domingo, 27 de octubre de 2019

CAPÍTULO 14 COMO HAN DE CELEBRARSE LAS VIGILIAS EN LAS FIESTAS DE LOS SANTOS


CAPÍTULO 14
COMO HAN DE CELEBRARSE
LAS VIGILIAS EN LAS FIESTAS DE LOS SANTOS

En las fiestas de los santos y en todas las solemnidades, el oficio debe celebrarse tal como hemos dicho que se haga en el oficio dominical, 2sólo que los salmos, antífonas y lecturas serán los correspondientes al propio del día. Pero se mantendrá la cantidad de salmos indicada anteriormente. 


Dies natalicius, era la expresión usual para hablar de las fiestas o memorias de los santos, es decir el día de su muerte, o mejor de su nacimiento a la vida eterna, a la vida verdadera. Ciertamente, a lo largo de los siglos se han ido incorporando santos al martirologio; cada día suele haber varios, y no se pueden celebrar todos. Una de las causas de este número es la universalización de la santidad. Se han ido incorporando santos de las diversas partes de mundo, y de distintos niveles eclesiales: papas, obispos, sacerdotes, religiosos, laicos… que han venido a ser unos fieles testimonios de fe.

En nuestro monasterio tenemos memorias a las que dedicamos todo el oficio, otros solo eucaristía, además de las fiestas litúrgicas y solemnidades, que se presentan con categoría litúrgica diversa, pues no es lo mismo la celebración de la Pascua, Pentecostés o Navidad, que la que podemos dedicar a un santo, aunque sea nuestro.

San Benito en el texto latino habla de vero festivitatibus, quizás una indicación de que este capítulo es un excursus, o un anexo, para marcar las diferencias entre las fiestas de los santos y otras celebraciones, como las solemnidades del Señor.

La memoria de los santos se puede valorar desde una doble perspectiva. En primer lugar es preciso dar una primacía al Año Litúrgico, lo cual ya queda claro en la Constitución Sacrosantum Concilium, sobre Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, que presenta una especial resonancia en la celebración del Misterio de  Cristo en el ciclo del año: Encarnación, Navidad, Ascensión, Pentecostés, teniendo como centro la Resurrección de Cristo de la que hacemos memoria en el día del Señor, es decir cada domingo, pero de manera especial cuando celebramos anualmente la Pascua.

La misma Constitución nos dice que la Iglesia ha introducido a lo largo del año las memorias de mártires y otros santos; aquellos a los que la Iglesia señala como gozando de una alabanza perfecta, y a los que nos podemos dirigir para que nos ayuden ante Jesucristo que es el único intercesor delante del Padre. Con la celebración de los santos la Iglesia nos lo propone como ejemplo de vida (Cfr SC, 104).

El centro continúa siendo Cristo, los santos proclaman las maravillas de Cristo, y se presentan como ejemplos de vida cristiana. Así lo recalca la Constitución SC.:

“para que las fiestas de los santos no aparezcan por delante de los misterios de la salvación, algunas han de ser dejadas a la celebración de cada iglesia particular, o nación, o familia religiosa. Que sean propias de toda la Iglesia, solamente aquellas que recuerdan santos de una importancia realmente universal…”

La santidad es el tema de la Exhortación Apostólica Gaudete et exultate, del Papa Francesc. Para él la santidad no es la imitación de un modelo abstracto e ideal. Las referencias de la santidad ordinaria son simples, próximas y populares. Hay muchos tipos de santos. Además de los santos oficialmente reconocidos por la Iglesia hay muchas más personas corrientes que no figuran en el martirologio romano, no obstante, han sido decisivas para cambiar en el mundo la vida de sus familias o de otros muchos cristianos mártires que son todo un signo para nuestro tiempo.

Cada santo es una misión, es un proyecto del Padre para reflexionar y encarnar en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio… (GE, 19)

La santidad es vivir los misterios de la vida de Cristo, “morir y resucitar constantemente con él” (GE,20) 

Reproducir en la propia existencia diferentes aspectos de la vida terrenal de Jesús, su proximidad a los más desfavorecidos, su pobreza y otras manifestaciones de su entrega por amor “permite al Espíritu Santo que encarne en ti aquel misterio personal que muestra Jesucristo en el mundo de hoy” (GE, 23), en la misión de construir el reino de amor, justicia y paz universal.

La santidad nos mantiene fieles en lo más profundo de nosotros mismos, libres de toda forma de esclavitud y dando frutos. La santidad no nos hace menos humanos, ya que es un encuentro entre nuestra debilidad y el poder de la gracia de Dios. Pero necesitamos prepararnos para dejar actuar a la gracia, para lo cual precisamos momentos de soledad y silencio delante de Dios, para enfrentarnos a nuestro verdadero yo y dejar actuar a Dios.

No debemos olvidar nunca nuestra limitaciones, pero siendo conscientes de que nuestra vida es un camino hacia Dios, personal e intransferible; y a la vez abiertos al gran misterio  de la gracia que actúa en la vida de las personas. Los santos no son super-hombres, no son perfectos, como nos sugiere Jesús en el Evangelio de Lucas. Son los que, humildes y arrepentidos, como el publicano en el templo se sienten necesitados de la misericordia de Dios, y no los que se sienten satisfechos creyéndose justos y menospreciando a los demás. “Los santos son seres pecadores, pero que continúan en su esfuerzo para ser mejores” (N. Mandela). Aquellos que confiando en la misericordia de Dios se abren a su gracia que actúa y les transforma (GE, 50). Aquellos que esforzándose nos muestran que es posible avanzar hacia Dios a pesar de todas las imperfecciones