo oramos, cómo trabajamos, y cómo es nuestra relación con la Palabra son tres indicadores de nuestra salud espiritual y monástica. Decía el papa Francisco a los abades benedictinos:
“Vuestro trabajo, en armonía con la plegaria, lleva a  compartir el trabajo  creativo de Dios, y os hacer solidarios, y os hace solidarios que no pueden vivir in trabajar” (Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes del Congreso de abades benedictinos, 8/09/2016)
Como comunidad no debemos ser una empresa, pero esto no quiere decir renunciar a los rasgos característicos de nuestra vida en cuanto al trabajo, ya que la ociosidad es enemiga del alma y cuna de la murmuración. “Dios nos llama” a utilizar también los medios que él nos ofrece, en particular los Consejos evangélicos, la vida en comunidad cisterciense, la vida de oración, el amor a la cruz y el servicio que debemos prestar a la comunidad humana con nuestro trabajo”.(Vida cisterciense actual, nº 42)
Conviene que reflexionemos en profundidad y que nuestra reflexión sea un punto de partida de un discernimiento comunitario, para hacer un análisis del grado de cumplimiento en este aspecto de nuestra vida monástica, para afirmarnos en lo que estamos llevando a cabo o si es necesario hacer unas propuestas concretas, realistas y viables, monástica y económicamente, que nos permitan realizar en plenitud “aquella clase de trabajos que nos permitan a la vez satisfacer nuestras necesidades, ser útiles a los demás y mantener sana e intacta la naturaleza, como nos dice la Declaración (Vida cisterciense actual, nº  51)


lunes, 5 de diciembre de 2016

CAPÍTULO 50 LOS HERMANOS QUE TRABAJAN LEJOS DEL ORATORIO O ESTÁN DE VIAJE



Capítulo 50

LOS HERMANOS QUE TRABAJAN LEJOS DEL ORATORIO O ESTÁN DE VIAJE

Los hermanos que trabajan muy lejos y no pueden acudir al oratorio a las horas debidas, 2 si el abad comprueba que es así en realidad, 3 celebren el oficio divino en el mismo lugar donde trabajan, arrodillándose con todo respeto delante de Dios. 4 Igualmente, los que son enviados de viaje, no omitan el rezo de las horas prescritas, sino que las celebrarán como les sea posible, y no sean negligentes en cumplir esta tarea de su prestación.

Con el Oficio Divino cumplimos una obligación; estamos delante de Dios en nombre de toda la Iglesia, como afirma la Constitución Sacrosantum Concilium, del Concilio Vaticano II.
Este capítulo es el primero de tres donde san Benito nos habla de la plegaria.
Siempre somos monjes en el monasterio, tanto en el oratorio, como en la celda o en el trabajo; también fuera del monasterio, de viaje o en vacaciones...  Nuestro centro siempre es Cristo, objetivo de nuestra vida, y nunca hacemos “vacaciones de Dios” (Montserrat Viñas).

La Declaración de nuestra Orden sobre la vida cisterciense del año 2000 nos recuerda:

“la renovación de nuestra vida religiosa debe abrazar el conjunto de la vida, por lo cual debemos  considerar todos los elementos que la constituyen, dando a cada parte su propia importancia. Sería completamente falso ensalzar algunos aspectos de nuestra vida, como si estuvieran en ellos la esencia de la vida cisterciense, y menospreciar otros como meras añadiduras, o incluso como obstáculos para vivir la vida monástica. Pues nosotros somos y hemos de ser cistercienses en todo momento de nuestra vida, no sólo cuando nos reunimos para la plegaria, o practicamos las observancias comunitarias, sino también en el estudio, en el trabajo, en el ministerio sacerdotal, en la oración privada, cuando servimos a los demás en sus necesidades, y todo aquello que hacemos”. (nº 12)

Orar es una necesidad para nosotros, no lo hacemos por obligación, es un derecho que convertimos con gusto en deber. Es algo a tener presente. Cuando algo nos impide asistir a la plegaria comunitaria debe ser por una fuerza mayor, ya que es una prioridad. No obstante  puede suceder que en ocasiones sea difícil conciliar la plegaria  con el ritmo de la vida, considerando que nuestro horario se mueve por criterios diversos del mundo que nos rodea.  Pero debemos priorizar la plegaria, y cuando estamos fuera del monasterio no debemos olvidar que somos monjes, y será preciso encontrar un tiempo para nuestra plegaria, que siempre será una alabanza al Señor y, además, en comunión con la que hace la comunidad en el monasterio. No debemos olvidar que estamos llamados a vivir una vocación profundamente espiritual, y que nos es imprescindible el contacto asiduo con la Palabra.

El Oficio Divino está estrechamente unido con el servicio del monje. El monaquismo cisterciense, en su origen tiene la voluntad de volver a una mayor fidelidad a la Regla, donde la plegaria comunitaria y personal, el trabajo y la lectura divina tienen un papel central. Desde los primeros cistercienses la plegaria ha sido el corazón de la vida del monje. Algo a lo que podemos ni debemos renunciar.
San Benito nos presenta en este capítulo una posible conflictividad entre el trabajo y la plegaria. La respuesta es que no debemos anteponer nada al Oficio  Divino. No obstante puede haber ocasiones, como acompañar a un monje enfermo al médico, atención a un enfermo, en que no se puede asistir. Conviene  no perder el sentido de nuestra vocación, y buscar el momento más oportuno para suplir esa falta de asistencia a la plegaria comunitaria, y llevar a cabo, bien de manera individual, o juntamente con quienes nos acompañan en ese momento.

“Para mantener vivo nuestro deseo de Dios hemos de apartar en ciertos momentos  nuestra mente de las preocupaciones  y asuntos que nos distraen, y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal;  no sea que nuestro deseo se debilite y se vuelva frío, y al no renovar con frecuencia el fervor, llegue a extinguirse por completo” (San Agustín, Carta 130, a Proba)

Además la plegaria tiene un sentido profundo de comunidad. El ideal del monje se mantiene constante, y, si bien en un contexto de vida común esta oración continua está marcada por los momentos de plegaria común con el resto de la comunidad, esta dimensión no debe faltar en los impedidos de estar presentes en la comunidad a la hora de la plegaria.
Hoy se pide a los profesos solemnes, y todavía más a los ordenados recitar el Oficio en privado,  si no se puede participar en el coro. No debe ser una obligación legal, sino una llamada a vivir en comunión nuestra responsabilidad de  la plegaria, aunque no sea en el mismo tiempo y espacio. Comentaba el Papa Benedicto XVI:

“La oración que es abertura y elevación del corazón a Dios se convierte así en una relación personal con él y aunque el hombre se olvide de su Creador, el Dios vivo  y verdadero no deja de tomar la iniciativa llamando al hombre al misterioso encuentro de la oración. Como afirma el catecismo: Esta iniciativa del amor del Dios fiel es siempre lo primero en la plegaria; la iniciativa del hombre es la respuesta. A media que  Dios se revela y revela al hombre a sí mismo, la oración aparece como una llamada recíproca, un profundo acontecimiento de alianza. A través de palabras y acciones tiene lugar un trance que compromete el corazón humano. Es algo que se revela a  través de toda la historia de la salvación” (Audiencia General, 11, Mayo 2011)

Cuando no podemos estar presentes en el Oficio  Divino del coro, bien porque una tarea comunitaria ineludible lo impide o porque una enfermedad lo impide, o porque estamos de viaje, es preciso, pues, esforzarnos por continuar en nuestra fidelidad a nuestra vocación de plegaria, y por  otro lado  en nuestra solidaridad con la comunidad. Por ello es  bueno mantenernos unidos, no solo con el pensamiento sino mediante la plegaria en un tiempo y espacio que nos ayuden a profundizar nuestra relación con Dios. Pero sobre todo si estamos en el monasterio o si hemos salido, hacer lo posible por  estar presente en el momento de la plegaria comunitaria.

domingo, 20 de noviembre de 2016

CAPÍTULO 38 EL LECTOR DE SEMANA



CAPÍTULO 38

EL LECTOR DE SEMANA

En la mesa de los hermanos nunca debe faltar la lectura; pero no debe leer el que espontáneamente coja el libro, sino que ha de hacerlo uno determinado durante toda la semana, comenzando el domingo. 2 Este comenzará su servicio pidiendo a todos que
oren por él después de la misa y de la comunión para que Dios aparte de él la altivez de espíritu. 3 Digan todos en el oratorio por tres veces este verso, pero comenzando por el
mismo lector: «Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza». 4 Y así, recibida la bendición, comenzará su servicio. 5 Reinará allí un silencio absoluto, de modo que no se perciba rumor alguno ni otra voz que no sea la del lector. 6 Para ello sírvanse los monjes mutuamente las cosas que necesiten para comer y beber, de suerte que nadie precise pedir cosa alguna. 7 Y si algo se necesita, ha de pedirse con el leve sonido de un signo cualquiera y no de palabra. 8 Ni tenga allí nadie el atrevimiento de preguntar nada sobre la lectura misma o cualquier otra cosa, para no dar ocasión de
hablar; 9 únicamente si el superior quiere, quizá, decir brevemente algunas palabras de edificación para los hermanos. 10 El hermano lector de semana puede tomar un poco de
vino con agua antes de empezar a leer por razón de la santa comunión y para que no le resulte demasiado penoso permanecer en ayunas. 11 Y coma después con los semaneros
de cocina y los servidores. 12 Nunca lean ni canten todos los hermanos por orden estricto, sino quienes puedan edificar a los oyentes.

La Regla nos habla de los lectores de semana y las condiciones para aprovecharse: escucha y silencio.  San Benito nos habla de ellos como de un servicio a la comunidad, como lo es el cuidado de los enfermos y de mayores, que vimos en capítulos anteriores.

El monje es aquel que escucha la Palabra de Dios, y que, incluso en las comidas, se nutre espiritualmente. La actitud de escucha del monje es constante, como una formación permanente en la cual san Benito da una especial importancia a la lectura de la Palabra, tanto privada como comunitaria.

La costumbre de leer durante las comidas comienza en los monasterios de tradición basiliana, mientras que los monjes de tradición egipcia comían en silencio absoluto. Casiano consideraba que era una manera de evitar chismorreos e incluso conflictos entre los monjes. En principio se buscaba preservar el silencio, pero más tarde la tradición agustiniana y Cesáreo de Arlés dan a esta costumbre una dimensión espiritual como es el de alimentarse de la Palabra de Dios y de los escritos de los Padres, al mismo tiempo que nos alimentamos materialmente. San Benito hace una referencia concreta al silencio, que ha de ser absoluto en la comida, y si es preciso pedir algo será necesario hacerlo con discreción, procurando no romper el silencio.

Otro punto importante al que hace referencia a principio y final del capítulo es que la lectura se realice con dignidad, para edificar a los oyentes. Hay que tener en cuenta que eran tiempos en que no todos los monjes sabían leer.

San Benito insiste, en otros puntos de la Regla, en no hacer acepción de personas o no romper el orden la comunidad regido por la antigüedad de sus miembros. En cambio, aquí domina el interés de que la lectura se haga  con claridad, se haga comprensible y edifique a los demás. Pero también advierte que el lector no se enorgullezca de su lectura, y de aquí que deba pedir la bendición que pone de relieve el carácter de servicio que tiene esta tarea.

Para san Benito la actitud del lector es semejante a la del lector del Oficio Divino. Se ha de intentar transmitir el texto de manera clara; olvidarse de los sentimientos personales, incluso si tienta al lector de discrepancia o aburrimiento. Debe ser un instrumento para hacer llegar el texto al oyente con toda pureza y fidelidad, y por tanto prescindiendo el lector de sus propios sentimientos o emociones personales.
Es difícil entender un texto si el lector se supedita al texto en sus sentimientos. San Benito subraya aquello  de “escuchar con gusto las lecturas santas” (RB 4,55)
Como escribe Dom Leqlercq el lector debe realizar una lectura acústica, ya que no se comprende sino lo que se escucha.  Aquí, tenemos buenos lectores que lo hacen con claridad y objetividad, lo cual ayuda al crecimiento espiritual.
Los libros de la época de san Benito debían ser fundamentalmente los de la Escritura. A pesar de esto se puede pensar que en cuanto a los temas también estarían los libros a los que hace referencia en capítulo 73 de la Regla, de los que habla san Benito:

“¿qué página o qué palabra de autoridad divina del Antiguo y del Nuevo Testamento no es una norma rectísima de vida humana?”.O bien, “¿qué libro de los Padres católicos no nos adoctrina insistentemente cómo tenemos que correr para llegar a nuestro Creador? Y todavía, las Colaciones de los Padres y la Instituciones, y sus vidas, y la regla de nuestro padre san Basilio, qué son sino instrumentos de  virtud para monjes  de vida santa y obediente?” (RB 73,3-6)

Hoy la amplitud de las publicaciones nos permite escuchar una variedad mayor de lecturas. A lo largo de los años escuchamos toda la Biblia varias veces. También la Regla, y un número de obras diversas. Unas nos pueden agradar más que otras, pero entre todas nos llegan a dar una cantidad impresionante de información sobre temas diversos; pero el hecho de que toda la comunidad escuche, año tras año, las mismas lecturas debe ayudar a crear unidad, aunque luego haya respuestas diversas.

Otro aspecto de la dimensión de la vida monástica benedictina sería:  ¿Qué hemos de leer?
Procuramos a la colación escuchar textos patrísticos o espirituales un poco más profundos que en el refectorio,  ya que la capacidad de concentración es más  elevada. Pero en ambos lugares la lectura nos va llevando hacia la espiritualidad, nos actualiza el magisterio o nos acerca a la biografía de personajes actuales o antiguos de la Iglesia.
El monje es aquel que escucha dispuesto a abrirse para aprender cada día algo más, y enriqueciendo nuestra fe con la lectura de experiencia y estudios de de otros hermanos en la fe de Cristo.
 Al final de nuestra vida habremos conocido muchos libros, algunos nos habrán enriquecido otros los recordaremos.  Y si prestamos atención alguna cosa habremos aprendido o nos habrá sido de `provecho.