domingo, 1 de julio de 2018

CAPITULO 2, 30-40 COMO HA DE SER EL ABAD


CAPITULO 2, 30-40

COMO HA DE SER EL ABAD

Siempre debe tener muy presente el abad lo que es y recordar el nombre con que le llaman, sin olvidar que a quien mayor responsabilidad se le confía, más se le exige. 31Sepa también cuan difícil y ardua es la tarea que emprende, pues se trata de almas a quienes debe dirigir y son muy diversos los temperamentos a los que debe servir. Por eso tendrá que halagar a unos, reprender a otros y a otros convencerles; 32y conforme al modo de ser de cada uno y según su grado de inteligencia, deberá amoldarse a todos y lo dispondrá todo de tal manera que, además de no perjudicar al rebaño que se le ha confiado, pueda también alegrarse de su crecimiento. 33Es muy importante, sobre todo, que, por desatender o no valorar suficientemente la salvación de las almas, no se vuelque con más intenso afán sobre las realidades transitorias, materiales y caducas, 34sino que tendrá muy presente siempre en su espíritu que su misión es la de dirigir almas de las que tendrá que rendir cuentas. 35Y, para que no se le ocurra poner como pretexto su posible escasez de bienes materiales, recuerde lo que está escrito: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura». 36Y en otra parte: «Nada les falta a los que le temen». 37Sepa, una vez más, que ha tomado sobre sí la responsabilidad de dirigir almas, y, por lo mismo, debe estar preparado para dar razón de ellas. 38Y tenga también por cierto que en el día del juicio deberá dar cuenta al Señor de todos y cada uno de los hermanos que ha tenido bajo su cuidado; además, por supuesto, de su propia alma. 39Y así, al mismo tiempo, que teme sin cesar el futuro examen del pastor sobre las ovejas a él confiadas y se preocupa de la cuenta ajena, se cuidará también de la suya propia; 40y mientras con sus exhortaciones da ocasión a los otros para enmendarse, él mismo va corrigiéndose de sus propios defectos.

Que se acuerde siempre de lo que es y de cómo lo llaman; y que sepa que se le exigirá más, ya que más se le ha confiado; tener presente que ha aceptado una tarea ardua. Este es el primer núcleo de esta última parte del cap. 2º, dedicado por san Benito al Abad. La salvación del alma de cada uno ya viene a ser complicada, y solamente la confianza en la misericordia de Dios nos hace concebir esperanza. Se añade que el abad ha de tener siempre presente el futuro examen de pastor sobre las ovejas encomendadas; realmente las posibilidades de salvación se reducen bastante, por no decir mucho.

San Elredo en su oración pastoral sugiere al abad decir al Señor: “te pido la sabiduría, para que permanezca en mí, para que trabaje en mí. Que ella disponga mis pensamientos, mis palabras, mis actos, todas mis decisiones, según tu designio y para gloria de tu nombre”[1]

En la primera parte del capítulo san Benito habla del abad en relación con Cristo del que dice que es vicario, y a quien representa, y que da lugar a su presencia en la comunidad. Por tanto, el abad ha de esforzarse por encarnar la bondad de Cristo en relación a sus hermanos, y transmitirles su enseñanza. Mostrando tanto con su comportamiento, y con sus palabras la recta doctrina. La primera consecuencia es evitar la acepción de personas, es decir tener la misma actitud de cara a todos sus hermanos. Es importante decir que en la época de san Benito la sociedad estaba muy estratificada y las clases sociales tenían un papel muy importante; eran compartimientos estancos de difícil superación. Entre la procedencia de los que llegaban al monasterio estaba la antigua nobleza romana, los sirvientes y los esclavos de la nobleza; hombres libres como tal eran pocos en la sociedad de aquel momento. El abad debe tener la misma actitud con todos, pues todos son siervos de Cristo.  Más tarde, en la Regla se resumirá diciendo que hemos de servirnos los unos a los otros. San Benito igual por abajo; todos sirvientes porque el modelo de todos es Cristo, que vino a servir y no a ser servido. Así Elredo sugiere al abad orar a  Dios diciendo: “hay dones que necesito no solo para mí, sino para estos que tú me has ordenado servir, más que `presidir”.

Esta idea está también presente cuando san Benito habla del orden en la comunidad, correspondiente al día y a la hora de nuestra llegada, sea el que sea nuestro origen, edad o condición. La única distinción en la actitud del abad hacia los hermanos ha de corresponder al mérito de la vida. San Benito lo expresa diciendo que la caridad ha de ser igual para todos y la disciplina también. Esta mención de la disciplina, introduce otro aspecto de la carga que san Benito confía al abad y que lo expresa con la recomendación incisiva que san Pablo a su discípulo Timoteo: “interpela, exhorta (2Tim 4,2)  y otras expresiones menos severas, pero igualmente exigentes. Si en el pasado se podía caer en la tentación de corregir constantemente, y, a veces, con excesiva dureza, la tentación más general, hoy, es la de caer en la tendencia opuesta. Incluso, en la actualidad se nos puede hacer difícil entender las recomendaciones que hace san Benito en un contexto social muy diferente del nuestro. San Benito insta a recuperar a los indisciplinados y a los turbulentos; a exhortar a los obedientes; a amenazar y castigar a los descuidados y arrogantes; un lenguaje duro para nuestros oídos, hoy; quizás hasta podríamos decir políticamente incorrecto. San Benito cree que es suficiente con una o dos advertencias verbales para reprender; pero esto es insuficiente para algunos, que es lo que san Benito llama “obstinados y tozudos, orgullosos y desobedientes”. Esto nos indica que san Benito habla de la experiencia personal, en sus años de vida comunitaria, durante los cuales había conocido algunos de estos casos.

Aunque hoy vivimos en un contexto cultural muy diferente el deber de la corrección fraterna continúa siendo una obligación evangélica. Si todos los hermanos conocen y  se ejercitan con prudencia, hay que decirlo, este deber de la corrección fraterna, rara vez lo habrá de ejercer el mismo abad, y quizás solamente en asuntos más graves. No obstante, no puede el abad renunciar a esta obligación. No es fácil, por eso san Benito, una vez más, recuerda al abad todas sus obligaciones, con palabras suficientes para desanimar a cualquiera que desee ser abad. Pero habitualmente, no se trata de que alguno desee ser abad, sino que el Espíritu sopla sobre la comunidad para que sea ella quien elija el abad. Así san Elredo añade a su plegaria “enseña a tu sirviente como debo consagrarme a ellos; concédeme, Señor, por tu gracia, el soportar pacientemente sus debilidades, sufrir con ellas con amor, ayúdales con discernimiento. Ya que les has dado este guía sin experiencia, instruidme, guíame, gobiérname”.

San Benito se preocupa sobre todo para que el abad no pierda de vista la salvación de las almas que se le encomiendan, y no se preocupe tanto de lo transitorio, terrestre y obsoleto. Esto puede ser una tentación para el abad, para justificarse,  que considerando su tarea como un servicio a los hermanos, y no teniendo grandes habilidades para guiarlos, enseñarles y corregiros se dedique en su servicio abacial en gran parte de su tiempo a la gestión material de la comunidad, o simplemente a otra tarea concreta o a algunos hermanos determinados.

El abad ha de examinarse siempre ante Dios, para contemplar si la supuesta generosidad al servicio de la comunidad es sincera. Por este motivo san Benito le recuerda que son almas enfermas las que tiene que conducir, y que de ellas deberá dar cuenta. Y para que no pierda el norte, san Benito añade que no utilice el pretexto del riesgo de pérdida material, y le recuerda que está escrito que primero de todo debe buscar el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se le dará por añadidura. Sería fácil corregir a los demás si no se tenían en cuenta las faltas propias. Pero el hecho de estar uno mismo lejos del objetivo de ser un buen monje, de vivir bien este o aquel aspecto de la vida cristiana y monástica, no puede ser un pretexto para no indicar este objetivo a sus hermanos. Por ello, san Benito acaba este capítulo recordando al abad que estos son dos aspectos de la misma responsabilidad: trabajar por corregir a los demás, corrigiéndose a sí mismo en las propias faltas. Y el hecho de que el abad tenga sus propias faltas y debilidades no puede ser un pretexto para no exhortar a los hermanos a una conversión continua, ni es para los hermanos un pretexto legítimo para no prestar atención a sus enseñanzas y exhortaciones. Todos tenemos el mismo deber de una conversión continua. Como nos enseña el beato Guerric: “que resucite, pues, y que reviva el espíritu de cada uno de nosotros tanto en una plegaria atenta como en una dedicación solícita”. [2]







[1] Elredo de Rieval,  La plegaria del Abad.
[2] Beato  Guerric, Sermón sobre la Resurrección del  Señor.

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