CAPÍTULO 50
LOS
HERMANOS QUE TRABAJAN LEJOS DEL ORATORIO
O
ESTÁN DE VIAJE
Los hermanos que
trabajan muy lejos y no pueden acudir al oratorio a las horas debidas, 2 si el
abad comprueba que es así en realidad, 3 celebren el oficio divino en el mismo
lugar donde trabajan, arrodillándose con todo respeto delante de Dios. 4
Igualmente, los que son enviados de viaje, no omitan el rezo de las horas
prescritas, sino que las celebrarán como les sea posible, y no sean negligentes
en cumplir esta tarea de su prestación.
La plegaria tiene
un papel fundamental en la vida de todo cristiano, afirma el Papa Francisco en
sus catequesis sobre la plegaria. Y esto todavía es más importante en la vida
de todo consagrado.
La plegaria en la
vida monástica tiene una doble vertiente; comunitaria y personal, que no
debemos descuidar.
San Benito nos
enseña que no debemos anteponer nada al Oficio Divino, pero también nos habla de
orar en el oratorio, no con voz fuerte, sino con lágrimas y efusión del
corazón, es decir, no de cara a la galería, sino, como todo lo que hacemos, con
humildad.
La plegaria, con
la lectura de la Escritura prepara nuestra ánima para poder vivir como monjes,
pues no se concibe el monje sin plegaria. De la plegaria nace la humildad, de
la plegaria nace la obediencia y en la plegaria arraiga la conversión de
costumbres. Esto rige para cada uno de los días de nuestra vida, y también si tenemos
el trabajo lejos del monasterio o estamos de viaje. En estas ocasiones, a
menudo la plegaria personal y el Oficio Divino se funden en una sola plegaria
que nos ha de permitir seguir las horas prescritas, siempre con respecto ante
Dios. A menudo, quizás esto no sea fácil, en cuanto a encontrar un momento
oportuno en medio de otro ritmo de vida y otros espacios fuera del monasterio.
En estas ocasiones, necesitamos hacernos con un espacio y un tiempo que nos
permita un cierto recogimiento.
Escribe Luis
Bouyer, que la plegaria es el trabajo del monje, su reposo… es toda la vida del
monje. Por esto, incluso estando lejos, o de viaje, no podemos prescindir, pues
la necesitamos para vivir espiritualmente. Sin ella, en nuestro día a día,
sobre todo en los momentos de turbación, la plegaria es como un oasis para restablecernos,
también estando lejos o de viaje debe ser lo mismo, a la vez que un momento de
comunión con el resto de la comunidad que permanece en el monasterio.
¿Cómo mantener
esta comunión con el Señor y con la comunidad en circunstancias menos
favorables?
Cuesta orar en
medio del mundo, cuando el mundo, como escribe Bouyer, parece creado para
provocar la ausencia de Dios, y la ausencia paralela de nosotros mismos, de lo
más profundo de nuestra vida.
El privilegio de
la vida del monje es la posibilidad de una vida arraigada en la profundidad de
la imagen de Dios que es, al fin y al cabo, una vida en Dios y para Dios.
Para mantener esta
relación personal del monje con Dios es preciso acudir a la plegaria, dentro y
fuera del monasterio.
Quizás hemos
experimentado que orando en el mundo, podemos sentir que oramos por él con más
intensidad, pues en el momento de nuestra plegaria podemos tener delante nuestro los rostros concretos de la gente, ya
que nuestra misión abarca también la plegaria por los demás, y es un buen
momento en nuestra lejanía del monasterio, insertarnos en la vida del mundo con
nuestra plegaria y la contemplación de sus vidas concretas, con su rostros, sus
preocupaciones…
La plegaria, pues,
tiene múltiples aplicaciones, aunque muchos no usarían los términos de
“aplicaciones” o “utilidades” pues son muchos los que la creen innecesaria.
No obstante, por
estos debemos orar más intensamente, para que descubran a Dios y la manera de
comunicarse con él mediante la plegaria.
Si una persona
abraza la vida consagrada sin la necesidad interior de una relación íntima con
Dios se equivoca de raíz. Lo cual no quiere decir que todos tengan el mismo
grado o la misma manera de orar personalmente, pero sí está claro, que si
venimos al monasterio a buscar a Dios no podemos rechazar de estar en contacto
con la plegaria, pues, de lo contario, sería una contradicción que afectaría a
nuestra vocación. Puede haber momentos de dificultad que debemos esforzarnos en
vencer.
Como escribe
Agustín Roberts del monasterio Azul, la ausencia habitual y continua del Oficio
de quien tiene la obligación, va contra uno de nuestros deberes fundamentales,
ya que nos hemos comprometido a una vida de plegaria y de alabanza.
A un Padre del
Desierto le preguntaron cuál era la virtud más laboriosa en la vida monástica,
y respondió que, sin duda, orar a Dios, pues nada más ponernos a realizarla
vienen los demonios con sus distracciones.
Por eso, no
podemos perder el hábito, ni en el monasterio, o fuera de él, aunque nos cueste
encontrar el momento, para llevar a cabo este compromiso de la plegaria.
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