CAPÍTULO
51
LOS
HERMANOS QUE NO SALEN MUY LEJOS
El hermano que sale enviado para un encargo cualquiera
y espera regresar el mismo día al monasterio, que no se atreva a comer fuera,
aunque le inviten con toda insistencia, 2 a no ser que su abad se lo haya
ordenado. 3 Y, si hiciere lo contrario, sea excomulgado.
Cuando salimos del
monasterio podemos ir más o menos lejos. San Benito nos pide que no perdamos la
moderación que debe regir toda nuestra vida. Quizás las salidas para un encargo
hoy, no implican una ausencia larga. En otros tiempos un viaje a Tarragona
podía ocupar todo el día, pues no había los coches de hoy, ni los conductores,
y los medios públicos eran también limitados. Hoy, al contrario, podemos salir
y no hay necesidad de hacer la noche fuera. Pero la idea es la de mantener la
moderación. San Benito no considera una falta leve comer fuera sin permiso, ya
que pide que quien obra así sea excomunicado.
En esto de comer
fuera nos encontramos con una doble vertiente. Por un lado, el monje podía
apetecer comer algo diferente; por otro lado, las familias o amigos que los
acogían se esmeraban por hacer algo especial, pensando que no siempre podían
gozar de ello. Quizás no sea un escándalo, pero a veces da la sensación que se vive
a desgana la vocación, y que en su vida diaria tiene necesidad de tener de vez
en cuando alguna compensación.
En épocas pasadas
sucedía que para un encargo se pasaba dos días fuera y se aprovechaba para
visitar alguna casa e incluso pedir algún plato concreto. También los jueves, en
tiempos más actuales, con motivo del paseo semanal no faltaba quien tenía la
costumbre de ir a alguna casa para merendar. Hoy, como la misma vida de la
gente ha cambiado, ya no es tan habitual, pues la gente trabaja, no está para
acoger visitantes y también nuestras salidas son más rápidas y puntuales. Es,
pues un fenómeno bastante limitado.
Pero para mucha
gente fuera del monasterio les cuesta entender que nos privemos de ciertas
cosas, que no las deseemos, y por ello a veces nos quieren hacer algún
obsequio, dándonos tal o cual cosa. Hay aquí un desconocimiento de lo que es la
vida consagrada en general. No nos privamos de las cosas a la fuerza, sino que
lo hacemos de buen grado. Por otro lado, ahora más que antes, algunos monjes ya
han gozado de ciertas comodidades en la vida, y son conscientes de que al venir
al monasterio renuncian no solo a la comida fuera de casa por placer, sino a
una determinada vida social y afectiva, a una independencia económica o cosas
similares.
El origen quizás
está en una mala concepción de la idea de libertad personal. Podemos decir que
somos libres, que Dios nos ha creado libres, por tanto, puedo levantarme cuando
quiero, puedo vivir la jornada como me parezca mejor… entonces no estamos en el
camino de conformar nuestra voluntad a la de Dios, que es quien hemos venido a
servir. Ciertamente, la vida comunitaria no es fácil, como tampoco lo es una
vida familiar o laboral. Hemos de esforzarnos por abandonar nuestras tendencias
individualistas, que nos empujan fuera de nuestra verdadera senda espiritual.
No hemos sido llamados por Dios para hacer santos a nuestros hermanos mediante
el “martirio”, sino para superar nuestras propias debilidades y alcanzar así la
salvación de nuestra alma y la del conjunto de la comunidad. A esto todos
estamos llamados.
El P. Lorenzo Montecalvo,
un sacerdote napolitano ha publicado un interesante estudio titulado
“¿Comunidad o comodidad?” A lo largo del mismo apunta a la hipocresía, la
agresividad, la envidia, la adulación, la arrogancia o las simpatías y
antipatías como unas causas para buscar la comodidad personal antes que nada.
Esto, a menudo, nos empuja a eliminar toda dificultad que suponga un obstáculo
a nuestra propia voluntad, y entonces ponemos obstáculos a la voluntad de Dios,
deseando a cualquier precio nuestra personal comodidad, y damos pie a la
incomodidad de los hermanos, e incluso de Dios mismo.
El monje, el
religioso, escribe el P. Lorenzo, ha sido llamado a vivir en una comunidad para
encontrarse con Dios, no para vivir turbado en sí mismo, para desarrollar
nuestra personalidad armoniosamente y recobrar la imagen de Dios perdida por el
pecado, o por lo menos intentar con todas nuestras fuerzas de recuperarla; si
caemos en la tentación de hacernos amos exclusivos de nuestro destino es que
somos devorados por el deseo de considerarnos de manera exclusiva iluminados
por Dios, mientras que los demás son pura tiniebla, y por lo tanto como
enemigos que hay que combatir.
Escribe san
Bernardo: “No a todos se les concede de gozar en el mismo lugar de la íntima
presencia del Esposo, sino tal como el Padre lo dispone para cada uno. No lo
elegimos nosotros a Él, al contrario, es Él quien nos ha elegido… (Sermón sobre
el Cantar de los Cantares, 23,9).
Es la riqueza y la
dificultad de vivir en comunidad, riqueza, porque incluso en una falta que hoy
no vemos tan grave como comer o salir sin permiso, san Benito la castiga con la
excomunión, es decir con la exclusión de la comunidad.