domingo, 13 de agosto de 2023

CAPÍTULO 33, SI LOS MONJES DEBEN TENER ALGO EN PROPIEDAD

 

CAPÍTULO 33

SI LOS MONJES DEBEN TENER ALGO EN PROPIEDAD

 

Hay un vicio que por encima de todo se debe arrancar de raíz en el monasterio, 2a fin de que nadie se atreva a dar o recibir cosa alguna sin autorización del abad, 3ni a poseer nada en propiedad, absolutamente nada: ni un libro, ni tablillas, ni estilete; nada absolutamente, 4puesto que ni siquiera les está permitido disponer libremente ni de su propio cuerpo ni de su propia voluntad. 5Porque todo cuanto necesiten deben esperarlo

del padre del monasterio, y no pueden lícitamente poseer cosa alguna que el abad no les haya dado o permitido.6Sean comunes todas las cosas para todos, como está escrito, y nadie diga o considere que algo es suyo. 7Y, si se advierte que alguien se complace en este vicio tan detestable, sea amonestado por primera y segunda vez; 8pero, si no se enmienda, quedará sometido a corrección..

 

Los seres humanos tenemos una tendencia a la posesión, a considerar determinadas cosas como propias. Tendencia que aparece ya en la infancia, estimulada a veces, por los mismos padres y maestros, con su intención de responsabilizarnos en nuestras cosas.

 

Esta tendencia no desaparece con el paso de los años, y llega incluso a la vida monástica, donde no se debe considerar nada como propio. Vemos en hermanos que llegan a cierta edad, cuando la mente ya no controla ciertas reacciones, que llegan a sentir hasta una cierta persecución con respecto a lo que consideran suyo, que creen que les han robado, cuando, de hecho, han olvidado donde lo dejaron.

 

Una situación poco en consonancia con la Regla que dice de los monjes: “unos hombres a quién no es lícito hacer lo que quieren con su cuerpo o su voluntad” . Evidentemente al hacerse mayor el monje pierde facultades, y no se le han de exigir cosas que están por encima de sus posibilidades, pero es curioso que quien ha vivido una vida de desprendimiento se “ate” ahora a cosas como exclusivamente suyas.

 

Poseer es una tentación en la que todos tenemos el riesgo de caer. Recurriendo a familiares, amigos, o conocidos, que puede ser objeto de nuestra petición. Y lo importante no es lo que pedimos o la cantidad, sino la misma naturaleza de un hecho que busca satisfacer esta tendencia nuestra a poseer.

 

Un vició que presenta imágenes diversas. Apropiarnos de una responsabilidad confiada temporalmente por la comunidad: cosas materiales, capacidad de decisión… Podríamos considerar en esta línea la figura del cellerario o mayordomo, pero también contemplar otras responsabilidades: cocina, hospedería, biblioteca, portería…  sobre las que podemos proyectar nuestras ambiciones de posesión, influencia en los hermanos buscando el propio provecho personal.

 

¿Cómo vencer esta tentación?

 

Se trata, sobre todo, de un trabajo personal en nuestros hábitos diarios, así como en nuestra vida espiritual. Una vida interior y comunitaria dentro de un sano equilibrio en todos sus aspectos: Oficio, plegaria personal, trabajo, descanso…

Si vamos buscando, física y espiritualmente, en nuestro entorno, sin una actitud clara y decidida, el resultado positivo final será más difícil.

 

También podemos encontrar una ayuda en los hermanos de comunidad: en la fidelidad a la Regla, lo que incluye que cada uno dé todo lo necesario, no lo superfluo o el capricho, a quien le pide. Y puede ser, en este caso, muy amplia la casuística vivida en la comunidad.

 

“Mi voluntad perversa se volvió pasión, y ésta se hizo pasión, que, servida, se hizo costumbre, y un costumbre no contrariado se hizo necesidad”  (San Agustín, Las Confesiones VIII,5)

Los siguientes indicios nos ayudan a reconocer que todavía vive en nosotros:  “un hermano nos pide un manuscrito para leer, o hacer uso de un objeto que nos pertenece. Su petición nos entristece, y se lo negamos: no hay duda que estamos cogidos por la avaricia… Comparemos nuestra austeridad con la relajación del otro, y apunta en nuestra alma un pensamiento de altivez: es seguro que todavía somos víctimas de la soberbia”  (XIX, XII)

 

Ciertamente, hemos renunciado a formar una familia, a disponer de un poder económico que nos dé una independencia, hemos aceptado de poseerlo todo en común, y de compartir, para que cada uno tenga lo que necesita. También, mirando en positivo, tenemos lo que necesitamos; hay otros hermanos que se preocupan de que sea así, y no estamos ligados a una sociedad de consumo… Una vida monástica sincera y fiel, sana y equilibrada, implica renuncias, pero hay más a ganar que a perder, pues hemos aceptado vivir en una comunidad, con una actitud de servicio.

 

Pues, al final de la jornada, lo que vale es el balance final; y en esta línea debemos considerar si seguimos o no, fielmente a Cristo. Llamados por el Padre nuestro legado no es dejar algo material en la celda, sino la presentación de nuestro balance espiritual ante Él. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario