domingo, 8 de julio de 2018

CAPÍTULO 7,31-33 LA HUMILDAD


CAPÍTULO 7,31-33

LA HUMILDAD

El segundo grado de humildad es que el monje, al no amar su propia voluntad, no se complace en satisfacer sus deseos, 32sino que cumple con sus obras aquellas palabras del Señor: «No he venido para hacer mi voluntad, sino la del que me ha enviado». 33Y dice también la Escritura: «La voluntad lleva su castigo y la sumisión reporta una corona».

Lorenzo  Escopoli, un teatino que vivió en el s. XVI, escribió en su obra Combate espiritual que necesitamos gobernar nuestra voluntad de manera que lejos de abandonarla a los caprichos se adecue en todo a la voluntad de Dios.

San Benito nos habla hoy, en el segundo grado de humildad de voluntad, de deseo y de respuesta. “Hay que tomar buena nota de que no es suficiente con querer y procurar las cosas que agradan a Dios, sino que es necesario desearlas y realizarlas como movidos por el mismo Dios, con la más pura y sincera intención de agradarle solamente a él” añade Lorenzo Escopoli. El modelo es el mismo Cristo del cuarto evangelio y que nos dice: “no he bajado del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6,38). Este es uno de los textos más utilizados en la literatura monástica y espiritual, porque contiene en pocas palabras toda la misión llevada a cabo por Jesús el Hijo de Dios en la tierra. Es necesario ir encontrando gusto en hacer las cosas que agradan a Dios, ir habituándose de manera que nos encontremos bien; que lleguemos a hacer la voluntad de Dios por el propio deseo, que identifiquemos nuestra voluntad con la de Dios. “Dios mío, quiero hacer tu voluntad, guardo tu ley en el fondo del corazón”, como dice el salmo 40. Nuestros deseos, al fin y al cabo, son pasajeros. Temporales, insignificantes; y por eso no han de guiar nuestra vida, no debe ser nuestro norte. El modelo es Cristo y nuestro objetivo tratar de imitarlo con nuestros actos, tenerlo siempre presente en nuestro pensamiento. Pues no se trata de una mera imitación exterior, mimética, de un ascetismo malsano, alienante, sino de convertirnos, de transformarnos, de conformarnos, insertarnos, mediante la obediencia en el plano de Dios.

En palabras de Cristo, dos voluntades están cara a cara, su voluntad y la de quien le ha enviado, el Padre; nuestra voluntad y la de Dios, la voluntad humana y la divina. En la angustia de Jesús en Getsemaní contemplamos su plegaria, la razón por la cual da su vida, para hacer la voluntad del Padre que le ha enviado, a fin de cumplir el plan de salvación diseñado por Dios. “dado que estás lleno de ti mismo, para conseguir la disposición adecuada, procura desprenderte, tanto como te sea posible, desde el inicio, de tus propias acciones de toda mezcla en que sospeches que hay algo tuyo: y no quieras, no hagas, no rechaces nada sin antes sentir que estás movido, atraído por el simple deseo de Dios”, añade Lorenzo Escopoli.

A partir de este segundo grado de la humildad, san Benito pone delante de nuestros ojos a Cristo humilde y obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz (cf  Filp 2,8) Y que no es simplemente el núcleo de la espiritualidad monástica, sino toda la espiritualidad cristiana. Ni el simple ascetismo, ni la observancia monástica, ni las virtudes morales tienen sentido sino hay la voluntad de configurarse con Jesús, de venir a ser sus hermanos. “El que hace la voluntad de mi Padre del cielo, este es mi hermano, mi hermana, mi madre” (Mt 12,50).  Es el camino hacia la plenitud de amor en Cristo, pero no es nada fácil, es forzosamente estrecho, y no solo al comienzo, sino que si nos detenemos, si no progresamos en este camino, nuestra rutina, y nuestra pereza lo irá haciendo cada vez más estrecho e impracticable. Si conseguimos perseverar, iremos poco a poco haciendo camino, pero como nos dice san Efrén: “alégrate por lo que has conseguido, sin entristecerte por lo que todavía no has conseguido… Lo que has recibido es tu parte, lo que ha quedado es tu herencia” (Comentario sobre el Diatessaron,  Cap 1, 18-19) 

El combate es siempre entre nuestra tendencia a hacernos fuertes en la supuesta seguridad que creemos tener y lo que nos propone san Benito: seguir a Cristo en la locura de la cruz. A lo largo de toda la Regla nos va invitando a trabajar, a discurrir, a meditar sobre como purificar nuestro juicio sobre lo que es realmente útil para nuestra vida de monjes, para el seguimiento de Cristo. Si no encontramos, comenta el abad Cassia Mª Just, el gesto interior de despojamiento para abrirnos a Cristo, podemos ir malversando toda nuestra vida, encallados en la mediocridad, de una vida aparentemente observante, pero muerta, sin ilusión. “sin la configuración con Cristo, la vida del monje es falsa, absurda. Esta es la debilidad, mejor dicho, el riesgo: si no se va a fondo, mejor no comenzar la aventura dice Cassia Mª Just.

En este combate, la interiorización de la voluntad de Dios tan solo podemos hacerla con la ayuda del Espíritu y desde nuestra libertad. Porque nosotros no hemos recibido un espíritu de esclavos que nos hace caer en el temor, sino el Espíritu que os hace hijos y nos permite exclamar: “Abbá, Padre” (Rom 8,15)

La primera forma de libertad conocida es la libertad de elección fundamentada sobre el libre albedrío.  Desde el punto de vista espiritual, la elección ha de estar orientada hacia el cumplimiento de la voluntad de Dios. A la vez, podemos considerar otro tipo de libertad, la de adhesión, donde volvemos a tener el modelo de Cristo: “Os aseguro que el Hijo no puede hacer nada por si mismo, sino aquello que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. El Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace” (Jn 5,19-20),

Dos modelos espirituales nos salen al paso.  Por la libertad de elección tenemos un modelo en san Ignacio. Para ello es preciso llegar a una plena libertad de decisión, preparando el alma, apartándola de los afectos desordenados, para encontrar la voluntad de Dios en la disposición de nuestra vida. Por la libertad de adhesión otro modelo sería san Juan de la Cruz, que ve la purificación de los sentidos como una liberación espiritual.

Voluntad, deseo, respuesta. Escribe Teófanes le Recluso, un maestro espiritual ruso del s. XIX: Dices: he de hacer alguna cosa. Y tanto que debes hacerlo. Haz lo que está en tu mano, en tu ambiente, en tus circunstancias y ten la seguridad de que eso será tu auténtica tarea y no se te pedirá nada más. Es un error pensar que para ganar el cielo o dicho en término progresista, para contribuir al bien de la humanidad es necesario llevar a término grandes empresas. No es eso en absoluto. Simplemente es necesario hacerlo todo según los mandamientos de Dios. En concreto ¿qué?  Nada especial, sino solamente aquello que corresponde a cada uno según las circunstancias de la vida, las circunstancias particulares en que se encuentra cada uno. Así de sencillo. El destino de cada uno lo organiza Dios y todo el transcurso de la vida es también un asunto de la providencia, plenamente bondadosa. Esto afecta a cada momento y a cada encuentro con él” ( Que es la vida espiritual y como perseverar en ella”. Carta 16).

Una voluntad, la de Dios, un deseo, acomodarnos, una respuesta, cumplirla. Hacer nuestra propia voluntad lleva a la pena, mientras que cumplir la voluntad de Dios engendra la corona. Tengámoslo en cuenta, no sea que creyendo que pasamos por caminos rectos al final nos hundamos hasta lo profundo del infierno de nuestro propio deseo, arrastrados por nuestras codicias. Confiémonos a Dios que siempre nos está observando, tengámoslo presente en nuestros pensamientos, guardémonos de nuestras iniquidades, sintámonos siempre en su presencia.

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