domingo, 12 de febrero de 2017

CAPÍTULO 39 LA RACIÓN DE LA COMIDA




CAPÍTULO 39: LA RACIÓN DE LA COMIDA


  
Creemos que es suficiente en todas las mesas para la comida de cada día, tanto si es a la hora de sexta como a la de nona, con dos manjares cocidos, en atención a la salud de cada uno, 2 para que, si alguien no puede tomar uno, coma del otro. 3 Por tanto, todos los hermanos tendrán suficiente con dos manjares cocidos, y, si hubiese allí fruta o legumbres tiernas, añádase un tercero. 4 Bastará para toda la jornada con una libra larga de pan, haya una sola refección, o también comida y cena, 5 Porque, si han de cenar, guardará el mayordomo la tercera parte de esa libra para ponerla en la cena. 6 Cuando el trabajo sea más duro, el abad, si lo juzga conveniente, podrá añadir algo más, 7 con tal de que, ante todo, se excluya cualquier exceso y nunca se indigeste algún monje, 8 porque nada hay tan opuesto a todo cristiano como la glotonería, 9 como dice nuestro Señor: «Andad con cuidado para que no se embote el espíritu con los excesos».   10 A los niños pequeños no se les ha de dar la misma cantidad, sino menos que a los mayores, guardando en todo la sobriedad. 11 Por lo demás, todos han de abstenerse absolutamente de la carne de cuadrúpedos, menos los enfermos muy débiles.

Sería fácil decir que la medida de la comida es comer sin medida, pero no es esta la idea de san Benito,  “ya  que no hay nada tan contrario a un cristiano como el desenfreno”.  El título del capítulo es la medida de la comida. No hay duda que la palabra “medida” o “ración” tiene un significado muy concreto. Así se mide físicamente la porción de pan o la cantidad de platos a servir. Pero detrás de esta concreción material de la medida está la idea cercana a la discreción, que es algo también muy presente en la Regla. Y todo siempre sin murmurar. San Benito nos habla de la medida en cuanto se refiere a la excomunión, a nuestras fuerzas si nos mandan cosas imposibles, o a las correcciones. También en el capítulo siguiente sobre la bebida habla de una cierta cantidad, la “hémina”, una medida a la que los especialistas han dedicado tiempo de estudio para determinar su alcance exacto, pero sin resultados.


A diferencia de otras veces, en que san Benito cita textos bíblicos antes de entrar en las consecuencias prácticas de un determinado tema, aquí san Benito empieza ya por las normas prácticas. Él cree que para la comida cada día son suficientes dos platos cocidos. Por tanto, dice, si alguno no puede comer de uno de ellos, normalmente debería poder comer del otro. Pero no excluye el que se puedan comer los dos; dice que cuando vemos el primer plato que no es de nuestro gusto, no desesperen nunca de la misericordia de Dios, que posiblemente el segundo plato será más de nuestro agrado. Para san Benito esta medida debería ser suficiente para todos los hermanos;  suficiente es una palabra que aparece en diversos capítulos de la Regla,  aquí parece referirse a que el hombre, ciertamente, necesita el alimento para vivir, comer para satisfacer  una necesidad básica, para alimentarnos y preservar la salud. Todo lo que se añade a lo que es suficiente, o bien es exceso, o una simple satisfacción de placer carnal. Es obvio que no se excluye el poder gozar de una buena comida, ya que el placer también es saludable por él mismo; pero cuando el objetivo es comer para gozar, más que satisfacer una necesidad, la idea de medida de san Benito ha  sido excluida.


La Regla está lejos de la actitud de algunos ascetas de los primeros siglos del cristianismo que vieron en la abstinencia radical un ejercicio ascético con el objetivo de dominar la naturaleza humana.  Cuando  san Benito habla de medida, en este ámbito y en otros, no presenta una especie de norma, objetivo o cantidad que todos deban seguir ciegamente; más bien para él lo importante es tener en cuenta unos valores que permitan respetar la sobriedad y evitar los alimentos raros y caros; cosa que también nosotros debemos tener presente. San Benito no nos presenta una teología del ayuno, pero nos da unos preceptos básicos que muestran que es preciso tener en cuenta unas motivaciones y disposiciones espirituales;  por ello no habla de grandes penitencias, sino de medida. La misma actitud encontramos en el capitulo siguiente, sobre la bebida, donde hablando a veces en un tono irónico y cierto humor, de que si el vino no es adecuado para los monjes, como no se les puede convencer, es más práctico aconsejar de no beber hasta la saciedad, teniendo en cuenta las condiciones del lugar del trabajo, el calor del verano…


San Benito insiste siempre en la actitud del corazón, que en la práctica debe abstenerse de la murmuración. La pasión por la comida es desear alimentos por el mero placer, sea por cualidad o por cantidad viene a ser la gula, que es uno de los pecados capitales, y que se combate con la templanza.


Como vivir esto, hoy, en una comunidad, no parece fácil.Hay quién en el refectorio se lo come todo y repite; hay quién ante platos con los que no puede los rechaza, también quienes no comen en el refectorio y acto seguido justo levantarnos de la mesa ya están en la cocina llenándose por ejemplo de frutos secos, también tenemos quien pone cara de pocos amigos por sistema y suspira por cualquier tiempo pasado y quizás entonces suspirase por la cocina de su casa que vete a saber quizás tampoco le complacía. Seguramente algunos también teníamos de niños a nuestras madres bastante aburridas con este tema bien por no comer o bien por protestar siempre. Pero al fin y al cabo echando un vistazo no parece que ninguno de nosotros esté a las puertas de la anemia ni necesitado de una atención nutricionista suplementaria. Cocine quién cocine, en casa o fuera, seguramente nunca será del agrado de todos ni olvidaremos nunca escrutar el carro de los servidores en cuanto entran en el refectorio, ni dejaremos de intentar averiguar levantando bien alta la cabeza que han servido a los huéspedes antes de que nos llegue a nosotros o incluso algún lector seguirá interrumpiendo la lectura para centrar su atención en el contenido de las fuentes y así cuando baje a comer a segunda mesa ya habrá establecido su opinión a favor o en contra de lo que le sirvan para comer. Aquí también el recurso sería fácil, mucha gente ya querría tener sobre la mesa lo que nosotros  tenemos, pero quizás esto no nos sirva de consuelo como no nos servía cuando nos lo decían nuestros padres de pequeños, ¿acaso porque todavía nos hace falta crecer espiritualmente?



San Bernardo nos advierte contra el empacho con su contundencia habitual, cuando escribe: “cuántos trastornos ocasiona el placer de la gula en nuestros días; que delicia tan corta la suya, y cuánta incomodidad, y al fin y al cabo para limitarse a un pequeño espacio del cuerpo  (el estómago). Para saciarlo se inflará monstruosamente el vientre, se cargarán las espaldas al dilatarse el estómago lleno de grasas que deterioran la salud. Ni los huesos podrán un día con el peso de tanta carne y brotarán los achaques más diversos”. (A los clérigos sobre la conversión, 13)


Lo realmente importante es no caer en centrar toda nuestra vida en el comer, porque entonces vamos a tener muchas decepciones, cocine quien cocine, lo que será una muestra evidente de nuestra pobreza espiritual. No perdamos  nunca de vista que hemos venido al monasterio a buscar a Dios, y por ello lo que necesitamos es alimentarnos primero de la Palabra, de la plegaria, del trabajo, y, para no desfallecer, alimentarnos suficientemente, y si puede ser de nuestro gusto mejor, pero sin llegar a empacharnos, superando lo que  Guillermo de Saint Thierry califica de animalidad, o manera de vivir según la cual el alma está sometida a las exigencia y caprichos del cuerpo. (Carta a los hermanos de Monte de Dios, II,1)

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