domingo, 10 de marzo de 2019

CAPÍTULO 48,14-25 y 49 LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA


CAPÍTULO 48,14-25  y  49

LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

Durante la cuaresma dedíquense a la lectura desde por la mañana hasta finalizar la hora tercera, y después trabajarán en lo que se les mandare hasta el final de la hora décima. 15 En esos días de cuaresma recibirá cada uno su códice de la Biblia, que leerán por su orden y enteramente; 16 estos códices se entregarán al principio de la cuaresma. 17 Y es muy necesario designar a uno o dos ancianos que recorran el monasterio durante las horas en que los hermanos están en la lectura. 18 Su misión es observar si algún hermano, llevado de la acedía, en vez de entregarse a la lectura, se da al ocio y a la charlatanería, con lo cual no sólo se perjudica a sí mismo, sino que distrae a los demás. 19 Si a alguien se le encuentra de esta manera, lo que ojalá no suceda, sea reprendido una y dos veces; 20 y, si no se enmienda, será sometido a la corrección que es de regla, para que los demás escarmienten. 21 Ningún hermano trate de nada con otro a horas indebidas. 22 Los domingos se ocuparán todos en la lectura, menos los que estén designados para algún servicio. 23 Pero a quien sea tan negligente y perezoso que no quiera o no pueda dedicarse a la meditatio o a la lectura, se le asignará alguna labor para que no esté desocupado. 24 A los hermanos enfermos o delicados se les encomendará la clase de trabajo mediante el cual ni estén ociosos ni el esfuerzo les agote o les haga  desistir. 25 El abad tendrá en cuenta su debilidad.

Aunque de suyo la vida del monje debería ser en todo tiempo una observancia cuaresmal, 2 no obstante, ya que son pocos los que tienen esa virtud, recomendamos que durante los días de cuaresma todos juntos lleven una vida íntegra en toda pureza 3 y que en estos días santos borren las negligencias del resto del año. 4 Lo cual cumpliremos dignamente si reprimimos todos los vicios y nos entregamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia. 5 Por eso durante estos días impongámonos alguna cosa más a la tarea normal de nuestra servidumbre: oraciones especiales, abstinencia en la comida y en la bebida, 6 de suerte que cada uno, según su propia voluntad, ofrezca a Dios, con gozo del Espíritu Santo, algo por encima de la norma que se haya impuesto; 7 es decir, que  norma que se haya impuesto; 7 es decir, que prive a su cuerpo algo de la comida, de la bebida, del sueño, de las conversaciones y bromas y espere la santa Pascua con el gozo de un anhelo espiritual. 8 Pero esto que cada uno ofrece debe proponérselo a su abad para hacerlo con la ayuda de su oración y su conformidad, 9 pues aquello que se realiza sin el beneplácito del padre espiritual será considerado como presunción y vanagloria e indigno de recompensa; 10 por eso, todo debe hacerse con el consentimiento del abad.


En la oración-colecta del Miércoles de Ceniza, y en todo el Oficio divino, pedíamos al Señor su ayuda para empezar el ejercicio cuaresmal de la milicia cristiana. La Cuaresma se define en la liturgia como un ejercicio y una milicia.

Una idea presente en la Regla, ya que san Benito nos habla de que militamos para el Señor, Cristo, el Rey verdadero; y lo hacemos cargados con las armas fortísimas y espléndidas de la obediencia, es decir renunciando a nuestros propios deseos (cf RB 58,10). San Benito nos dice que toda nuestra vida debería ser un ejercicio cuaresmal, pero sabe que no es fácil mantener este nivel.

El primer domingo de Cuaresma establece que se reparta un libro a cada monje, para que su lectura sea una ayuda en el camino cuaresmal. Como siempre san Benito sabe que podemos flaquear, y establece una vigilancia para asegurar su cumplimiento, por medio de uno o dos ancianos que hacen la ronda para garantizar que todos leen y hacen algo provechoso. San Benito se preocupa solamente por el hecho de que alguno pueda pasar el tiempo sin hacer nada o, lo que es peor, molestar a otros, de manera que establece amonestaciones y la corrección de la Regla. La Regla nos quiere a cada hora en el lugar adecuado y haciendo lo correcto, sabiendo san Benito que una vida reglada nos ayuda a alcanzar el verdadero objetivo de buscar a Dios, y ser verdaderamente libres.

La Cuaresma es, pues, un tiempo privilegiado para nosotros, durante la cual debemos profundizar en la milicia cristiana, es decir ejercitándonos de manera activa y aportando alguna cosa de más en aquello en que fallamos más, allí donde hace falta, renunciando a nuestros deseos personales. Si somos de los que se ponen preocupados, es preciso intentar cargar la mochila con más paciencia; si nos cuesta llegar puntuales al Oficio, intentar salir de la celda, o donde estemos, un poco antes; si nos cuesta levantarnos, no dando media vuelta al sonar la campana; si nos cuesta encontrar un tiempo para a plegaria personal, dejar aquellos momentos que dedicamos a no hacer nada de provecho; si la Palabra de Dios se nos hace árida, abrir más el oído de nuestro corazón a Dios; estemos donde estemos, esforzarnos por hacer las cosas lo mejor posible, con prontitud, sin murmurar. De esta manera, la Cuaresma puede ser para nosotros un buen ejercicio, una escuela para practicar lo que deberíamos hacer durante todo el año, ofreciendo a Dios algo por propia voluntad con el gozo del Espíritu Santo.

Para conseguirlo nos puede ayudar mucho una lectura atenta, pausada y reflexiva que nos acompañe a lo largo de este camino hacia la Pascua. Parece que san Benito hubiese inventado “el día del libro” muchos siglos antes de convertirse en una celebración social. Es porque san Benito sabe que necesitamos ayuda, que no debemos dejar de formarnos, que no debemos bajar la guardia y mantenernos atentos durante todo el año; pero en Cuaresma, de una manera especial puede ayudarnos a ser más fuertes espiritualmente y vivir con más pureza nuestra vida.

No dice el Papa Francisco en el Mensaje de Cuaresma que “la celebración del Triduo Pascual de la Pasión, Muerte y resurrección de Cristo, cima de todo el Año Litúrgico, nos llama una vez más a vivir un itinerario de preparación, conscientes de querer conformarnos a Cristo (cf. Rom 8,29), siendo un don inestimable de la misericordia e Dios”.

Intentemos de vivirla con intensidad, sin pereza, dándonos a la lectura, privándonos de algo, intentando desterrar nuestra negligencias, y hacerlo sin presunción ni vanagloria, sino con un deseo espiritual, fijos los ojos en el  Misterio central de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Aquel con quien nos hemos comprometido a seguir.

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