domingo, 5 de agosto de 2018

CAPÍTULO 25 LAS CULPAS GRAVES

CAPÍTULO 25

LAS CULPAS GRAVES

El hermano que haya cometido una falta grave será excluido de la mesa común y también del oratorio. 2Y ningún hermano se acercará a él para hacerle compañía o entablar conversación. 3Que esté completamente solo mientras realiza los trabajos que se le hayan asignado, perseverando en su llanto penitencial y meditando en aquella terrible sentencia del Apóstol que dice: 4«Este hombre ha sido entregado a la perdición de su cuerpo para que su espíritu se salve el día del Señor». 5Comerá a solas su comida, según la cantidad y a la hora que el abad juzgue convenientes. 6Nadie que se encuentre con él debe bendecirle, ni se bendecirá tampoco la comida que se le da.

Culpabilidad, falta, exclusión. No es un lenguaje fácil. Uno de los pilares de la vida comunitaria es la corrección fraterna. Nos lo dice el mismo Jesús en el Evangelio de Mateo: “Si tu hermano te ofende, ves a su encuentro, y a solas con él hazle ver su falta. Si te escucha habrás ganado un hermano”. (Mt 18,15). Pero la corrección tiene un enemigo muy poderoso: el orgullo, la soberbia o el “yo”, por decir algunos de sus nombres. Cuando caemos en la culpa no aceptamos ser corregidos; a menudo alegamos un defecto de forma. El tono, el momento, el lugar, la persona… Pero también podemos padecer si somos nosotros los correctores y lejos de hacerlo por amor buscamos la humillación, la mortificación: al fin y al cabo, buscamos satisfacer nuestro capricho e intentar remover el obstáculo que hay en el otro, y que consideramos que nos molesta. Con frecuencia, suelen ser motivaciones muy humanas que podemos reconocer o no, y quizás de las cuales a veces ni somos conscientes, pero que sin duda existen. El sentido de la corrección debe ser no querer que ninguno camine por la senda equivocada; el sentido de la corrección debe ser el de cambiar el rumbo para retornar al buen camino.

Lo primero que debemos hacer es vigilar y ser conscientes de nuestra propia salud espiritual. Estos días hemos escuchado en Maitines un fragmento de las Instrucciones de san Doroteo de Gaza, abad, que dedica el capítulo 7 a la acusación de nosotros mismos. Es un buen punto de partida para hacer una reflexión personal, y no fácil de incorporar a nuestra vida espiritual.

Nos habla de discernir el motivo principal de un hecho que se repita con frecuencia. A veces cuando sentimos una palabra molesta, hacemos como si no la hubiéramos oído, no nos sentimos molestados ni aludidos; en cambio, en otras ocasiones, nada más nuestro oído escuchó nos sentimos turbados y afligidos. San Doroteo distingue una causa por encima de cualquiera otra: nuestro estado de ánimo. Si estamos fortalecidos por la plegaria y la meditación nos cuesta más el perder la paz, incluso si un hermano, Dios no lo quiera, nos insulta o hiere.

Quien está fortalecido por la oración o la meditación, tolera fácilmente, sin perder la paz, a un hermano que le ofende; u otras veces soportará con paciencia a su hermano, porque se trata de alguien a quien profesa un gran afecto, o, por el contrario, por menosprecio, porque considera como “nada” a quien desea perturbarlo, y no se digna tomarlo en consideración, como si se tratara del más despreciable de los hombres, y entonces ni se digna dar una respuesta con la palabra, ni recordar sus maldiciones e injurias, con lo cual ni se turba ya ni se aflige. 

Lorenzo Montecalvo se pregunta a quién consideramos enemigo en la comunidad y con qué criterio. Quizás el que habla mal de nosotros, o el que nos calumnia, o el que no nos defiende cuando nos calumnian injustamente, o quien apenas se interesa por nosotros, o quien creemos que nos mortifica, o que murmura, o quien no se ríe de nuestras gracias.

Al fin y al cabo, la turbación o la aflicción por la palabras o actos de un hermano proviene por causa de una mala disposición momentánea o del odio contra un hermano, como fruto de la pobreza de nuestra propia paz interior. Para Doroteo de Gaza la causa de toda turbación se debe a que nadie se acusa a sí mismo. De aquí deriva toda molestia y aflicción, que nunca encontremos el descanso, lo cual no debe extrañarnos, ya que esta acusación de nosotros mismos es el único camino que nos puede llevar a la paz. Por muchas virtudes que posea un hombre, aunque sean incontables, si se aparta de este camino nunca encontrará la paz, sino que estará siempre afligido o afligirá a los otros, perdiendo así el mérito de todas sus fatigas. 
                    
El que se acusa a sí mismo acepta con alegría toda clase de molestias, daños, ultrajes, ignominias, y cualquier situación que tenga que soportar, ya que se considera merecedor de ello y no pierde la paz.
Pero dice san Doroteo: “Si mi hermano me aflige, y yo, examinándome a mí mismo, no encuentro que le haya dado ocasión, ¿por qué he de acusarme”?

Nos responde que en realidad el que se examina con diligencia y temor de Dios nunca se encontrará inocente del todo y tendrá conciencia de que en alguna ocasión, por pequeña que sea, de obra, palabra o pensamiento había dado ocasión. Y si no se encuentra culpable en nada seguro que en otro tiempo ha sido motivo de aflicción para aquel hermano por la misma o diferente causa, o quizás habrá causado molestia a algún otro en aquella u otra materia. Todavía añade Doroteo que quizás otro puede preguntar por qué se ha de acusar si, estando sentado con paz y tranquilidad viene un hermano y le molesta con una palabra desagradable o ignominiosa y, sintiéndose incapaz de aguantarla cree que tiene razón de  alterarse o enfadarse con su hermano porque si no hubiera venido a molestarlo no habría pecado. Añade que también el que está sentado con paz y tranquilidad, según cree, esconde a pesar de todo, en su interior, una pasión que él no es consciente. Viene un hermano, le dice una palabra molesta, y al momento le saca fuera todo lo peor que lleva escondido dentro. Para san Doroteo si queremos conseguir misericordia debemos procurar purificarnos, perfeccionarnos, y veremos que, más que atribuir a otro una injuria, quizás daremos gracias a aquel hermano que ha sido motivo de tan gran provecho. De este modo estas pruebas no nos causarán tanta aflicción, sino que, cuanto más nos vayamos perfeccionando, más leves nos parecerán.  Ciertamente, no se trata de soportar penalidades gratuitamente, ni menos de buscarlas o provocarlas, pero también es cierto que a lo largo de la jornada surgen situaciones molestas, que un día soportamos con paciencia y resignación y otro rechazamos con contundencia.

San Benito nos propone hoy para quienes faltan gravemente, soledad, silencio, penitencia, y algo todavía más importante. La falta de bendición. De todo ello podemos vivirlo satisfactoriamente, como muestra san Doroteo, alimentándonos espiritualmente y nada mejor para ello que seguir y gozar de la jornada monástica en plenitud: plegaria, lectura de la Palabra y trabajo; teniendo presente siempre a Dios en nuestros pensamientos y en nuestros actos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario