domingo, 29 de octubre de 2023

CAPÍTULO 16, CÓMO SE CELEBRARAN LOS OFICIOS DIVINOS DURANTE EL DÍA

 

CAPÍTULO 16

CÓMO SE CELEBRARAN

LOS OFICIOS DIVINOS DURANTE EL DÍA

Como dice el profeta: «Siete veces al día te alabo». 2Cumpliremos este sagrado número de siete si realizamos las obligaciones de nuestro servicio a las horas de laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas, "porque de estas horas diurnas dijo el salmista: «Siete veces al día te alabo». 3Y, refiriéndose a las vigilias nocturnas, dijo el mismo profeta: «A media noche me levanto para darte gracias». 5Por tanto, tributemos las alabanzas a nuestro Creador en estas horas «por sus juicios llenos de justicia», o sea, a laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas, y levantémonos a la noche para alabarle.

Os alabo sietes veces al día, porque son justas vuestras decisiones (Sal 119,164)

El Abad Cassiá María Just afirma que interesa remarcar la intención de san Benito sobre el ritmo intenso de la plegaria que santifica las horas del día. Es el sentido de este capítulo, y el sentido de nuestra vida de monjes: santificar el día, vivirlo centrándonos en el Cristo; y la mejor manera es recurrir a la plegaria, una plegaria que marque con fuerza el ritmo de las horas y su eternidad.

Escribe Micaela Puzicha que san Benito quiere mostrarnos claramente que no se trata de fijar un horario preciso para los oficios, sino de orar sin cesar. De aquí los dos textos bíblicos, que son una excepción en esta parte de la Regla que hace referencia al Oficio Divino (capítulos 8 a 18)

Escribe Casiano en sus Instituciones: “Esta Regla (la suya) que parece inventada de manera fortuita y con una reglamentación reciente, sin embargo, completa, evidentemente, y a la letra, con lo designado por el rey David: Siete veces al día os alabo por los juicios de vuestra justicia. En efecto, agregando esta celebración y haciendo siete ves al día estas reuniones espirituales, probamos, sin duda, que siete veces al día cantamos las alabanzas del Señor” (Instituciones 3,4)

Tiene una fundamentación de la Sagrada Escritura el número de siete plegarias repartidas a lo largo del día para santificarlo.

Casiano se refería a la celebración de la hora de Prima y da la razón de por qué fue establecida: “Esta celebración matutina que se acostumbra a rezar en los monasterios de la Galia al finalizar las plegarias nocturnas después de un breve intervalo de tiempo, comprobamos que se realizaba juntamente con las vigilias cotidianas, y que nuestros hermanos de Belén dejaban el resto del tiempo para el descanso del cuerpo. Pero abusando de esta indulgencia, algunos más negligentes alargaban el tiempo de reposo, ya que, antes de la Tercia nada les obligaba a dejar las celdas o levantarse de sus lechos. (Instituciones 3,4)

La estructura de las siete plegarias diarias quedó fijada por el Concilio Vaticano II:

  • a)    Laudes como oración matutina, y Vísperas como oración vespertina, los dos polos en torno a los cuales gira el Oficio cotidiano. Son Horas principales.
  • b)    Las Completas como final del día
  • c)    La hora de Maitines, que debe conservar el carácter de alabanza nocturna.
  • d)    Se suprime la hora de Prima.
  • e)    Se conserven las horas menores: Tercia, Sexta y Nona.

El sentido teológico y de la Escritura, de estas Horas Menores, está en relación al recuerdo de la Pasión del Señor y de la primera propagación del Evangelio. Leemos en el evangelio: “era la hora tercia cuando la crucificaron (Lc 15,25) o “en la hora  sexta toda la región quedó en tinieblas” (Lc 15,33); i “a la hora nona Jesús va clamar: “Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado” (Lc 15,34)

Los Padres de la Iglesia contemplan también que los Hechos de los Apóstoles aluden a estas Horas: “Pedro sube a la terraza a orar a la hora sexta (Hech 3,1) o también: en la hora de oración nona Pedro dice al paralítico cuando va al templo: “Plata y oro no tengo, pero lo que tengo te lo doy: En nombre de Jesús de Nazaret levántate y camina” (Hech 3,6).

Por otra parte el Ordenamiento General de la Liturgia dice: ”Conforme a una tradición antigua los cristianos se acostumbraron a orar por devoción privada en determinados momentos del día, incluso en medio del trabajo, a imitación de la Iglesia Apostólica; esta tradición cristalizó de diversas maneras en celebraciones litúrgicas. En Oriente como en Occidente se mantuvo la costumbre de rezar Tercia, Sexta y Nona recordando acontecimientos de la Pasión del Señor. El Concilio Vaticano II ha establecido que las Horas Menores se mantengan en el Oficio Coral. Debe mantenerse este uso litúrgico excepto lo que prescriba el derecho particular, en todos aquellos que se consagran a la contemplación y principalmente lo que se encuentran en un retiro espiritual o reunión de pastoral” (OGH, 74-76)

“A media noche me levanto a alabaros, porque vuestros juicios son justos” (Sal 119,62)

El Ordenamiento General de la Liturgia nos dice: Los que están obligados por sus leyes particulares a mantener el carácter de alabanza nocturna en este Oficio, es laudable que lo hagan así, que lo reciten de noche y antes de Laudes” (OGLH, 58)

Todo un programa de santificación de la jornada, que nos va acercando a Aquel que es nuestro maestro y nuestra meta, Cristo el Señor. Decía el Papa Benedicto XVI:

“La plegaria de los salmos, las lecturas bíblicas y las de la gran tradición del Oficio Divino pueden llevarnos a una experiencia profunda del acontecimiento de Cristo y de la economía de la salvación” (Sacramentum caritatis 45).

domingo, 22 de octubre de 2023

CAPITULO 9, CUÁNTOS SALMOS HAN DE DECIRSE EN LAS HORAS NOCTURNAS

 

CAPITULO 9

CUÁNTOS SALMOS HAN DE DECIRSE

EN LAS HORAS NOCTURNAS

 

En el mencionado tiempo de invierno se comenzará diciendo en primer lugar y por tres veces este verso: «Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza». 2Al cual se añade el salmo 3 con el gloria. 3Seguidamente, el salmo 94 con su antífona, o al menos cantado. 4Luego seguirá el himno ambrosiano, y a continuación seis salmos con antífonas. 5Acabados los salmos y dicho el verso, el abad da la bendición. Y, sentándose todos en los escaños, leerán los hermanos, por su turno, tres lecturas del libro que está en el atril, entre las cuales se cantarán tres responsorios. 6Dos de estos responsorios se cantan sin gloria, y en el que sigue a la tercera lectura, el que canta dice gloria. 7Todos se levantarán inmediatamente cuando el cantor comienza el gloria, en señal de honor y reverencia a la Santísima Trinidad. 8En el oficio de las vigilias se leerán los libros divinamente inspirados, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, así como los comentarios que sobre ellos han escrito los Padres católicos más célebres y reconocidos como ortodoxos. 9Después de estas tres lecciones con sus responsorios seguirán otros seis salmos, que se han de cantar con aleluya. 10Y luego viene una lectura del Apóstol, que se dirá de memoria; el verso, la invocación de la letanía, o sea, el Kyrie eleison, 11y así se terminan las vigilias de la noche.

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El orden litúrgico comienza cada día para los monjes con el Oficio de Vigilias o Maitines, que también se conoce como Oficio de Lectura, celebrada a medianoche como en la Cartuja, o cuando todavía no ha amanecido. En los orígenes de este Oficio había costumbre en las comunidades cristianas de pasar una parte o toda la noche en la plegaria. Tenía su fundamento en que también Jesús lo hacía:

“Jesús se fue a la montaña a orar, y pasó toda la noche en oración” (Lc 6,12) Jesús tenía esta costumbre de orar alejado de sus discípulos, sobre todo cuando le seguían las multitudes: “Subió solo a la montaña a orar. A la tarde todavía estaba allí solo” (Mt 14,23)  “”Se retiró otra vez solo a la montaña” (Jn 6,15)

Así viene a ser para nosotros modelo de plegaria, una plegaria serena, larga, profunda…

San Benito no nos pide orar toda la noche, sino que considera que la calma de la noche es un momento privilegiado para orar recordando el paso de la muerte a la vida, paso que cada día nos recuerda la naturaleza, pasando de la noche al día, que vivió el mismo Jesús pasando del sueño y la oscuridad de la muerte a la luz de la vida, de una vida sin final, eterna. San Benito nos invita a vivir este momento privilegiado de plegaria de una manera intensa; de aquí que el mismo verso de obertura nos muestre que nos levantamos para alabar al Señor, y nuestra primera palabra es un grito, una invitación a alabarlo. Rompemos el silencio de la noche solo para alabar al Señor, como hemos cerrado la boca el día anterior con la plegaria de Completas confiándole nuestro reposo.

La plegaria da fuerzas ante la tentación del maligno. Así escribe Juan Casiano refiriéndose a las primeras comunidades monásticas, sometidas a los peligros del diablo:

“En los mismos monasterios donde vivían de ocho a diez monjes, su violencia se desencadenaba tan violentamente y tan frecuentemente sus asaltos, que los monjes no se atrevían a dormir todos al mismo tiempo, sino que se iban relevando unos a otros. Mientras unos descansaban, otros permanecían en vela, perseverando sin tregua en la plegaria, la lectura o el canto de los salmos, y cuando la naturaleza les forzaba a tomar descanso, despertaban a sus hermanos para que los suplieran y guardaran a los que iban a dormir”. (Colaciones, XXIII)

Las armas que nos propone san Benito en este combate es la Escritura, los Salmos, y la lectio continua. Los Salmos, plegaria que utilizaba el mismo Jesús, y hoy día nosotros mismos.

De aquí a poco nuestra plegaria tendrá una nueva distribución de salmos. Con fundamento en la estructura que san Benito nos propone en la Regla, y que nuestros predecesores cistercienses aplicaron al Oficio Divino. Ocasión de un nuevo encuentro con los Salmos, con la totalidad de ellos. Nuestra plegaria se enriquecerá. No en vano el Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Las múltiples expresiones de oración de los Salmos se hacen realidad vivía tanto en la liturgia del templo como en el corazón del hombre” (CEC 2588)  

El mismo Papa Francisco nos dice: “El Salterio presenta la oración como la realidad fundamental de la vida. La referencia a lo absoluto y trascendente que los maestros de ascética llaman “el sagrado temor de Dios”, es lo que nos hace plenamente humanos, es el límite que nos salva de nosotros mismos, impidiendo que nos abalancemos sobre esta vida de manera rapaz y voraz. La oración es la salvación del ser humano”. (21.10.2020)

Y el Papa Benedicto XVI: “En los salmos se entrelazan y se expresan alegría y sufrimiento, deseo de Dios, y la percepción de la propia indignidad, felicidad y sentido de abandono, confianza en Dios y dolorosa soledad, plenitud de vida y miedo de morir. Toda la realidad del creyente confluye en estas oraciones, que el pueblo de Israel primero y la Iglesia después asumieron como relación privilegiada con Dios y respuesta adecuada a su revelación en la historia. Como oraciones, los salmos son manifestaciones del espíritu y de la fe, en los cuales nos podemos reconocer y en lo que se comunica la experiencia de particular proximidad a Dios a la cual están llamados los hombres. Y toda la complejidad de la existencia humana se concentra en la complejidad de las diferentes formas literarias de los diversos Salmos: himnos, lamentaciones, súplicas individuales y colectivas, cantos de acción e gracias, salmos penitenciales y otros géneros que se pueden encontrar en estas composiciones poéticas” (22,Junio 2011)

Orar es una riqueza personal y comunitaria, es un regalo que la tradición de la Iglesia pone a nuestra disposición, para que nuestro camino hacia Dios sea más asequible. Esta plegaria secular ha tenido desde siempre una lectura cristológica, pues con Cristo la Escritura alcanza su plenitud. Escribe B. Fischer:

“El Salterio es para la Iglesia un libro de Cristo, donde los cantos se elevan hacia el Señor exaltado en la cruz, son los cantos que hablan de Él, o que se dirigen a Él, o con los que Él mismo se dirige al Padre. Él siempre es el centro” (Les Psaumes comme voix de l’Eglise)

Escribe san Juan Pablo II: “Los santos Padres con profunda penetración espiritual supieron discernir y señalar que Cristo mismo, en la plenitud de su misterio, es la gran “clave” de la lectura de los salmos. Estaban plenamente convencidos que en los salmos se nos habla de Cristo. Jesús resucitado se aplicó a si mismo los salmos cuando dijo a los discípulos: “Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos sobre mi” (Lc 24,44). Los Padres añaden que en los Salmos se habla de Cristo o incluso que es el mismo Cristo quien habla. Al decir esto no pensaban solo en la persona individual de Jesús, sino en el Cristo total, formado por Cristo cabeza y sus miembros. Así nace para el cristiano la posibilidad de leer el Salterio a la luz de todo el misterio de Cristo. (28 Marzo 2001).

domingo, 15 de octubre de 2023

CAPÍTULO 7, 51-54

 

CAPÍTULO 7, 51-54

LA HUMILDAD

 

El séptimo grado de humildad es que, no contento con reconocerse de palabra como el último y más despreciable de todos, lo crea también así en el fondo de su corazón, 52humillándose y diciendo como el profeta: «Yo soy un gusano, no un hombre; la vergüenza de la gente, el desprecio del pueblo». 53«Me he ensalzado, y por eso me veo humillado y abatido». 54Y también: «Bien me está que me hayas humillado, para que aprenda tus justísimos preceptos.

Para llegar a creernos que somos el último y el más vil de todos debemos subir los siete grados de esta escala. Si no los hemos subido bien, con toda seguridad que seremos humildes solo con la lengua, pero no llegaremos a aprender la voluntad del Señor.

Hacer la voluntad de Dios

Para llegar a la mitad de la escala es preciso no olvidar el mandato de Dios de huir del pecado y vicio, sobre todo de la murmuración, y no hacer mi voluntad. Los dos primeros grados se centran en este tema de la voluntad, sin lo cual se tambaleará nuestra vocación, al no estar apoyada en la roca firme, lo cual viene a suceder con las primeras dificultades de la vida comunitaria. Cuando se llega a esta situación somos nosotros los primeros en sufrir el daño espiritual.

La práctica de la obediencia en las dificultades y contradicciones

Si hemos subido los dos primeros grados, y si no hemos caído en la murmuración, san Benito nos propone subir otros dos grados, apoyados en la obediencia.

Pensamos muchas veces que obedeciendo renunciamos a nuestra voluntad, a nuestra libertad, y es más bien lo contrario. Es haciendo la voluntad de Dios cuando somos realmente libres, pues nos liberamos de todo aquello que nos condiciona y limita, y nos predispone a hacer la voluntad de Dios, que es a quien venimos a buscar en el monasterio.

La paciencia

Esta es un buen baremo para mostrar nuestra obediencia a Dios. Una de las tentaciones que nos asedian es la impaciencia. Impaciencia ante los demás, cuando toca hacer algo que no nos place. San Benito nos dice que participamos de los sufrimientos de Cristo mediante el ejercicio de la paciencia; esto nos puede hacer pensar que es una manera leve de compartir los sufrimientos de Cristo en su Pasión. Pero esto quizás no esté tan lejano, pues muchas veces vivimos como verdaderos latigazos cualquier contrariedad a nuestra voluntad. Siempre es el momento para considerar el momento como golpe a nuestra libertad cuando se da una corrección.

Y cuando esto nos pasa por la mente es que no vamos bien. Cuando ponemos nuestra voluntad por delante de la voluntad de Dios es que la obediencia la tenemos oída pero no escuchada, y menos practicada, y ante las dificultades, contradicciones o injusticias huimos de la paciencia, y hacemos otra cosa diferente de lo que nos sugiere la Regla. Y ya ni digamos cuando se trata de poner la otra mejilla, ceder el manto o caminar el doble de lo que se nos pide.

Contentarse

San Benito pide al monje, en el sexto grado, de contentarse, lo cual no es fácil. Hay un punto en el cual no deberíamos de contentarnos nunca y que es el grado de humildad, de obediencia y de paciencia que hayamos alcanzado. Debemos tener el deseo de avanzar más.

San Benito nos dice que nos consideremos operarios inhábiles e indignos por el hecho de poder avanzar en la humildad, lo cual no llevará a contentarnos y considerar que lo que recibimos es siempre un regalo del cual no somos merecedores; el Señor nos lo da para que hagamos fructificar nuestra vocación con los talentos de la obediencia y paciencia.

Pacientes, obedientes, contentados, confiados en la voluntad del Señor, es lo que nos permitirá alcanzar la humildad de corazón de la cual habla san Benito en este séptimo grado.

Escribe san Bernardo:

“¡Qué preciosa es la humildad! La misma soberbia procura revestirse de ella para no envilecerse. Pero este subterfugio es descubierto pronto por el superior si no se ablanda fácilmente delante de esta soberbia humildad, disimulando la culpa o difiriendo el castigo. El fuego prueba la obra del alfarero, la tribulación selecciona los auténticos penitentes. El que hace penitencia de verdad, no aborrece el trabajo de la penitencia, acepta con paciencia y sin la menor queja cualquier orden que le impongan para reparar una culpa que detesta. Y si en la misma obediencia surgen conflictos duros y contrarios, si tropieza con una clase cualquiera de injurias, aguanta sin desfallecer. Así manifiesta que vive el cuarto grado de humildad.

En cambio, el que se acusa con fingimiento puesto a prueba por una injuria, incluso insignificante o por un pequeño castigo, se siente incapaz de aparentar humildad y disimular el fingimiento. Murmura, se enfurece, le invade la ira y no da ninguna señal de hallarse en ese cuarto grado. Mas bien pone de manifiesta su situación en el noveno grado de la soberbia que, según lo descrito, puede ser denominado, en sentido pleno, confesión fingida. ¡Qué confusión tan enorme hierve en el corazón del soberbio! Cuando se descubre el fraude pierde la paz, se marchita su reputación y, mientras tanto, queda intacta la culpa”  (Grados de la humildad y la soberbia, 47,1-2)

domingo, 8 de octubre de 2023

CAPÍTULO 7, 1-9 LA HUMILDAD

 

CAPÍTULO 7, 1-9

LA HUMILDAD

 

La divina Escritura, hermanos, nos dice a gritos: «Todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado». 2Con estas palabras nos muestra que toda exaltación de sí mismo es una forma de soberbia.3El profeta nos indica que él la evitaba cuando no dice: «Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad». 4Pero ¿qué pasará «si no he sentido humildemente de mí mismo, si se ha ensoberbecido mi alma? Tratarás a mi alma como al niño recién destetado, que está penando en los brazos de su madre». 5Por tanto, hermanos, si es que deseamos ascender velozmente a la cumbre de la más alta humildad y queremos llegar a la exaltación celestial a la que se sube a través de la humildad en la vida presente, 6hemos de levantar con los escalones de nuestras obras aquella misma escala que se le apareció en sueños a Jacob, sobre la cual contempló a los ángeles que bajaban y subían. 7Indudablemente, a nuestro entender, no significa otra cosa ese bajar y subir sino que por la altivez se baja y por la humildad se sube. 8La escala erigida representa nuestra vida en este mundo. Pues, cuando el corazón se abaja, el Señor lo levanta hasta el cielo. 9Los dos largueros de esta escala son nuestro cuerpo y nuestra alma, en los cuales la vocación divina ha hecho encajar los diversos peldaños de la humildad y de la observancia para subir por ellos.

 

La idea de una escala a recorrer, a subir a lo largo de nuestra vida, tiene una raíz bíblica.

Jacob, en camino a Mesopotamia, marchó solo. Un atardecer se durmió rendido por el cansancio y soñando vio una escala que desde la tierra llegaba al cielo, y por la que los ángeles subían y bajaban (Gen 28,12). Una comunicación entre el cielo y la tierra que santifica el lugar donde reposa Jacob: “Realmente, el Señor está presente en este lugar, y yo no lo sabía. Y lleno de temor exclamó: ¡qué venerable este lugar! Es la casa de Dios y la puerta del cielo” (Gen 28,16-17)

San Juan Clímaco en su “Escala espiritual” resalta la misma idea. No es extraño que san Benito primero y san Bernardo después, recojan esta figura y hablen de una escala de perfección como camino para subir por la humildad o bajar por la soberbia. Así mismo san Basilio habla de una escala de perfeccionamiento de diez escalones, y también el abad Juan del Monte Sinaí que titula su reflexión “Escala santa”.

Detrás de todas esta reflexiones está siempre el ejemplo y modelo de Cristo, que como dice san Pablo: “se rebajó, haciéndose obediente hasta aceptar la muerte y una muerte de Cruz”… (Filp 2). Aceptar la muerte Él que es la vida, y puerta para la vida eterna. La idea de una escala y la idea de la humildad van unidas en la reflexión de muchos Padres. 

Esta escala de doce peldaños que san Benito nos propone de subir, podemos considerarlo imposible y renunciar por pereza o por creer que no lo necesitamos. Como escribe el monje Daniel sobre san Juan Clímaco: “la soberbia y la arrogancia de la humana filosofía suelen apartar de la humildad y de la sujeción a Cristo” (Vida de s. Juan Clímaco 2)

La soberbia, el orgullo, que podemos contemplar como una adolescencia espiritual, es algo que debe estar superado cuando nos llama el Señor, porque la humildad, como escribe Sor Michaela Puzicha forma parte fundamental del significado de la misma vida monástica. Debemos ser capaces de anteponer el sentimiento de responsabilidad a nuestro propio gusto personal, y saber aceptar la frustración que nos puede nacer ante una situación que nos contradice con fuerza en nuestras expectativas o deseos personales.

Es conveniente hacer el esfuerzo de subir esta escala, pues como escribe san Gregorio la humildad y el orgullo son los signos distintivos del reino de Dios y del diablo respectivamente; Cristo es el rey de los humildes, el diablo reina sobre los orgullosos (cfr Moralia in Job). Nada hay tan peligroso en la vida monástica como el orgullo, considerado como el vicio por excelencia, solo la humildad nos puede llevar a Dios.

San Juan Clímaco escribe: “Aquel que renuncia al mundo movido por un sentimiento de temor es semejante al incienso que se quema: el principio hace buen olor, pero acaba por transformarse en humo. Aquel que renuncia al mundo con la esperanza de recompensa se semeja a la piedra de molino que muela siempre de la misma manera. Pero aquel que renuncia al mundo por amor de Dios adquiere desde el principio el fuego interior, y este fuego, como si estuviera en medio de un bosque, se transforma en un gran incendio. Algunos construyen piedras sobre ladrillos, otros, sobre la tierra levantan columnas, otros caminan lentamente durante un tiempo, luego, cuando se calientan sus músculos y articulaciones, aceleran el paso. Quien posee inteligencia comprenderá este discurso simbólico. Los primeros, los que asientan piedras sobre ladrillos son los que a partir de excelentes obras de virtud se levantan a la contemplación de las cosas divinas, no obstante, al no estar apoyados en la humildad y la paciencia desfallecen ante la tempestad. Los segundos, que levantan columnas sobre la tierra, son los que, sin haber pasado por ejercicios y trabajos de la vida monástica, quieren “volar” a la vida solitaria, siendo presa fácil de enemigos invisibles por deficiencia de virtud y de experiencia. Los terceros, son los avanzan paso a paso, los que caminan con humildad y obediencia. A esto el Señor les infunde el espíritu de caridad, mediante el cual se encienden y son impulsados hasta acabar positivamente su camino (Escala espiritual, Primer grado 26-27)

La humildad no puede desentenderse de la caridad, porque el amor de Cristo debe dominar todos los demás sentimientos que pueden ejercer influencia sobre nosotros. Si amamos a Cristo por encima de todo, también amaremos a los hermanos de manera fraterna, y, lejos de cualquier rasgo diabólico, lo manifestaremos con humildad. Si no lo hacemos así, el demonio del orgullo jugará su partida y nos llevará a su reino, un reino que aparece agradable, pero que, en definitiva, al final, será un infierno.

Podríamos decir que no nacemos humildes, que tenemos ir aprendiendo y viviendo esta humildad, que no es una mera tendencia natural. Podríamos decir: “no soy humilde como querría, sino orgulloso como no querría”, parafraseando al Apóstol cuando dice: “no hago el bien que quiero, sin el mal que no quiero” (Rom 7,19) porque con la humildad hacemos el bien y con el orgullo el mal. Solo podremos avanzar en este camino subiendo con deseo y paso seguro esta escala de la humildad, que nos lleva a Dios con rumbo seguro. Solamente de este modo nos configuraremos con Cristo, que se abajó para ser modelos de obediencia a Dios, y pertenecer a su reino.