domingo, 22 de octubre de 2017

CAPÍTULO 9 SALMOS EN LAS VIGILIAS



CAPÍTULO 9

SALMOS EN LAS VIGILIAS


En el mencionado tiempo de invierno se comenzará diciendo en primer lugar y por tres veces este verso: «Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza». 2Al cual se añade el salmo 3 con el gloria. 3Seguidamente, el salmo 94 con su antífona, o al menos cantado. 4Luego seguirá el himno ambrosiano, y a continuación seis salmos con antífonas. 5Acabados los salmos y dicho el verso, el abad da la bendición. Y, sentándose todos en los escaños, leerán los hermanos, por su turno, tres lecturas del libro que está en el atril, entre las cuales se cantarán tres responsorios. 6Dos de estos responsorios se cantan sin gloria, y en el que sigue a la tercera lectura, el que canta dice gloria. 7Todos se levantarán inmediatamente cuando el cantor comienza el gloria, en señal de honor y reverencia a la Santísima Trinidad. 8En el oficio de las vigilias se leerán los libros divinamente inspirados, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, así como los comentarios que sobre ellos han escrito los Padres católicos más célebres y reconocidos como ortodoxos. 9Después de estas tres lecciones con sus responsorios seguirán otros seis salmos, que se han de cantar con aleluya. 10Y luego viene una lectura del Apóstol, que se dirá de memoria; el verso, la invocación de la letanía, o sea, el Kyrie eleison, 11y así se terminan las vigilias de la noche.

Leemos en Eclo 32,14: “quien venera al Señor acepta ser instruido, y los que madruga para encontrarlo hallarán su favor”.

Leyendo la Regla se es consciente de que la liturgia tiene un lugar importante en el equilibrio diario de la vida del monje. La liturgia es el punto central en torno al cual hay otros como el trabajo, la lectio, el descanso… Un equilibrio armónico que a partir de la liturgia da sentido a la vida, teniendo la Eucaristía como cumbre, ya que todo brota de la Pascua del Señor.

El Oficio Divino es para san Benito la referencia principal en la vida del monje, al cual no debe anteponerse otra actividad (cfr. RB 43,3). Por esto mismo, nos dice que cuando alguien se acerca con el deseo de ser monje es importante tener en cuenta si es celoso por el Oficio, por la obediencia, por las humillaciones (cfr RB 58,7). La Regla no dice nada en relación a estas prioridades, sino que habla del orden de la vida diaria, y dirigiéndose sobre todo al deseo del monje de buscar a Dios.

Nos dice la Constitución Sacrosanctum Concilium, del Concilio  Vaticano II: De acuerdo a una antigua tradición cristiana, el Oficio Divino está estructurado de tal manera que la alabanza a Dios consagra todo el curso del día y de la noche; y cuando los sacerdotes y todos aquellos que tienen esta responsabilidad por institución de la Iglesia, cumplen debidamente este cántico de alabanza, o cuando los fieles oran juntamente con el sacerdote en la forma establecida, entonces, verdaderamente, es la voz de la misma Esposa la que habla al Esposo, todavía más: es la oración del mismo Cristo, con su Cuerpo, quien se dirige al Padre (SC, 84)

Si queremos buscar a Dios, si venimos al monasterio a buscar a Dios de verdad, cuando sentimos la campana, dejamos todo, nos levantamos rápidamente de la cama, para ir con presteza al Oficio Divino. Esto es fácil de decir y de escribir, pero en el día a día ya no resulta tan fácil llevarlo a la práctica. Pero si nos dejamos llevar por la pereza o la tentación siempre podemos tener alguna cosa más importante para hacer, o, simplemente, si se trata de la primera hora del día, desear tener un poco más de tiempo para dormir. Entonces, la viña de nuestra vocación se puede ir convirtiendo en borde, sin otro fruto que la impiedad en lugar de la fe, la desconfianza en lugar de la esperanza, la envidia en lugar del amor, como nos decía Balduino de Cantorbery en un nocturno de esta semana. San Benito lo dice con mucha claridad, nos lo quiere inculcar: que no hay cosa más urgente que el Oficio Divino, nada más indispensable. La clave de toda la vida monástica es el amor a Cristo, a quien no tenemos que anteponer nada, y si los monjes hemos de preferir al Oficio Divino a cualquier otra cosa es porque el amor de Cristo llena nuestra vida, y nosotros, libre y gozosamente, vamos a su encuentro ya desde la primera hora del día en Maitines. Si fallamos en este inicio del día corremos el riesgo de torcernos, y ser incapaces de enderezarnos, como también nos lo recordó el profeta Jeremías en esta semana  (cfr Jer 9,4)

San Benito nos habla del comienzo del Oficio Divino con el verso 17 del salmo 50, que se  repite tres veces: “Abridme los labios, Señor”, y que da a todo el Oficio, a toda nuestra jornada, un sentido de alabanza. Luego, tenemos los salmos 3 y 94, tradicionales en las liturgias orientales, y el himno, que san  Benito llama ambrosiano, pues es atribuido por la tradición a san Ambrosio.

Fue sobre la base de este texto de san Benito que los primeros cistercienses quisieron volver a la pureza de la Regla, al buscar la forma más primitiva del himno litúrgico.
San Benito nos habla también del Gloria con la costumbre de inclinarnos al recitarlo o cantarlo al final de cada salmo, para manifestar de este modo el honor y reverencia al misterio de la Trinidad. Debemos estar delante de Dios con toda dignidad, como un hijo delante de su padre, con una actitud de reverencia.

La tradición de los doce salmos, es una tradición antigua atribuida a san Pacomio, se remonta a los primeros monjes que se esforzaron por practicar la oración continua. Uno de los medios que idearon, para mantener un sentido constante de la presencia de Dios en su vida, era recitar un salmo o una plegaria a cada una de las doce horas del día. Poco a poco estas horas estas plegarias se reunieron al principio y al final de día, pues lo importante  no es recitar un cierto número de salmos, sino mantener una actitud constante de plegaria. En lo que se refiere a las lecturas, san Benito nos habla de textos tomados de la autoridad divina del Antiguo y Nuevo Testamento, como también de los comentarios escritos por los Padres Católicos, conocidos por su ortodoxia. El objetivo de estas lecturas en el Oficio no es tanto el enseñarnos o informarnos, como escuchar la Palabra de Dios que nos llega a través de la Escritura y de la Tradición de la Iglesia. Así el Oficio Divino no viene a ser un momento de reflexión o catequesis, sino un contacto con la Palabra de Dios recitada y escuchada.

El Concilio Vaticano II no hace ninguna referencia explícita a la Regla de san Benito, pero en la constitución Sacrosantum Concilium, siguiendo la más antigua tradición cristiana se asigna a la liturgia el lugar que le corresponde como centro de la vida eclesial. Nos dice: “Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Eucaristía…  Está presente en los Sacramentos, de manera que cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, como él mismo nos prometió: “donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos” (Mt 18,20). Con razón, pues se considera la liturgia el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre… En consecuencia, toda celebración litúrgica por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, la eficacia de la cual, con el mismo título y el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia” (SC 7)
Si toda la vida cristiana se fundamenta en el Oficio Divino y en la Eucaristía, con más razón la vida de los monjes.

Entre la regla de san Benito y el Concilio Vaticano II hay todavía otro punto de encuentro a la luz del Evangelio de Lucas, que nos habla de Marta y María, de la vida activa y contemplativa (cfr Lc 10,38-42).  En la Regla no encontramos los conceptos de vida activa o vida contemplativa. La Regla nos habla de la liturgia como de una obra divina, algo a realizar con una esfuerzo corporal y espiritual. El Opus Dei no solo da sentido, sino da la medida de la vida monástica a lo largo de la semana y del año. San Benito nos llama a poner los fundamentos de nuestra vida espiritual cada día, abriendo nuestros labios, todavía en la oscuridad del día, para alabar al Señor. Si descuidamos esta base que es el Oficio de Vigilias, nuestro edificio espiritual nace débil, frágil, con el peligro de derrumbarse antes de acabar la jornada. San Benito nos invita a que la medida del tiempo sea teocéntrica. También la constitución Sacrosantum Concilium nos presenta la liturgia como una obra, un trabajo, una acción, un punto clave sobre tiene que fundamentar se todas las demás actividades de la vida monástica o eclesial, pues en la Iglesia, como en el monasterio es María quien activa a Marta y no al contrario. Como hay una escala de humildad que es preciso subir escalón a escalón hay una es la de plegaria, el Oficio Divino que hay que ir subiendo, comenzando ya con los Maitines. Solamente una vez subidos todos estos escalones podemos llegar a aquella caridad de Dios que al ser perfecta, echa fuera todo temor, y gracias a la cual todo lo que antes observamos con temor, lo  empezaremos a hacer sin esfuerzo, como algo natural, por costumbre, por amor a Cristo, por el costumbre del bien u el gusto de las virtudes (cfr RB 7,67-69)

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