CAPÍTULO 46
LOS QUE INCURREN EN OTRAS FALTAS
Si alguien, mientras está trabajando en cualquier ocupación en la
cocina, en la despensa, en el servicio, en la panadería, en la huerta, en un
oficio personal o donde sea, comete alguna falta, 2 o rompe o pierde algo, o
cae en alguna otra falta, 3 y no se presenta enseguida ante el abad y la
comunidad para hacer él mismo espontáneamente una satisfacción y confesar su
falta, 4 si la cosa se sabe por otro, será sometido a una penitencia más
severa. 5 Pero, si se trata de un pecado oculto del alma, lo manifestará
solamente al abad o a los ancianos espirituales 6 que son capaces de curar sus
propias heridas y las ajenas, pero no descubrirlas y publicarlas.
Podemos cometer
faltas evidentes para los demás, como romper o perder algo, y también cometer
pecados secretos del alma, que sólo o nosotros mismos conocemos. Pero para
ambos casos san Benito nos pide reconocerlos, no esperar que sean descubiertos
por otros y esto nos permite dar un primer paso para superarlos.
San Benito nos
habla en primer lugar de las
faltas en nuestro trabajo, ya que también aquí hemos de tener cuidado con
las herramientas, como afirma en el capítulo 32, ya que son de la comunidad y
hoy las utilizas tú, y mañana seré yo quien tendrá necesidad de ellas. Es
importante destacar que san Benito nos
habla siempre de lo que hacemos en concreto: trabajo manual o intelectual,, en
la cocina o portería, hospedería o biblioteca dirigiendo el canto o lavando la
ropa, en una visita o en el huerto, en el órgano o atendiendo a los enfermos…
Todo es para bien de todos, y es preciso
hacerlo de la mejor manera posible, y por otro lado no vanagloriarnos si lo
hicimos bien, ni reprender o dejar en
evidencia a otro si no lo hizo bien. Eso sí: buscar siempre hacer las cosas lo
mejor posible. Lo cual no nos debe llevar a caer en un perfeccionismo que ponga
en evidencia a los hermanos.
No estaría de
más, en ciertas ocasiones, tener un gesto de comprensión cuando los otros
falten en alguna cosa, o no sale bien algo, pues lo importante es ayudarnos
mutuamente para que todo vaya bien en la vida de la comunidad. Al fin y al
cabo, todos hacemos cosas bien, otras que no lo son tanto, y no faltan tampoco
las que hacemos mal. Aprender a soportarnos unos a otros las debilidades
físicas y morales se nos hace a veces
penoso, pero es algo que además de ser cristiano, es muy necesario cuando
vivimos en comunidad, todos buscando el mismo horizonte: Dios.
Por ello es
importante reconocer lo que hacemos mal y no escondiéndonos con la esperanza de
no ser descubiertos, pues faltas, repito, todos las cometemos, por acción,
omisión, de palabra o de obra. Cuando no hacemos aquello que nos corresponde, o
que nos mandaron hacer, faltamos a la caridad, como dice el lenguaje monástico.
Cuando hacemos algo y queremos cobrar de
una u otra manera incurrimos en falta. Cuando no hacemos de corazón, y no
ponemos todos nuestros sentidos, aunque parezcamos dar la imagen de monjes
perfectos, también faltamos, pues Dios y
nosotros mismos somos conscientes de que no hubo perfección en el obrar.
Todo está, debe
estar, al servicio de la comunidad. Hay quien es válido para muchas cosas,
otros no lo son tanto; uno puede aportar gran capacidad de trabajo, otro un
conocimiento extenso en algún aspecto, pero todos juntos estamos al servicio de
Cristo.
Un ejemplo es el
coro cuando el Oficio Divino: los
cantores nos ayudan a orar todos juntos a un mismo ritmo; el organista ayuda a
seguir la melodía; si nos separamos ni el órgano tendría sentido en la salmodia,
ni la comunidad sin cantores podría orar bien. Es necesaria una coordinación de
todos, una atención a quienes llevan la responsabilidad de los distintos
aspectos del Oficio Divino, o lo mismo
si se trata de otros aspectos de la vida comunitaria. En las Cartas de un Cartujo, su autor Juan
Justo Lanspergio nos dice: “actúas contra
la caridad no colaborando con la comunidad de la que eres miembro”.
A esto nos ayuda
el reconocer siempre los propios errores cuando los cometemos, y buscando una
restauración de la comunión con nosotros mismos, con la comunidad y con Dios.
Esta
consideración de la compensación por la falta lleva a san Benito a hablar en el
capítulo siguiente de “los que cometen
errores en el oratorio” durante el
Opus Dei.
Hace unos años
que abandonamos un ritual complejo para dar satisfacción: tocar tierra con la
mano cada vez que se cometía un error en el canto o en recitado, y también la
postración del monje a tierra, o de rodillas cada vez que había un error más o
menos grave en el ejercicio de un servicio, como, por ejemplo, el servicio del
refectorio.
Se han
abandonado la mayor parte de estos rituales, probablemente se habían convertido
en algo artificial, inútil, e incluso ridículo; en algunos monasterios cuando
se rompía una herramienta el culpable debía arrodillarse a la puerta del
refectorio con el objeto roto, y permanecer así hasta haber pasado la
comunidad. Eran solo gestos, pero que quizás servían para hacernos conscientes
de que todos nos equivocamos. Al perder estos ritos quizás nos hemos hecho algo
inconscientes de nuestra responsabilidad siempre que estamos llamados a
realizar un servicio comunitario. Así perdemos una dimensión humana de nuestra
persona.
Es realmente
importante en la vida espiritual, igual que en toda vida humana admitir los
propios errores, también los involuntarios, pero sobre todo aquellos de los que
somos más conscientes, sin lo cual no es posible la corrección, y se corta
también el progreso espiritual. Y todo
ello afecta a la vida comunitaria de una o de otra manera. Por otro lado
reconocer los errores y pedir disculpas si hemos molestado es también una
actitud de respeto.
El
otro punto, hace referencia a los pecados secretos de nuestra alma. San
Benito habla de reconocerlos delante del padre espiritual. Hoy, diríamos, en
una confesión sacramental privada, que en aquel tiempo todavía no existía. La Regla
describe también la actitud que deben tener los que escuchan a quienes han
faltado. Pues tenemos que saber curar las propias heridas para, luego, atender
a las heridas de los demás. Y tener una absoluta discreción de lo que se
escucha, una buena abertura de corazón.
Para san Benito,
como en el caso de otras reglas, una vida comunitaria solamente tiene sentido
si nos lleva a una pureza de corazón que nos permite ver a Dios; como dice el
Evangelio: “Felices los limpios de
corazón, ellos verán a Dios” (Mt 5,8).
Un evangelio que también nos dice con claridad: hemos de disponernos,
dar, llevar, no desentendernos, orar, amar.
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