domingo, 9 de julio de 2023

CAPÍTULO 7,34 EL TERCER GRADO DE LA HUMILDAD

 

CAPÍTULO 7,34

 

El tercer grado de humildad es que el monje se someta al superior con toda obediencia por amor a Dios, imitando al Señor, de quien dice el Apóstol: «Se hizo obediente hasta la muerte».

 

“Por amor de Dios” es la motivación que nos da san Benito para obedecer a los superiores. Hemos venido al monasterio no para hacer nuestra voluntad sino la de Aquel que nos ha llamado a la vida monástica.

¿Cómo saber si hacemos la voluntad del Señor, y no la nuestra?

Por ello Benito externaliza la obediencia, para saber que no hacemos la nuestra. En muchos momentos de nuestra vida obedecemos: a los padres, de pequeños, a los maestros en la escuela, en el trabajo a los encargados…. A nivel social está claro que debemos obedecer las leyes civiles, y en nuestro caso las canónicas.

La obediencia forma parte de nuestra vida. Con las distintas etapas de la vida va cambiando nuestra manera de obedecer, pues las circunstancias van cambiando y nos podemos encontrar con casos, o vivirlos, en el que hay de todo, positivo y negativo. Necesitamos pues, llegar a una gran madurez, y no quedarnos en una adolescencia emocional que nos moverá más según nuestros intereses que el bien común, que debe ser una vida comunitaria sana.

Podemos faltar por acción y omisión, podemos desobedecer por desconocimiento, por negligencia, o por mala voluntad, y conscientes de esta desobediencia no nos sentimos con más felicidad, sino que quedamos con la conciencia de una falta, de un no cumplir… Un ejemplo: cada uno de nosotros tiene encomendada una tarea, que hacemos en beneficio de la comunidad; despreciarla, o ser negligente con ella, viene a ser la expresión más práctica de desobedecer lo que se nos ha mandado.

Estos días en el “grupo de los Amicis” hemos reflexionado sobre las ideas principales que abordaba el Papa en su discurso al Capítulo General de nuestro Orden. Un Discurso elaborado por la Secretaría de Estado, sobre la base de unos puntos centrales que nuestro Abad General había sugerido.

Pero reflexionando sobre las ideas como observancia, conversión, pobreza, o caminar juntos,… aparece el tema de la obediencia. No se trata de que el Papa haya hablado a nuestro Orden acerca de obedecerlo a él, sino que iba más al centro: de obedecer al que está por encima de todo, que es el Cristo, que nos ha llamado a seguirlo en la vida monástica. Por ello cuando nos ponemos “por encima del bien y del mal”, acabamos desobedeciendo a Cristo, que cada día nos habla a través de su Palabra, de la plegaria, a través de los otros. No obedecerlo a él, significa que nos hacemos esclavos de nuestra propia voluntad, y no la de Aquel que vino a darnos testimonio de como vivir en plenitud no buscando nuestra propia voluntad.

A nosotros no se nos pide dar la vida por Cristo; se nos piden cosas mucho más simples, lo cual muchas veces nos desagrada por su misma naturaleza a causa de la motivación que nos mueve a hacerla.

Ya desde antiguo este tercer grado de la humildad nos puede hacer bajar la escala disgustados, o por lo menos intentando poner nuestras condiciones, planteando una obediencia negociada. Hay hermanos a quienes la obediencia les sale del corazón, mientras a otros les cuesta más y no progresan adecuadamente. No es que el tema de la obediencia esté de moda, pero hay una crisis de autoridad que lleva a despertar la nostalgia de otros tiempos de la vida eclesial, cuando nadie discutía los preceptos, mientras que en otros sectores se pone en cuestión cualquier precepto surgido, por ejemplo de un obispo, o del mismo Papa. Al Espíritu Santo, en ocasiones, lo hacemos bajar sobre nosotros mismo cada día y lo espantamos para evitar que baje sobre los demás, y si lo hace no lo reconocemos como Espíritu Santo.

no de los textos sobre los que hemos reflexionado estos días en Hauterive era un Apotegma de un Padre del Desierto:

Venía a explicar que dos santos monjes habían recibido el don de ver si otro hermano estaba en gracia de Dios o no. Pues bien, un viernes, uno de los monjes sale del monasterio y reprende a alguien a quien ve comiendo carne, y le dice:

-Pero, ¿Qué haces en viernes?

El monje vuelve al monasterio y su compañero advierte que la gracia de Dios le había abandonado. El hermano va a su encuentro y le dice con toda delicadeza que observa que la gracia de Dios le ha abandonado. En principio el primero no cree haber hecho nada mal, pero ayudado por el hermano reconoce la reprensión hecha el viernes a un tercero.

En comunión, oremos los dos durante dos semanas para corregirnos mutuamente. Faltar a la obediencia, quizás es perder, en cierta manera, la gracia de Dios, y cuando caemos haría falta ser conscientes de ello y orar por recuperarla.