domingo, 30 de abril de 2023

CAPÍTULO 22, CÓMO HAN DE DORMIR LOS MONJES

 

CAPÍTULO 22

CÓMO HAN DE DORMIR LOS MONJES

 

Cada monje tendrá su propio lecho para dormir. 2Según el criterio de su abad, recibirán todo lo necesario para la cama en consonancia con su género de vida. 3En la medida de lo posible, dormirán todos juntos en un mismo lugar; pero si por ser muchos resulta imposible, dormirán en grupos de diez o de veinte, con ancianos que velen solícitos sobre ellos. 4Hasta el amanecer deberá arder continuamente una lámpara en la estancia. 5Duerman vestidos y ceñidos con cintos o cuerdas, de manera que mientras descansan no tengan consigo los cuchillos, para que no se hieran entre sueños. 6Y también con el fin de que los monjes estén siempre listos para levantarse; así, cuando se dé la señal, se pondrán en pie sin tardanza y de prisa para acudir a la obra de Dios, adelantándose unos a otros, pero con mucha gravedad y modestia. 7Los hermanos más jóvenes no tengan contiguas sus camas, sino entreveradas con las de los mayores. 8Al levantarse para la obra de Dios, se avisarán discretamente unos a otros, para que los somnolientos no puedan excusarse.

San Benito legisla o, mejor, da consejos a partir de su experiencia. Podría dar la impresión en este capítulo de que aconseja incluso la manera de dormir, dejando escaso margen a la libertad personal, como se puede pensar de otros capítulos.

Debemos tener en cuenta la dimensión comunitaria. Podríamos encontrar en este capítulo un precedente de lo que hoy llamamos protocolos para evitar abusos, como dormir vestidos, una cama para cada monje… En una primera lectura descubrimos una prevención para evitar las tentaciones; que descansen adecuadamente y se levanten bien dispuestos. En la misma línea preventiva se puede interpretar el consejo de dejar una luz encendida, hasta la hora de levantarse para el Oficio Divino. 

Si hacemos una segunda lectura, percibimos el deseo de que descansen bien los monjes. Pero el aspecto espiritual más interesante nos viene de una lectura que destaca la disponibilidad, de estar siempre a punto, incluso de anticiparse unos a otros, y avisando a los más dados a dormir.

También es interesante levantarnos con toda gravedad y modestia, y, en el ánimo, una disponibilidad total, para gozar de un nuevo día consagrado al Señor, como un verdadero regalo que nos llega de Él.

El Señor es quien nos llama a una vida monástica, debemos sentir la alegría de haber sido elegidos para esta vida, no creyéndonos superiores a cualquier otro mortal, pero siempre con la satisfacción de poder vivir una nueva jornada de nuestra vida consagrada a Dios, pues es una tarea hermosa, un verdadero don de Dios.

Una disponibilidad que no debemos de perder y que nos debe poner en una actitud positiva de cara al Oficio Divino, lo cual no es fácil mantenerlo siempre de manera viva. Y no existe nada más triste como un monje poco disponible, y, sobre todo, en el servicio a los demás. Cuando se nos confía una responsabilidad es para servir. Aquello de que el verdadero poder es el servicio, que afirmaba el Papa Francisco al inicio de su pontificado no es un decir por decir, sino la pura realidad.

¡Ay del alma de aquel monje que se aprovecha de lo que se le ha confiado para su propio provecho!  Viene a ser una tentación que no puede llevar a creernos por encima de los demás, y que hace descender en la escala de la humildad. Y en el fondo viene a ser un menosprecio del mismo Cristo que nos ha mostrado el camino del servicio, cuando nosotros lo estamos convirtiendo en servicio propio, mereciendo las advertencias de rigor, o los castigos pertinentes.

La alegría, la disponibilidad, el afán de anticiparnos, sin `perder nunca la gravedad y la modestia, debe ser consecuencia de un vivir nuestra vida de monjes con alegría, como un verdadero regalo. No venimos al monasterio a atrincherarnos detrás de una responsabilidad; tampoco para refugiarnos o escapar de la lucha del mundo, buscando una vida cómoda, sino que venimos para vivir una vida de búsqueda de Dios, para servir a Cristo que está en cada uno de los hermanos de la comunidad.

Compartirlo todo era uno de los ejes de las primeras comunidades cristianas, como nos lo recuerdan en los días del tiempo pascual los relatos de los Hechos de los Apóstoles. Compartir esta alegría de vivir una vida centrada en la búsqueda de Cristo es un verdadero regalo, y debe ser también la razón de fondo que mueva nuestra disponibilidad, nuestro estar a punto para el Oficio Divino, y, en definitiva, toda nuestra jornada.

Nuestra fe, nuestra vocación es vivirla sin dormirnos, anticipándonos unos a otros, con gravedad, modestia, viviendo la vida monástica con toda la intensidad posible. El ejemplo, la referencia, siempre es Cristo, que nunca dejó de oír a quienes le pedían que les curase, que no dudó en lavar los pies a los discípulos., asumir, en definitiva, nuestra condición humana, haciéndose obediente hasta aceptar la muerte, y una muerte de Cruz.

El cristianismo no es una religión de libro, sino una religión para vivir las veinticuatro horas de cada día, y todos los días del año. El monje debe ser lo que el Papa Francisco dice: “quien ora, trabaja, ora en silencio, por toda la Iglesia… Esto es amor que se expresa orando por la Iglesia, trabajando por la Iglesia, en los monasterios” (Audiencia General 25 de Abril de 2023)

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