domingo, 25 de septiembre de 2022

PRÓLOGO, 1-7

 

PRÓLOGO

Pról 1-7

Escucha, hijo, estos preceptos de un maestro, aguza el oído de tu corazón, acoge con gusto esta exhortación de un padre entrañable y ponla en práctica, 2 para que por tu obediencia laboriosa retornes a Dios, del que te habías alejado por tu indolente desobediencia. 3A ti, pues, se dirigen estas mis palabras, quienquiera que seas, si es que te has decidido a renunciar a tus propias voluntades y esgrimes las potentísimas y gloriosas armas de la obediencia para servir al verdadero rey, Cristo el Señor. 4Ante todo, cuando te dispones a realizar cualquier obra buena, pídele con oración muy insistente y apremiante que él la lleve a término, 5 para que, por haberse dignado contarnos ya en el número de sus hijos, jamás se vea obligado a afligirse por nuestras malas acciones. 6 Porque, efectivamente, en todo momento hemos de estar a punto para servirle en la obediencia con los dones que ha depositado en nosotros, de manera que no sólo no llegue a desheredarnos algún día como padre airado, a pesar de ser sus hijos, 7 sino que ni como señor temible, encolerizado por nuestras maldades, nos entregue al castigo eterno por ser unos siervos miserables empeñados en no seguirle a su gloria.

 

“Rueda el mundo y vuelve al Born” (Plaza popular de Barcelona)  Es un refrán catalán que significa que es bueno tener inquietudes por ver y conocer cosas nuevas, pero que finalmente acabaremos por volver a casa con los nuestros…  Cuatro veces al año volvemos a comenzar la lectura de la Regla, texto que nos resulta de lo más familiar, pero que, como enseña san Benito, no es suficiente su lectura, sino dispone el oído a lo que espera de nosotros el Maestro, que para san Benito es el mismo Cristo que nos invita a vivir los consejos evangélicos.

San Benito se nos dirige partiendo de tres premisas: para escuchar hemos de renunciar a nuestros propios deseos, militar para el Señor y tomar las fuertes y espléndidas armas de la obediencia. Un compromiso que manifiesta la firme voluntad de volver por la obediencia a Aquel de quien nos habíamos apartado por la desobediencia.

Nos quiere dejar con claridad que en la vida hay dos caminos: uno que nos lleva hacia Dios y otro que nos aleja de Él, y nos lleva al infierno. Pero no padecemos por escoger el camino correcto y mantenernos firmes en nuestra decisión ya que tenemos la ayuda inigualable del Señor. Por esto, necesitamos orar para obtener esta ayuda para el camino. La plegaria es compañera de camino imprescindible para avanzar y tener la garantía de avanzar con firmeza y diligencia, por el camino de los mandamientos hacia la gloria.” La plegaria, nos dice san Juan Crisóstomo, es el bien supremo, que consiste en un diálogo con Dios y es equivalente a una unión íntima con Él.” (Cfr Homilía 6, sobre la oración)

San Benito subraya con la primera palabra de la Regla la receptividad que debemos tener a lo largo de nuestra vida. La escucha siempre ocupa un lugar preferente en nuestra vida, para actuar de acuerdo a lo escuchado.

Hay una deferencia fundamental entre escuchar y sentir.  Sentimos muchas cosas a lo largo del día, pero la escucha tiene una dimensión más profunda, que es la de estar atento a aquello que es fundamental para nuestra vida.

San Benito nos quiere como oyentes de la Palabra, oyentes atentos, pues solamente la escucha lleva a la obediencia. Si hemos de estar atentos para obedecer, es preciso estar siempre atentos en la escucha. Y si debemos y queremos escuchar es preciso crear unas condiciones aptas para la escucha. Algo parecido a lo que sucede en un teatro, que al empezar se apagan las luces, se hace silencio y se ilumina la escena para que se esté atento a lo que hablan los actores. Pues si consideramos que cuando se trata de escuchar la Palabra del Señor la actitud de escuchar es más trascendente, pues, en este caso, el argumento de la obra fa referencia a nuestra vida, a nuestra propia salvación.

Nuestro camino monástico debe estar marcado por la escucha. La Lectio Divina es un momento privilegiado para esta escucha. Lo mismo que la Liturgia. Dos momentos fuertes de escucha, que precisan de evitar las distracciones. Pues si precisamos de escuchar, dice Aquinata Bockmann es porque Dios nos habla, y cuando Él habla no debe haber otra actitud que la de una escucha atenta.

Dom Delatte escribe que hay otras reglas con un carácter más impersonal, que tienen un matiz más legislativo, son más secas, pero san Benito desde la primera palabra, ya nos quiere poner en contacto directo con el mismo Señor.

No es fácil mantener la escucha atenta, es preciso ejercitarse, practicarla, pero perseverando en la búsqueda de Aquel que se ha dignado contarnos en el número de sus hijos, y al que no debemos contristar nunca con nuestras malas obras. Sabiendo, por otra parte, lo fácil que es deslizarse hacia las malas obras, en el placer momentáneo de una distracción o disipación, que nos aleja de nuestra centralidad en Cristo.

Hemos sido hechos hijos de Dios por el bautismo, nos recuerda san Benito, pero esto no nos da la garantía total, pues con el bautismo y la profesión monástica se nos abren las puestas de una relación con Dios, con su Palabra, sus Sacramentos… pero precisamos de una relación personal. De aquí la necesidad de una escucha activa, de plegaria y de obediencia, a fin de no irritar al Señor.

Hoy iniciamos una nueva lectura de la Regla, que son cuatro veces al año. Empezamos con esta invitación a una actitud de escucha. Pongamos atención, seamos puntuales para llegar a su lectura. Este momento, no es un momento secundario de nuestra jornada, sino más bien un momento de serenarnos, de recoger el día en un momento de paz…

 San Benito nos habla de mantener la oreja atenta, no solo a lo que él nos dice, que ya es importante, sino de mantenerla a lo que nos quiere decir el Señor. Como decía el Papa Benedicto XVI el 9 de Julio de 2008: “Hoy buscando el verdadero progreso, escuchamos también la Regla de san Benito como una luz que nos guía en nuestro camino. El monje grande continúa siendo un verdadero maestro en la escuela donde podemos aprender a ser expertos en un verdadero humanismo”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 18 de septiembre de 2022

CAPÍTULO 67 LOS MONJES ENVIADOS DE VIAJE

 

CAPÍTULO 67

LOS MONJES ENVIADOS DE VIAJE

Los monjes que van a salir de viaje se encomendarán a la oración de los hermanos y del abad, 2 y en las preces conclusivas de la obra de Dios se recordará siempre a todos los ausentes. 3 Al regresar. del viaje los hermanos, el mismo día que vuelvan, se postrarán sobre el suelo del oratorio en todas las horas al terminarse la obra de Dios, 4 para pedir la oración de todos por las faltas que quizá les hayan sorprendido durante el camino viendo alguna cosa inconveniente u oyendo conversaciones ociosas. 5 Nadie se atreverá a contar a otro algo de lo que haya visto o escuchado fuera del monasterio, porque eso hace mucho daño. 6 Y el que se atreva a hacerlo será sometido a la sanción de la regla. 7 Otro tanto ha de hacerse con el que tuviera la audacia de salir fuera de la clausura del monasterio e ir a cualquier parte, o hacer alguna cosa, por insignificante que sea, sin autoridad del abad.

En un monasterio, las influencias externas en la época de san Benito podían venir de los huéspedes, o de los monjes que salían fuera. San Benito no habla tanto de una salida puntual como de una salida larga, teniendo en cuenta que, entonces, cualquier viaje podía suponer muchas horas. Hoy, esta influencia puede venir por medio de otros conductos, ya que las comunicaciones son mucho más fluidas y las redes sociales forman parte de nuestra vida diaria. El objetivo de san Benito era huir de las distracciones innecesarias, evitando de descentrarnos de lo que debe ser más importante para nosotros.

Nuestra sociedad tiene bien aprendido que para consumir es preciso previamente la necesidad de determinado producto, y crear el deseo, para lo cual es también fundamental la publicidad; pues no deseamos lo que no conocemos, y si lo conoceos no siempre es fácil librarse del deseo. También este es un punto que deberíamos aprender, o por lo menos no olvidar.

Y luego la prudencia al volver de un viaje, en la conversación dentro de la comunidad, era evitar comentarios que podían idealizar situaciones que venían a perturbar el clima de la comunidad.

Por esto san Benito dispone que haya de todo dentro del monasterio, y evitar lo más posible la necesidad de viajar para traer cosas innecesarias. Y esto ya no solo para las cosas materiales, sino que también se puede interpretar este capítulo en relación a necesidades afectivas. Se nos invita, pues, a un equilibrio y ahorrarnos cosas o situaciones que puedan perturbar nuestra vida, que debe estar centrada en la plegaria y el trabajo.

Todo esto no era tan fácil en tiempo de san Benito, pues los monasterios, aunque eran centros espirituales, también lo eran en lo social, cultural y económico, lo cual obligaba a contactos y relaciones no solamente en una línea espiritual.

También hoy vivimos al límite de una doble tentación. Por un lado, podemos comentar cosas de la comunidad a gente ajena que no siempre entiende nuestra vida, ni siquiera en lo espiritual, así como otros posibles problemas de aspecto más humano. Y, por otro lado, querer aconsejar a la comunidad desde criterios externos, es exponerse a recibir opiniones ajenas a nuestra vida religiosa.

Equilibrio, moderación, responsabilidad, son valores siempre a mantener, a preservar. Para lograrlo es preciso no perder nuestra centralidad en Cristo, no dejándonos seducir por elementos externos que no tienen nada que ver con los objetivos que tienen quienes vienen a un monasterio a vivir como monjes.

Muchos avances de nuestra sociedad son buenos para muchas cosas, siempre que se utilicen o vivan con una buena finalidad, pero, pueden ser elementos negativos si nos servimos de ellos equivocadamente. Por ejemplo, el teléfono móvil puede ser una buena y necesaria herramienta, pero si llega a hacernos “dependientes” puede ser un elemento perturbador en nuestra vida de cada día; y así en otras diversas cosas.

Por ello san Benito nos advierte del peligro de distraernos o de distraer a los demás. Lo cual no es fácil, cuando todo está bien dispuesto para proporcionarnos una cierta evasión, en lo cual nuestra sociedad es experta, y mucho más hoy que en tiempos pasados.

Escribe Dom Paul Delatte que nada nos apartará de la clausura y de la estabilidad si cada uno analiza con firmeza los motivos que le pueden mover a salir o no salir. Por esto san Benito confía al superior determinar si conviene a no, buscando la fidelidad y seguridad de todos.

Debemos ser conscientes de todo esto, pues como dicen los estatutos cartujanos, donde leemos “celda” pongamos “monasterio”: “conviene que quien vive retirado en su “celda” vigile con diligencia no aceptar y salir fuera de ella, excepto las salidas establecidas; más bien considere la “celda” tan necesaria para su salud y vida, como el agua para los peces, y el prado para las ovejas. Si se acostumbra a salir con frecuencia y por causas leves, pronto se le hará odiosa, pues como dice san Agustín: “para los amigos de este mundo no hay nada que produzca tanta fatiga como el no trabajar”. Por el contrario, cuanto más tiempo guarde la “celda” tanto más a gusto vivirá en ella, si sabe ocuparse de una manera ordenada y provechosa en la lectura, la escritura, la salmodia, la plegaria, la meditación, la contemplación y el trabajo. Mientras tanto se vaya acostumbrando a la tranquila escucha del corazón, que permita entrar a Dios, por todas sus puertas y senderos. Así, con la ayuda divina evitará los peligros que con frecuencia nos acechan”. (Estatutos cartujanos, 4)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 11 de septiembre de 2022

CAPÍTULO 60 LOS SACERDOTES QUE DESEAN INGRESAR EN EL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 60

LOS SACERDOTES QUE DESEAN INGRESAR EN EL MONASTERIO

Si alguien del orden sacerdotal pidiera ser admitido en el monasterio, no se condescienda en seguida a su deseo. 2 S Pero, si persiste, a pesar de todo, en su petición, sepa que deberá observar todas las prescripciones de la regla 3 y que no se le dispensará de nada, porque está escrito: «Amigo, ¿a qué has venido?». 4 Sin embargo, se le concederá colocarse después del abad, bendecir y recitar las plegarias de la conclusión, pero con el permiso del abad. 5 De lo contrario, nunca se atreva a hacerlo, pues ha de saber que en todo está sometido a las sanciones de la regla; y dé a todos ejemplos de mayor humildad. 6 Cuando se trate de proveer algún cargo en el monasterio o de resolver otro asunto cualquiera, 7 recuerde que debe ocupar el puesto que le corresponde según su ingreso en el monasterio y no el que le concedieron por respeto al sacerdocio. 8 En cuanto a los clérigos, si alguno quiere incorporarse al monasterio con el mismo deseo, se les colocará en un grado intermedio, 9 mas con la condición de que prometan observar la regla y perseverar.

Parece que san Benito no considera el sacerdocio como apropiado para la vida monástica, según los capítulos que le dedica, donde no se muestra muy entusiasmado, tanto en cuanto a los sacerdotes que desean entrar en el monasterio, como en ordenar a monjes para el sacerdocio. De hecho, no es así. San Benito reconoce la importancia del sacramento y por extensión la vida sacramental de la comunidad monástica. Simplemente, es la prevención de que al ser sacerdote se crea que está por encima de los demás hermanos y rompa la uniformidad de la comunidad que defiende la Regla. Es sabida la frase de san Bernardo al decir que el monje lo hace la vocación y al prelado el servicio, y aquí podríamos leer que también al sacerdocio y al diácono los hacen el servicio. O como escribe Casiano evitar “desear las sagradas órdenes del sacerdocio bajo al pretexto de edificar a muchas almas y hacer conquistas para Dios, sacándolo así de la humildad y austeridad de nuestra vida” (Colaciones. Primera Conferencia del abad Moisés)

San Benito no lo pone fácil al sacerdote que desea entrar, y pide un discernimiento atento de la vocación, considerando tanto el candidato como a la comunidad. Solamente cuando hace referencia a los infantes habla de dejar todas las puertas cerradas, para que no quede ninguna esperanza de volverse atrás.

Pensemos, que si san Benito era tan desconfiado respecto al sacerdocio, la posterior reforma de Cluny, sitúa el papel del monje sacerdote en una posición que no habría deseado nunca. Y esto llegará hasta el Concilio Vaticano II que dará un paso más adelante en este tema.

A través de los siglos, de hecho, se ha unido la vida monástica, el sacerdocio y el apostolado en sus diversas formas, aunque no comporta una unión necesaria. Afortunadamente, hoy, este tema, no suscita diferencia en las comunidades, pero puede general frustraciones cuando se contempla la vida monástica como un camino-currículo, donde después de la profesión temporal, bien la solemne, y después las ordenaciones de diácono y sacerdote. Pero esto no es esencial en la vida monástica. Venimos al monasterio a ser monjes y a servir a la comunidad, es decir a la Iglesia, A Cristo, en el ministerio que sea dentro de la vida comunitaria.

Pero sigue vigente la prevención a caer en la vanagloria, como escribe Juan Casiano:

“Desde antiguo hasta hoy, continúa siendo válida la sentencia de los Padres de que el monje debe huir por todos los medios posibles de las mujeres y de los obispos, y añade con ironía: y esto no puede anunciarlo sin ponerme colorado, ya que no he podido huir de mi hermana, ni escapar de las manos del obispo” (Instituciones, 11,18)

Aquinata Bockmann, escribe que para nuestra mentalidad actual no hay problema; es evidente que los sacerdotes pueden entrar en un monasterio, pero esto no era así en los orígenes de la vida monástica, siendo uno de los puntos fundamentales de este capítulo la referencia a que podía darse el caso de que una comunidad tuviera necesidad de un sacerdote para celebrar la Eucaristía, y decidiera con precipitación de aceptar un sacerdote sin considerar si éste podría adaptarse a la vida comunitaria. Y es evidente que la vida de un sacerdote y de un monje no son exactamente lo mismo, pues responden a carismas distintos, y por tanto, en principio a vocaciones distintas.

Tampoco es de recibo que alguien ingresara en el monasterio con el deseo de ser sacerdote al no haber conseguido este objetivo en una iglesia local. Sería una falsa vocación, que acabaría por devenir una situación improcedente. De hecho, después del Concilio Vaticano II se dieron estas situaciones de monjes que salen del monasterio, para vivir en una parroquia o en un santuario.

Aquinata concluye su comentario con la frase: “No somos carreristas, estamos al servicio de lo que se nos pide: ser monje ante todo” .

O como dice el Papa Francisco a un grupo de seminaristas: “¿Que te puedo ofrecer, Señor?, es una pregunta que no gira en torno a tu persona; no es el deseo de una catedra, de una parroquia, de un servicio en la curia… Es una pregunta que no pide abrir el corazón a la disponibilidad y al servicio. Es una pregunta que nos impide caer en el carrerismo. ¡Por favor, tened cuidado con el carrerismo! Al final, no ayuda”.

 La Regla prescribe obediencia y humildad, conversión de costumbres y estabilidad para todos los monjes. Que san Benito diga aquí que el sacerdote debe guardar la disciplina de la Regla, que debe observarla en todos sus aspectos o exigencias, no deja de ser también una manera de afirmar que la incorporación de un sacerdote a una comunidad monástica es posible, pero siempre que sea consciente de su doble vocación de sacerdote y monje, y que a partir del momento en que entra en el monasterio prevalezca la condición de monje. Es preciso prestar atención a la estabilidad, que es el aspecto diferencial más importante entre uno y otro carisma. Una dignidad particular, escribe Aquinata, no dispensa de la vida comunitaria, sino al contrario, la persona que ha recibido esta dignidad se ha de mostrar más humilde, ha de sumergirse en una comunidad de hermanos por completo, con la única excepción de las cosas que hagan referencia a su servicio ministerial de sacerdote.

 

 

domingo, 4 de septiembre de 2022

CAPÍTULO 53 LA ACOGIDA DE LOS HUÉSPEDES

 

CAPÍTULO 53

LA ACOGIDA DE LOS HUÉSPEDES

Todos los huéspedes que se presenten en el monasterio ha de acogérseles como a Cristo, porque él os dirá un día: «Era peregrino, y me hospedasteis». 2 A todos se les tributará el mismo honor, «sobre todo a los hermanos en la fe» y a los extranjeros 3Una vez que ha sido anunciada la llegada de un huésped, irán a su encuentro el superior y los hermanos con todas las delicadezas de la caridad. 4 Lo primero que harán es orar juntos, y así darse mutuamente el abrazo de la paz. 5 Este ósculo de paz no debe darse sino después de haber orado, para evitar los engaños diabólicos. 6 Hasta en la manera de saludarles deben mostrar la mayor humildad a los huéspedes que acogen y a los que despidan; 7 con la cabeza inclinada, postrado el cuerpo en tierra, adorarán en ellos a Cristo, a quien reciben. 8 Una vez acogidos los huéspedes, se les llevará a orar, y después el superior o aquel a quien mandare se sentará con ellos. 9 Para su edificación leerán ante el huésped la ley divina, y luego se le obsequiará con todos los signos de la más humana hospitalidad. 10 El superior romperá el ayuno para agasajar al huésped, a no ser que coincida con un día de ayuno mayor que no puede violarse; 11 pero los hermanos proseguirán guardando los ayunos de costumbre. 12 El abad dará aguamanos a los huéspedes, 13 y tanto él como la comunidad entera lavarán los pies a todos los huéspedes, 14 Al terminar de lavárselos, dirán este verso: «Hemos recibido, ¡oh Dios!, tu misericordia en medio de tu templo». 15 Pero, sobre todo, se les dará una acogida especial a los pobres y extranjeros, colmándoles de atenciones, porque en ellos se recibe a Cristo de una manera particular; pues el respeto que imponen los ricos, ya de suyo obliga a honrarles. * 16 Haya una cocina distinta para el abad y los huéspedes, con el fin de que, cuando lleguen los huéspedes, que nunca faltan en el monasterio y pueden presentarse a cualquier hora, no perturben a los hermanos. 17 Cada año se encargarán de esa cocina dos hermanos que cumplan bien ese oficio. 18 Y, cuando lo necesiten, se les proporcionará ayudantes, para que presten sus servicios sin murmurar; pero, cuando estén allí menos ocupados, saldrán a trabajar en lo que se les indique. 19 Y esta norma se ha de seguir en estos y en todos los demás servicios del monasterio: 20 cuando necesiten que se les ayude, se les dará ayudantes; pero, cuando estén libres, obedecerán en lo que se les mande. 21 La hospedería se le confiará a un hermano cuya alma esté poseída por el temor de Dios. 22 En ella debe haber suficientes camas preparadas. Y esté siempre administrada la casa de Dios prudentemente por personas prudentes. 23 Quien no esté autorizado para ello no tendrá relación alguna con los huéspedes, ni hablará con ellos. 24 Pero, si se encuentra con ellos o les ve, salúdeles con humildad, como 107 hemos dicho; pídales la bendición y siga su camino, diciéndoles que no le está permitido hablar con los huéspedes.

Juan Casiano escribe en Las Colaciones la pregunta de un monje al anciano: ¿cuál es el medio de guardar constantemente la uniformidad?

Pues en ocasiones es preciso romper el ayuno a la hora de Nona para recibir a los huéspedes que llegan. El anciano responde:

“Conviene observar la misma solicitud con uno y otro precepto: abstinencia y hospitalidad. Debemos guardar escrupulosamente la discreción en la comida, por amor a la templanza. Pero debemos cumplir acogiendo a quienes nos visitan, pues sería un absurdo recibir a un huésped, o a Cristo, y no compartir la comida. Pero tenemos un recurso para satisfacer las dos exigencias: a la hora de Nona no comemos más que uno de los panes que permite la Regla, reservando el otro, pensando en el posible huésped que vendrá. De esta forma cumplimos con el deber ineludible de urbanidad y acogida sin faltar al rigor del ayuno. En el caso de no recibir ninguna visita, podemos, todavía comer con toda libertad el pan a que tenemos derecho por la misma Regla. (Segunda Conferencia del Abad Moisés, 25-26)

San Benito, que bebe en las fuentes de los Padres, van en la misma línea: mantener el equilibrio, la moderación, buscar en cada situación la solución prudente y sabia de acuerdo a nuestra vida de monjes. Recibir a los huéspedes como si fuesen Cristo, es una característica principal de la vida monástica.

Corremos el riesgo de cerrarnos en una hospitalidad fácil: nuestros amigos, nuestra cultura religiosa… La Iglesia nos pide que seamos “signos”, lo cual nos pide y exige una generosa abertura. Y hoy debemos tener presente que por el estilo de vida de nuestro tiempo se ponen de actualidad experiencias nuevas; de aquí que no debemos olvidar que recibir como huésped a una persona es amarla por sí misma, por lo que según la tradición de los hijos de san Benito cualquiera que llega a la cada de Dios debe ser acogida con el respeto debido a los hijos de Dios, de lo contrario no será verdadera hospitalidad, lo cual puede y debe hacer siempre sin perturbar el centro de nuestra vida.

El responsable de la hospitalidad monástica es el hospedero, como delegado de la comunidad. Él acoge al huésped, pero sin olvidar que representa a la comunidad. Por ello san Benito pide que se designe un hermano poseído por el temor de Dios, lo que ya sugiere como debe ser la acogida de huéspedes. Cada huésped tiene su personalidad, y llega al monasterio ávido de vivir una realidad espiritual, que empieza a ser perceptible a través del hospedero. Por ello es fundamental que el hospedero no se aproveche de su servicio para disiparse, y compensar con múltiples contactos un cierto desequilibrio afectivo.

Escribía el abad Denis de Ligugé que el obstáculo más grande en el servicio de la hospitalidad es la conversación ociosa, que, sobre todo en un monasterio, pero también en cualquier otro lugar, trivializa y marchita las mejores oportunidades de superación que se presentan. (Lettre de Ligugé, nº 149, “El monje, el huésped y Dios”)

Hospederos o no, todos llevamos nuestro tesoro en vasijas de barro. Es preciso aplicar al hospedero y a todo monje lo que dice san Pablo a los Gálatas sobre los frutos del Espíritu, que son el gozo, la paz, la longanimidad, la afabilidad, la mansedumbre, la templanza… (Gal 5,22s)

Los huéspedes son hermanos, por lo tanto, es preciso que el hospedero sea un hombre espiritual que posea un discernimiento, un juicio sano y recto, un trabajo que debe hacer siempre con tacto y con firmeza.

Un huésped explicaba su visita a un monasterio acompañado por un ingenioso monje, que multiplicaba sus agudezas y se interesaba por una o dos personas del grupo. No cabe esta actitud. Dios nos guarde de los hospederos que tienen respuesta para todo, cuando debe ser su pobreza y sencillez monástica la que debe guiarle a actuar.

El principio metodológico y práctico es que nadie es capaz de dar lo que no tiene. Solo en la medida en que vivimos la paz interior, la escucha de la Palabra, la oración como un diálogo con el Señor, la fraternidad y el trabajo… podremos transmitir a los demás nuestros valores monásticos. Y esto es así para los huéspedes habituales o regulares, para los huéspedes más o menos ilustres, y para los huéspedes “passantes”, o para los acogidos que han huido del desastre de la guerra. En todos está Cristo, ciertamente, pero más en quienes padecen más. Nos dice también el papa Francisco:

“Todos estamos llamados a acoger a los hermanos y hermanas que huyen de la guerra, del hambre, de la violencia y de las pésimas condiciones de vida. Todos juntos somos una gran fuerza de ayuda para todos aquellos que han perdido la patria, la familia, el trabajo, la dignidad… No caigamos en la trampa de cerrarnos en nosotros mismos, indiferentes a las necesidades de los hermanos, y preocupados solamente de nuestras necesidades”. (Audiencia general, 26 Octubre 2016)