domingo, 22 de julio de 2018

CAPÍTULO XI COMO HAN DE CELEBRARSE LAS VIGILIAS DE LOS DOMINGOS


 CAPÍTULO XI

COMO HAN DE CELEBRARSE
 LAS VIGILIAS DE LOS DOMINGOS

1Los domingos levántense más temprano para las vigilias. 2En estas vigilias se mantendrá íntegramente la misma medida; es decir, cantados seis salmos y el verso, tal como quedó dispuesto, sentados todos convenientemente y por orden en los escaños, se leen en el libro, como ya está dicho, cuatro lecciones con sus responsorios. 3Pero solamente en el cuarto responsorio dirá gloria el que lo cante; y cuando lo comience se levantarán todos con reverencia. 4Después de las lecturas seguirán por orden otros seis salmos con antífonas, como los anteriores, y el verso. 5A continuación se leen de nuevo otras cuatro lecciones con sus responsorios, de la manera como hemos dicho. 6Después se dirán tres cánticos de los libros proféticos, los que el abad determine, salmodiándose con aleluya. 7Dicho también el verso, y después de la bendición del abad, léanse otras cuatro lecturas del Nuevo Testamento de la manera ya establecida. 8Acabado el cuarto  responsorio, el abad entona el himno Te Deum laudamus. 9Y, al terminarse, lea el mismo abad una lectura del libro de los evangelios, estando todos de pie con respeto y reverencia. 10Cuando la concluye, respondan todos «Amén», e inmediatamente entonará el abad el himno Te decet laus. Y, una vez dada la bendición, comienzan el oficio de laudes. 11Esta distribución de las vigilias del domingo debe mantenerse en todo tiempo, sea de invierno o de verano, 12a no ser que, ¡ojalá no ocurra!, se levanten más tarde, y en ese caso se acortarán algo las lecturas o los responsorios. 13Pero se pondrá sumo cuidado en que esto no suceda. Y, cuando así fuere, el causante de esta negligencia dará digna satisfacción a Dios en el oratorio.

San Juan Pablo II escribía que “la resurrección de Jesús es el dato original en el que se fundamenta la fe cristiana (cf 1Cor 15,14): una gozosa realidad percibida plenamente a la luz de la fe, pero históricamente testificada por los que van a tener el privilegio de ver al Señor resucitado; acontecimiento que no solo sobresale de manera absolutamente espectacular en la historia de los hombres, sino que está en el centro del misterio de los tiempos. En efecto, como nos recuerda la sugestiva liturgia de la noche de Pascua, el rito de preparación del Cirio Pascual, Cristo es “el tiempo y la eternidad”. Por esto, conmemorando no solo una vez al año, sino cada domingo, el día de la Resurrección de Cristo, la Iglesia indica a cada generación lo que viene a ser el eje central de la historia, y con el que se relaciona el principio y el destino final del mundo”. (Dies Domini, 2)

Estamos en el corazón de la larga serie de capítulos de la Regla que describen la organización del Oficio Divino según las diferentes horas del día y de la noche, los días y las diferentes estaciones del año. En los tres primeros capítulos de esta serie, en que san Benito describe la celebración del Oficio de la noche, en invierno y verano, y la forma de distribuir los salmos, ahora viene a destacar la celebración del domingo. Ciertamente, no hay un capítulo especial de la Regla dedicado al domingo, pero también es cierto que encontramos diversos pasajes de la Regla que permiten descubrir la importancia que tenía el primer día de la semana para san Benito. En particular está el capítulo 48 que trata de hecho del equilibrio del día monástico, y donde san Benito nos dice que el domingo todos se dedicaran a la lectura excepto los que están al cargo de servicios muy concretos. En nuestras sociedades modernas el domingo se percibe como un día de descanso en relación con el libro del Génesis cuando habla del día séptimo, en línea con la tradición judía. Pero si para el monje el domingo es un día de descanso, hemos de considerar que no sea como otro día cualquiera, porque no lo es. En este día, que no es el último día de la semana, sino el primero, recordamos y celebramos de manera muy especial la Resurrección del Señor. Como nos dice san Juan Pablo II, cada domingo celebramos la Pascua. Por esto ha de ser un día de descanso, pero contemplativo, es decir, descansar en Dios, no de Dios, lo que es concreta litúrgicamente en la Eucaristía dominical y en la Lectio divina. La lectura de la Palabra de Dios debería ser nuestra actividad principal. Una lectura ya experimentada en el Oficio, un Oficio particularmente rico.

La historia de la liturgia nos enseña que, según una antigua tradición monástica, todavía en vigor en el tiempo de san Benito, durante la noche del sábado al domingo, hasta el primer canto del gallo se estaba en oración. San Benito destacando este oficio nocturno, propone incluso levantarnos antes de lo habitual, para hacer posible una salmodia y unas lecturas bíblicas y patrísticas mas largas y numerosas. San Benito siempre tan práctico y conocedor de nuestras debilidades, teniendo en cuenta el sentido común, nos recuerda que en ocasiones no nos levantamos, lo cual es poco excusable en un día tan especial como el domingo.

San Benito incluye unas breves expresiones que manifiestan el significado de la presencia de Dios para animar todo el Oficio. Por ejemplo, cuando nos dice que se canta el Gloria al final de la cuarta lectura, todos se levantan con reverencia; o cuando el abad lee el Evangelio todos estarán de pie, y escucharán con respeto la Palabra de Dios. De hecho, al final del tercer nocturno, nosotros leemos el Evangelio del domingo, pero en la época de san Benito no era así, sino que venía a ser uno de los relatos de la resurrección, de acuerdo a una antigua tradición de la Iglesia primitiva., porque según la tradición la lectura del Evangelio era una parte muy importante del oficio de la Resurrección, que al principio estaba separado del Oficio nocturno. El Te Deum concluye este Oficio con un espíritu festivo, previo a la celebración de los Laudes, que san Benito contemplaba inmediatamente después del Oficio nocturno. En resumen, que debemos tener muy presente que el Domingo es el día de la Resurrección de Cristo, y que por tanto ha de ser un día festivo que nos recuerde la alegría de ser cristianos y de ser monjes. El Domingo debe ser, en primer lugar, un día dedicado a la Palabra de Dios, palabra que escuchamos en la liturgia y que meditamos privadamente.

 San Juan Pablo II en su carta Apostólica sobre el Domingo recalca este carácter pascual del domingo diciendo: “Celebramos el domingo la venerable Resurrección de nuestro Señor Jesucristo; lo hacemos no solo en Pascua, sino cada semana. Así lo comentaba a principios del siglo V el Papa Inocencio I, testimoniando una práctica ya consolidada que se había ido desarrollando desde los primeros años después de la resurrección del Señor. San Basilio habla del “santo Domingo, honrado por la Resurrección del Señor, primicias de todos los demás días”. San Agustín llama al Domingo “sacramento de la Pascua”. Esta profunda relación del Domingo con la Resurrección del Señor se pone de relieve con fuerza en todas las Iglesias, tanto en Occidente como en Oriente. En la tradición de las Iglesias orientales, en particular, cada Domingo es el día de la Resurrección, y precisamente por eso es el centro de todo el culto. A la luz de esta tradición ininterrumpida y universal, se ve claramente que el día del Señor tiene sus raíces en la obra misma de la creación, y más directamente en el misterio del “descanso” bíblico de Dios, con una referencia específica a la Resurrección de Cristo, para comprender plenamente su significado.  Es lo que sucede con el domingo cristiano, que cada semana propone a la consideración de los fieles el acontecimiento pascual de donde brota la salvación del mundo”. (Dies  Domini 19)

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