domingo, 30 de diciembre de 2018

PRÓLOGO 21-38


PRÓLOGO 21-38

Ciñéndonos, pues, nuestra cintura con la fe y la observancia de las buenas obras, sigamos por sus caminos, llevando como guía el Evangelio, para que merezcamos ver a Aquel que nos llamó a su reino. 22Si deseamos habitar en el tabernáculo de este reino, hemos de saber que nunca podremos llegar allá a no ser que vayamos corriendo con las buenas obras. 23Pero preguntemos al Señor como el profeta, diciéndole: 24Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y descansar en tu monte santo?, 25Escuchemos, hermanos, lo que el Señor nos responde a esta pregunta y cómo nos muestra el camino hacia esta morada, diciéndonos: 26«Aquél que anda sin pecado y practica la justicia; 27el que habla con sinceridad en su corazón y no engaña con su lengua; 28el que no le hace mal a su prójimo ni presta oídos a infamias contra su semejante». 29Aquel que, cuando el malo, que es el diablo, le sugiere alguna cosa, inmediatamente le rechaza a él y a su sugerencia lejos de su corazón, «los reduce a la nada», y, agarrando sus pensamientos, los estrella contra Cristo. 30Los que así proceden son los temerosos del Señor, y por eso no se inflan de soberbia por la rectitud de su comportamiento, antes bien, porque saben que no pueden realizar nada por sí mismos, sino por el Señor, 31proclaman su grandeza, diciendo lo mismo que el profeta: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre, da la gloria», al igual que el apóstol Pablo, quien tampoco se atribuyó a sí mismo éxito alguno de su predicación cuando decía: «Por la gracia de Dios soy lo que soy». 32Y también afirma en otra ocasión: «E1 que presume, que presuma del Señor». 33Por eso dice el Señor en su evangelio: «Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra, se parece al hombre sensato, que edificó su casa sobre la roca. 34Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos y arremetieron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada en la roca». 35Al terminar sus palabras, espera el Señor que cada día le respondamos con nuestras obras a sus santas exhortaciones. 36Pues para eso se nos conceden como tregua los días de nuestra vida, para enmendarnos de nuestros males, 37según nos dice el Apóstol: «¿No te das cuenta de que la paciencia de Dios te está empujando a la penitencia?» 38Efectivamente, el Señor te dice con su inagotable benignidad: «No quiero la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva».

Estamos en el centro del Prólogo. Los dos primeros versos vienen a ser una especie de resumen de todo el Prólogo. San Benito nos dice que nuestra vida ha de girar alrededor de Cristo, con el objetivo de llegar a su Reino, con la guía del Evangelio, y las armas de la fe y la observancia, para merecer de contemplar Aquel que nos ha llamado a la vida monástica. Es Cristo quien nos llama a participar en su Reino, pero no tenemos por adelante una garantía, sino que necesitamos correr con las buenas obras, y no perdernos con una actitud perezosa. Este camino debemos hacerlo corriendo, sin culpa, practicando la justicia, rechazando al maligno, estampando nuestros pensamientos, así que apuntan, contra el Cristo. Todo lo que se opone no es de Cristo, podemos creerlo favorable a corto término, pero no se corresponde con lo que hemos venido a hacer, sino que sería fruto de nuestro egoísmo y debilidad.

La imagen del camino recorre todo el texto del Prólogo. Corremos en tanto que tenemos la luz de la vida, y corremos con las buenas obras, en el deseo de llegar a la meta; lo hacemos con la dulzura de su amor, sabiendo que Dios es paciente y misericordioso, una misericordia de la cual no debemos desesperar nunca, y que nos empuja siempre al arrepentimiento. El Señor no quiere nuestra muerte, sino nuestra conversión y preservarnos la vida. Por esto debemos fundamentar bien nuestra fe a través de la Palabra de Dios, rumiarla, y responder con hechos, no sabiendo cuando será el final del camino. “Nulla die sine línea” decían los antiguos latinos. Ningún día debe estar ausente el propósito de las buenas obras.

San Benito nos da un consejo bien concreto de decir la verdad desde el fondo del corazón y no engañar con la lengua, no hacer mal al prójimo, ni admitir ningún ultraje contra él. 

El Papa Francisco en su libro interviú sobre la vida consagrada viene a decir que, muchas veces, en la vida comunitaria es necesario morderse la lengua. Para él, éste es un consejo ascético de los más fecundos para una vida comunitaria. Antes de hablar mal de otro deberíamos mordernos la lengua. Quizás algunos ya la tendrían mal o hecha trozos, porque esta tentación de hablar en exceso y hablar mal del otro nos asalta muchas veces a lo largo del día, y hace que muchos caigan. (Cfr  La fuerza de la vocación, p. 72) Quizás, en el fondo, una de las razones que nos arrastran a caer sea otra de las llamadas que nos hace san Benito, que es la de que no nos vanagloriemos de la buena observancia, si la tenemos, que no nos vanagloriemos, porque hemos de considerar que todo aquello que hacemos bien viene de Dios, porque nosotros no somos capaces si no dejamos actuar al Señor en nuestros corazones. Como dice el Papa: “nos hace bien saber que no somos el Mesías. Este tipo de “salvadores”, nos hacen desconfiar. Esta no es la fecundidad del Evangelio. Cuando hay triunfalismo, Jesús está ausente” (cfr La fuerza de la vocación, p.56).

La fe, la práctica de las buenas obras y el evangelio son los tres pilares sobre los cuales el monje construye su vocación, como el hombre sensato del evangelio que edifica sobre la roca. El evangelio nos mueve a imitar la manera de vivir del Señor, y al acercarnos a él descubrimos cómo debemos vivir, sean las que sean nuestras limitaciones. Lo importante es que debemos llevar una vida digna de la manera de vida del Señor. Entonces los vientos, las tentaciones, las pruebas y los momentos de crisis no podrán derrumbar nuestra vida monástica; quizás la debilitaran, pero siempre podremos volver a recuperarnos con la ayuda de Dios, estando firmes los fundamentos. La Regla tiene un carácter evangélico, nos hace un buen retrato de la vida evangélica vivida en plenitud, siendo su papel no remplazar al evangelio sino orientarnos hacia él y ayudarnos a entender sus exigencias; viene a ser como una especie de manual del evangelio que ha de ser siempre nuestra hoja de ruta.
San Benito pone como modelo al apóstol san Pablo y su idea central de que somos lo que somos por la gracia de Dios. No todo lo tenemos ganado con un buen fundamento, pero sí tenemos la posibilidad de avanzar con más tranquilidad, y más confiados aprovecharemos nuestra vida para corregirnos y mejorar.

Perseverar en la practica de “las tres P” que nos propone el Papa Francisco: la pobreza, la plegaria y la paciencia. Una pobreza tanto física como moral, alejada del triunfalismo, de la vanagloria, glorificando a Dios y no a nosotros mismos. Una plegaria verdadera, comunitaria y litúrgica, pero también personal, como nos exhorta san Pablo VI en una lectura de maitines. La oración personal solo es contemplada por Dios; ponernos delante de Dios, sentir la necesitad de él, humildemente sentirnos pecadores y saber que el Señor es bueno. Y la paciencia, la virtud que san Benito afirma que nos hace participar de los sufrimientos de Cristo, con lo cual ya deja clara su importancia y a la vez la dificultad de su práctica. (cfr. La fuerza de la vocación, p. 57-59).

Como dice la Declaración del Orden del año 2000:

“Nuestra vida no puede tener otra finalidad que Dios, a quien hemos de glorificar en todas las cosas, y a quien hemos de tender como al máximo bien y la suprema felicidad del hombre…. Hemos abrazado la vida monástica movidos por el Espíritu Santo, para dedicarnos de una manera especial, directa y radical a conseguir este fin, de manera que, de hecho, siempre nos dirigimos y somos llevados hacia Dios”, (nº 39)

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