CAPÍTULO
59
LA
OBLACIÓN DE LOS HIJOS DE NOBLES O DE POBRES
Cuando algún noble
ofrezca su hijo a Dios en el monasterio, si el niño es aún pequeño, hagan sus
padres el documento del que hablamos anteriormente, 2 y, junto con la ofrenda
eucarística, envolverán con el mantel del altar ese documento y la mano del
niño; de este modo le ofrecerán. 3 En cuanto a sus bienes, prometan bajo
juramento en el documento escrito que ni por sí mismos, ni por un procurador,
ni de ninguna otra manera han de darle jamás algo, ni facilitarle la ocasión de poseer un día cosa alguna. 4 No desead
proceder así y quieren ofrecer algo al monasterio como limosna en compensación,
5 hagan donación de los bienes que quieren ceder al monasterio, reservándose,
si lo desean, el usufructo. 6 Porque de esta manera se le cierran todos los
caminos, y al niño no le queda ya esperanza alguna de poseer algo que pueda
seducirle y perderle, Dios no lo quiera; porque así lo enseña la experiencia. 7
Los que sean de condición más pobre procederán de la misma manera. 8 Pero los
que no poseen nada absolutamente escribirán simplemente el documento y ofrezcan
su hijo a Dios con la ofrenda eucarística en presencia de testigos.
Del cap. 58 al 61 de la
Regla, san Benito nos habla de la manera de admitir a los hermanos. En el 58
establece el marco, y en los siguientes habla de tres casos particulares: los
niños, los sacerdotes y los monjes que viene de otros monasterios. Parece
evidente el desfase de este capítulo, pues no se admiten ahora menores de edad
en la vida religiosa, y menos la donación por parte de las familias. Pero
alguna de las ideas que plantea son válidas y aplicables a una admisión en una
comunidad. Las comunidades son diversas, como lo son los orígenes de cada
monje, por su familia, su historia… Nadie de nosotros ha elegido la familia
donde nació, ni su infancia, pero son dos hechos que han marcado nuestra vida y
nuestro carácter.
Nos habla san Benito de
quienes proceden de familia noble, o de los que vienen de familia pobre. Parece
que no le preocupa que estos últimos quieran abandonar el monasterio, porque,
seguramente, en principio tenían en el monasterio las condiciones mínimas de
vida garantizadas. No era fácil conseguir en la época de san Benito un plato en
la mesa, un lecho para dormir, en una sociedad donde había ricos, muy ricos, y
muchos pobres, muy pobres, que era una inmensa mayoría. Tardarían siglos en
llegar lo que hoy llamamos clase media, y la burguesía urbana.
Lo que preocupa a san
Benito es que los hijos de los nobles puedan abandonar el monasterio, seducidos
por una vida mejor en su ámbito familiar, y una posible falta de vocación, pues
la entrada en el monasterio se debía a la voluntad de los padres, quizás para
solucionar la vida de un hijo. De aquí el cerrar todas las puertas de salida,
de manera que ninguna esperanza le pudiera seducir. Esta sentencia suena muy
dura y poco adecuada para el mundo de hoy, ya que parece que san Benito quiera
monjes obligados coartando la libertad de decisión, e impidiendo toda
posibilidad que no sea la de permanecer en el monasterio.
También nos puede pasar
por la cabeza que si marchamos del monasterio y nuestra familia tiene recursos,
nos ayudará, lo que sería algo natural. Dios nos puede llamar aquí o allá, pero
lo que no nos debe seducir es la tentación de dejar el monasterio buscando una
mayor comodidad. Ni tampoco hacia el interior, pues debemos ir aplicando
nuestra vida a lo que nos proponen el Evangelio o la Regla, y no a seguir
nuestra voluntad.
En el fondo, este
capítulo plantea la relación de los monjes con la familia, con el mundo que han
abandonado. Parece que durante siglos entrar en una comunidad religiosa
significaba cortar toda relación con lo vivido anteriormente; era un morir al
mundo. También hoy, optar por una vida monástica o consagrada implica una
cierta rotura con el pasado y con los vínculos familiares o de amistad. No por
ser monjes dejamos de ser hijos, lo cual aparece con evidencia cuando los
padres tienen necesidad de ser atendidos. Las renuncias son otras, como pasar
determinados días con las familias, o recibir de ellas cosas que nos son
superfluas y que ya no necesitamos, como dice san Benito en la Regla, capítulo
58.
La comunidad no
sustituye a la familia, pues afirmar que la comunidad es una familia no es
acertado, sino que más bien debe considerarse como un grupo de personas
diversas en muchos aspectos, pero unidas por un vínculo común: buscar a Cristo.
Este aspecto fundamental, como base y razón de ser de nuestra vida de monjes es
lo que destaca, en el fondo, san Benito, cuando habla de ofrecer la cédula y la
mano del muchacho envueltas en el mantel del altar, la vida del muchacho,
ofrecida con el pan y el vino que vendrán a ser, a continuación, el cuerpo y la
sangre de Cristo.
Escribe san Ambrosio: “quien
tiene sed desea estar siempre cerca de la fuente, y parece que no tiene otro
deseo que el agua, a cuyo contacto queda saciado. (Coment. Sal 118)
Debe ser esta la razón
fundamental de la permanencia en el monasterio: estar cerca de la fuente de
nuestra vida, que es Cristo, y es preciso vivir con la suficiente fuerza que
nos permita vencer toda tentación, también la que nos propone hoy san Benito de
cortar de raíz, y cerrando la puerta a la seducción y perdición.
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