domingo, 24 de marzo de 2019

PRÓLOGO 39-50

PRÓLOGO 39-50

Hemos preguntado al Señor, hermanos, quién es el que podrá hospedarse en su tienda y le hemos escuchado cuáles son las condiciones para poder morar en ella: cumplir los compromisos de todo morador de su casa. 40Por tanto, debemos disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar en el servicio de la santa obediencia a sus preceptos. 41Y como esto no es posible para nuestra naturaleza sola, hemos de pedirle al Señor que se digne concedernos la asistencia de su gracia. 42Si, huyendo de las penas del infierno, deseamos llegar a la vida eterna, 43mientras todavía estamos a tiempo y tenemos este cuerpo como domicilio y podemos cumplir todas estas a cosas a luz de la vida, 44ahora es cuando hemos de apresurarnos y poner en práctica lo que en la eternidad redundará en nuestro bien. 45Vamos a instituir, pues, una escuela del servicio divino. 46Y, al organizarla, no esperamos disponer nada que pueda ser duro, nada que pueda ser oneroso. 47Pero si, no obstante, cuando lo exija la recta razón, se encuentra algo un poco más severo con el fin de corregir los vicios o mantener la caridad, 48no abandones en seguida, sobrecogido de temor, el camino de la salvación, que forzosamente ha de iniciarse con un comienzo estrecho. 49Mas, al progresar en la vida monástica y en la fe, ensanchado el corazón por la dulzura de un amor inefable, vuela el alma por el camino de los mandamientos de Dios.50De esta manera, si no nos desviamos jamás del magisterio divino y perseveramos en su doctrina y en el monasterio hasta la muerte, participaremos con nuestra paciencia en los sufrimientos de Cristo, para que podamos compartir con él también su reino. Amen

Si nuestro objetivo es habitar en la casa del Señor todos los días de nuestra vida, debemos prepararnos, nos dice san Benito; lo debemos desear con toda el alma, como dice el salmista, preparar nuestros cuerpos y corazones para alcanzarlo.

La vida espiritual, la vida monástica, nuestra vida, a la que el Señor nos ha llamado, y que hemos aceptado libremente, no es estática, es preciso progresar, hacer camino experiencial. Las formas, las costumbres, pueden ser las mismas a lo largo de los años, pero será preciso trabajar y hacer aquello que nos aproveche para siempre, no solo puntualmente como satisfacción de ambiciones pasajeras, sino que nos aproveche más bien para alcanzar a Cristo.

Progresar espiritualmente en esta Escuela del servicio divino que es el monasterio, quiere decir vivir las obligaciones de cada día, que nos incorpore todo un estilo de vida. Hacer algo que nos ayude a vivir en santa obediencia de los preceptos, evitando lo que nos desgasta, y nos aleja del centro donde debemos poner el corazón: Cristo.

San Benito lo concreta en el tema de la conversión; una palabra ligada a este tiempo cuaresmal, camino hacia la Pascua, que la liturgia nos invita a recorrer cada año. “Si no os convertís todos acabaréis igual”, enseña Jesús. Conversión quiere decir experimentar la vida monástica en su integridad, todas sus observancias. Es el estilo de vida que debemos adoptar, si deseamos vivir con seriedad la llamada del Evangelio. Avanzar, pues, con la ayuda de su gracia, con más coherencia en lo que creemos.

Necesitamos avanzar en la fe, en la certeza, en la confianza de que Dios habita en nosotros. Si queremos habitar en su templo, nos dice san Benito, tenemos que cumplir los deberes de quien habita en él. La fe es más un acto de voluntad que del intelecto, y crece en nosotros por medio de la plegaria. La conversión nos tiene que ir conduciendo a una plegaria más profunda, más intensa, sincera, enriquecedora y confiada. Entonces, nos hacemos más conscientes de la presencia del amor de Dios en nuestra vida, y al ser realmente presente este amor, no puede haber en nosotros lugar para el odio, el resentimiento, ni para la autosuficiencia, orgullo, egoísmo o la mentira. Si no podemos perdonar a quien nos ha herido, si no podemos amar a quien nos molesta, quiere decir que no dejamos actuar el amor de Dios en nuestra vida. Para que actúe necesitamos su gracia. Para hacer este camino no debemos quedarnos parados o lamentarnos de la monotonía del camino, o creernos el centro del mundo. Si os afanamos por tener esto o lo otro, en una especie de carrera consumista espiritual, no obtendremos lo que nos llene de verdad, y las faltas serán siempre una excusa.

Nos dice san León Magno que “cada uno sabe qué virtudes debe vigorizar y qué vicios combatir. ¿Quién se sentirá tan orgulloso de sí mismo, o será tan inconsciente que no se dé cuenta de aquello que hay que extirpar o desarrollar?... No podemos coger todo lo que nos agrada. No podemos valorar las acciones movidos solamente por lo que nos sugieren los sentidos. Considera tus costumbres a la luz de los mandamientos de Dios; allí se te dice lo que tienes que hacer y lo que no tienes que hacer” (Sermón 49 Sobre la Cuaresma)

San Agustín afirma que no hay nada difícil para quien ama, nos lo dice también san Benito al indicarnos que si el camino que encontramos al principio es angosto, se ensancha cuando lo hacemos movidos por la inefable dulzura del amor. Lo que debemos desear es llegar a la vida perdurable, y para esto debemos aprovechar todos los momentos, todas las posibilidades que nos concede la vida. Nuestro camino debe ser hecho a buen ritmo y ganando a cada paso fortaleza en nuestra fe. Nos preparamos, pedimos al Señor que nos otorgue la ayuda de su gracia, no abandonándonos espantados por el terror, sino participando en y por Cristo. No podemos entrar en la plenitud de Dios sino por medio de Cristo; nuestra vida cristiana debe estar marcada por la cruz de Cristo. Lejos de angustiarnos por este sufrimiento, vivido sobre todo con paciencia, que da sentido a nuestro sufrimiento, que es un sufrimiento redentor, que nos ayuda a soportar las dificultades y estrecheces del camino. San Pablo en su Carta a los Colosenses dice “estoy contento de padecer por vosotros y de completar de este modo lo que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su cuerpo (1,24). Es sobre todo por la paciencia, por la que nosotros completamos lo que falta a estos sufrimientos.

La reacción más humana cuando alguien nos hace mal es volvernos y vengarnos, y si podemos le hacemos todavía más mal. Es porque sufrimos de manera equivocada, y esto nos pone de mal humor, y entonces intentamos no de compartir nuestro sufrimiento sino trasladarlo a otros. La belleza de la paciencia es que nos llama a detener este sentido que nos hace estar mal con nosotros mismos y el Señor, mirando a la vez que los otros estén tanto o más mal que nosotros. Somos hábiles en cuanto a los recursos para conseguirlo, para venir a ser víctimas profesionalizadas que nos da la oportunidad de hacer de los otros nuestras propias víctimas.

San Benito nos invita a superar todo esto, a descubrir que si somos pacientes viviremos más tranquilos, haremos la vida de quienes nos rodean más plácida, y lo que es más importante, avanzaremos, correremos por este camino que nos ha de elevar al templo del Señor, a la vida perdurable. Conformarnos a Cristo, venir a ser como él en nuestra relación con los otros es practicarlo incluso cuando los otros no son como nosotros desearíamos que fuesen, porque de hecho no lo serán nunca; los otros son también imágenes de Dios, no nuestras. Elegir este camino, progresar en esta escuela, conformar nuestra voluntad con la de Cristo, significa un cambio radical de actitud y es entonces cuando progresamos, pues siendo el camino angosto y pesado, nos aparece amplio. Avanzar en el camino espiritual es ser fieles a  Cristo, que nos habla en la Palabra, y a quien hablamos en la plegaria, levantándonos  tantas veces como caemos, no desesperando nunca de su misericordia.

Participar de los sufrimientos de Cristo es participar de su Pasión, es prepararnos para su reino, es hacer aquello que nos va a aprovechar para siempre. Como escribe Juan Mediocre de Nápoles: “Él es la nuestra fuerza. Él se da siempre a nosotros, démonos también nosotros a él”.

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