domingo, 17 de diciembre de 2017

CAPÍTULO 63 LA PRECEDENCIA EN EL ORDEN DE LA COMUNIDAD

CAPÍTULO 63

LA PRECEDENCIA EN EL ORDEN DE LA COMUNIDAD

Dentro del monasterio conserve cada cual su puesto con arreglo a la fecha de su entrada en la vida monástica o según lo determine el mérito de su vida por decisión del abad. 2 Mas el abad no debe perturbar la grey que se le ha encomendado, ni nada debe disponer injustamente, como si tuviera el poder para usarlo arbitrariamente. 3 Por el contrario, deberá tener siempre muy presente que de todos sus juicios y acciones habrá de dar cuenta a Dios. 4 Por tanto, cuando se acercan a recibir la paz y la comunión, cuando recitan un salmo y al colocarse en el coro, seguirán el orden asignado por el abad o el que corresponde a los hermanos. 5 Y no será la edad de cada uno una norma para crear distinciones ni preferencias en la designación de los puestos, 6 porque Samuel y Daniel, a pesar de que eran jóvenes, juzgaron a los ancianos. 7 Por eso, exceptuando, como ya dijimos, a los que el abad haya promovido por razones superiores o haya degradado por motivos concretos, todos los demás colóquense conforme van ingresando en la vida monástica; 8 así, por ejemplo, el que llegó al monasterio a la segunda hora del día, se considerará más joven que quien llegó a la primera hora, cualquiera que sea su edad o su dignidad. 9 Pero todos y en todo momento mantendrán a los niños en la disciplina. 10 Respeten, pues, los jóvenes a los mayores y los mayores amen a los jóvenes. 11 En el trato mutuo, a nadie se le permitirá llamar a otro simplemente por su nombre. 12 Sino que los mayores llamarán hermanos a los jóvenes, y éstos darán a los mayores el título de «reverendo padre». 13 Y al abad, por considerarle como a quien hace las veces de Cristo, se le dará el nombre de señor y abad; mas no por propia atribución, sino por honor y amor a Cristo. 14 Lo cual él debe meditarlo y portarse, en consecuencia, de tal manera, que se haga digno de este honor. 15 Cada vez que se encuentren los hermanos, pida el más joven la bendición al mayor. 16 Cuando se acerque uno de los mayores, el inferior se levantará, cediéndole su sitio para que se siente, y no se tomará la libertad de sentarse hasta que se lo indique el mayor; 17 así se cumplirá lo que está escrito «Procurad anticiparos unos a otros en las señales de honor». 18 Los niños pequeños y los adolescentes ocupen sus respectivos puestos con el debido orden en el oratorio y en el comedor. 19 Y fuera de estos lugares estén siempre bajo vigilancia y disciplina hasta que lleguen a la edad de la reflexión.

Tenemos muchas maneras de ver a los otros; la imagen que nos puede venir de ellos, nos la puede dar la edad, la inteligencia, la eficacia, la apariencia física, la simpatía que nos despierte u otros muchos factores. También pueden influir el rol que cada uno juega en un momento u otro. Con uno o varios de estos factores nos vamos creando la imagen de los otros, y de acuerdo a estos criterios suele funcionar la sociedad.

San Benito nos dice que todo esto no debe ser una referencia para nosotros, que lo que importa en la vida comunitaria es la antigüedad, la hora en que cada uno entra en el monasterio, el momento en que nacemos a la vida monástica.

No es la primera vez en que san Benito insiste en el respeto a los ancianos. En nuestra casa hemos tenido el privilegio de conocer y convivir con las primeras vocaciones, una vez recuperada la vida monástica, y con algunos todavía los tenemos. Y esto, realmente, es un regalo valioso. Además, no lo son solamente por la edad, o por los muchos años de monje, sino porque han llegado a un estado de vida comunitaria que pueden ser un ejemplo para nosotros, una referencia. Porque la dignidad de nonnus no es gratuita, no viene solo por la edad, se ha de ganar día a día, y año tras año, no como una carrera, sino viniendo a ser respetable poco a poco, apenas sin advertirlo el mismo interesado, ni por supuesto lo reivindique.

En este capítulo, san Benito nos muestra, una vez más, la vocación como un camino, que si lo hacemos bien, y avanzamos paso a paso, levantándonos cuando caemos, podemos llegar todos juntos a la vida eterna, a Cristo, como nos enseñaba hoy en Maitines la lectura del beato Guerric. En la vida monástica el lugar no lo tenemos asegurado; ciertamente no han faltado comentarios elogiosos acerca de nuestra perfección, pero esto no es cierto en absoluto. Por el hecho de entrar en la vida monástica ni somo santos, ni somos mejores que otros.  Para san Benito lo importante en el monasterio no es lo mismo que en la sociedad: poder, dinero, tener lo último que nos ofrece la publicidad. Por ello ni la edad ni la dignidad determinan el rango dentro de la comunidad. Esto también debe tenerlo en cuenta el abad, para no perturbar a la comunidad con decisiones arbitrarias, pues al final el abad no debe tomar nada para sí mismo, sino todo por el honor y amor de Cristo, por lo cual insiste san Benito que actúa en su nombre, aunque cargado de imperfecciones, limitaciones y errores, por lo cual, consciente siempre, debe comportarse de manera que se haga digno de tal honor.

La edad no debe crear distinciones ni preferencias; es un tema importante hoy día en que las vocaciones suelen ser de edad más avanzada. No es fácil cuando se ha tenido una independencia económica y personal sujetarse a una vida comunitaria. Si viniéramos al monasterio simplemente para buscar un lugar, una cama, un plato y una mesa, como se dice coloquialmente, ni lo aguataríamos, ni nuestra vida tendría un sentido. Todo el sentido viene de la búsqueda de Cristo, de luchar por no anteponer nada a Cristo. No es posible vivir con otro horizonte; cualquier otro argumento para estar en él llevaría nuestra existencia a ser vacía, inviable, una carga, hasta hundirnos en el sin sentido.

Pero no podemos dejar de lado que san Benito nos da otro consejo para vivir nuestra vida en común: el respeto. Los más jóvenes deben honrar a los más ancianos, y estos tener presente que Samuel y Daniel, siendo unos muchachos juzgaron a los ancianos. No se nos recomienda una obediencia deformada, o una paciencia crítica, escribe san Bernardo. Pero venimos a caer con frecuencia no solo en criticar, sino en juzgar a los demás según nuestro punto de vista, y solo con indicios; y esto es una falta grave contra la caridad, es decir contra el núcleo de nuestra vida comunitaria. La injusticia, la arbitrariedad, los juicios temerarios, hieren a quienes lo sufren, fracturan la comunidad, y no olvidemos que también atacan a nuestra propia integridad. Necesitamos reflexionar sobre lo que sucede en nuestro interior cuando somos injustos y arbitrarios.

En el origen de toda injusticia hay miedos, angustias, fantasmas de nuestro propio pasado, actitudes que deberíamos afrontar si queremos hacer camino, pues no es un buen aliado la palabra que puede herir, y aunque rectifiquemos una vez hecha la herida, la curación no es fácil. Ni la edad ni la dignidad determinan el rango dentro de la comunidad, que para unos será la primera hora, para otros la segunda… La referencia, pues, en la comunidad, será la hora de la entrada. La llamada de Dios, la llamada personal de Dios dirigida a cada uno de nosotros es lo que cuenta en un momento concreto de nuestra vida; y a la llamada debe corresponder la respuesta sincera, generosa, libre, desinteresada. El rango en la comunidad es la combinación de todos estos factores personales e irrepetibles. Y con la certeza de que él, Cristo, no nos abandonará nunca, ya que es paciente, como solo el amor puede serlo, y porque ha compartido nuestra debilidad.

Escribe san Bernardo:

“También debemos evitar la pusilanimidad y la tristeza en todo aquello que hacemos o toleramos, porque Dios ama al que da con alegría. Además, la alegría o el entusiasmo están muy relacionadas con la posibilidad interior, y por encima de todo debemos huir de la soberbia. El que se cree algo impregna de vanidad todo lo que hace o padece. Es el regusto amargo y más opuesto a la verdad. Ya que no tenemos obligaciones temporales, dediquémonos a conocer a Dios tanto como a nosotros mismos. Pues ninguno progresa espiritualmente sin el sufrimiento y el trabajo. Todos sufrimos, excepto aquel que se ha dormido tanto en su alma que ya no siente inquietud por nada”.  (Sermón sobre el Cántico de los Cánticos)

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