CAPÍTULO 7,31-33 LA HUMILDAD
El segundo grado de
humildad es que el monje, al no amar su propia voluntad, no se complace en
satisfacer sus deseos, 32 sino que cumple con sus obras aquellas palabras del
Señor: «No he venido para hacer mi voluntad, sino la del que me ha enviado».
33Y dice también la Escritura: «La voluntad lleva su castigo y la sumisión
reporta una corona».
El hombre, libre,
con una voluntad independiente, capaz de determinarse a sí mismo, y no sometido
a capricho alguno..., así lo quería Dios, pues desea que el bien adquirido por
él mismo sea un acto verdaderamente suyo, y un acto libre.
San Gregorio
Nacianceno escribe: ”Dios ha honrado al hombre dándole la libertad de manera
que el bien le pertenece como algo propio”. (Discurso XLV)
Máximo, el Confesor
dirá que la libertad consiste, para el hombre, en poner de acuerdo la
disposición de su voluntad personal con la voluntad natural, que es aquella que
tiende al bien y al cumplimiento de su naturaleza en Dios, que es su principio
y su fin (Opúsculos teológicos y polémicos. I)
De hecho, todos
los Padres coinciden en afirmar que el mal que existe en el hombre y en el
mundo es fruto de un uso perverso de la libertad que Dios ha dado al ser
humano, o, como afirma san Gregorio de Nacianzo “no hay mal sin una
elección” (Tratado de la Virginidad, XII)
El uso perverso de
la libertad hace al hombre esclavo del pecado, del deseo y de los placeres. De
esta manera, una supuesta libertad no es sino un vasallaje, o en palabras de
Isaac de Nínive “el fin de esta libertad aparente es una dura esclavitud”
(Discursos ascéticos 42)
Nuestro modelo,
Cristo, es quien dijo: “no he bajado del cielo para hacer mi voluntad sino
la del que me ha enviado” (Jn 6,38). Esta comunión con la voluntad del
Padre es fruto de su libre elección para llevar a cabo lo que quiere el Padre,
que guía toda su vida, su pasión y su muerte.
¿Qué es lo que nos
lleva a imponer nuestra voluntad, y apartarnos del deseo de Dios? Abstenerse de
toda mala acción es una etapa, porque para evitar toda acción mala es preciso
evitar antes que nada los malos pensamientos, evitar pecar de pensamiento
además de no hacerlo de obra y de omisión. Como dice un apotegma de un Padre
del Desierto: “es preciso reprimir los malos pensamientos, igual que se
reprimen las malas acciones” (Apotegma 220). Al recitar la oración del
Señor le pedimos que no nos deje caer en la tentación y nos libre de hacer el
mal.
Ante una situación
que se presenta con diversas alternativas, ¿cómo saber cuál es nuestra voluntad
y cuál es la de Dios? No podemos decir que nos falte un protocolo, un manual,
porque la fuente de nuestra vida es el Evangelio, y si no tenemos bastante con
él, nuestro padre san Benito nos ha dejado el texto de la Regla, con una lista,
por ejemplo, de cuales son los instrumentos de las buenas obras y posibles
penalizaciones, para mostrarnos, de esta forma, cuál tiene que ser la guía en
nuestra vida.
Nos puede parecer
que este segundo grado de humildad se refiere solamente a las grandes cosas,
pero no es así, puesto que también está la voluntad de la puerta de al lado,
que diría el Papa Francisco, la lucha por imponer nuestra voluntad sobre la del
Señor en las pequeñas cosas de cada día.
Con seguridad, que
nos pueden venir a la cabeza muchos ejemplos, no referidos a los demás sino a
nosotros mismos, y podemos descubrir esa importante lucha por imponer nuestra
voluntad, nuestro deseo o capricho, en pequeños detalles de la vida diaria.
Pequeñas cosas en las que gastamos muchas energías por imponer nuestra
voluntad, para no ser esclavos de la voluntad de otro. Y si no sabemos
dominarnos en las pequeñas cosas, cómo vamos a dominarnos en las grandes.
A menudo, detrás
de nuestras actitudes está nuestro orgullo que se traduce en una serie de
aspectos en donde nos podemos reconocer como confiados en exceso en nosotros
mismos, autosatisfacción ilimitada, arrogancia, falsa seguridad, confianza en
el propio juicio, certeza de tener siempre la razón, manía de justificarse en
todo momento, acudiendo incluso a la falsedad, constante espíritu de
contradicción, voluntad de enseñar y mandar en lo que no es cosa nuestra,
negativa a obedecer… (Larchet, Terapéutica de las enfermedades espirituales)
Ahora es cuando
pensamos “acabo de escuchar el retrato de este hermano mío”, quizás sí, pero
quizás también acabo de escuchar el mío, pues de estas actitudes todos
participamos, lo que podemos fácilmente reconocer si somos honestos.
La terapéutica es
fácil de formular, y difícil de poner en práctica. Es preciso delante del
menosprecio de los demás encontrar en ellos lo que es mejor que en nosotros,
valorando más sus cualidades que sus defectos; ante nuestro orgullo, reconocer
que todo viene de Dios, y que toda cualidad tiene su raíz en el Creador, y no
en nuestros méritos, y que sin el auxilio de Dios y su protección somos muy
dados a pensar y obrar el mal.
El modelo es
Cristo, que dijo: “aceptar mi yugo y haceos discípulos míos, pues soy
benévolo y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,29)
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