domingo, 4 de noviembre de 2018

CAPÍTULO 22 CÓMO HAN DE DORMIR LOS MONJES


CAPÍTULO 22

CÓMO HAN DE DORMIR LOS MONJES

Cada monje tendrá su propio lecho para dormir. 2Según el criterio de su abad, recibirán todo lo necesario para la cama en consonancia con su género de vida. 3En la medida de lo posible, dormirán todos juntos en un mismo lugar; pero si por ser muchos resulta imposible, dormirán en grupos de diez o de veinte, con ancianos que velen solícitos sobre ellos. 4Hasta el amanecer deberá arder continuamente una lámpara en la estancia. 5Duerman vestidos y ceñidos con cintos o cuerdas, de manera que mientras descansan no tengan consigo los cuchillos, para que no se hieran entre sueños. 6Y también con el fin de que los monjes estén siempre listos para levantarse; así, cuando se dé la señal, se pondrán en pie sin tardanza y de prisa para acudir a la obra de Dios, adelantándose unos a otros, pero con mucha gravedad y modestia. 7Los hermanos más jóvenes no tengan contiguas sus camas, sino entreveradas con las de los mayores. 8Al levantarse para la obra de Dios, se avisarán discretamente unos a otros, para que los somnolientos no puedan excusarse.

Dos ideas centran este capítulo: en primer lugar, la humanidad y concreción con la cual san Benito regula la vida de los monjes. Nos habla de dormir, descansar las horas necesarias para estar bien dispuestos durante la jornada. La segunda es la disponibilidad. Dos ideas muy unidas: descansar para estar siempre dispuestos, a punto.

En tiempos de san Benito los monasterios habían sufrido un cambio, yendo del eremitismo al cenobitismo. En el monaquismo egipcio la celda era el lugar de dormir, orar, trabajar, con la idea de que eso facilitaba la plegaria continua y la dimensión contemplativa de la vida monástica. Cuando llega el cenobitismo, las celdas son ocupadas por dos o tres monjes.

Pacomio y Casiano nos hablan de este tema. Ciertamente, el monje en la celda está más expuesto a la acedía, pero, por otra parte, la soledad en la celda puede venir a ser una buena escuela para el monje, idea de la que son herederos los cartujanos y otras formas de vida monástica similares.

Al expandirse el cenobitismo, el trabajo compartido y la plegaria comunitaria, se está menos tiempo en la celda, en lo cual los padres del monaquismo ven ciertos peligros, como acaparar cosas, comida sin permiso, riesgos relacionados con la castidad. Las Reglas muestran la conciencia que tienen los padres del monaquismo de estos peligros al establecer, por ejemplo, que no se entre en la celda de otro, guardar cierta distancia física entre los monjes, u otros consejos similares.

El dormitorio común aparece como una medida antes estas situaciones, y para conservar la disciplina y las buenas costumbres dentro del monasterio. Es curioso como alrededor del año 535 el mismo emperador Justiniano establece que debe haber dormitorios comunes en los monasterios para permitir una cierta vigilancia. Lo que nos dice san Benito en este capítulo se halla en esta línea y ha atraído la atención de algunos comentaristas. Así, Adalberto de Vogüe contempla no tanto un progreso como una medida preventiva ante los problemas existentes en las comunidades de la época. De aquí las concreciones de san Benito al indicar que en el dormitorio arda siempre una luz hasta el amanecer, o que los monjes duerman vestidos o ceñidos, o que haya ancianos entre los jóvenes; y el detalle curioso que nos revela que el uso del cuchillo estaba muy extendido entre los monjes. Hay dos alusiones curiosas en este capítulo: tener cada uno un lecho, lo que no era habitual en la población de la época, que dormía en común en la paja, y los cuchillos, como una herramienta que, seguramente, utilizarían para comer en lugar de los actuales cubiertos.

Pero lo realmente importante en este capítulo es la disponibilidad que se pide a los monjes. Un tema que estos días tenemos muy de actualidad, precisamente en nuestra comunidad.

No puedo dejar de concretar y personalizar que lo que nos dice san Benito sobre el estar a punto, en estas horas que despedimos, encomendando al Señor, a nuestro hermano fray Ricardo, en el que contemplamos un ejemplo de vida siempre disponible para el Señor y los hermanos, siempre a punto para servir, para ir a la plegaria; en una palabra, siempre a punto para el encuentro con el Señor. Tanto es así, que entró al monasterio con la idea de vivir este encuentro de manera inminente, pero el Señor, que no tiene ninguna prisa, quizás prefirió que generaciones de monjes pudieran gozar con su convivencia, pues fue un monje que con el ejemplo, y con la palabra sencilla que le salía del corazón y de su inmensa fe, arraigada en la Palabra de Dios, nos tocó a todos el alma. Y así ha encontrado la muerte: sirviendo, poniendo cubiertos y ayudando a poner la mesa, sirviendo hasta el último momento. Pertenecía a una generación de hermanos con una vocación y un fe sólidas como la roca. Nos ha dejado lo mejor: su ejemplo.

San Benito nos habla nos habla de la disponibilidad, de estar siempre a punto, lo hace a través de toda la Regla, pero aquí nos la pide ya desde el principio de la jornada, para levantarnos del descanso de la noche, y empezar la tarea encomendada con el Oficio Divino, y para lo cual es necesaria descansar lo suficiente a fin de levantarnos en su momento.

La actitud de servicio humilde es fundamental en nuestra vida, y a la vez una herramienta muy valiosa para salir de nuestro egocentrismo. El P. Miguel Estradé, tarraconense y monje de Montserrat, escribía en un texto, entre divertido y acertado, que a menudo creemos erróneamente “que es compatible un espíritu de servicio en unas cosas, y el egoísmo en otras”, y ponía un ejemplo: “en el comer, tomar la mejor parte, procurar ser los primeros, porque de lo contrario ya no voy a encontrar aquello que me agrada; en la recreación, para tomar los diarios, pues de lo contrario otros los habrán cogido; o tener un lugar o una herramienta como propia”. Decía que incluso la misma compasión puede teñirse de egoísmo: “¡no puedo sufrir que otro sufra!” Pero si mi sensibilidad no fuese molestada, quizás estaría más indiferente al sufrimiento del otro”.

Ante esto, la vida monástica exige el darnos poco a poco en los pequeños detalles, en las cosas insignificantes. Esta ha sido también la vida de fray Ricardo, llena de detalles, una vida de monje verdadera, llena de humanidad y de fe. Seguro que todos tenemos anécdotas e historias de nuestra relación con él, aunque lo realmente importante es todo lo que contemplamos detrás de ello, el conjunto de su vida, donde contemplamos una verdadera búsqueda de Dios.

Es la santidad de la “puerta de al lado” o “la clase media de la santidad” de la que habla el Papa Francisco. San Benito nos habla en este capítulo de los detalles de la vida de los monjes y de la disponibilidad, de estar siempre a punto. Dos ideas que nos pueden resumir perfectamente la vida de nuestro hermano Ricardo a quien deseamos, verdaderamente la gloria que él tantos años ha esperado y deseado en el camino de este mundo.

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