domingo, 30 de octubre de 2016

CAPÍTULO 17 CUÁNTOS SALMOS SE HAN DE CANTAR A DICHAS HORAS



CAPÍTULO 17

CUÁNTOS SALMOS SE HAN DE CANTAR A DICHAS HORAS

Ya hemos determinado cómo se ha de ordenar la salmodia para los nocturnos y laudes. Vamos a ocuparnos ahora de las otras horas. 2A la hora de prima se dirán tres salmos separadamente, esto es, no con un solo gloria, 3y el himno de la misma hora después del verso «Dios mío, ven en mi auxilio». 4Acabados los tres salmos, se recita una lectura, el verso, Kyrie eleison y las fórmulas conclusivas. 5A tercia, sexta y nona se celebrará el oficio de la misma  manera/_es decir, el verso, los himnos propios de cada tres salmos, la lectura y el verso, Kyrie eleison y las fórmulas finales. 6Si la comunidad es numerosa, los salmos se cantarán con antífonas; pero, si es reducida, seguidos. 7Mas la synaxis vespertina constará de cuatro salmos con antífona. 8 Después se recita una lectura; luego, el responsorio,  el himno ambrosiano, el verso, el cántico evangélico, las preces litánicas y se concluye con la oración dominical. 9Las completas comprenderán la recitación de tres salmos, que  han de decirse seguidos, sin antífona. 10Después del himno correspondiente a esta hora, una lectura, el verso, Kyrie eleison y se acaba con la bendición.

El Oficio Divino, el Opus Dei, se caracteriza por un desarrollo regular a lo largo de la semana y de cada jornada;  un marco rutinario que, por otro lado, nos permite profundizar en la búsqueda de Dios, un instrumento para avanzar en el objetivo de nuestra vida monástica. San Benito nos presenta la estructura adaptada a las comunidades, pero lo hace expresando su concepción del Opus Dei a través de pequeñas cosas que parecen vanas en una primera lectura. Los dos oficios principales del día son, evidentemente, Laudes y  Vísperas, que tienen una estructura similar. Escribe Paulo VI en la Constitución Apostólica Laudis Canticum:

“Laudes y vísperas son partes fundamentales del Oficio Divino, y se les da la mayor importancia, ya que son, por su propia índole, la verdadera oración de la mañana y de la tarde”. 

La celebración de Laudes, al amanecer, tiene un carácter festivo, incluso a la largo de la semana. Su sentido es celebrar el triunfo de la luz sobre la oscuridad, la hora de la resurrección del Señor, del triunfo de la vida sobre la muerte. Los textos son cuidadosamente seleccionados para dar a la celebración ese sentido de la luz y de la resurrección. Los salmos han sido siempre la parte esencial de la plegaria de la Iglesia, por lo menos en Occidente. La razón es que representan un inmenso tesoro de adoración, alabanza, acción de gracias, y también recogen todas las actitudes que el creyente puede tener delante de Dios, tanto en momentos de prueba, de persecución, o de alegría. Vienen a ser también una lectio divina que nos pone en contacto con diversos siglos de experiencia espiritual, la relación vivida entre Dios y generaciones de gran intercesores, así como un camino de hacer más viva la plegaria de todo el pueblo de Dios. Esta es la razón por la que san Benito considera el Salterio como alimento  esencial de la oración del monje. Podemos y  debemos orar siempre y por todos. Es preciso hacerlo cada uno de nosotros y en comunidad. La plegaria es algo connatural a la vida del monje y no una obligación. Es también un don para todo creyente el orar, y lo es para toda una comunidad el hacerlo juntos. El Oficio Divino no ha de ser para los monjes tan solo una preocupación individual, sino una preocupación de la comunidad, pues es una comunidad que busca a Dios. Por eso el transcurso del día esta “sembrado” de momentos de plegaria para expresar nuestra plegaria continúa en comunidad, que viene a ser un alimento fundamental para nuestra vida.

En este capítulo san Benito resalta tres elementos comunes a todas las horas del Oficio Divino: el Kirie, la oración dominical  y la bendición.

La invocación  Kirie eleison” (Señor, ten piedad) revela en sí misma  dos realidades: la aclamación y la súplica. La aclamación viene a ser la alabanza, el honor y el reconocimiento a Cristo, el Señor de la gloria, del cielo y de la tierra, a quien tenemos como Hijo de Dios, vencedor del pecado y de la muerte. La súplica será, entonces, la petición dirigida al Señor, para que derrame su gracia sobre nosotros, y nos auxilie en nuestra debilidad. Siendo parte del rito inicial de la Eucaristía y de las conclusiones del Oficio, esta invocación viene a ser el grito confiado que los creyentes dirigimos a Cristo, que después nos hablará en la liturgia de la Palabra, y se nos dará como alimento en la Eucaristía, o bien nos habla en los Salmos y en los Cantos Evangélicos del Oficio.

El Padrenuestro recoge y expresa las necesidades humanas materiales y espirituales: “Danos nuestro pan de cada día y perdona nuestros pecados” (Lc 11,3-4). Y precisamente a causa de las necesidades y de las dificultades de cada día, Jesús nos exhorta con fuerza: “Yo os digo: pedid y se os dará, buscad y encontraréis, gritad y se os abrirá. Porque el que pide recibe, el que busca, encuentra; y al que grita se le abre” (Lc 11, 9-10). No se trata de pedir para satisfacer los propios deseos, sino para mantener despierta la amistad con Dios, que  sigue diciendo en el Evangelio “dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan” (Lc 11,13).  Así lo experimentaron los antiguos Padres del Desierto, y también los contemplativos de todos los tiempos que llegaron a ser, por su oración, verdaderos amigos de Dios. (Cfr.  Benedicto XVI, Angelus, 25,Julio,2010)

La bendición final es un don espiritual en el sentido fuerte del término, un don del Espíritu invocando a Dios sobre la comunidad. Con ésta concluye el Oficio, remarcando el carácter de alabanza y remarca el sentido del hombre como criatura espiritual, gloria de Dios y recuerdo de su imagen en el hombre, conceptos unidos y presentes en la bendición final. Bendición trinitaria, pues en el Oficio, oramos al Padre, con la palabra del Hijo y bajo el aliento del Espíritu. Simboliza que nuestra vocación en la Escuela del Servicio  Divino es venir a ser hombre de bendición.

El Oficio  Divino, plegaria sin interrupción, y en su celebración, cuando se reúne la comunidad, manifiesta la verdadera naturaleza de la Iglesia. Es plegaria de toda la familia humana asociada a Cristo; expresando la voz de la Esposa de Cristo, los deseos y votos de todo el pueblo cristiano, súplicas por las necesidades de todos los hombres. Es plegaria de Cristo y de la Iglesia que recibe su unidad del mismo Cristo, por ello es importante que en la celebración del Oficio reconozcamos en Cristo nuestras voces, y reconozcamos su voz en nosotros. El Oficio es conocimiento de la Escritura, sobre todo de los Salmos, que siguen y proclaman la acción de Dios en la Historia de la Salvación, que se conmemora sin interrupción, y anuncia, eficazmente, su continuación en la vida de los hombres. (Cfr. Laudis Canticum)

El Oficio Divino configura toda nuestra jornada; si lo vivimos parcialmente no vivimos plenamente nuestra vida de monjes. De Maitines a Completas recorremos un camino cada día nuevo, al que no tenemos que anteponer nada. Venimos al monasterio a buscar a Dios, y la plegaria, sea el Oficio, sea la plegaria personal, el contacto con la Palabra y el trabajo deben configurar nuestra jornada; un todo dirigido a alcanzar en esta Escuela del servicio del Señor, al que alabamos, a quien oramos, con quien hablamos y a quien buscamos.   

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