domingo, 18 de noviembre de 2018

CAPÍTULO 36 LOS HERMANOS ENFERMOS

CAPÍTULO 36

LOS HERMANOS ENFERMOS

Ante todo, y por encima de todo lo demás, ha de cuidarse de los enfermos, de tal manera que se les sirva como a Cristo en persona, 2 porque él mismo dijo: «Estuve enfermo, y me visitasteis»; 3 y: «Lo que hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis». 4 Pero piensen también los enfermos, por su parte, que se les sirve así en honor a Dios, y no sean impertinentes por sus exigencias caprichosas con los hermanos que les asisten. 5 Aunque también a éstos deben soportarles con paciencia, porque con ellos se consigue un premio mayor. 6 Por eso ha de tener el abad suma atención, para que no padezcan negligencia alguna.  Se destinará un lugar especial para los hermanos enfermos, y un enfermero temeroso de Dios, diligente y solícito.8 Cuantas veces sea necesario, se les concederá la posibilidad de bañarse; pero a los que están sanos, y particularmente a los jóvenes, se les permitirá más raramente. 9 Asimismo, los enfermos muy débiles podrán tomar carne, para que se repongan; pero, cuando ya hayan convalecido, todos deben abstenerse de comer carne, como es costumbre.10 Ponga el abad sumo empeño en que los enfermos no queden desatendidos por los mayordomos y enfermeros, pues sobre él recae la responsabilidad de toda falta cometida por sus discípulos.

“Ante todo y por encima de todo” san Benito hace una opción por los pobres; su igualitarismo viene a ser asimétrico, para proteger a los más débiles, y entre ellos a los enfermos. En realidad, es la misma opción del evangelio, del cual cita algún texto concreto. Podemos diferenciar, ciertamente, diferentes tipologías de enfermedades: desde un resfriado a una caída, pasando por una operación concreta, las que van asociadas a la vejez, que se caracterizan porque van a peor, las crónicas que viene a ser lesiones o afecciones que tenemos que soportar durante mucho tiempo, y las enfermedades graves que tienen un ejemplo en lo que se llamaba una “enfermedad mala”, cuando uno muere a consecuencia de ella y de la que se afirma que murió después de una “larga enfermedad”. Siempre con miedo a decir las cosas por su nombre. Sea corta o larga, terminal o temporal, todos en un momento o en otro tenemos necesidad de ser atendidos por un médico. Ante la enfermedad todos somos espectadores y protagonistas de manera alternativa.

San Benito, aunque responsabilizando en último término al abad, nos habla de como debemos comportarnos tanto si somos enfermos, como si hemos de cuidar a otros. Si somos nosotros, es preciso no ser exigentes, para no angustiar a quienes nos cuidan. Y si somos cuidadores debemos hacerlo como al mismo Cristo.

Hoy nuestra sociedad tiende a esconder o maquillar aquellos hechos que enfrentan de manera radical a una realidad no deseada, como es la enfermedad o la muerte, temiendo que perturben nuestra supuesta paz interior o la rutina de nuestra vida. La atención a los enfermos, en los hospitales o en casas de reposo, por un lado supone estar mejor atendidos, pues en este sentido la sociedad ha avanzado mucho. Pero, por otro lado, a veces, puede ser una decisión tomada por la voluntad de no querer ocuparnos personalmente del enfermo.

La dignidad de los enfermos, que un día u otro será nuestro caso, es atendida y respetada en nuestro entorno. Lo contemplamos cuando algún hermano nuestro ha estado hospitalizado, viendo la manera como el personal sanitario lo atiende. También en nuestra casa los hermanos son atendidos correctamente por unos servidores solícitos; y atendidos espiritualmente por la mayor parte de los sacerdotes de la comunidad. Ciertamente, no siempre conseguimos que nuestros hermanos pasen las últimas horas de su vida en el monasterio, dado que las circunstancias y atenciones médicas lo impiden. La muerte no se puede prever con una certeza absoluta, pero procuramos hacer el servicio lo mejor que podemos para que se sientan acompañados y atendidos.

San Benito llama la atención sobre la negligencia ante las exigencias, y la debilitación de la disciplina regular. Es algo válido, pues no utilizamos una enfermedad no grave como excusa cuando ya nos hemos restablecido, para evitar el régimen de la vida cotidiana regular. San Benito nos habla en concreto de los años y de la carne en la comida, pero se puede extender a otros aspectos concretos.

Cuidar, servir, soportar… so algunos de los verbos utilizados. Los sujetos son Cristo, los enfermos, el abad, el mayordomo y los enfermeros. En definitiva, toda la comunidad. San Benito nos dice que debemos ver a Cristo en los huéspedes, en los hermanos, y muy especialmente en los enfermos y en los débiles.

El paso de la salud a la enfermedad se produce al atravesar una frontera muy débil. Un diagnóstico del médico puede representar de un día para otro un cambio de rumbo en nuestra vida. Desde nuestra experiencia de cristianos, como monjes, debemos afrontarlo de una manera concreta, viviendo también nuestra fe que debe hacerse presente en todas las circunstancias de la vida, haciendo verdad en nuestra vida la expresión de Job: “¿Aceptamos los bienes como un don de Dios, y no aceptaremos los males?”  (Job 2,10) No quiere decir esto que Dios quiere nuestra enfermedad, o nuestro sufrimiento, pero sí quiere que lo sintamos a él junto a nosotros en estos momentos más difíciles de la vida, pues un enfermo puede tener la sensación de que la tierra se hunde bajo sus pies, y de ahí el deseo de tener a Cristo acompañándole.

Dice el Papa Francisco que “la enfermedad, sobre todo cuando es grave, pone siempre en crisis la existencia humana y nos plantea interrogantes. La primera reacción puede ser de rebeldía: ¿por qué me sucede precisamente a mí? Podemos sentirnos desesperados, pensar que todo está perdido y que nada tiene sentido. En esta situación, por un lado, la fe en Dios se pone a prueba, pero a la vez manifiesta toda la fuerza positiva. No porque haga desaparecer la enfermedad, el dolor o los interrogantes que plantea, sino porque ofrece una clave para descubrir el sentido más profundo de lo que estamos viviendo; una clave que nos ayuda para contemplar la enfermedad como un camino para estrechar nuestra relación con Cristo, que camina junto a nosotros con su cruz. Y esta clave nos la proporciona María, su Madre, experta en este camino”. (Mensaje para la XXIV Jornada Mundial del Enfermo, 2016)  

El centro de este capítulo es el enfermo, el débil, de quien hay que cuidar, que es más que caridad, compasión y atención, y que hay que manifestar, sea en la enfermería, sea en la celda, o acompañando al médico… viendo siempre en él a Cristo. Al mismo Cristo por encima de todo.

La enfermedad física, pero también la espiritual, no ha de considerarse un bien en si misma, ni una herramienta para matar el cuerpo, como si éste fuera malo. Debe cuidarse por los medios a nuestro alcance para curar el cuerpo, así, con paciencia y entrega. Ver en ella la ocasión propicia para crecer en lo más profundo de nuestro ser, un crecer en el amor y en el espíritu. La enfermedad puede ser ocasión de un servicio a la vida, en el enfermo y en nosotros mismos. También es una entrega de amor que solamente algunos alcanzarán a comprender. La enfermedad nos pone a prueba física y espiritualmente, como actores principales o secundarios, pero a todos nos coge como protagonistas, incluso cuando debemos atender a nuestros Padres y familiares fuera del monasterio. En todo lugar será necesario considerar que hacemos un servicio como si fuesen realmente  Cristo. 

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