domingo, 29 de octubre de 2017

CAPÍTULO 16 CÓMO SE CELEBRARAN LOS OFICIOS DIVINOS DURANTE EL DÍA

CAPÍTULO 16

CÓMO SE CELEBRARAN LOS OFICIOS DIVINOS DURANTE EL DÍA

Como dice el profeta: «Siete veces al día te alabo». 2Cumpliremos este sagrado número de siete si realizamos las obligaciones de nuestro servicio a las horas de laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas, "porque de estas horas diurnas dijo el salmista: «Siete veces al día te alabo». 3Y, refiriéndose a las vigilias nocturnas, dijo el mismo profeta: «A media noche me levanto para darte gracias». 5Por tanto, tributemos las alabanzas a nuestro Creador en estas horas «por sus juicios llenos de justicia», o sea, a laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas, y levantémonos a la noche para alabarle.

“Te alabo siete veces al día porque son justas tus decisiones (Sal 119, 164),  nos dice el salmista. El Oficio Divino es la manifestación más evidente de la vida comunitaria, de un grupo de hombres o de mujeres que, libremente, han optado por una vida de plegaria y de trabajo, alimentada por la Palabra de Dios, y centrada en la presencia de Cristo. Una plegaria que tiene su sentido más profundo en la alabanza a Dios.  Nos dice el documento
Perfectae Caritatis:
En los Institutos destinados a la contemplación, o sea en aquellos donde sus miembros solamente se dedican a Dios en la soledad, y el silencio, en la oración asidua y en una generosa penitencia, ocupan siempre…., un lugar eminente en el Cuerpo Místico de Cristo, en el cual no todos sus miembros tienen la misma función. En efecto, ofrecen a Dios un eximio sacrificio de alabanza, ilustran al Pueblo de Dios con frutos ubérrimos de santidad y lo edifican con su ejemplo e incluso contribuyen a su desarrollo con una misteriosa fecundidad. De esta manera son gozo para la Iglesia y fuente de gracias celestiales para ella”.  (PC 7)

La presencia de cada monje en el Oficio Divino forma parte del cumplimiento de los votos hechos y depositados sobre el altar el día de nuestra profesión, significando así la ofrenda de nuestra vida al Señor. Una vida, la nuestra, de búsqueda de Dios, que vamos desarrollando a lo largo de toda nuestra jornada con el Oficio Divino, el trabajo, y el contacto con la Palabra. El Concilio Vaticano II subrayará dos aspectos importantes de la Liturgia de las Horas: en primer lugar la autenticidad de las horas, es decir la santificación del correspondiente periodo del día o de la noche, lo cual no contradice la idea de Cristo como señor del tiempo y de la eternidad, por lo cual el tiempo cronológico viene a ser tiempo cristológico. Por otro lado, el Concilio destaca la diversidad de las horas litúrgicas dando una importancia especial a Laudes, Vísperas y, sobre todo, a Maitines, por su naturaleza más contemplativa.

“Te alabo siete veces al día, porque son justas tus decisiones (Sal 119,164). El número siete es muy significativo a lo largo de toda la Escritura. Dios crea el mundo en seis días y el séptimo descansó; el primer día de la semana crea la luz, y el séptimo descansa, viendo que todo lo que había hecho era muy bueno.
También Cristo, el último día de la semana, el sábado descansó en la tumba, y el primer día, de madrugada, en plena noche, hizo de la oscuridad luz, creando de nuevo la luz, una luz que ya nunca se apagará. Nuestra plegaria recorre también este ciclo de la creación del mundo y de la vida eterna. Nos se trata de episodios aislados sino del conjunto de la historia de la salvación. El misterio pascual lo incluye todo; no alcanza solo a la muerte y resurrección de Jesús, sino también a la efusión del Espíritu Santo. Todos juntos constituyen un único acontecimiento mediante el cual Jesús como hombre asume plenamente y ejerce a favor nuestro sus funciones como Señor e Hijo de Dios. También hemos de tener presente que en la Iglesia es el mismo Cristo quien nos lleva a la plenitud de su presencia siempre actual, y nos asocia a su propia alabanza y a su intercesión. El Oficio Divino es, tanto como la Eucaristía, un memorial del misterio de Cristo, una actualización de la Historia de la Salvación que comienza y acaba con Cristo. Por eso,  san Benito nos dice que si creemos que Dios está presente en todas partes, lo hemos de creer de manera especial cuando participamos del Oficio  Divino (cfr  RB 19,1-2); por eso no podemos anteponer nada (cfr RB 43,3). Por eso, el Oficio Divino comienza dirigiendo la mirada hacia el altar y con la señal hacemos el signo de la cruz, para destacar este carácter cristocéntrico de la plegaria.

El carácter pascual del Oficio Divino encuentra su expresión más positiva en Maitines. En la oscuridad esperamos la luz. Nos recuerda que antes de que Dios creara la luz estaba la tiniebla, y nos recuerda especialmente  a Cristo, porque la luz de la Resurrección es la victoria sobre sobre las tinieblas de la muerte, y por lo tanto es imagen de Cristo y de la gloria. Con Cristo, los monjes que hemos muerto simbólicamente en Completas esperamos la resurrección en la noche, en un oficio que tiene su origen en el oficio que el domingo de madrugada celebraban los cristianos en el Santo Sepulcro hasta final del siglo IV. Eso adquiere un significado todavía más especial en el domingo, representado por el tercer nocturno que hace referencia explícita a la  resurrección.  Jesús mismo pasaba las noches en oración, porque la noche es un tiempo privilegiado para la plegaria, un tiempo privilegiado para esperar la luz.

Laudes está dedicado a la alabanza de Dios y de sus obras, de la creación cuando crea la luz, separa la luz de las tinieblas y da a la luz el nombre de día y a las tinieblas el de noche.
De las horas menores, Tercia tiene una relación especial con el Espíritu Santo. A Sexta, que es la hora en que el día llega a su cima en medio de la jornada laboral, elevamos nuestra mirada hacia Dios, que es el descanso y reposo de las almas. Nona está vinculada a la hora de la muerte del Señor en la cruz. Vísperas está ligado al sexto día de la creación, de la creación del hombre y la mujer; acabadas las actividades queda la plegaria permaneciendo con Dios, como el primer hombre y la primera mujer en el paraíso, y unidos a Santa María que proclama su pequeñez en el Magníficat. Cuando el día ya ha declinado viene la hora del reposo, el recuerdo de la muerte y la confianza en Dios. La seguridad de que estamos en sus manos y en él viviremos eternamente. Es el recuerdo del día en que Dios reposa de la obra de la creación y Cristo reposa en el sepulcro.

Todo el ciclo para vivir cada día el recuerdo de la obra de Dios, de la Historia de la Salvación, de la vida de Cristo, de nuestra propia vida en su conjunto. Por esto es tan importante para san Benito el Oficio Divino, al que no tenemos que anteponer nada (RB 43,3) para el cual nos hemos de anticipar unos a otros, (RB 22,6)  por el que tenemos que dejar puntualmente todo una vez sentida la señal para acudir a él, y del que tenemos que salir en el mayor silencio (RB 52,2), en el que recordamos a los hermanos ausentes que no han podido participar (RB 63, 7), y la fidelidad al mismo que muestra la vocación de quien desea incorporarse a la comunidad (RB 58,7).

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