miércoles, 8 de noviembre de 2017

CAPÍTULO 23 LA EXCOMUNIÓN POR LAS FALTAS

CAPÍTULO 23

LA EXCOMUNIÓN POR LAS FALTAS

Si algún hermano recalcitrante, o desobediente, o soberbio, o murmurador, infractor en algo de la santa regla y de los preceptos de los ancianos demostrara con ello una actitud despectiva, 2siguiendo el mandato del Señor, sea amonestado por sus ancianos por primera y segunda vez. 3Y, si no se corrigiere, se le reprenderá públicamente. 4Pero, si ni aún así se enmendare, incurrirá en excomunión, en el caso de que sea capaz de comprender el alcance de esta pena. 5Pero, si es un obstinado, se le aplicarán castigos corporales.

Del Capítulo 23 al 30 de la Regla, suele llamarse el Código penal. Es preciso descubrir la realidad de la vida monástica y la enseñanza espiritual que tienen cada uno de estos capítulos.

Este capítulo, en concreto, nos habla de cuando un hermano es tozudo, desobediente, arrogante, murmurador u hostil a cualquier punto de la Regla. Este contexto se ha de entender en el contexto de la práctica penitencial de la Iglesia primitiva. Pues san Benito vivió algunos siglos antes de la introducción de la confesión sacramental tal como la conocemos hoy. En los primeros siglos de la vida de la Iglesia, la penitencia era siempre pública, y se refería principalmente a las faltas que afectaban seriamente a la comunión eclesial. Cuando alguno se oponía a esta comunión era objeto de excomunión, es decir de una separación de la comunidad. En realidad, era una forma ritual de expresar el hecho de que los cristianos que faltaban en algo, por su misma actitud se alejaban de la comunidad. Posteriormente eran restablecidos a la comunión eclesial, cuando demostraban, mediante la penitencia, la conversión o la voluntad de vivir de nuevo en la plenitud de la comunión, mostrando de esta manera su arrepentimiento. Esta práctica se había trasladado pronto a la vida de las comunidades monásticas, que se consideraban como iglesias locales.

Las faltas por las cuales uno se hace merecedor de la excomunión, según este capítulo de la Regla, son aquellas que están en contra de los elementos esenciales de la vida cenobítica. San Benito define al cenobita como alguien que ha optado por vivir en comunidad, bajo una Regla y un abad. En correspondencia, el primer verso de este capítulo, donde san Benito describe las faltas que requieren corrección, enumera las que van en contra de estos tres elementos: la comunidad, la regla y el abad o los ancianos.
En correspondencia, el primer verso de este capítulo, donde san Benito describe las faltas que requieren corrección, enumera las que van en contra de estos tres elementos.
Hay una primera actitud en contra de una vida armoniosa de la comunidad, que es la actitud obstinada, la desobediencia, arrogancia, murmuración; después está la negativa a someterse a la Regla común, y, finamente, el desacato a la autoridad legítima ejercida por los ancianos, que son delegados del abad, o hacia el mismo abad. Ante estas actitudes, que van contra los valores esenciales de la vida cenobítica, está claro lo que procede. El texto de la Regla se inspira en el evangelio de Mateo:

“Si tu hermano te hace una ofensa, ves a encontrarlo, y hazle ver su falta. Si te escucha habrás ganado un hermano. Si no te escucha, llama a dos o tres, para que toda cuestión se resuelva por la declaración de dos o tres testigos. Si tampoco escucha, lo dices a la comunidad reunida, y si tampoco escucha considéralo un pagano y un publicano. Os aseguro: todo aquello que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo aquello que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mt 18,15-16)

San Benito prevé una graduación semejante: primero una amonestación secreta, una o dos veces mediante los ancianos a continuación, una amonestación pública; y si no se corrige, la excomunión, es decir, la exclusión de los momentos de comunión, como el Oficio Divino, o el refectorio. Pero puede ser que alguno ni siquiera entienda lo que supone la excomunión, que es cuando san Benito habla de utilizar el castigo corporal, que era un elemento integrante de toda educación en aquella época, como lo seguirá siendo siglos después de él.

Es necesario entender en todas estas etapas de corrección fraterna, incluida la última, que la intención no es castigar, sino corregir, es decir, invitar a alguno a iniciar un camino de conversión. En realidad, es ésta la perspectiva que se ha tener en cuenta cuando se leen los capítulos siguientes, que serían más duros de escuchar si los consideramos solamente como un castigo, pero todos ellos se iluminan si los contemplamos como un conjunto de medios para mantener o restaurar la comunión fraterna completa, que se ha roto por ciertos actos o comportamientos particulares.

San Benito nos ha legado un texto lleno de realismo, incluso previendo situaciones en las que el abad no puede hacer otra cosa sino orar. Son situaciones en las que el abad se ha de inclinar humildemente ante el misterio de la libertad humana, y aceptar lo límites de su propio ministerio. Puede presionar, puede pedir, incluso puede amenazar y castigar, pero nadie tiene una capacidad plena sobre la voluntad de otro, ni puede cambiar su conducta, si no hay una conversión del corazón. Solamente Dios puede tocar el corazón, lo cual hace necesaria la plegaria. Hoy pondríamos más el acento en la plegaria y olvidaríamos la parte de castigo. Pero la raíz de la falta no ha cambiado tanto; a menudo, cando nos amonestan nos cerramos en nosotros mismos, nos defendemos, o nos negamos, o incluso recurrimos a faltar a la verdad, cuando no ejercemos lo que consideramos justa “venganza”, u otros recursos humanos.

Necesitamos seguir fielmente la vida monástica, su horario, compaginar plegaria y trabajo, alimentarnos de la Palabra de Dios, para no venir a ser contumaces, desobedientes, orgullosos, murmuradores, o contrarios en alguna cosa a la santa Regla y menospreciando los mandatos de los ancianos. Es un trabajo diario el que nos debe ayudar a seguir el ritmo de la vida comunitaria, manteniéndonos en la escucha de la Palabra de Dios. Como escribe el P. De Vogüé, tenemos a nuestra disposición seis herramientas: delante de la contumacia, la plegaria; ante la desobediencia, la lectio; ante el orgullo, el trabajo; ante la murmuración  el servicio a la comunidad; ante el menosprecio, la ascesis y la clausura que preserva el silencio y la soledad.  De todos estos elementos parte san Benito para instaurar la observancia de la Regla, y el estilo de vida que deriva de ella.

Decía el Papa Francisco a los consagrados que “para un religioso progresar significa rebajarse en el servicio, es decir hacer el mismo camino que Jesús, que no consideraba un privilegio ser igual a Dios”. (Filp 2,6) Rebajarse, haciéndose sirviente para servir. Y este camino adquiere la forma de regla, sin olvidar que la regla insustituible para todos es siempre el Evangelio. Pero el Espíritu Santo en su infinita creatividad, lo traduce también en las diversas reglas de la vida consagrada, que nacen de la séquela Christi, del seguimiento de Jesús, es decir de este camino en el que uno se rebaja sirviendo.” (Papa Francisco, 2/2/2015)

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