CAPÍTULO
47
LA
LLAMADA PARA LA OBRA DE DIOS
Es responsabilidad del
abad que se dé a su tiempo la señal para la obra de Dios, tanto de día como de
noche, o bien haciéndolo él personalmente o encargándoselo a un hermano tan
diligente, que todo se realice a las horas correspondientes. 2 Los salmos y antífonas
se recitarán, después del abad, por aquellos que hayan sido designados y según
su orden de precedencia. 3 No se meterá a cantar o leer sino el que sea capaz
de cumplir este oficio con edificación de los oyentes. Y se hará con humildad,
gravedad y reverencia y por aquel a quien se lo encargue el abad.
Hace
unos años en las calificaciones académicas se reseñaba la actitud, que afectaba
a diversos puntos: asistencia, puntualidad… Parece que san Benito también nos
pide asistencia y puntualidad, puesto que además de asistir al Oficio Divino,
desea que comience puntualmente con una señal, y esto hemos de practicarlo con
celo, que es una expresión importante en el texto de la Regla.
Es
preciso hacerlo todo a las horas adecuadas, pues hay un momento para el Oficio,
como hay otro para el trabajo o para comer, para dormir, o para la lectio…
Solamente siendo fieles podemos llevar un ritmo de vida adecuado y sostenible.
La asistencia y puntualidad depende de nosotros, de no priorizar otra cosa a
todo acto comunitario, sobre todo nada que vaya unido a nuestra voluntad y
opuesto a la voluntad de Dios. Pero san Benito todavía va más lejos: todo debe
estar orientado a nuestra edificación espiritual. Por lo tanto, los salmos, las
lecturas y antífonas se deben recitar, cantar o leer por parte de quien tiene
este encargo, y de acuerdo al objetivo, que no es otro que la edificación de
quienes escuchan.
Debemos
ser conscientes cuando se nos encomienda esta tarea de llevarla a cabo con
responsabilidad. Quizás, a veces, podemos estar tentados de pensar que no nos
escuchan, o que están distraídos, y que no tiene tanta importancia el que nos
equivoquemos. Pero si todos estamos como debemos, debemos tener en cuenta que
los hermanos nos escuchan con atención, y que si nos equivocamos está bien el
pedir un “perdón” y rectificar.
Un
ejemplo que hoy no se ha producido pero que podría haber sucedido, en la
lectura del segundo nocturno de Maitines se nos decía «No basta de proyectar el
bien» si nosotros decimos «basta de proyectar el bien» entonces traicionamos al
autor del texto, en este caso santo Hilario, y movemos a confusión a quienes
nos escuchan. Como un error en el que fácilmente caemos y es el cambio de
persona en un pronombre personal y evidentemente no es el mismo dirigirse al
Señor para pedirle el perdón de los nuestros de pecados que decirle que el
perdón es necesario por sus supuestos pecados, porque como todos sabemos Dios
no peca en ninguno de sus tres personas. San Benito nos da la solución en el
sentido de que debemos hacer todo con humildad, gravedad y respeto. Tres
palabras importantes en nuestra vida. Ya sabemos que en la humildad tenemos todo
un camino para recorrer, o una escalera, en lo que profundiza san Benito.
Concretamente,
nos dice que “el doce grado de la humildad es cuando el monje no tiene la
humildad solamente en el corazón, sino que incluso la manifiesta en su cuerpo a
quien le observan, es decir, en el Oficio, en oratorio, en el huerto, de viaje”…
Por esto nos conviene ser conscientes de que recitar, leer o cantar, no es algo
que hacemos por nosotros mismos, ni para lucirnos personalmente, sino que, como
todo lo que hacemos, lo estamos haciendo por Dios y por la comunidad, por lo
cual debe ser expresión real de nuestro amor hacia Dios y hacia la comunidad.
San
Benito añade dos ideas más, como son la gravedad y el respeto. Cuando nos habla
del oratorio nos dice que allí no hacemos otra cosa sino orar, sea
comunitariamente, sea personalmente. Esta actitud debe manifestarse en la
gravedad y el respeto. No se trata de tener una actitud afectada, si somos
conscientes de donde estamos y de lo que estamos haciendo, como sugiere también
la Regla en el capítulo XIX al enseñarnos sobre la actitud en la salmodia: “creemos
que Dios está presente en todas partes y que los ojos del Señor en todo lugar
miran a los buenos y a los malos, por esto, lo creemos, sobre todo, sin duda
alguna, cuando estamos en el Oficio Divino”.
Juan
Casiano en las Colaciones nos dice: “Para llegar a aquel fervor que exige la
plegaria, es preciso una fidelidad a toda prueba. Antes que nada, es necesario
suprimir al pie de la letra toda solicitud por las cosas temporales. Eliminar
con prontitud no solo el cuidado, son también el recuerdo de los asuntos y
negocios que nos preocupan. También renunciar a la detracción, a las palabras
vanas y chismorreos. Cortar de raíz todo movimiento de cólera o de tristeza. En
una palabra, exterminar radicalmente el fomento pernicioso de la concupiscencia
y de la avaricia” (Col IX,III)
En
palabra del Papa Benedicto XVI “redescubrir el lugar central de la Palabra
de Dios en la vida de la Iglesia quiere decir también redescubrir el sentido
del recogimiento y de la serenidad interior” (Verbum Dei, nº 66)