domingo, 28 de mayo de 2017

CAPÍTULO 48, 1-9 EL TRABAJO MANUAL DE CADA DIA. DIAS DE CUARESMA



CAPÍTULO 48, 1-9

EL TRABAJO MANUAL DE CADA DIA.
DIAS DE CUARESMA

La ociosidad es enemiga del alma; por eso han de ocuparse los hermanos a unas horas en el trabajo manual, y a otras, en la lectura divina. 2 En consecuencia, pensamos que estas dos ocupaciones pueden ordenarse de la siguiente manera: 3 desde Pascua hasta las calendas de octubre, al salir del oficio de prima trabajarán por la mañana en lo que sea necesario hasta la hora cuarta. 4 Desde la hora cuarta hasta el oficio de sexta se dedicarán a la lectura. 5 Después de sexta, al levantarse de la mesa, descansarán en sus lechos con un silencio absoluto, o, si alguien desea leer particularmente, hágalo para sí
solo, de manera que no moleste. 6 Nona se celebrará más temprano, mediada la hora octava, para que vuelvan a trabajar hasta vísperas en lo que sea menester. 7 Si las circunstancias del lugar o la pobreza exigen que ellos mismos tengan que trabajar en la recolección, que no se disgusten, 8 porque precisamente así son verdaderos monjes cuando viven del trabajo de sus propias manos, como nuestros Padres y los apóstoles. 9 Pero, pensando en los más débiles, hágase todo con moderación.

Lectura y trabajo son los ejes de la nuestra vida. Para san Benito la vida del monje debería ser siempre una Cuaresma, un camino constante hacia la Pascua definitiva y personal; una vida vivida con intensidad y regularidad. En este camino no hay que detenerse, sino nutrirse espiritual y materialmente de modo permanente. La lectura nos ayuda en el camino;  en primer lugar la Palabra de Dios y con ella la lectura de los Padres, que nos van formando y alimentando espiritualmente.

San Benito sabe que la constancia no es, con frecuencia, una cualidad de los hombres, incluso en los monjes, y por eso establece que uno o dos ancianos hagan la ronda por el monasterio para que se evite la pereza, o se esté sin hacer nada, o incluso, lo que es peor que además perturben a otros.

Es necesario un esfuerzo para respetar el tiempo dedicado a la Lectio. Por la mañana nos puede venir el sueño, y si no vamos a Maitines el riesgo todavía es más elevado de no dedicarle el tiempo oportuno. A la tarde siempre podemos encontrar dificultades para acabar una tarea concreta, terminar con una visita u otras muchas cosas.

La regularidad en nuestra vida no es una esclavitud, sino un medio que nos ayuda a centrarnos en Cristo, que ha de ser el objeto primero de nuestra atención. San Benito sabe bien que la ociosidad es enemiga del alma, y por ello establece que si alguno no puede dedicar un tiempo a la lectura que se le adjudique un trabajo que evite la ociosidad.

En la actualidad también podríamos decir que la hiperactividad es enemiga del alma. Nuestra sociedad está centrada en la actividad. Un monasterio ha de ser un lugar donde la vida transcurra pautada y pausadamente, dando tiempo a cada cosa: orar, trabajar, leer…Y que todo tenga como centro a  Cristo. Ciertamente, nuestra casa crea obligaciones: cocina, lavandería, hospedería, estudios… Todos corremos el riesgo de que el  activismo invada nuestra vida y llegue a afectar a nuestra vocación.

Cuando uno va unos días a otro monasterio, como ha sido mi caso en estos últimos días, en cierta manera se redescubre los momentos que tenemos a nuestra disposición para saborear pausadamente la Palabra de Dios, como el valor de no dejar de lado nuestras ocupaciones por unos momentos.

La expresión popular dice que “las palabras se las lleva el viento”  y esto es  algo muy fácil si dejamos la ventana o la puerta abierta a nuestras distracciones, incluso legítimas, y que llegan a hacernos olvidar lo que estamos realmente haciendo, lo que debemos hacer: estar en contacto con la Palabra, o con Padres o Autores que la interpreten, es decir mantener el contacto con Dios.

Deberíamos tener necesidad, hambre, sed de la Palabra, como también de la Eucaristía.  Así no es frecuente en los monasterios que haya una segunda oportunidad de participar en la Eucaristía, si por una razón importante de fuerza mayor no hemos podido participar en la de la comunidad. Aquí la tenemos de participar en le enfermería, y a menudo quien no ha podido participar en la misa de la comunidad tampoco lo hace en la de la enfermería. La pereza o un exceso de celo activista, que no son motivos suficientes, nos lo impide.

Somos responsables del cumplimiento del horario comunitario, primero del nuestro personal, y, como deja claro san Benito en este capítulo, también del de los demás, ya que podemos ser objeto de distracción, compartiendo tiempo en horario indebido con otros hermanos. Cuando toca orar en la comunidad toca orar, cuanto toca trabajar hemos de trabajar, cuando toca permanecer en la celda… en cada caso es necesario ser consecuentes con la indicación que nos hace la Regla que hemos aceptado como un camino de santificación. El tiempo que debemos dedicar personalmente a la Lectio en nuestra celda o en el escritorio del noviciado, es preciso preservarlo con verdadero celo, so pena de correr el riesgo cierto de deshabituarnos y perder una parte fundamental de nuestro alimento como monjes.

Un monje no ha acabado su itinerario con la profesión temporal o solemne. Cada día nos vamos configurando como monjes, y si perdemos este aspecto fundamental de nuestra vida como es el contacto con la Palabra nuestra vocación tiene el riesgo de enfermar. Podemos afirmar que por un día o una semana no pasa nada, y así vamos perdiendo el hábito, y podemos llegar a perderlo de modo irrecuperable, “Nulla die sine línea”, decían los antiguos. Ningún día sin una línea. La constancia tiene un valor añadido, un medio necesario en nuestro camino monástico. En resumen, que san Benito nos pide fidelidad a nuestro horario, a la Lectio divina, a la oración y al trabajo; fidelidad a nuestra vocación y responsabilidad en el camino de cada día.

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