domingo, 19 de febrero de 2017

CAPÍTULO 46 LOS QUE INCURREN EN OTRAS FALTAS



CAPÍTULO 46

LOS QUE INCURREN EN OTRAS FALTAS

Si alguien, mientras está trabajando en cualquier ocupación en la cocina, en la despensa, en el servicio, en la panadería, en la huerta, en un oficio personal o donde sea, comete alguna falta, 2 o rompe o pierde algo, o cae en alguna otra falta, 3 y no se presenta enseguida ante el abad y la comunidad para hacer él mismo espontáneamente una satisfacción y confesar su falta, 4 si la cosa se sabe por otro, será sometido a una penitencia más severa. 5 Pero, si se trata de un pecado oculto del alma, lo manifestará solamente al abad o a los ancianos espirituales 6 que son capaces de curar sus propias heridas y las ajenas, pero no descubrirlas y publicarlas.

Podemos cometer faltas evidentes para los demás, como romper o perder algo, y también cometer pecados secretos del alma, que sólo o nosotros mismos conocemos. Pero para ambos casos san Benito nos pide reconocerlos, no esperar que sean descubiertos por otros y esto nos permite dar un primer paso para superarlos.

San Benito nos habla  en primer lugar de las faltas en nuestro trabajo, ya que también aquí hemos de tener cuidado con las herramientas, como afirma en el capítulo 32, ya que son de la comunidad y hoy las utilizas tú, y mañana seré yo quien tendrá necesidad de ellas. Es importante destacar que san Benito  nos habla siempre de lo que hacemos en concreto: trabajo manual o intelectual,, en la cocina o portería, hospedería o biblioteca dirigiendo el canto o lavando la ropa, en una visita o en el huerto, en el órgano o atendiendo a los enfermos… Todo es para bien  de todos, y es preciso hacerlo de la mejor manera posible, y por otro lado no vanagloriarnos si lo hicimos bien, ni reprender  o dejar en evidencia a otro si no lo hizo bien. Eso sí: buscar siempre hacer las cosas lo mejor posible. Lo cual no nos debe llevar a caer en un perfeccionismo que ponga en evidencia a los hermanos.

No estaría de más, en ciertas ocasiones, tener un gesto de comprensión cuando los otros falten en alguna cosa, o no sale bien algo, pues lo importante es ayudarnos mutuamente para que todo vaya bien en la vida de la comunidad. Al fin y al cabo, todos hacemos cosas bien, otras que no lo son tanto, y no faltan tampoco las que hacemos mal. Aprender a soportarnos unos a otros las debilidades físicas y morales se nos hace  a veces penoso, pero es algo que además de ser cristiano, es muy necesario cuando vivimos en comunidad, todos buscando el mismo horizonte: Dios.

Por ello es importante reconocer lo que hacemos mal y no escondiéndonos con la esperanza de no ser descubiertos, pues faltas, repito, todos las cometemos, por acción, omisión, de palabra o de obra. Cuando no hacemos aquello que nos corresponde, o que nos mandaron hacer, faltamos a la caridad, como dice el lenguaje monástico. Cuando hacemos algo y queremos cobrar  de una u otra manera incurrimos en falta. Cuando no hacemos de corazón, y no ponemos todos nuestros sentidos, aunque parezcamos dar la imagen de monjes perfectos, también faltamos, pues  Dios y nosotros mismos somos conscientes de que no hubo perfección en el obrar.

Todo está, debe estar, al servicio de la comunidad. Hay quien es válido para muchas cosas, otros no lo son tanto; uno puede aportar gran capacidad de trabajo, otro un conocimiento extenso en algún aspecto, pero todos juntos estamos al servicio de Cristo.

Un ejemplo es el coro cuando el Oficio  Divino: los cantores nos ayudan a orar todos juntos a un mismo ritmo; el organista ayuda a seguir la melodía; si nos separamos ni el órgano tendría sentido en la salmodia, ni la comunidad sin cantores podría orar bien. Es necesaria una coordinación de todos, una atención a quienes llevan la responsabilidad de los distintos aspectos del Oficio  Divino, o lo mismo si se trata de otros aspectos de la vida comunitaria.  En las Cartas de un Cartujo, su autor Juan Justo Lanspergio nos dice: “actúas contra la caridad no colaborando con la comunidad de la que  eres miembro”.

A esto nos ayuda el reconocer siempre los propios errores cuando los cometemos, y buscando una restauración de la comunión con nosotros mismos, con la comunidad y con Dios.
Esta consideración de la compensación por la falta lleva a san Benito a hablar en el capítulo siguiente de “los que cometen errores en el oratorio” durante  el Opus Dei.

Hace unos años que abandonamos un ritual complejo para dar satisfacción: tocar tierra con la mano cada vez que se cometía un error en el canto o en recitado, y también la postración del monje a tierra, o de rodillas cada vez que había un error más o menos grave en el ejercicio de un servicio, como, por ejemplo, el servicio del refectorio.

Se han abandonado la mayor parte de estos rituales, probablemente se habían convertido en algo artificial, inútil, e incluso ridículo; en algunos monasterios cuando se rompía una herramienta el culpable debía arrodillarse a la puerta del refectorio con el objeto roto, y permanecer así hasta haber pasado la comunidad. Eran solo gestos, pero que quizás servían para hacernos conscientes de que todos nos equivocamos. Al perder estos ritos quizás nos hemos hecho algo inconscientes de nuestra responsabilidad siempre que estamos llamados a realizar un servicio comunitario. Así perdemos una dimensión humana de nuestra persona.

Es realmente importante en la vida espiritual, igual que en toda vida humana admitir los propios errores, también los involuntarios, pero sobre todo aquellos de los que somos más conscientes, sin lo cual no es posible la corrección, y se corta también el progreso espiritual. Y  todo ello afecta a la vida comunitaria de una o de otra manera. Por otro lado reconocer los errores y pedir disculpas si hemos molestado es también una actitud de respeto.

El otro punto, hace referencia a los pecados secretos de nuestra alma. San Benito habla de reconocerlos delante del padre espiritual. Hoy, diríamos, en una confesión sacramental privada, que en aquel tiempo todavía no existía. La Regla describe también la actitud que deben tener los que escuchan a quienes han faltado. Pues tenemos que saber curar las propias heridas para, luego, atender a las heridas de los demás. Y tener una absoluta discreción de lo que se escucha, una  buena abertura de corazón.

Para san Benito, como en el caso de otras reglas, una vida comunitaria solamente tiene sentido si nos lleva a una pureza de corazón que nos permite ver a Dios; como dice el Evangelio: “Felices los limpios de corazón, ellos verán a Dios” (Mt 5,8).  Un evangelio que también nos dice con claridad: hemos de disponernos, dar, llevar, no desentendernos, orar, amar.

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