CAPÍTULO 24
CUÁL
DEBE SER LA NORMA DE LA EXCOMUNIÓN
Según sea la gravedad de la falta, se ha de medir en proporción
hasta dónde debe extenderse la excomunión o el castigo. 2Pero quien tiene que
apreciar la gravedad de las culpas será el abad, conforme a su criterio.
3Cuando un hermano es culpable de faltas leves, se le excluirá de su
participación en la mesa común. 4Y el que así se vea privado de la comunidad
durante la comida, seguirá las siguientes normas: en el oratorio no cantará
ningún salmo ni antífona, ni recitará lectura alguna hasta que haya cumplido la
penitencia. 5Comerá totalmente solo, después de que hayan comido los hermanos.
6De manera que, si, por ejemplo, los hermanos comen a la hora sexta, él comerá
a la hora nona, y si los hermanos comen a la hora nona, él lo hará después de
vísperas 7hasta que consiga el perdón mediante una satisfacción adecuada.
Hay diferentes clases de faltas: graves y leves; y con ambas, pero con diferentes medidas, la
penitencia que uno tiene que hacer viene a ser la exclusión del ritmo diario de
la comunidad, permaneciendo solo en la
mesa y mudo en la plegaria comunitaria, hasta obtener el perdón con una
satisfacción adecuada.
San Benito distingue tres aspectos: la causa, la sanción y los autores. Distingue también el que es
culpable y el que impone la sanción, el juez, que es el abad, de quien depende
el juicio y la apreciación de la falta.
Para san Benito hay cuatro motivos en el origen de las faltas: la desobediencia, el orgullo, la murmuración
y el menosprecio.
¿Consideramos todavía hoy un castigo el dar satisfacción, como
dice la Regla, con la exclusión de la mesa común o el apartamiento del
oratorio? Posiblemente lo veamos al
contrario: que para más de uno el castigo sería más bien compartir toda una
jornada completa con la comunidad.
Ciertamente, la exclusión tiene hoy un significado diferente, que
no queda ligado a la culpa, sino a la capacidad de integrarse en un grupo
establecido, al cual, sin embargo, nos hemos incorporado voluntariamente, buscando
un lugar para responder a la llamada del Señor. La exclusión es el resultado de
esta dificultad de integración; el excluido, o ex-comunicado, es aquel que no
puede o no quiere seguir las mínimas normas comunes y el ritmo de la vida del
grupo que eligió para buscar a Dios.
En cambio, para san Benito, la exclusión va unida a la culpa, y
debe ser proporcionada a ella. Hoy, incluso en faltas graves, la sanción se
consensua con quien hizo la falta, de manera que más bien es el afectado quien
pide, por ejemplo, dejar la comunidad un tiempo concreto.
Pero hay otra forma más evidente, frecuente y extendida de
exclusión, es cuando nosotros mismos nos la aplicamos. Pero seguro que nunca
con la idea de ex-comunicarnos o sancionarnos por las faltas cometidas. Más bien
nuestra actitud de alejarnos es la actitud de quien dice: “Ya se
arreglaran”, a mí que me dejen tranquilo y no me mareen.
Nos ex-comunicamos, de
hecho, de pensamiento, palabra, obra y
omisión. De pensamiento cuando
nos formamos nuestro propio mundo, a nuestra medida, y que poco a poco no tiene nada que ver con el
origen de nuestra vocación. Lo hacemos de palabra
cuando caemos en lo que san Benito reprueba con frecuencia, como es la
murmuración. Lo hacemos de obra con
las grandes o pequeños detalles de cada día. Y de omisión cuando nos excluimos de tantos actos comunitarios como
la plegaria, la recreación o la mesa. Y
de esta manera, de hecho rompemos los votos que hicimos delante de Dios, y no a
un superior concreto. Esto supone también un romper con la comunidad, y
montarnos una vocación idiorítmica, o al nuestro gusto. Y claro, siempre encontraremos
justificaciones, pero si hemos de ser sinceros, cada uno sabe lo que puede y no
puede hacer; lo que ha de hacer y no ha de hacer; somos nosotros nuestros
mejores jueces.
San Carlos Borromeo, nos decía esta semana en Maitines:
“todos
somos débiles, pero Dios nos da medios, mediante los cuales, si queremos, nos
pueden ayudar… ¿Quieres que te enseñe como progresaras en la virtud, y si en
oficio coral has estado atento, cómo puedes progresar en él, y tu ofrenda será
más aceptable al Señor? Escucha lo que
te digo: si en ti ya tienes encendida una pequeña llama de amor a Dios, no
quieras exhibirla enseguida, no la expongas al viento; cierra el horno para que
no se enfríe, apártate en la medida que puedas de las distracciones, mantente
unido a Dios y evita las palabras inútiles…, si cantas en el coro, medita lo
que dices y a quien lo dices… De esta manera podemos vencer fácilmente las
incontables dificultades que experimentamos cada día, que son inevitables por
el hecho que estamos en medio de ellas, y tendremos fuerzas para engendra a Cristo en nuestra vida y en la de los
demás”. (Sermón del Sínodo)
Poner
en la plegaria, en la lectura de la
Palabra y en el trabajo todo nuestro pensamiento, nuestras palabras y nuestras
obras, en una palabra: poner los cinco sentidos.
Todos
los miembros de la comunidad, desde el abad hasta el novicio, somos
responsables de la comunidad para
caminar con la vitalidad y el dinamismo de la Regla. La rutina de la vida
monástica nos da la posibilidad de poner nuestra voluntad bajo la guía del
Espíritu.
Para
superar nuestros egoísmos, para aprender a identificar nuestros intereses, y a
nosotros mismos, en la vida de la comunidad, hemos de acostumbrarnos a no
considerar nuestros intereses privados en oposición a los comunitarios. Como
plantea san Bernardo es la liberación de la persona mediante su plena y
madura participación en la vida común, a
través de la oblación de uno mismo, con un carácter martirial, es decir, con el
testimonio den nuestra vida, aquella que ofrecimos al Señor depositándola sobre el altar el día de la profesión.
Hemos
recibido un regalo, un don de Dios: nuestra vocación. Un talento para ocultarlo
sino para ponerlo a trabajar; una semilla para sembrar. En nuestras manos está
el hacerla rendir, hacerla crecer.
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