domingo, 20 de febrero de 2022

CAPÍTULO 47, LA LLAMADA PARA LA OBRA DE DIOS

 

CAPÍTULO 47

LA LLAMADA PARA LA OBRA DE DIOS

Es responsabilidad del abad que se dé a su tiempo la señal para la obra de Dios, tanto de día como de noche, o bien haciéndolo él personalmente o encargándoselo a un hermano tan diligente, que todo se realice a las horas correspondientes. 2 Los salmos y antífonas se recitarán, después del abad, por aquellos que hayan sido designados y según su orden de precedencia. 3 No se meterá a cantar o leer sino el que sea capaz de cumplir este oficio con edificación de los oyentes. 4 Y se hará con humildad, gravedad y reverencia y por aquel a quien se lo encargue el abad.

El Oficio Divino y el celo van unidos; el celo por el Oficio es uno de los baremos para valorar la sinceridad de la vocación de monje, junto con la obediencia y las humillaciones. Pues uno de los momentos privilegiados para buscar a Dios, con la Eucaristía como cumbre y la Lectio Divina, es el Oficio Divino, al cual no debemos anteponer nada. (cfr. RB 43,3)

Si no anteponemos nada nos será fácil de cumplir, y comenzar cada día con puntualidad, una vez hecha la señal. Hacer la señal, ya es todo un indicador. Es el deseo de san Benito: un comienzo de todos juntos, y no mediante un “goteo” de hacerse presente en el coro. O, encara peor, si nos quedamos durmiendo u ocupados en otras cosas, que aunque sean necesarias, nunca lo serán en el tiempo del Oficio. Cuando la campana nos convoca es Dios quien nos convoca, y nos marca el ritmo del Oficio en cada momento. La señal del superior es únicamente un gesto preceptivo, complementario de la campana.

En esta línea escribe también Juan Casiano:

“He aquí otra observancia que cumplen al pie de la letra. Están sentados en sus celdas, aplicados al trabajo o a la meditación. Si escuchan que trucan a la puerta o a los vecinos invitando a la plegaria, al mismo tiempo se levantan todos. Con tanta presteza, que si están escribiendo no se atreven a acabar la letra empezada. En el instante en que la voz de quien llama llega a sus oídos se levanta rápidamente sin perder el tiempo para acabar la letra empezada. Y dejando todo empezado se dispone a cumplir el precepto con todo el ardor y emulación de que es capaz. Como se ve están menos interesados en avanzar en su tarea que en cumplir exactamente con la obediencia. Esta virtud no solo se refiere al trabajo manual, a la lectura, al silencio, al retiro de la celda, sino a todo lo restante. Abundan en la idea de que a todo se debe anteponer, y toda pérdida les parece insignificante con tal de no conculcar la virtud de la obediencia. (Instituciones 4,12)

San Benito tampoco quiere que nos precipitemos, sino hacer cada cosa cuando toca y esperar la señal para empezar todos juntos la plegaria común. El tema de las precipitaciones es fundamental en una vida monástica. Un tema que no va con un ritmo positivo de la vida monástica. Monjes que se precipitan o que tienen necesidad de comentarios, por supuesto siempre negativos, que no ayudan a aportar serenidad al clima comunitario.

Todo esto se aleja de la medida, la conciencia y la plenitud con que san Benito quiere llevar a cabo las cosas, pero que es evidente que es algo que forma parte del camino monástico en el que es necesario ir progresando paso a paso, ya que lo más importante es no detenerse, no darse por satisfechos con lo conseguido en lo cual lo más peligroso, a parte del conformismo, de sentirnos contentos de nosotros mismos sin ningún espíritu crítico para mirar de mejorar nuestra vida, sería retroceder y tener, en definitiva, que comenzar cada día sin haber aprendido nada del día anterior.

 Escribe el P. Louf que no cabe duda alguna: anunciar la hora de la plegaria en común reviste una importancia grande a los ojos de san Benito, y que lo que nos dice aquí refuerza lo que dice en el capítulo XLIII: que, una vez sentida la señal, dejando todo que tengamos entre manos, acudamos con presteza al Oficio Divino. Y aún, añade, como si san Benito fuese consciente de que con la rapidez se perdiera algo la compostura, que cal acudir con rapidez sí, pero con gravedad, para no dar lugar a ocurrencias inútiles.

Además, en la segunda parte del capítulo san Benito nos habla del salmista o cantor. Aquinata Bockmann afirma que es necesario, además de saber leer y cantar bien, leer y meditar el texto de la escritura y hacerlo con profundidad.

Humildad, gravedad y respeto dice san Benito, pues un canto o salmista orgulloso, irrespetuoso con los hermanos o precipitado no es un testimonio positivo sobre su relación viva con la Escritura.

Podríamos decir que debemos hacer nuestra la plegaria, la salmodia, pero sin perder de vista que la hacemos en comunidad, sin “fervores” innecesarios

. A lo largo de toda la Regla san Benito deja muy claro la importancia del Oficio Divino, la prontitud por hacernos presentes, la puntualidad de la señal del inicio, la humildad, gravedad y respeto en el momento de realizarlo. Pues como nos exhorta san Pablo VI:

“Esta oración recibe su unidad del corazón de Cristo. Ha querido nuestro Redentor “que la vida iniciada en el cuerpo mortal, con sus oraciones y su sacrificio, contara durante los siglos en el Cuerpo Místico, que es la Iglesia”, de donde se sigue que la oración de la Iglesia es “oración que Cristo, unido a su cuerpo, eleva al Padre”. Es necesario, pues que mientras celebramos el Oficio reconozcamos en Cristo nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros” (Laudis Canticum)

 

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