domingo, 13 de noviembre de 2016

CAPÍTULO 72 DEL BUEN CELO QUE DEBEN TENER LOS MONJES



CAPÍTULO 72

DEL BUEN CELO QUE DEBEN TENER LOS MONJES

Profesión temporal de fray Iurius y fray Lorenzo

Si hay un celo malo y amargo que separa de Dios y conduce al infierno, 2 hay también un celo bueno que aparta de los vicios y conduce a Dios y a la vida eterna. 3 Este es el celo que los monjes deben practicar con el amor más ardiente; es decir: 4 «Se anticiparán
unos a otros en las señales de honor»: 5 Se tolerarán con suma paciencia sus debilidades tanto físicas como morales. 6 Se emularán en obedecerse unos a otros. 7 Nadie buscará
lo que juzgue útil para sí, sino, más bien, para los otros. 8 Se entregarán  desinteresadamente al amor fraterno. 9 Temerán a Dios con amor. 10 Amarán a su abad con amor sincero y sumiso. 11 Nada absolutamente antepondrán a Cristo; 12 y que él nos lleve a todos juntos a la vida eterna.

Romanos 12

12:1 Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.  12:2 No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. 12:3 Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.  12:4 Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función,  12:5 así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros.  12:6 De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe;  12:7 o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza;  12:8 el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría.  12:9 El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno.  12:10 Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.  12:11 En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor;  12:12 gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración;  12:13 compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad.  12:14 Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis.  12:15 Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran.  12:16 Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión. 12:17 No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres.  12:18 Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.  12:19 No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. 12:20 Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza.  12:21 No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal. 

Queridos fray Iurius y fray Lorenzo:

Hoy os comprometéis con Cristo delante de esta comunidad.
El Señor os pregunta:

“¿quién es el hombre que quiere vivir la vida y desea ver días felices? (R Pro 39),

 y vosotros habéis contestado generosamente: “yo”.

Os comprometéis a buscar a Dios en esta comunidad; y el Señor espera de vosotros que cada día responderéis con hechos a este compromiso que expresáis, prometiendo obediencia, estabilidad, en el monasterio y conversión de costumbres.

Estos votos no son el objetivo primero sino un medio para buscar a Dios en el silencio,, en la soledad, en la plegaria, en el trabajo y en la lectura divina, todo ello en una comunión fraternal.

Lleváis un año largo en el monasterio, habéis podido conocer de cerca nuestra vida; y ya habéis descubierto que es un camino estrecho donde no todos son flores y violetas, y en donde es preciso tener presente el verdadero y único objetivo que es la búsqueda de Dios. Por esto, conscientes de vuestra imperfección, y de la imperfección de la comunidad, a la que os incorporáis, pedís la misericordia de Dios y la nuestra.
“No desesperar nunca de la misericordia de Dios” (R, 4,74) es fundamental para avanzar en este camino estrecho que iniciáis con vuestro compromiso más intenso al hacer los votos por tres años.

Para avanzar os ayudará tener un buen celo, siendo celosos para el oficio divino, para las obediencia y para las humillaciones (R 58,7), pacientes en la tribulación y constantes en la oración, como nos dice la carta a los Romanos. Ya sabéis que tendréis que suportar con paciencia las debilidades físicas y morales de los demás miembros de la comunidad, y nosotros las vuestras. Esto os será más asequible si no buscáis lo que es útil para vosotros, sino mejor lo que es útil a los demás; de este modo es como practicaréis la caridad fraterna y seréis coherentes con la opción de vida  que elegís, así como fieles al mandamiento del Señor de amar a los hermanos como a vosotros mismos,  o como dice la carta a los Romanos, que no os tengáis en más delo que sois.

El Señor os ha escogido; os llama para que le sigáis más de cerca, y vosotros aceptáis caminar bajo sus enseñanzas de una manera perseverante y participando de sus sufrimientos con paciencia, a fin de llegar a compartir su reino, con esta comunidad que os acoge.

Así es la vida del monje: una paciente y activa espera del reino, un caminar día a día hacia  Cristo. San Pablo nos dice que nos debemos dejar transformar y renovar por Dios para poder reconocer su voluntad. Conociéndoos a vosotros mismos llegaréis al temor de Dios y este temor os llevará a amarlo. Temed  a Dios, porque lo amáis por encima de todo, para que llene de sentido vuestra vida.
Prometéis obediencia, lo cual es consagrar vuestra libertad a Dios, reconociendo que sois obra suya, y que deseáis servirlo con la misma obediencia con la que Cristo obedeció al Padre; siendo pobres como Cristo fue pobre, y castos como él lo fue.

En el recinto monástico nuestra vida ha de ser una continua búsqueda de Dios, una peregrinación hacia el reino, en lo cual no estaréis solos. Haréis camino con esta comunidad a la os ligáis por el voto de estabilidad. Esto no significa estar parados, estáticos en vuestra manera de ser o de pensar; sino estar dispuestos para cambiar de costumbres, en un camino de progresivo de acercamiento al Señor. Para hacer este camino confiad en el Señor, no busquéis la salvación solamente en vuestros débiles recursos, en vuestros pensamientos o habilidad, en vuestro talento. Utilizad el don de  Dios para buscarle, confiarle vuestras debilidades, tanto físicas como morales,  y por encima de todo esperando siempre en su misericordia infinita.

Iniciáis una nueva etapa en vuestro camino monástico, más comprometidos con Cristo y con la comunidad, en  lo que tiene de bueno y de menos bueno. Como es. Al contemplarla con sus defectos seguramente surgirá en vosotros la crítica, pero procurad que sea siempre constructiva.
Amando vuestros votos que profesáis con carácter temporal ante el Señor y la comunidad será como encontraréis la alegría y recibiréis la bendición de Dios si perseveráis. El Señor os llama a buscarlo; vosotros habéis dado una respuesta positiva. No olvidéis esto, tenedlo siempre presente. La conversión es una gracia que despierta la conciencia de nuestras deficiencias, y haciendo que a través de una actitud humilde nos encontremos con el Señor. No es sólo una intención, un comportamiento externo para ser evaluado por los demás; es una transformación interior que se refleja día a día en relación con los demás.

Queridos fray Iurius i fray Lorenzo, recibís hoy la Regla, un texto que habéis ido conociendo desde el momento de vuestro ingreso en el monasterio. Si la observáis con fidelidad podéis llegar a la caridad perfecta y uniros más íntimamente a Dios. El núcleo de la Regla y la esencia del monje son la estabilidad, la conversión de costumbres y la obediencia. Si no observáis lo que prometéis mediante vuestra cédula de profesión ante Dios, mostraríais no participar ni confiar en la misericordia de Dios. Pero sabed que el camino es largo, a veces fácil, otras difícil, incluso con tramos peligrosos; no os encojáis, seguid siempre caminando pensando siempre que quien os llama es Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre y vencedor de la muerte. Como escribe Elredo de Rieuvaux:

“Es preciso elegirlo por encima de todo, para gozar de él, porque es el origen del amor, y al abrazarlo como que habremos amado perfectamente un bien perfecto, la felicidad será también perfecta”  (Speculum caritatis, Libro III,26).

Calzad las sandalias de la humildad, coged el bastón de la obediencia, el zurrón de la estabilidad, y colocaros el sombrero de la conversión y caminad. La comunidad os ayudará. Ahora os damos la bienvenida y os deseamos un buen camino.

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