lunes, 22 de abril de 2019

CAPÍTULO 14 CÓMO HAN DE CELEBRARSE LAS VIGILIAS EN LAS FIESTAS DE LOS SANTOS


CAPÍTULO 14

CÓMO HAN DE CELEBRARSE LAS VIGILIAS
EN LAS FIESTAS DE LOS SANTOS

En las fiestas de los santos y en todas las solemnidades, el oficio debe celebrarse tal como hemos dicho que se haga en el oficio dominical, 2sólo que los salmos, antífonas y lecturas serán los correspondientes al propio del día. Pero se mantendrá la cantidad de salmos indicada anteriormente.

Capítulo breve de los dedicados a la liturgia. En primer lugar, trata de las fiestas o memorias de los santos en el aspecto litúrgico. El Concilio Vaticano II y el subsiguiente Ordenamiento general de la liturgia de las horas, ponen de manifiesto que las celebraciones de los santos se han de ordenar de tal manera que no se sobrepongan a las festividades y tiempos sagrados, que conmemoran los misterios de la salvación, ni se reduzcan, a menudo, el curso regular de los Salmos o de la lectura continuada de la Sagrada Escritura, ni se provoquen repeticiones indebidas. Es primordial, pues, en el Año Litúrgico, especialmente en los tiempos fuertes: Adviento, Nadal, Cuaresma y Pascua. No se trata de olvidar a los santos, testimonios siempre imitables, sino de no olvidar que el centro de nuestra fe es Cristo y su misterio de Redención.

El término empleado en la antigüedad para designar estas celebraciones era la del Dies natalicius, es decir, el de su muerte o su nacimiento a la nueva vida, al cielo, un signo de esperanza en la resurrección. Ciertamente, en el siglo VI, en tiempo de san Benito, el santoral no era tan numeroso como es hoy. Tenía un papel importante san Juan Bautista, san Martín de Tours, los Apóstoles y los mártires de la antigüedad cristiana, además, evidentemente, de la Bienaventurada siempre Virgen María.

Parece que ya existía un calendario de fiestas con su propio orden de salmos y antífonas específicos en función de la celebración. San Benito intenta establecer una estructura, una jerarquía buscando un equilibrio, tal como pide el Vaticano II, entre una estructura definida y no variable y la libertad de integrar elementos que cambian según lo que se celebramos. Tenemos fiestas, solemnidades, memorias, días feriales y tiempos fuertes, que nos deben de ayudar a vivir con intensidad el Año Litúrgico.

Otro tema que nos sugiere este capítulo es el de la santidad en si misma. Un tema largamente tratado por el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica sobre la vocación a la santidad en el mundo actual, Gaudete et Exsultate. El Papa se refiere en ella a algunos aspectos de la llamada a la santidad especialmente significativos.

En primer lugar, a la perseverancia, a la paciencia y a la mansedumbre. Debemos reconocer y combatir nuestras inclinaciones agresivas y egoístas. No nos hace bien mirarnos desde arriba, colocarnos como jueces sin piedad, considerar a los otros como indignos y pretender dar lecciones permanentemente. Esta es una sutil forma de violencia. Caminar hacia la santidad significa soportar pequeñas humillaciones diarias, o, por ejemplo, evitar hablar bien de nosotros mismos, y preferir exaltar a los demás en lugar de gloriarnos, eligiendo las tareas menos brillantes, e incluso, a veces, prefiriendo soportar algo injusto a fin de ofrecerlo al Señor. De esta actitud, dice el Papa, que supone un corazón pacificado por Cristo, liberado de toda agresividad que nace de un “yo” demasiado grande.

En segundo lugar, el santo es aquel que es capaz de vivir con alegría y con un espíritu positivo y esperanza, incluso en tiempos difíciles. La tristeza puede ser una señal de ingratitud por los dones recibidos de Dios. Nosotros tendríamos que pensar siempre que somos unos privilegiados, no vivir como condenados o amargados. Si creemos verdaderamente que es Dios quien nos ha llamado al monasterio debemos concluir que somos de los hombres más afortunados de la tierra, o, en todo caso, plantearnos nuestra vida aquí y ahora.

En tercer lugar, significa no considerarse el centro del mundo, y que todo debe girar en torno a nosotros y nuestros caprichos. Si superamos esta visión egocentrista de la vida encontraremos a Jesús en el corazón de nuestros hermanos, en su carne herida, en su vida oprimida, en la oscuridad de su alma.

Los santos nos sorprenden, nos descolocan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante en que a menudo nos instalamos por comodidad; a ellos, el Espíritu Santo les hace contemplar la historia en clave de Cristo resucitado. De esta manera en lugar de detenerse siguen adelante acogiendo las sorpresas que les presenta el Señor a lo largo de su vida.

La santificación es un camino que vivimos y trabajamos en comunidad. Compartir la Palabra y celebrar juntos la Eucaristía nos ha de llevar a crecer comunitariamente. Estas experiencias también están presentes en las pequeñas cosas de cada día. Jesús invitaba a los discípulos a prestar atención a los pequeños detalles: el vino que se acababa en una fiesta, una oveja perdida, unas monedas extraviadas…  veces en medio de estos pequeños detalles se nos regalan experiencias consoladoras de Dios.

Cada vegada que celebramos la memoria, fiesta o solemnidad de un santo pensamos en estas reflexiones del Papa francisco; los santos no son de otro mundo, de otra galaxia; han sido hombres y mujeres como nosotros, con virtudes y defectos, con alegrías y momentos duros; pero son modelos porque, precisamente, siendo hombres y mujeres normales, el centro de su vida ha sido Cristo.


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