CAPÍTULO
17
CUÁNTOS
SALMOS SE HAN DE CANTAR A DICHAS HORAS
Ya hemos
determinado cómo se ha de ordenar la salmodia para los nocturnos y laudes.
Vamos a ocuparnos ahora de las otras horas. 2A la hora de prima se dirán tres
salmos separadamente, esto es, no con un solo gloria, 3y el himno de la misma
hora después del verso «Dios mío, ven en mi auxilio». 4Acabados los tres
salmos, se recita una lectura, el verso, Kyrie eleison y las fórmulas
conclusivas. 5A tercia, sexta y nona se celebrará el oficio de la misma manera/_es decir, el verso, los himnos
propios de cada tres salmos, la lectura y el verso, Kyrie eleison y las
fórmulas finales. 6Si la comunidad es numerosa, los salmos se cantarán con
antífonas; pero, si es reducida, seguidos. 7Mas la synaxis vespertina
constará de cuatro salmos con antífona. 8 Después se recita una lectura; luego,
el responsorio, el himno ambrosiano, el
verso, el cántico evangélico, las preces litánicas y se concluye con la oración
dominical. 9Las completas comprenderán la recitación de tres salmos, que han de decirse seguidos, sin antífona.
10Después del himno correspondiente a esta hora, una lectura, el verso, Kyrie
eleison y se acaba con la bendición.
El Oficio
Divino, el Opus Dei, se caracteriza por un desarrollo regular a lo largo de la
semana y de cada jornada; un marco
rutinario que, por otro lado, nos permite profundizar en la búsqueda de Dios,
un instrumento para avanzar en el objetivo de nuestra vida monástica. San
Benito nos presenta la estructura adaptada a las comunidades, pero lo hace
expresando su concepción del Opus Dei a través de pequeñas cosas que parecen
vanas en una primera lectura. Los dos oficios principales del día son,
evidentemente, Laudes y Vísperas, que
tienen una estructura similar. Escribe Paulo VI en la Constitución Apostólica
Laudis Canticum:
“Laudes y vísperas son partes fundamentales
del Oficio Divino, y se les da la mayor importancia, ya que son, por su propia
índole, la verdadera oración de la mañana y de la tarde”.
La
celebración de Laudes, al amanecer, tiene un carácter festivo, incluso a la largo
de la semana. Su sentido es celebrar el triunfo de la luz sobre la oscuridad,
la hora de la resurrección del Señor, del triunfo de la vida sobre la muerte.
Los textos son cuidadosamente seleccionados para dar a la celebración ese
sentido de la luz y de la resurrección. Los salmos han sido siempre la parte
esencial de la plegaria de la Iglesia, por lo menos en Occidente. La razón es
que representan un inmenso tesoro de adoración, alabanza, acción de gracias, y
también recogen todas las actitudes que el creyente puede tener delante de
Dios, tanto en momentos de prueba, de persecución, o de alegría. Vienen a ser
también una lectio divina que nos pone en contacto con diversos siglos de
experiencia espiritual, la relación vivida entre Dios y generaciones de gran
intercesores, así como un camino de hacer más viva la plegaria de todo el
pueblo de Dios. Esta es la razón por la que san Benito considera el Salterio
como alimento esencial de la oración del
monje. Podemos y debemos orar siempre y
por todos. Es preciso hacerlo cada uno de nosotros y en comunidad. La plegaria
es algo connatural a la vida del monje y no una obligación. Es también un don
para todo creyente el orar, y lo es para toda una comunidad el hacerlo juntos.
El Oficio Divino no ha de ser para los monjes tan solo una preocupación
individual, sino una preocupación de la comunidad, pues es una comunidad que
busca a Dios. Por eso el transcurso del día esta “sembrado” de momentos de
plegaria para expresar nuestra plegaria continúa en comunidad, que viene a ser
un alimento fundamental para nuestra vida.
En este
capítulo san Benito resalta tres elementos comunes a todas las horas del Oficio
Divino: el Kirie, la oración dominical y
la bendición.
La
invocación “Kirie eleison” (Señor, ten piedad) revela en sí misma dos realidades: la aclamación y la súplica. La
aclamación viene a ser la alabanza, el honor y el reconocimiento a Cristo, el
Señor de la gloria, del cielo y de la tierra, a quien tenemos como Hijo de
Dios, vencedor del pecado y de la muerte. La súplica será, entonces, la
petición dirigida al Señor, para que derrame su gracia sobre nosotros, y nos
auxilie en nuestra debilidad. Siendo parte del rito inicial de la Eucaristía y
de las conclusiones del Oficio, esta invocación viene a ser el grito confiado
que los creyentes dirigimos a Cristo, que después nos hablará en la liturgia de
la Palabra, y se nos dará como alimento en la Eucaristía, o bien nos habla en
los Salmos y en los Cantos Evangélicos del Oficio.
El Padrenuestro recoge y expresa las
necesidades humanas materiales y espirituales: “Danos nuestro pan de cada día y
perdona nuestros pecados” (Lc 11,3-4). Y precisamente a causa de las
necesidades y de las dificultades de cada día, Jesús nos exhorta con fuerza:
“Yo os digo: pedid y se os dará, buscad y encontraréis, gritad y se os abrirá.
Porque el que pide recibe, el que busca, encuentra; y al que grita se le abre”
(Lc 11, 9-10). No se trata de pedir para satisfacer los propios deseos, sino
para mantener despierta la amistad con Dios, que sigue diciendo en el Evangelio “dará el
Espíritu Santo a quienes se lo pidan” (Lc 11,13). Así lo experimentaron los antiguos Padres del
Desierto, y también los contemplativos de todos los tiempos que llegaron a ser,
por su oración, verdaderos amigos de Dios. (Cfr. Benedicto XVI, Angelus, 25,Julio,2010)
La bendición final es un don espiritual
en el sentido fuerte del término, un don del Espíritu invocando a Dios sobre la
comunidad. Con ésta concluye el Oficio, remarcando el carácter de alabanza y
remarca el sentido del hombre como criatura espiritual, gloria de Dios y
recuerdo de su imagen en el hombre, conceptos unidos y presentes en la
bendición final. Bendición trinitaria, pues en el Oficio, oramos al Padre, con
la palabra del Hijo y bajo el aliento del Espíritu. Simboliza que nuestra
vocación en la Escuela del Servicio
Divino es venir a ser hombre de bendición.
El Oficio
Divino, plegaria sin interrupción, y en su celebración, cuando
se reúne la comunidad, manifiesta la verdadera naturaleza de la Iglesia. Es
plegaria de toda la familia humana asociada a Cristo; expresando la voz de la
Esposa de Cristo, los deseos y votos de todo el pueblo cristiano, súplicas por
las necesidades de todos los hombres. Es plegaria de Cristo y de la Iglesia que
recibe su unidad del mismo Cristo, por ello es importante que en la celebración
del Oficio reconozcamos en Cristo nuestras voces, y reconozcamos su voz en
nosotros. El Oficio es conocimiento de la Escritura, sobre todo de los Salmos,
que siguen y proclaman la acción de Dios en la Historia de la Salvación, que se
conmemora sin interrupción, y anuncia, eficazmente, su continuación en la vida
de los hombres. (Cfr. Laudis Canticum)
El Oficio
Divino configura toda nuestra jornada; si lo vivimos parcialmente no vivimos
plenamente nuestra vida de monjes. De Maitines a Completas recorremos un camino
cada día nuevo, al que no tenemos que anteponer nada. Venimos al monasterio a
buscar a Dios, y la plegaria, sea el Oficio, sea la plegaria personal, el contacto
con la Palabra y el trabajo deben configurar nuestra jornada; un todo dirigido
a alcanzar en esta Escuela del servicio del Señor, al que alabamos, a quien
oramos, con quien hablamos y a quien buscamos.