domingo, 5 de febrero de 2017

CAPÍTULO 32 LAS HERRAMIENTAS Y OBJETOS DEL MONASTERIO



CAPÍTULO 32

LAS HERRAMIENTAS Y OBJETOS DEL MONASTERIO

El abad elegirá a hermanos de cuya vida y costumbres esté seguro para encargarles de los bienes del monasterio en herramientas, vestidos y todos los demás enseres, 2y se los asignará como él lo juzgue oportuno para guardarlos y recogerlos. 3Tenga el abad un inventario de todos estos objetos. Porque así, cuando los hermanos se sucedan unos a otros en sus cargos, sabrá qué es lo que entrega y lo que recibe. 4Y, si alguien trata las cosas del monasterio suciamente o con descuido, sea reprendido. 5Pero, si no se corrige, se le someterá a sanción de regla.

El canon 1257 del Código de Derecho Canónico, que habla de los bienes temporales de la Iglesia, los define como bienes eclesiásticos (bona ecclesiastica); es decir, que pertenecen a la Iglesia, a todo el pueblo de Dios. Quienes tienen la propiedad legal en la sociedad civil o los utilizan, son, en realidad, administradores o usufructuarios, pero no los propietarios. También los Padres de la Iglesia hablaban de que  todo aquello que tenemos en exceso, pertenece a los pobres.

La organización del monasterio, siguiendo el ejemplo de las primitivas comunidades cristianas está destinada a vivir los valores de nuestra vocación monástica, bajo el carisma cisterciense, donde la plegaria, el contacto con la Palabra y el trabajos son los ejes principales; por lo tanto, las herramientas, destinadas al trabajo, deben tener un uso correcto. En este sentido san Benito dice que el abad debe confiar los bienes del monasterio –él habla de las herramientas y la ropa que entonces eran algo esencial para la comunidad- a los hermanos de vida y conducta que inspiren confianza. San Benito también establece que se debe llevar un inventario de lo que se entrega para el uso y de lo que se devuelve en buen uso. Es interesante observar también que un hermano puede ser castigado si trata negligentemente los bienes del monasterio.. La espiritualidad  de la Regla tiene que ver también con el buen orden, con una administración prudente, con un cuidado de la casa en todos los aspectos, ya que es el espacio de nuestra vida espiritual. Por esto en este sentido, y a propósito, cuando hacemos los trabajos de limpieza semanal debemos tener en cuenta que hacemos el mantenimiento de la principal herramienta de la comunidad, el monasterio mismo, que debemos recordar es patrimonio de la humanidad, centro de visitas turísticas importante, que aportan unos medios de vida y dan trabajo a un grupo ya numerosos de personas, y, por supuesto, nuestra propia casa.
Es importante que armonicemos en nuestra vida el cuerpo y el alma, la plegaria y el trabajo, como un aspecto singular del camino de perfección a Dios.

Respecto a los bienes, cada comunidad debe cumplir con los criterios de sencillez evangélica y las exigencias de la Iglesia. Siguiendo el ejemplo de nuestros Padres cistercienses, que buscaban una relación sencilla, según la sencillez de Cristo, nuestra manera de vivir ha de ser simple y frugal. Todo en la casa de Dios ha de estar en armonía con el tipo de vida que se tiene, y lo superfluo no debería tener lugar en nuestra vida. San Benito nos habla de usar, de guardar y de recoger las herramientas y objetos del monasterio, de ser conscientes que unos tienen unas herramientas, y otros otras diferentes, de acuerdo a las tareas asignadas. Que las herramientas pasan de unos a otros, y todo esto nos exige tratarlas bien cuando nos servimos de ellas, y procurar mantenerlas en un buen estado de conservación.

Este criterio también debe servir para nuestras celdas, donde es preciso tener un mínimo de pulcritud, y evitar acumular cosas. He tenido la responsabilidad de vaciar dos celdas de hermanos nuestros que  murieron. Confieso que da un cierto respeto esta tarea, pues es penetrar en la intimidad de otro. Eran hermanos con una larga vida monástica, con responsabilidades concretas, que han trabajado, escrito, publicado… que les han llevado a acumular papeles y herramientas. Inevitablemente, uno se pregunta si  cuando vacíen la celda propia como la van a encontrar. Un buen punto de reflexión para hacerme consciente de si realmente guardo lo estrictamente necesario.

Simplicidad en los edificios, en los muebles, en la comida, en la ropa, e incluso en la liturgia, ya que el monasterio ha de hacer compatible la belleza y la sencillez. La belleza  del arte cisterciense no está tanto en la decoración, sino en la pureza y simplicidad de líneas. 

El ideal cisterciense pone el acento en la simplicidad  y la modestia; el estilo de vida de los primeros cistercienses del s. XII, buscaba el contexto y las condiciones necesarias para una vida simple que favoreciese la búsqueda de Dios. En un mundo dominado por el afán de posesión no faltan tentaciones para atarnos a los bienes materiales, crearnos sentimientos de propiedad, cuando no debe ser así. Hoy uno es portero, y mañana puede ser otra cosa; las herramientas de la cocina, por ejemplo, no son del cocinero, sino de toda la comunidad, y así todos los demás elementos: Órgano, lavandería…  O buscamos que alguien de fuera nos haga un regalo para cubrir una pretendida necesidad. Son muchos y diversos los ejemplos que se pueden dar en nuestra vida. La dificultad podemos tenerla en cómo vivir esta simplicidad, que nuestros antepasados consideraron como un medio muy útil para la vida de búsqueda de Dios en medio de una sociedad de consumo, donde consumir, poseer, e incluso destruir para tener algo mejor, es una ley universal.

Tomás  Merton trabajó la visión de san Bernardo sobre la simplicidad interior. El monje concebido como un hombre de unidad y simplicidad, como quien no puede estar en paz consigo mismo ni con los otros, sino está en paz con Dios. Un sentimiento de posesión, de control de las cosas e incluso de las personas nos invade para hacerlo todo a la nuestra medida. Buscar poseer en la vida monástica es un pecado contra la pobreza. Es algo que sabemos. También sabemos que la Regla es categórica en este tema, que ninguno no debe poseer nada en concreto, y que el abad debe dar todo lo necesario; pero debemos saber también que usar no es lo mismo que poseer. Más allá de la pobreza, lo es el espíritu de pobreza; tener lo necesario, rehusar lo superfluo; compartir todos los bienes y hacerlo con alegría; tenerlo todo en común y utilizarlo con sabiduría, prudencia, cuidado y sensibilidad con los demás. Todo esto es un signo positivo de abertura a Dios.

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