domingo, 12 de agosto de 2018

CAPÍTULO 32 LAS HERRAMIENTAS Y OBJETOS DEL MONASTERIO

CAPÍTULO 32

LAS HERRAMIENTAS Y OBJETOS DEL MONASTERIO

El abad elegirá a hermanos de cuya vida y costumbres esté seguro para encargarles de los bienes del monasterio en herramientas, vestidos y todos los demás enseres, 2y se los asignará como él lo juzgue oportuno para guardarlos y recogerlos. 3Tenga el abad un inventario de todos estos objetos. Porque así, cuando los hermanos se sucedan unos a otros en sus cargos, sabrá qué es lo que entrega y lo que recibe. 4Y, si alguien trata las cosas del monasterio suciamente o con descuido, sea reprendido. 5Pero, si no se corrige, se le someterá a sanción de regla.

San Benito recomienda al mayordomo en el capítulo anterior que considere todos los objetos y bienes del monasterio como objetos sagrados del altar, que no tenga nada como despreciable, que no se deje llevar por la avaricia, ni sea disipador del patrimonio del monasterio. Como complemento de todo ello, este capítulo establece que la administración de los bienes muebles, de las herramientas, las confíe el abad a monjes de los que uno puede fiarse, por su vida y costumbres. Lo que pretende san Benito es que no se caiga en la negligencia a la hora de tener cuidado de las herramientas y de las cosas que tenemos en el monasterio para el servicio de todos. Por un lado, procura el mantenimiento de las cosas, pero por la otra, todavía más importante, pone de relieve el espíritu comunitario. Pues, compartir las cosas no es fácil, y no quiere decir que puesto que las compartimos, las podemos tratar de cualquier manera. Precisamente, porque las compartimos debemos tener un cuidado riguroso de todas ellas.

Este espíritu, afirma el abad Casiano, se nutre y se manifiesta a través de gestos concretos de atención y delicadeza. A veces, pueden ser bien simples. Por ejemplo, encender una luz para bajar la escalera, o apagarla si ya no la necesitamos, Es un gesto simple que a la vez demuestra dos cosas: conciencia de evitar un gasto innecesario, y no dejar la acción en manos del “ya lo harán quien se lo encuentre”. Gestos simples como dejar una puerta cerrada, y hacerlo sin ruidos que molesten a los demás. Si, por ejemplo, se nos rompe un vidrio, recoger los trozos; si hemos utilizado un vehículo dejarlo en su garaje, a ser posible con gasolina, y tantas otras pequeñas cosas que podemos llevar a cabo. 
Podríamos decir que se trata de aplicar el principio de subsidiaredad, tan presente en la doctrina social de la Iglesia, y también de dejarlo todo bien arreglado y digno, porque, como apunta la abadesa Montserrat Viñas, quien no es capaz de tratar bien todo lo que toca es probable que en el trato con los demás tampoco sea muy delicado.

Es lo que Aquinata Böckmann define como la fidelidad de las pequeñas cosas, lo que no deja de ser un reflejo de como nos comportamos con nosotros mismos, y de cómo respetamos a los otros y a la comunidad. La comunión de bienes es una de las características de la vida monástica, a imitación de la primera comunidad cristiana donde “la multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma, y nadie consideraba como propios los bienes que poseía, sino que estaba al servicio de todos (Hech  4,32)

Es con este espíritu como debemos entender este capítulo de la Regla, que habla sobre todo de las herramientas, de la vida y de la conducta de los hermanos, así como de la confianza. Confiar alguna cosa a alguno significa confiar en él. El texto latino dice que se confía la custodienda atque recoligenda, por tanto, se confía el cuidado para que las herramientas no se pierdan o se dispersen y se mantengan en buenas condiciones.

San Benito también establece llevar un inventario de lo que se da y de lo que se devuelve al finalizar la tarea encomendada. Recibir una carga, un encargo, en el monasterio, es asumir la responsabilidad, es decir que es preciso responder a esta confianza depositada con hechos. San Benito es severo con los hermanos que hacen de las cosas encomendadas, motivo de satisfacción personal, cuando tienen un sesgo colectivo. Como buen romano, cuidadoso por el derecho que había estudiado de joven, presenta una deficiencia en una tarea sin una penalización, en el caso de no observar las condiciones en que se le ha encomendado. Pero es interesante observar la razón aducida para castigar al hermano que se ha comportado de modo negligente o desordenado. Por ejemplo, otro indicador es la limpieza de los espacios comunitarios, porque nos muestra el cuidado que tienen, dándose a cumplir con buen celo, de la vida espiritual, y por extensión a la de la comunidad. Lo mismo pasa cuando nos envían a estudiar, o tenemos una responsabilidad que supone recibir dineros del exterior y tantas cosas semejantes: estamos haciendo un servicio a la comunidad y no nos la debemos apropiar.

Responsabilidad y generosidad en el uso de las herramientas de monasterio, que están al servicio de todos como lo estamos nosotros mismos personalmente. Por extensión, respetuosos con la naturaleza.

Como escribe Aquinata este capítulo que puede anodino nos deja claro un mensaje: Cristo no está lejos de la manera que utilizamos las cosas; estas pueden venir a ser un lazo de amor fraternal y contribuir a reafirmarlo o a destruirlo. El respeto a los objetos y a la creación comienza en las pequeñas cosas y la espiritualidad está en relación como vivimos la vida cotidiana, porque todo en el nuestro vivir humano es expresión de espiritualidad.


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