sábado, 30 de diciembre de 2023

PRÓLOGO, 39-50

 

PRÓLOGO  39-50

 

Hemos preguntado al Señor, hermanos, quién es el que podrá hospedarse en su tienda y le hemos escuchado cuáles son las condiciones para poder morar en ella: cumplir los compromisos de todo morador de su casa. 40Por tanto, debemos disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar en el servicio de la santa obediencia a sus preceptos. 41Y como esto no es posible para nuestra naturaleza sola, hemos de pedirle al Señor que se digne concedernos la asistencia de su gracia. 42Si, huyendo de las penas del infierno, deseamos llegar a la vida eterna, 43mientras todavía estamos a tiempo y tenemos este cuerpo como domicilio y podemos cumplir todas estas a cosas a luz de la vida, 44ahora es cuando hemos de apresurarnos y poner en práctica lo que en la eternidad redundará en nuestro bien. 45Vamos a instituir, pues, una escuela del servicio divino. 46Y, al organizarla, no esperamos disponer nada que pueda ser duro, nada que pueda ser oneroso. 47Pero si, no obstante, cuando lo exija la recta razón, se encuentra algo un poco más severo con el fin de corregir los vicios o mantener la caridad, 48no abandones en seguida, sobrecogido de temor, el camino de la salvación, que forzosamente ha de iniciarse con un comienzo estrecho. 49Mas, al progresar en la vida monástica y en la fe, ensanchado el corazón por la dulzura de un amor inefable, vuela el alma por el camino de los mandamientos de Dios. 50De esta manera, si no nos desviamos jamás del magisterio divino y perseveramos en su doctrina y en el monasterio hasta la muerte, participaremos con nuestra paciencia en los sufrimientos de Cristo, para que podamos compartir con él también su reino. Amén.

 

San Benito concluye el Prólogo de la Regla con la concepción de la vida monástica como un camino que nos puede llevar a la vida eterna. Nos habla de este camino como una “escuela del servicio divino” en done no bastan nuestras propias fuerzas para avanzar, para progresar adecuadamente, por lo que necesitamos pedir la acción de la gracia divina. Utilizando una serie de conceptos establece una espiritualidad que puede ser bastante diferente de los caminos de nuestra sociedad, y de lo que ésta entiende por “vivir”.

Hoy “abandonar enseguida espantados de terror” viene a ser una norma de conducta. Cuando nos hallamos con dificultades, delante de un camino estrecho, nuestra naturaleza nos invita a escapar de las dificultades, más que a afrontarlas. La causa de ello es que más bien confiamos en nuestras fuerzas, y cuando vemos que no podemos, no pedimos ayuda al Señor y nos ponemos en retirada.

No quiere decir que los hombres y mujeres de la época de san Benito fueran más fuertes. La diferencia es que la humanidad entiende hoy la vida como una lucha en la que cada uno se apoya en sí mismo, y olvida, no ya la ayuda de los otros, sino la del mismo Dios. Nos consideramos lo suficientemente fuertes como para no recurrir a Dios, y la realidad no confirma esta concepción de la humanidad, pues seguimos siendo débiles, y así continuaremos, pues la debilidad es algo connatural a la misma humanidad.

De aquí, por ejemplo, la poca permeabilidad de algunos de los candidatos que se acercan al monasterio, que parten de la creencia de que ya tienen poco que aprender, y están lejos de una búsqueda verdadera de Cristo. Y que viene a ser una forma simple de vivir, olvidando lo fundamental que es tener el horizonte de una vida eterna.

La cuestión, para nosotros es como transmitir este ideal de la vida monástica, esta idea de la “escuela del servicio divino”, de la que nos habla san Benito.

Acceder a todo no es una buena solución, pues el camino es estrecho, y lo queremos presentar desde el principio como amplio, y descubrir la estrechez más adelante. Pero esto no es un buen planteamiento, pues además toda comunidad está siempre, debe estar, en esta situación “de camino”

Los monjes, debemos también tener claro, que también estamos en camino, aunque hayamos avanzado y superado estrecheces, pero conviene mantenerse despiertos en orden a superar todas las estrecheces del camino y pedir la ayuda de Dios.

La idea de la vida monástica como una milicia nos puede parecer poco agradable, pero conviene considerar que siempre es un camino de superación, de lucha, en obediencia a Cristo, que es quién únicamente nos puede llevar a la vida eterna.

La vida monástica es un continuo avanzar, siempre con el riesgo de retroceder, de estancarnos y cerrarnos a la gracia de Dios. A cada etapa de esta vida corresponde un grado de dificultad diferente. Al inicio son las renuncias a las cosas que hasta entonces eran fundamentales, incluso integradas en nuestra personalidad. Viene la época del desencanto, cuando vemos que no se cumplen nuestras expectativas, y nos podemos refugiar en la mediocridad espiritual, en una mera supervivencia. Los obstáculos no acaban nunca en el camino. Al final nos encontramos con pérdida de las fuerzas, la proximidad de la muerte, donde tenemos necesidad de experimentar la gracia de Dios, para no desesperar de Su misericordia.

Por eso san Benito nos habla de la perseverancia. La vida monástica es como una carrera de fondo, donde la perseverancia tiene una importancia fundamental, para no ser víctima de los riesgos y peligros del camino. No en vano, san Benito nos dice de participar en los sufrimientos de Cristo con la paciencia.

Ni la perseverancia, ni la paciencia, no están hoy muy de moda. Podemos acercarnos a la vida monástica deslumbrados por un cierto snobismo social o espiritual, lo cual no nos va a impedir ver el camino como áspero y pesado, insoportable, en lugar de reconocer como la renuncia voluntaria de cosas que hoy la sociedad considera como parte de nuestra personalidad, no son sino imposiciones y prohibiciones pasadas o superadas.

La vida monástica, como la vida del creyente, como toda vida humana, es un camino con dificultades, y no bastan nuestras fuerzas para avanzar; necesitamos pedir, suplicar, confiarnos a la gracia de Dios.

Escribe Dom Agustín Savaton que la clave de la docilidad para asimilar la doctrina del Señor, la unión a sus sufrimientos…La Regla no disimula los momentos austeros del peregrinaje, pero en este camino si somos capaces de perseverar acaba en la gloria. (Cf, La Regla benedictina comentada).

domingo, 24 de diciembre de 2023

CAPÍTULO 70, NADIE SE ATREVERÁ A PEGAR ARBITRARIAMENTE A OTRO

 

CAPÍTULO 70

NADIE SE ATREVERÁ A PEGAR

ARBITRARIAMENTE A OTRO

Debe evitarse en el monasterio toda ocasión de iniciativa temeraria, 2 y decretamos que nadie puede excomulgar o azotar a cualquiera de sus hermanos, a no ser que haya recibido del abad potestad para ello. 3 «Los que hayan cometido una falta serán reprendidos en presencia de todos, para que teman los demás ». 4 Pero los niños, hasta la edad de quince años, estarán sometidos a una disciplina más minuciosa y vigilada por parte de todos, 5 aunque con mucha mesura y discreción.6 El que de alguna manera se tome cualquier libertad contra los de más edad sin autorización del abad o el que se desfogue desmedidamente con los niños, será sometido a la sanción de la regla, 7 porque está escrito: «No hagas a otro lo que no quieres que hagan contigo».

 

Ni defensar, ni pegar, ni oponerse con orgullo o resistencia, sino obedecerse unos a otros. Estos son algunos de los últimos consejos de san Benito. Como, si de repente, se hubiera hecho consciente que esto era posible, olvidando más bien lo de la obediencia mutua, o el buen celo que debe guiar nuestra vida. Son situaciones que san Benito seguramente vivió, y sobre las que nos quiere prevenir, y evitar así problemas en la vida de la comunidad.

San Benito se refiere sobre todo a los ancianos, o a los niños, que pueden ser ocasión de nuestros nervios, pues son dos colectivos más vulnerables. Algo que también ocurre fuera el ámbito monástico.

En el caso de los niños, es hoy, un foco permanente de atención, complicado y doloroso, que no se acaba de abordar con valentía rigor.

El documento de la Conferencia Episcopal, “Para dar luz” dice:

“La primera reprobación de estos comportamientos sexuales se encuentra en la Didajé, también conocida como “Enseñanza de los Doce apóstoles”, texto compilado en la segunda mitad del siglo I, pocas decadas después de la muerte de Jesucristo, en donde aparece ya la prohibición de corromper sexualmente a los jóvenes, aunque fue un siglo más tarde, cuando san Justino en su Primera Apología, denunciará formalmente los encuentros carnales de adultos con niños (2,1,1). Antiguos precedentes, como también dispone al Concilio de Elvira: Los que abusen sexualmente de los niños no pueden recibir la comunión ni en peligro de muerte” (Canon 71)

San Benito plantea ya prevenir, evitar situaciones negativas, y preveía para los infractores el castigo. Casi, podríamos decir, que san Benito contempla en lo que escribe una guía para un protocolo a fin de evitar abusos entre hermanos, sobre todo, respecto a ancianos y niños.

El abuso viene, de hecho, cuando perdemos la medida y la ponderación, la discreción. De aquí, la importancia de mantener un ritmo de vida equilibrado, sincero, una vida monástica vivida de corazón, como un verdadero regalo del Señor, y no como una carga o una imposición que precisa desfogarse. Pegar a otro hermano es un hecho grave, como para merecer, efectivamente, un castigo de la Regla. Pero podemos caer en la tentación de otras actitudes violentas menores, pero que crean un clima para desviaciones más graves.

La asistencia y la puntualidad al Oficio Divino siempre corre el riesgo de ser pospuesta. Un día me encuentro mal, otro día otra causa…. Y voy cayendo en la indolencia, la acedía de la que siempre será difícil salir.

Las relaciones con el exterior también pueden ser una piedra de tropiezo, que nos pueden pasar factura personal o comunitaria. Es preciso tener presente que donde está la actuación puntual de un monje, hay una imagen de toda la comunidad, y de toda la Iglesia.

Por ello, el Dicasterio de la Doctrina de la Fe alerta sobre los “comportamientos escandalosos o conductas que perturban al orden” (Vademecum 15).

El defensor del Pueblo escribe en su informe sobre los abusos sexuales en la Iglesia: “Los abusos sexuales en la Iglesia católica constituyen un grave problema social y de salud pública que ha causado muchos daños. La gravedad del fenómeno deriva de la intensidad del daño que ha sufrido las víctimas, de la cantidad de personas afectadas y de la defraudación de la confianza depositada por ellas y por una parte de la sociedad en una institución que ha tenido un poder innegable en España y una autoridad moral en la sociedad”.

Lo que san Benito no desea son las arbitrariedades, excesos, abusos personales, que acaban por afectar a otras personas que no tiene nada que ver con la causa de la irritación del monje. De aquí que contemple la posibilidad de que esta ira descargue sobre los más indefensos: niños y ancianos, y busque la manera de evitarlo, y si se produce de sancionarlo, para evitar su repetición.

Del grado del cumplimiento de nuestras obligaciones como monjes depende nuestra salud espiritual y nuestra conducta. Si hay incumplimientos, el riesgo de caer en estos excesos, de perder la mesura y la ponderación aumenta considerablemente. Una buena salud espiritual facilita una conducta de vida saludable y equilibrada. Habría que concluir como escribe san Bernardo, diciendo: “Considera mis razones, no he podido enseñar algo distinto de los que aprendí. No me ha parecido conveniente describir las subidas, porque tengo más experiencia de las bajadas. Que san Benito te exponga los grados de humildad, grados que él va disponer, primero en su corazón. En cuanto a mí, solo puedo proponerte el orden que llevado en la bajada. Si reflexionas seriamente sobre esto, tal vez encuentras aquí tu propio camino de subida” (Los grados de la humildad y de la soberbia, 57,2)

 

 

 

 

 

   

domingo, 17 de diciembre de 2023

CAPÍTULO 63, LA PRECEDENCIA EN EL ORDEN DE LA COMUNIDAD

 

CAPÍTULO 63

LA PRECEDENCIA EN EL ORDEN DE LA COMUNIDAD

 

Dentro del monasterio conserve cada cual su puesto con arreglo a la fecha de su entrada en la vida monástica o según lo determine el mérito de su vida por decisión del abad. 2 Mas el abad no debe perturbar la grey que se le ha encomendado, ni nada debe disponer injustamente, como si tuviera el poder para usarlo arbitrariamente. 3 Por el contrario, deberá tener siempre muy presente que de todos sus juicios y acciones habrá de dar cuenta a Dios. 4 Por tanto, cuando se acercan a recibir la paz y la comunión, cuando recitan un salmo y al colocarse en el coro, seguirán el orden asignado por el abad o el que corresponde a los hermanos. 5 Y no será la edad de cada uno una norma para crear distinciones ni preferencias en la designación de los puestos, 6 porque Samuel y Daniel, a pesar de que eran jóvenes, juzgaron a los ancianos. 7 Por eso, exceptuando, como ya dijimos, a los que el abad haya promovido por razones superiores o haya degradado por motivos concretos, todos los demás colóquense conforme van ingresando en la vida monástica; 8 así, por ejemplo, el que llegó al monasterio a la segunda hora del día, se considerará más joven que quien llegó a la primera hora, cual quiera que sea su edad o su dignidad. 9 Pero todos y en todo momento mantendrán a los niños en la disciplina. 10 Respeten, pues, los jóvenes a los mayores y los mayores amen a los jóvenes. 11 En el trato mutuo, a nadie se le permitirá llamar a otro simplemente por su nombre. 12 Sino que los mayores llamarán hermanos a los jóvenes, y éstos darán a los mayores el título de «reverendo padre». 13 Y al abad, por considerarle como a quien hace las veces de Cristo, se le dará el nombre de señor y abad; mas no por propia atribución, sino por honor y amor a Cristo. 14 Lo cual él debe meditarlo y portarse, en consecuencia, de tal manera, que se haga digno de este honor. 15 Cada vez que se encuentren los hermanos, pida el más joven la bendición al mayor. 16 Cuando se acerque uno de los mayores, el inferior se levantará, cediéndole su sitio para que se siente, y no se tomará la libertad de sentarse hasta que se lo indique el mayor; 17 así se cumplirá lo que está escrito «Procurad anticiparos unos a otros en las señales de honor». 18 Los niños pequeños y los adolescentes ocupen sus respectivos puestos con el debido orden en el oratorio y en el comedor. 19 Y fuera de estos lugares estén siempre bajo vigilancia y disciplina hasta que lleguen a la edad de la reflexión

 

San Benito nos habla de promover o posponer, de considerar más joven el que llega a la hora segunda, sea de cualquier edad o dignidad, de no perturbar la comunidad, de no crear preferencias, de observar la disciplina, y tener presente que el abad deberá dar cuenta a Dios de todos sus actos.

La antigüedad es un grado y así lo tiene presenta san Benito. Pero no por llevar más tiempo que otro, uno es mejor monje, pues en nuestra vida ordinaria del monasterio, podemos avanzar en nuestro camino a la vida eterna, o podemos correr el riesgo de quedarnos “parados”, en una posición que más bien sería un retroceso.

San Benito, en el capítulo 58 presenta el programa del novicio con tres verbos: estudiar, comer y dormir. Parece un buen programa. A veces podemos tener la tentación de invertir la propuesta de san Benito, pues mientras en el noviciado nos podemos mostrar disponibles, solícitos, una vez hecha la profesión solemne podemos refugiarnos en este lema del noviciado, perdiendo aquella buena disposición de la disponibilidad y solicitud hacia la comunidad…

San Benito aconseja al abad que no dé lugar a perturbaciones con disposiciones injustas o arbitrarias; algo vinculado a otro concepto del que habla san Benito: honrarse. A esta honra nos ayudan diversas actitudes: intentar hacernos dignos de honor, llevar una vida regular equilibrada, evitando la tentación de creer que hemos conseguido nuestro objetivo, lo que nos dispensa de considerar la necesidad que siempre tenemos de la paciencia, de soportarnos las debilidades físicas como morales, de no buscar más lo nuestro por encima de las cosas de los demás, o de practicar la caridad fraterna.

San Benito lo resume todo en una frase muy clara: “No anteponer nada absolutamente a Cristo que nos debe llevar “todos juntos” a la vida eterna” (Cf RB 73,11-12)

Hay cosas puntuales que nos ayudan a “honrarnos”. Por ejemplo, la práctica que recomienda san Benito: “que no se permita llamar a otro solo por su nombre. No es un detalle secundario indicar que se trate a los ancianos de “nonnus”, a los jóvenes como “hermanos”, y al abad como “señor”.

Han podido cambiar los tiempos, pero la idea fundamental permanece, pues una comunidad no es una reunión de un grupo de amigos, sino de un grupo de personas llamadas por Dios a seguirlo, a buscarlo, lo que supone renuncias, sacrificios, hechos siempre, vividos, por Cristo, y no por esta u otra persona.  Siempre el punto de referencia deberá ser la vida en Cristo.

El ”orden la comunidad”, no debe considerarnos como un detalle menor o secundario para considerar nuestra vida. Sin atención a los detalles no se puede llegar a configurar un buen conjunto comunitario. Si nos cerramos en nuestra manera de vivir se da lugar a una serie de riesgos, que acaban con una comunidad de mesa, cama para dormir, ropa limpia… en definitiva una decadencia espiritual total.

El orden de la comunidad, el honrarnos mutuamente, nos pide hacernos dignos de alcanzar este honor, y no buscar alcanzarlo por nosotros mismos de manera unilateral. Y el camino no es otro que llevar una vida monástica ordenada en la plegaria, el trabajo, el contacto asiduo con la Palabra de Dios… son las armas contra el desencanto, la frustración, la monotonía…

En ocasiones, esta concepción del orden, choca con otras instituciones de la que nos habla san Benito en el capítulo 21 sobre los decanos.

Hay monjes con la responsabilidad de una determinada tarea: cocina, hospedería, huerto o jardines, enfermería… y cuyo servicio supone también una responsabilidad con respeto al resto de la comunidad. Tenemos aquí un ejemplo bien practico de como aplicar la obediencia, el buen celo o el honorarse unos a otros, pues la comunidad se organiza en  “decanías” para ser más operativa en determinadas tareas. También es un buen lugar y momento para aplicar aquello de “que no se permita a nadie de llamar a otro solo por su nombre”, porque si trabajamos a con éste u otro hermano, no es porque lo elegimos, sino porque todos formamos parte de una comunidad, y es bueno tener presente siempre en el trato personal ese servicio concreto que puede desarrollar un miembro de la comunidad.

Nuestra relación más que laboral es sobre todo espiritual, nos une a todos una sola cosa: seguir a Cristo. Y esto nos debe llevar a vivirlo en el fondo y en las formas con rotundidad, orden y honor.

domingo, 10 de diciembre de 2023

CAPÍTULO 56, LA MESA DEL ABAD

 

CAPÍTULO 56

 LA MESA DEL ABAD

 

Los huéspedes y extranjeros comerán siempre en la mesa del abad. 2 Pero, cuando los huéspedes sean menos numerosos, está en su poder la facultad de llamar a los hermanos que desee. 3 Mas deje siempre con los hermanos uno o dos ancianos que mantengan la observancia.

 

Compartir le mesa supone una relación fuerte entre las personas. Quien se acerca a la comunidad lo puede hacer por motivaciones diversas. En nuestra comunidad se ofrece la posibilidad de compartir las comidas en el refectorio, lo cual no es habitual en todos los monasterios. San Benito nos manda acoger a los huéspedes como si fueran el mismo Cristo, y una manera factible y sincera es compartir dos cosas importantes en la comunidad: la plegaria y el refectorio.

El refectorio no es solo un lugar para satisfacer unas necesidades materiales, sino que tiene también un fuerte sentido comunitario, espiritual. En nuestro caso el mismo marco arquitectónico lo destaca, pues refectorio podría ser también, por su estructura un oratorio. Compartimos, pues, con los huéspedes la plegaria y las comidas, de acuerdo a la costumbre monástica. También ellos deben ser conscientes de lo que esto representa como, por ejemplo, mantener el silencio, como en el claustro y en la Iglesia.

Compartir las comidas, en la misma Escritura tiene un significado importante.

Un primer ejemplo lo tenemos en Abraham, que, sentado a la entrada en la tienda en Mambré, en el momento en que el calor del día era más fuerte, vio tres hombres cerca de él. Nada más verlos corrió a encontrarlos, se prosternó delante de ellos y se ofreció a llevarles agua para lavarse los pies, mientras reposaban en la sombra de la encina, y fue a buscar algo para comer y recobrarán las fuerzas antes de continuar el camino (Gen 18)

También en el libro de los Reyes la viuda de Sarepta comparte con Elías lo que le quedaba: un puñado de harina y un poco de aceite. Compartiendo todo lo que poseen con el profeta vendrá a resultar que el recipiente de harina no se vaciará hasta que el Señor enviará la lluvia. (Cf 1Re 17)

Ofrecer comida, invitar a la mesa es una parte principal de la acogida del forastero. A la mesa del abad son invitados, por ejemplo, obispos, abades, abadesas, monjes, responsables e instituciones públicas o privadas, políticos o militares…  A cada uno es preciso acoger como al mismo Cristo, según lo expresa san Benito como plasmación de la hospitalidad monástica.

Ciertamente, habrá invitados con los que podemos sintonizar más, con más o menos compromiso, pero, en definitiva, como dice san Benito, a todos es necesario una acogida como al mismo Cristo.

Nuestra sociedad, a menudo, está sometida a tensiones, y en ocasiones las tensiones vienen de manera voluntaria, quizás con la idea de plantear diferencias, poner distancias, singularizarse… Estas actitudes, a veces, llevan a caer en un cierto histrionismo, alguno que no saluda a otro porque no comparte una posición determinada, porque no reconoce la institución que representa, o por otras razones, San Benito, es evidente, no va por estos caminos, ya lo recuerda cunado hablando del abad dice que no haga acepción de personas, y parece que en caso de sentar convidados a la mesa, el asunto debe ser en esta línea.

¿Qué modelos tenemos si no el mismo Cristo?  Muchas veces le acusaban de sentarse a la mesa con publicanos y pecadores. Pero a pesar de las críticas se sentaba, compartía la mesa con ellos, necesitados de perdón.

Jesús come en casa de Leví, hijo de Alfeo, el publicano recaudador de impuestos a pesar de las murmuraciones, y que se creían con el derecho de decirle con quien se podía poner i ponerse con él a la mesa.

También se sentó con Zaqueo, y de nuevo vinieron las murmuraciones por alojarse en cada de un pecador.

Jesús no hace acepción de personas y se sienta con publicanos y pecadores, como con los fariseos que se tenía como los más nobles y respetables de la sociedad, y durante las comidas les instruía con parábolas; de alguna manera como hacemos nosotros con los convidados ocasionales y huéspedes que escuchan en el refectorio la Palabra de Dios y la lectura correspondiente

Para Jesús, como para san Benito, sentarse a la mesa no es secundario, bastan dos ejemplos: la Última Cena, y los peregrinos de Emaús.

Cuando acogemos huéspedes, como hacemos habitualmente, u otros invitados, debemos tener presente lo que no dice san Benito, o como comentaba Dom Pablo, abad de Solesmes:

“Los peregrinos pertenecen a Dios de una manera especial. Buscan a Dios. Hay que ayudarles a encontrarlo; allá donde se detienen es preciso prepararles una pequeña patria… Los pobres y los peregrinos son miembros privilegiados de Nuestro Señor Jesucristo, de Aquel que vivió en la tierra como un peregrino, como un pobre, como un forastero en busca siempre de una acogida… San Benito quiere que se lea a los huéspedes un pasaje de la Sagrada Escritura. Esta lectura edifica y lo prepara para sacar provecho de su estancia en el monasterio” (Paul Delatte, Comentario a la Regla, 53)

 

domingo, 3 de diciembre de 2023

CAPÍTULO 49, LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

 

CAPÍTULO 49

LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

 

Aunque de suyo la vida del monje debería ser en todo tiempo una observancia cuaresmal, 2 no obstante, ya que son pocos los que tienen esa virtud, recomendamos que durante los días de cuaresma todos juntos lleven una vida íntegra en toda pureza 3 y que en estos días santos borren las negligencias del resto del año. 4 Lo cual, cumpliremos dignamente si reprimimos todos los vicios y nos entregamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia. 5 Por eso, durante estos días impongámonos alguna cosa más a la tarea normal de nuestra servidumbre: oraciones especiales, abstinencia en la comida y en la bebida, 6 de suerte que cada uno, según su propia voluntad, ofrezca a Dios, con gozo del Espíritu Santo, algo por encima de la norma que se haya impuesto; 7 es decir, que prive a su cuerpo algo de la comida, de la bebida, del sueño, de las conversaciones y bromas y espere la santa Pascua con el gozo de un anhelo espiritual. 8 Pero esto, que cada uno ofrece, debe proponérselo a su abad para hacerlo con la ayuda de su oración y su conformidad, 9 pues aquello que se realiza sin el beneplácito del padre espiritual será considerado como presunción y vanagloria e indigno de recompensa; 10 por eso, todo debe hacerse con el consentimiento del abad.

Vivir en todo tiempo una observancia cuaresmal, puede parecer priori una manera extraña de san Benito de plantear la vida monástica. Lejos de la realidad, si entendemos la Cuaresma en sentido estricto como camino de conversión, un camino hacia la Pascua, hacia la vida eterna. El mismo san Benito advierte que en este camino no estamos exentos de riesgos. Hay una manera espiritualmente sana de vivir, que incluye la plegaria, la abstinencia, la privación de algo, siempre con un objetivo claro: ofrecer a Dios algo per propia voluntad y con el gozo del Espíritu santo. Podemos tener la tentación de tomar un camino personal que consideremos más nuestro, pero ya nos advierte san Benito que éste no es un camino de conversión, pues no puede llevar a la vanagloria y apartarnos del camino correcto, por lo que hace la advertencia de contar con el consentimiento del abad, y no de la mera iniciativa.

Seguramente, por la concepción que en tiempos de san Benito se tenía de los tiempos litúrgicos, era innovador esta concepción de la vida como una Cuaresma. Pero, aunque san Benito no lo apunte, podríamos repensar la vida monástica como un tiempo de Adviento indefinido, durante el cual estamos convidados a retraernos de toda clase de vicios y a darnos más a la oración y a la lectura. La Cuaresma, como un camino hacia la Pascua y el Adviento como un tiempo de esperanza, fijos los ojos en el advenimiento, como dos caminos a recorrer en nuestra vida.

Vivir los “tiempos litúrgicos fuertes” de manera más intensa es una manera de vivir y profundizar en nuestra vida de monjes. Tenemos una ayuda para ello en el dinamismo de cada día, en la liturgia que la Iglesia nos propone.

Cuando iniciamos el camino hacia la Navidad, o hacia la Pascua en Cuaresma, nos debemos sentir más implicados en vivir la liturgia de manera más intensa, en la seguridad de que no hemos llegado al advenimiento definitivo, sino, en todo caso, llegar a tener una cierta experiencia que nos proporcione como un avance de aquel goce definitivo final.

El Oficio Divino y la Lectio son dos puntos de apoyo fundamentales para avanzar con seguridad en el camino vital a recorrer. Los himnos y las antífonas propias de este tiempo nos van situando, así como las lecturas, para avanzar con seguridad y llegar a vivir con profundidad, tanto el misterio de Navidad como el de la Pascua.

Tenemos el marco: el monasterio mismo, el coro con el Oficio, la celda para la lectio, la capilla….  Y por otro lado las herramientas: la Salmodia, la Escritura… Pero no puede faltar, por nuestra parte, la voluntad de vivir fielmente todo ello, el deseo de ofrecer a Dios algo más de lo que habitualmente le ofrecemos.

Ciertamente, Adviento y Cuaresma no tienen el mismo sentido. Pero los dos son tiempos de preparación, de ir profundizando: en Adviento, la esperanza de la venida de Cristo; en Cuaresma, más fuerte, una llamada a la conversión.

Como reflexionaba el Papa Benedicto, este tiempo litúrgico que estamos empezando, nos invita a captar en silencio una presencia, a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención a cada uno de nosotros.

Otro elemento fundamental es la esperanza. Adviento nos impulsa a entender el sentido del tiempo y de la historia como una ocasión propicia para nuestra salvación. Adviento es, sobre todo el tiempo de la presencia y de la espera del Eterno. (Cf. Hom. 28-11-2009)

Una invitación, pues, a guardar nuestra vida en toda su pureza; a cuidar más nuestra asistencia y puntualidad al coro, a orar con todos nuestros sentidos, a priorizar el tiempo con la Palabra de Dios en un camino de conversión y esperanza.

Escribe san Bernardo:

“Si es así como guardas la Palabra de Dios, no hay duda que ella te guardará ti. El Hijo vendrá a ti en compañía del Padre, vendrá el gran Profeta que renovará Jerusalén, y que hace todo nuevo. Así será la eficacia de esta venida que nosotros, que somos imagen del hombre terrenal, seamos también imagen del celestial. Y así como el antiguo Adán se abrió a toda la humanidad, al todo el hombre, así, ahora, es preciso que Cristo lo posea todo, pues lo creó todo, lo ha redimido todo y glorificará todo” (Sermón 5, En el Advenimiento del Señor, 1-3)                                             

domingo, 26 de noviembre de 2023

CAPÍTULO 44, CÓMO HAN DE SATISFACER LOS EXCOMULGADOS

 

CAPÍTULO 44

CÓMO HAN DE SATISFACER LOS EXCOMULGADOS

El que haya sido excomulgado del oratorio y de la mesa común por faltas graves, a la hora en que se celebra la obra de Dios en el oratorio permanecerá postrado ante la puerta sin decir palabra, 2 limitándose a poner la cabeza pegada al suelo, echado a los pies de todos los que salen del oratorio. 3 Y así lo seguirá haciendo hasta que el abad juzgue que ya ha satisfecho suficientemente. 4 Y cuando el abad le ordene que debe comparecer, se arrojará a sus plantas, y luego a las de todos los monjes, para que oren por él. 5 Entonces, si el abad así lo dispone, se le admitirá en el coro, en el lugar que el mismo abad determine. 6 Pero no podrá recitar en el oratorio ningún salmo ni lectura o cualquier otra cosa mientras no se lo mande de nuevo el abad. 7 Y en todos los oficios, al terminar la obra de Dios, se postrará en el suelo en .el mismo lugar donde está; 8 así hará satisfacción hasta que de nuevo le ordene el abad que cese ya en su satisfacción.9 Los que por faltas leves son excomulgados solamente de la mesa, han de satisfacer en el oratorio hasta que reciban orden del abad. 10 Así lo seguirán haciendo hasta que les dé su bendición y les diga: «Bastante».

Hay culpas leves y graves. Las leves se satisfacen con una amonestación; las graves con una exclusión de la comunidad, apartado de la plegaria común y del refectorio. Además, san Benito establece que se postre a tierra a la puerta del oratorio en silencio.

Este gesto de postración, todavía en uso en la liturgia cartujana después de la consagración en la Eucaristía, ha ido desapareciendo de nuestras liturgias, pero sigue estando presente en momentos claves de nuestra vida monástica para expresar nuestra pequeñez delante del Señor, y la necesidad infinita que tenemos de su misericordia y de su ayuda.

La palabra “postración” proviene del latín “pro-sternere”, “extenderse por tierra”.  Y permanece durante un tiempo determinado. Como la genuflexión es otro gesto evidente de humildad, penitencia o súplica delante de Dios.

En el AT vemos a Abraham “que se prosterna con su frente a tierra para hablar con Dios (Gen 17,3); o los hermanos de José “se prosternaron delante de él hasta tocar tierra con la frente” tres veces, para mostrarle respeto, cuando todavía no lo había reconocido (Gen 42,6), la segunda vez para darle los obsequios (Gen 43,26), y la tercera para pedirle perdón al ser acusados de robar (Gen 44,14). También Moisés se arrodilló y prosternó hasta tocar a tierra en el Sinaí, cuando Dios establece la alianza con él ((Ex 34,8)

La postración aparece en el NT cincuenta y nueve veces. A veces, como agradecimiento por una curación de Jesús; otras, como en el Apoc, son figuras metafóricas de adoración ligadas a la realeza de Dios. La más impresionante es la del mismo Jesús en Getsemaní. El evangelio de Mateo dice que “se prosternó con la frente a tierra y oraba (Mt 26,39) Marcos dice que “se adelantó un poco más allá, cayó a tierra y oraba (Mc 14,35).

En la liturgia actual la postración se efectúa en la liturgia de Viernes Santo, cuando los ministros sagrados se postran en silencio al inicio, mientras la comunidad se arrodilla. Es un gesto relevante en el rito de ordenación de diáconos y presbíteros, como en el de los obispos, mientras se cantan las letanías de los santos. El mismo gesto está en la vida monástica al recibir el hábito, en la profesión y en la bendición del abad, como un signo de humildad y de súplica. Es también un gesto arraigado en la espiritualidad de otras religiones, como en las plegarias de la religión islámica.

San Benito presenta este gesto como una expresión de arrepentimiento y humildad, que considera ligado a las costumbres penitenciales de la Iglesia primitiva, cuando los pecadores se postraban a la puerta de la iglesia hasta recibir el perdón.

Este gesto litúrgico, este “propiciat se in terra in loco quo stat”, dice la versión latina, es un gesto directamente ligado a la petición y obtención del perdón al satisfacer la culpa. El gesto tiene tres objetivos: arrepentirse, dar satisfacción y volver a la comunión.

Los obispos españoles en su documento “Enviados a acoger, sanar, reconstruir” (cf Jer 33,6-7) afirman que son conscientes de que no bastan las palabras. La reparación, un proceso presente en el proceso de acompañamiento de víctimas de abusos es otra manera de nombrar la satisfacción de la que nos habla san Benito. Si hacemos mal a los otros, a la comunidad, a la Iglesia, no hacen falta muchos golpes, es suficiente con uno. “Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a pasar” cono afirmaba alguien que se arrepentía.

Dice san Juan Pablo II: “La satisfacción mas bien es la expresión de una existencia renovada, la cual con una nueva ayuda de Dios se proyecta hacia su re4alización concreta. Por eso, no debería limitarse en sus manifestaciones determinadas, como el campo de la oración, sino actuar en los diversos sectores en los que el pecado devasta al hombre” (Audiencia general 7 Marzo 1984).

La manera de satisfacer es un tema central común en otras reglas monásticas. Así la regla de san Pacomio mostrando que es algo nacido de la práctica, de la larga experiencia del legislador, experimenta en su trato con los que fallan; y si en el primer momento determina la expulsión del monasterio, más tarde intentará corregir excluyendo de la comunidad solamente a los más graves y que pueden contaminar a los demás, en el caso de que no quieran corregirse.

También la regla de san Macario escrita a final del s.V o principios del VI en el área de influencia de Lerins, presenta al monasterio no solo como un lugar opuesto al mundo, sino también como un paraíso poblado de hermanos en donde hay que preservar la paz, donde el escándalo es el peor de los males, pues pone en peligro la caridad mutua y la concordia. Los tres capítulos dedicados en la regla de san Macario a las culpas y a los castigos recogen una reglamentación muy severa: el culpable de una falta, sin otro aviso ni sanción previa, es excluido de la oración y obligado a un ayuno riguroso, y si no se corrige con palabras puede ser corregido con golpes de palo.

Pero en ningún caso no se trata de excluir sin más, sino de concienciarse de la falta, de que con ésta, él mismo se excluye de la comunidad, y el camino para la vuelta es triple:  arrepentimiento, satisfacción y plegaria. Los actores en el proceso de retorno del pecador a la comunión son él y los demás hermanos. Así nos dice san Benito que cuando el abad considere que ha satisfecho lo haga comparecer delante de la comunidad y mientras se postra de nuevo todos oran por él. Todo ello tiene como fin último “una finalidad de conversión delante del pecado y de la comunión con Cristo” (San Juan Pablo II.  Reconciliación y penitencia, 25).

domingo, 19 de noviembre de 2023

CAPÍTULO 37, LOS ANCIANOS Y NIÑOS

 

CAPÍTULO 37

LOS ANCIANOS Y NIÑOS

A pesar de que la misma naturaleza humana se inclina de por sí a la indulgencia con  estas dos edades, la de los ancianos y la de los niños, debe velar también por ellos la autoridad de la regla. Siempre se ha de tener en cuenta su debilidad, y de ningún modo se atendrán al rigor de la regla en lo referente a la alimentación, 3 sino que se tendrá con ellos una bondadosa consideración y comerán antes de las horas reglamentarias.

San Benito habla de no hacer acepción de personas con nadie que ingresa en el monasterio. Así lo recomienda cuando habla del abad: si un esclavo ingresa en el monasterio, que no se le anteponga un hombre libre” (RB 2,18). O en el capítulo 3º cuando habla de llamar a consejo a todos los hermanos dice: “llamar a todos a consejo, porque a menudo el Señor revela al más joven lo que es mejor”.

Esto no es una igualdad despiadada, sino que san Benito hace una opción por los débiles, y busca proteger en este capítulo a los niños y los ancianos, en un terreno bastante riguroso como es la comida.

En nuestro tiempo ya no se da la opción de una donación al monasterio de los hijos para ser educados. Es necesario al leer este capítulo situarnos en la época de san Benito. Tiempos en se distinguían tres etapas en la vida humana: infancia, de cero a siete años; pubertad, de siete a catorce; y juventud de 14 a 21años. La idea de una infancia protegida como es actual hoy, no estaba presente en la época medieval. Esta consideración de los infantes como adultos potenciales significaba, más bien, hacerlos crecer de manera rápida para que se incorporaran a las tareas de los adultos.

La misma consideración contemplamos en cuanto se refiere a la vejez. En Roma se consideraba que comenzaba a los 60 años, y la valoración a menudo era negativa. La apuesta de san Benito es algo excepcional en el planteamiento de una positiva atención, más allá del común de los monjes.

Pero en el caso de los ancianos sí que hoy es un tema a poder tener en cuenta. También, que la vejez en nuestro tiempo se retrasa en unos años. Los ancianos, en una comunidad vienen a ser una riqueza, aunque también habría que decir que no todos envejecen igual. Se envejece tal como se ha vivido.

La vejez puede ser una fase de la vida no fácil de llevar o de vivir. Cuando fallan las fuerzas y no se puede ser como fue hasta entonces; cuando la memoria juega malas pasadas, o cuando la enfermedad viene a ser crónica, no siempre se da una reacción positiva, al sentirse en cierta manera inútil o con una valoración diferente a como lo había sido hasta el momento. Luego, hay fijaciones que no desaparecen con la vejez, sino que se acentúan y causan, en ocasiones, malestar en la comunidad. Y, además, todo este panorama se agrava con la proximidad de la muerte. También es cierto que conforme pasan los años y con este hecho inexorable más próximo, da lugar, en ocasiones, a la angustia. En otros, se vive con más serenidad.

Como escribía san Juan Pablo II en su Carta a los ancianos: “El límite entre la vida y la muerte recorre nuestras comunidades, y se acerca a cada uno de nosotros inexorablemente. Si la vida es una peregrinación hacia la patria celestial, la ancianidad es el tiempo en el que con más naturalidad se mira hacia la eternidad. A pesar de esto, también a nosotros, ancianos, nos cuesta resignarnos ante la perspectiva de este paso… Se comprende porqué delante de esta tenebrosa realidad, el hombre reacciona y se rebela… Aunque la muerte sea razonablemente comprensiva en su aspecto biológico, no es posible vivirla como algo que es natural. Contrasta con el instinto más profundo del hombre” (Carta a los ancianos, 14)

A esta común situación, todos los que llegan a la vejez, los creyentes y muy especialmente nosotros los monjes, deberíamos añadir lo que también escribe san Juan Pablo II:

“La fe ilumina el misterio de la muerte e infunde en la vejez serenidad, no considerada y vivida como una espera pasiva de un acontecimiento destructivo, sino como un acercamiento a la meta de la plena madurez. Son años para vivir con un sentido de confiado abandono en las manos de Dios, Padre providente y misericordioso. Un periodo que se debe utilizar de modo creativo con miras a profundizar en la vida espiritual, mediante la intensificación de la oración y el compromiso de una dedicación a los hermanos en la caridad”. (Carta a los ancianos, 16)

Parece que san Benito quería ayudar a esta última etapa de la vida, como a la primera, cuando las fuerzas fallan y el final de la vida se siente próximo, y que fuera más soportable para quienes viven en un monasterio; y, así, un consuelo en la comida parece que podía ayudar a hacer la vida un poco mejor.

domingo, 5 de noviembre de 2023

CAPÍTULO 23, LA EXCOMUNIÓN POR LAS FALTAS

 

CAPÍTULO 23

LA EXCOMUNIÓN POR LAS FALTAS

 

Si algún hermano recalcitrante, o desobediente, o soberbio, o murmurador, o infractor en algo de la santa regla y de los preceptos de los ancianos demostrara con ello una actitud despectiva, 2siguiendo el mandato del Señor, sea amonestado por sus ancianos por primera y segunda vez. 3Y, si no se corrigiere, se le reprenderá públicamente. 4Pero, si ni aún así se enmendare, incurrirá en excomunión, en el caso de que sea capaz de comprender el alcance de esta pena. 5Pero, si es un obstinado, se le aplicarán castigos corporales.

Vienen ahora los capítulos penitenciales de la Regla. Un bloque temático de ocho capítulos, dedicados a prevenir y corregir las faltas de los hermanos, marcando las responsabilidades de los superiores y pautas de conducta de la vida comunitaria. Un buen número de estos capítulos comienzan describiendo las faltas y estableciendo las penas y sanciones que pueden llegar a la expulsión de monasterio, aunque la mayor parte se consideran por san Benito como negligencias; pero conviene tener en cuenta que menospreciar las causas leves puede llevar a las graves.

Si dejamos pasar la violación del silencio, o caemos en la impuntualidad, o la pereza en levantarnos… nuestra conciencia entra en un estado de laxitud que no da importancia a las faltas leves. Y debemos tener presente que esto también afecta a la comunidad, pues una comunidad es un conjunto de personas, y si somos puntuales, o fieles al Oficio Divino, o al trabajo, o fieles a la Palabra de Dios, toda la comunidad es afectada positivamente y va creciendo de manera puntual y fiel.

San Benito quiere evitar el caer en la abandono espiritual y comunitario, y con esta ordenación jurídica quiere prevenir, y busca de evitar que se cometan excesos, abandonos y negligencias. Ciertamente, también toda norma tiene a menudo un carácter punitivo que podríamos considerar disuasivo, mostrando que toda acción tiene unas consecuencias, tanto de manera individual como comunitaria. Por lo tanto, si no queremos faltar a la Regla es necesario ser observantes, y nuestra observancia particular ayudará a crecer la observancia comunitaria. Y, en esto, no sirve la alusión a que otros tienen también deficiencias de éstas, ya que pronto nos arrastrará a una laxitud de vida y de costumbres que no tiene nada que ver con la vida que hemos escogido.

Hacer nuestra voluntad, no es ser libre, sino esclavos. Dice la instrucción “El servicio de la autoridad y la obediencia”: “Ciertamente, no es libre el que está convencido que sus  ideas y soluciones son siempre las mejores;  el que cree poder decidir solo, sin mediaciones que le muestren la voluntad divina; el que siempre tiene la razón, y no duda que son los otros quienes tienen que cambiar; el que solo piensa en sus cosas y no se interesa por las necesidades de los demás, el que piensa que la obediencia es cosa de otro tiempo e impresentable en este tiempo; y al contrario, es libre la persona que de manera continua vive en tensión para captar, en las situaciones de la vida, una mediación de la voluntad del Señor. Para esto “nos ha liberado Cristo, para que seamos libres” (Gal 5,1). Nos ha liberado para que podamos encontrar a Dios en los innumerables senderos de la existencia de cada día. (g.20)

San Benito comienza este capítulo 23 el apartado penal de la Regla. Establece unos principios básicos en relación a los tipos de faltas, a las actitudes y a las penas para aplicar de manera que se salve el infractor y reconducirlo al buen camino.

El tipo de faltas que san Benito reprende es la repetición, la desobediencia, el orgullo, el menosprecio de los mandamientos, la actuación contra la Regla y la murmuración. También establece una graduación en la corrección: amonestación privada o secreta una

en la época de san Benito no era algo extraño sino habitual.

Lo que preocupa a san Benito es la mala disposición interior, que se traduce en unas actitudes concretas, como la desobediencia, el orgullo y la murmuración. Escribe sor Micaela Puzicha que la murmuración es un vicio típicamente monástico, y que comentan todas las reglas monásticas, pues es un vicio que rompe la paz y la unidad de la comunidad. Cuando nos situamos en constante contradicción, oponiéndonos a los objetivos comunitarios es un indicio de caer en este vicio, que para san Benito resume todas las desviaciones con respecto al Evangelio y la Regla.

Escribe André Louf:

En el capítulo consagrado a los religiosos, en la Lumen Gentium, cuando trata de la obediencia religiosa, la presenta a la luz de la humillación de Cristo. Es tradicional. Seguir a Cristo hasta el absurdo de la desobediencia. Obediencia en el sentido amplio de la palabra. Cada vez que tengo ocasión de renunciar a mi voluntad lo hago con la alegría de encontrarme con Cristo, delante de un hermano, o de un superior, o un acontecimiento. Para san Benito la obediencia no se limita solo al abad. Hay un capítulo particular consagrado a la obediencia a los hermanos, los que sean. La alegría es renunciar a la voluntad propia delante de otro. (“La obediencia monástica”, en Cuadernos monásticos, 25, 1973)

De aquí que san Benito hable a propósito de aplicar a la murmuración constante la excomunión, como una medida dirigida a concienciarnos de lo que perdemos cuando no compartimos la plegaria o las comidas con la comunidad. Podemos pensar que no es tan duro no participar, por ejemplo, en la plegaria del coro, pero partimos de un axioma erróneo: la plegaria, el Oficio Divino, como la Lectio o el mismo trabajo no son obligaciones, sino parte fundamental de nuestra vida, sin las cuales, dejamos, en realidad, de ser monjes. De aquí que, por ejemplo, cuando estamos enfermos nos duela de no poder participar, o cuando estamos de viaje, hacemos la plegaria de la Liturgia de la Horas, de manera particular y privada. Otra cosa es si estamos en otra comunidad, porque, entonces la experiencia de compartirla con otros, incluso en otra lengua, nos enriquece de una u otra manera.

domingo, 29 de octubre de 2023

CAPÍTULO 16, CÓMO SE CELEBRARAN LOS OFICIOS DIVINOS DURANTE EL DÍA

 

CAPÍTULO 16

CÓMO SE CELEBRARAN

LOS OFICIOS DIVINOS DURANTE EL DÍA

Como dice el profeta: «Siete veces al día te alabo». 2Cumpliremos este sagrado número de siete si realizamos las obligaciones de nuestro servicio a las horas de laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas, "porque de estas horas diurnas dijo el salmista: «Siete veces al día te alabo». 3Y, refiriéndose a las vigilias nocturnas, dijo el mismo profeta: «A media noche me levanto para darte gracias». 5Por tanto, tributemos las alabanzas a nuestro Creador en estas horas «por sus juicios llenos de justicia», o sea, a laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas, y levantémonos a la noche para alabarle.

Os alabo sietes veces al día, porque son justas vuestras decisiones (Sal 119,164)

El Abad Cassiá María Just afirma que interesa remarcar la intención de san Benito sobre el ritmo intenso de la plegaria que santifica las horas del día. Es el sentido de este capítulo, y el sentido de nuestra vida de monjes: santificar el día, vivirlo centrándonos en el Cristo; y la mejor manera es recurrir a la plegaria, una plegaria que marque con fuerza el ritmo de las horas y su eternidad.

Escribe Micaela Puzicha que san Benito quiere mostrarnos claramente que no se trata de fijar un horario preciso para los oficios, sino de orar sin cesar. De aquí los dos textos bíblicos, que son una excepción en esta parte de la Regla que hace referencia al Oficio Divino (capítulos 8 a 18)

Escribe Casiano en sus Instituciones: “Esta Regla (la suya) que parece inventada de manera fortuita y con una reglamentación reciente, sin embargo, completa, evidentemente, y a la letra, con lo designado por el rey David: Siete veces al día os alabo por los juicios de vuestra justicia. En efecto, agregando esta celebración y haciendo siete ves al día estas reuniones espirituales, probamos, sin duda, que siete veces al día cantamos las alabanzas del Señor” (Instituciones 3,4)

Tiene una fundamentación de la Sagrada Escritura el número de siete plegarias repartidas a lo largo del día para santificarlo.

Casiano se refería a la celebración de la hora de Prima y da la razón de por qué fue establecida: “Esta celebración matutina que se acostumbra a rezar en los monasterios de la Galia al finalizar las plegarias nocturnas después de un breve intervalo de tiempo, comprobamos que se realizaba juntamente con las vigilias cotidianas, y que nuestros hermanos de Belén dejaban el resto del tiempo para el descanso del cuerpo. Pero abusando de esta indulgencia, algunos más negligentes alargaban el tiempo de reposo, ya que, antes de la Tercia nada les obligaba a dejar las celdas o levantarse de sus lechos. (Instituciones 3,4)

La estructura de las siete plegarias diarias quedó fijada por el Concilio Vaticano II:

  • a)    Laudes como oración matutina, y Vísperas como oración vespertina, los dos polos en torno a los cuales gira el Oficio cotidiano. Son Horas principales.
  • b)    Las Completas como final del día
  • c)    La hora de Maitines, que debe conservar el carácter de alabanza nocturna.
  • d)    Se suprime la hora de Prima.
  • e)    Se conserven las horas menores: Tercia, Sexta y Nona.

El sentido teológico y de la Escritura, de estas Horas Menores, está en relación al recuerdo de la Pasión del Señor y de la primera propagación del Evangelio. Leemos en el evangelio: “era la hora tercia cuando la crucificaron (Lc 15,25) o “en la hora  sexta toda la región quedó en tinieblas” (Lc 15,33); i “a la hora nona Jesús va clamar: “Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado” (Lc 15,34)

Los Padres de la Iglesia contemplan también que los Hechos de los Apóstoles aluden a estas Horas: “Pedro sube a la terraza a orar a la hora sexta (Hech 3,1) o también: en la hora de oración nona Pedro dice al paralítico cuando va al templo: “Plata y oro no tengo, pero lo que tengo te lo doy: En nombre de Jesús de Nazaret levántate y camina” (Hech 3,6).

Por otra parte el Ordenamiento General de la Liturgia dice: ”Conforme a una tradición antigua los cristianos se acostumbraron a orar por devoción privada en determinados momentos del día, incluso en medio del trabajo, a imitación de la Iglesia Apostólica; esta tradición cristalizó de diversas maneras en celebraciones litúrgicas. En Oriente como en Occidente se mantuvo la costumbre de rezar Tercia, Sexta y Nona recordando acontecimientos de la Pasión del Señor. El Concilio Vaticano II ha establecido que las Horas Menores se mantengan en el Oficio Coral. Debe mantenerse este uso litúrgico excepto lo que prescriba el derecho particular, en todos aquellos que se consagran a la contemplación y principalmente lo que se encuentran en un retiro espiritual o reunión de pastoral” (OGH, 74-76)

“A media noche me levanto a alabaros, porque vuestros juicios son justos” (Sal 119,62)

El Ordenamiento General de la Liturgia nos dice: Los que están obligados por sus leyes particulares a mantener el carácter de alabanza nocturna en este Oficio, es laudable que lo hagan así, que lo reciten de noche y antes de Laudes” (OGLH, 58)

Todo un programa de santificación de la jornada, que nos va acercando a Aquel que es nuestro maestro y nuestra meta, Cristo el Señor. Decía el Papa Benedicto XVI:

“La plegaria de los salmos, las lecturas bíblicas y las de la gran tradición del Oficio Divino pueden llevarnos a una experiencia profunda del acontecimiento de Cristo y de la economía de la salvación” (Sacramentum caritatis 45).

domingo, 22 de octubre de 2023

CAPITULO 9, CUÁNTOS SALMOS HAN DE DECIRSE EN LAS HORAS NOCTURNAS

 

CAPITULO 9

CUÁNTOS SALMOS HAN DE DECIRSE

EN LAS HORAS NOCTURNAS

 

En el mencionado tiempo de invierno se comenzará diciendo en primer lugar y por tres veces este verso: «Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza». 2Al cual se añade el salmo 3 con el gloria. 3Seguidamente, el salmo 94 con su antífona, o al menos cantado. 4Luego seguirá el himno ambrosiano, y a continuación seis salmos con antífonas. 5Acabados los salmos y dicho el verso, el abad da la bendición. Y, sentándose todos en los escaños, leerán los hermanos, por su turno, tres lecturas del libro que está en el atril, entre las cuales se cantarán tres responsorios. 6Dos de estos responsorios se cantan sin gloria, y en el que sigue a la tercera lectura, el que canta dice gloria. 7Todos se levantarán inmediatamente cuando el cantor comienza el gloria, en señal de honor y reverencia a la Santísima Trinidad. 8En el oficio de las vigilias se leerán los libros divinamente inspirados, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, así como los comentarios que sobre ellos han escrito los Padres católicos más célebres y reconocidos como ortodoxos. 9Después de estas tres lecciones con sus responsorios seguirán otros seis salmos, que se han de cantar con aleluya. 10Y luego viene una lectura del Apóstol, que se dirá de memoria; el verso, la invocación de la letanía, o sea, el Kyrie eleison, 11y así se terminan las vigilias de la noche.

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El orden litúrgico comienza cada día para los monjes con el Oficio de Vigilias o Maitines, que también se conoce como Oficio de Lectura, celebrada a medianoche como en la Cartuja, o cuando todavía no ha amanecido. En los orígenes de este Oficio había costumbre en las comunidades cristianas de pasar una parte o toda la noche en la plegaria. Tenía su fundamento en que también Jesús lo hacía:

“Jesús se fue a la montaña a orar, y pasó toda la noche en oración” (Lc 6,12) Jesús tenía esta costumbre de orar alejado de sus discípulos, sobre todo cuando le seguían las multitudes: “Subió solo a la montaña a orar. A la tarde todavía estaba allí solo” (Mt 14,23)  “”Se retiró otra vez solo a la montaña” (Jn 6,15)

Así viene a ser para nosotros modelo de plegaria, una plegaria serena, larga, profunda…

San Benito no nos pide orar toda la noche, sino que considera que la calma de la noche es un momento privilegiado para orar recordando el paso de la muerte a la vida, paso que cada día nos recuerda la naturaleza, pasando de la noche al día, que vivió el mismo Jesús pasando del sueño y la oscuridad de la muerte a la luz de la vida, de una vida sin final, eterna. San Benito nos invita a vivir este momento privilegiado de plegaria de una manera intensa; de aquí que el mismo verso de obertura nos muestre que nos levantamos para alabar al Señor, y nuestra primera palabra es un grito, una invitación a alabarlo. Rompemos el silencio de la noche solo para alabar al Señor, como hemos cerrado la boca el día anterior con la plegaria de Completas confiándole nuestro reposo.

La plegaria da fuerzas ante la tentación del maligno. Así escribe Juan Casiano refiriéndose a las primeras comunidades monásticas, sometidas a los peligros del diablo:

“En los mismos monasterios donde vivían de ocho a diez monjes, su violencia se desencadenaba tan violentamente y tan frecuentemente sus asaltos, que los monjes no se atrevían a dormir todos al mismo tiempo, sino que se iban relevando unos a otros. Mientras unos descansaban, otros permanecían en vela, perseverando sin tregua en la plegaria, la lectura o el canto de los salmos, y cuando la naturaleza les forzaba a tomar descanso, despertaban a sus hermanos para que los suplieran y guardaran a los que iban a dormir”. (Colaciones, XXIII)

Las armas que nos propone san Benito en este combate es la Escritura, los Salmos, y la lectio continua. Los Salmos, plegaria que utilizaba el mismo Jesús, y hoy día nosotros mismos.

De aquí a poco nuestra plegaria tendrá una nueva distribución de salmos. Con fundamento en la estructura que san Benito nos propone en la Regla, y que nuestros predecesores cistercienses aplicaron al Oficio Divino. Ocasión de un nuevo encuentro con los Salmos, con la totalidad de ellos. Nuestra plegaria se enriquecerá. No en vano el Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Las múltiples expresiones de oración de los Salmos se hacen realidad vivía tanto en la liturgia del templo como en el corazón del hombre” (CEC 2588)  

El mismo Papa Francisco nos dice: “El Salterio presenta la oración como la realidad fundamental de la vida. La referencia a lo absoluto y trascendente que los maestros de ascética llaman “el sagrado temor de Dios”, es lo que nos hace plenamente humanos, es el límite que nos salva de nosotros mismos, impidiendo que nos abalancemos sobre esta vida de manera rapaz y voraz. La oración es la salvación del ser humano”. (21.10.2020)

Y el Papa Benedicto XVI: “En los salmos se entrelazan y se expresan alegría y sufrimiento, deseo de Dios, y la percepción de la propia indignidad, felicidad y sentido de abandono, confianza en Dios y dolorosa soledad, plenitud de vida y miedo de morir. Toda la realidad del creyente confluye en estas oraciones, que el pueblo de Israel primero y la Iglesia después asumieron como relación privilegiada con Dios y respuesta adecuada a su revelación en la historia. Como oraciones, los salmos son manifestaciones del espíritu y de la fe, en los cuales nos podemos reconocer y en lo que se comunica la experiencia de particular proximidad a Dios a la cual están llamados los hombres. Y toda la complejidad de la existencia humana se concentra en la complejidad de las diferentes formas literarias de los diversos Salmos: himnos, lamentaciones, súplicas individuales y colectivas, cantos de acción e gracias, salmos penitenciales y otros géneros que se pueden encontrar en estas composiciones poéticas” (22,Junio 2011)

Orar es una riqueza personal y comunitaria, es un regalo que la tradición de la Iglesia pone a nuestra disposición, para que nuestro camino hacia Dios sea más asequible. Esta plegaria secular ha tenido desde siempre una lectura cristológica, pues con Cristo la Escritura alcanza su plenitud. Escribe B. Fischer:

“El Salterio es para la Iglesia un libro de Cristo, donde los cantos se elevan hacia el Señor exaltado en la cruz, son los cantos que hablan de Él, o que se dirigen a Él, o con los que Él mismo se dirige al Padre. Él siempre es el centro” (Les Psaumes comme voix de l’Eglise)

Escribe san Juan Pablo II: “Los santos Padres con profunda penetración espiritual supieron discernir y señalar que Cristo mismo, en la plenitud de su misterio, es la gran “clave” de la lectura de los salmos. Estaban plenamente convencidos que en los salmos se nos habla de Cristo. Jesús resucitado se aplicó a si mismo los salmos cuando dijo a los discípulos: “Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos sobre mi” (Lc 24,44). Los Padres añaden que en los Salmos se habla de Cristo o incluso que es el mismo Cristo quien habla. Al decir esto no pensaban solo en la persona individual de Jesús, sino en el Cristo total, formado por Cristo cabeza y sus miembros. Así nace para el cristiano la posibilidad de leer el Salterio a la luz de todo el misterio de Cristo. (28 Marzo 2001).