CAPÍTULO
19
NUESTRA
ACTITUD DURANTE LA SALMODIA
Creemos que Dios está
presente en todo lugar y que «los ojos del Señor están vigilando en todas
partes a buenos y malos»; 2 pero esto debemos creerlo especialmente sin la
menor vacilación cuando estamos en el oficio divino. 3 Por tanto, tengamos
siempre presente lo que dice el profeta: «Servid al Señor con temor»; 4 y
también: «Cantadle salmos sabiamente», 5 y: «En presencia de los ángeles te
alabaré». 6Meditemos, pues, con qué actitud debemos estar en la presencia de la
divinidad y de sus ángeles, 7 y salmodiemos de tal manera, que nuestro
pensamiento concuerde con lo que dice nuestra boca.
San Benito nos dice en
el capítulo 43 que no debemos anteponer nada al Oficio Divino. Pues si Dios
está presente en todas partes, si sus ojos nos están mirando siempre, mucho más
durante el Oficio Divino.
En los capítulos
anteriores nos habla del modo de salmodiar, de como celebrar las diferentes
horas del Oficio; y, todavía en el capítulo 47, nos dice cómo se ha de hacer la
señal para iniciarlo. Casi una quinta parte de la Regla está dedicada al Oficio
Divino, lo cual nos da una idea de la importancia que san Benito le da en
nuestra jornada monástica.
Escribe Aquinata
Bockmann que este capítulo está lógicamente construido y perfectamente
compuesto, destacando unas palabras clave: “en todas partes” en el
primer verso como principio general; “sin ninguna duda”, en el segundo
verso, como caso particular; “por tanto”, uniendo los versos 3 y 5 como
una primera consecuencia fundamentada en tres citas de salmos; “así pues”,
en el verso seis, como consecuencia final que enlaza con el verso primero y
redondea el capítulo.
En definitiva, el
Oficio Divino es el centro de nuestra vida, pues como afirma L. Bouyer es el
medio eminente que nos conduce hacia Cristo y a la vez es una realización
anticipada de ese horizonte, cuando en la vida eterna cantaremos verdaderamente
en presencia de los ángeles (Cfr. El sentido de la vida monástica).
Nos lo recuerda san
Benito en este capítulo, y debemos creer que estamos presentes delante del
Señor en el Oficio Divino. Lo cual implica que no podemos estar de cualquier
manera: desmotivados, apáticos… sino con temor y gusto, con amor y gusto, pues
estamos cerca, pregustamos la presencia de Aquel a quien amamos más que a otra
cosa.
Tal vez la misma rutina
de nuestra vida nos lleva a olvidar este precepto concreto de san Benito, y
podemos caer en la tentación de salmodiar a disgusto, de no ser conscientes de
que Él está en medio de quien se reúnen en su nombre.
Está presente en la
Eucaristía por la proclamación de su Palabra, por el ministerio del presbítero,
por la misma asamblea reunida en su nombre, y de manera singular y eminente en
el pan y el vino transformados en cuerpo y sangre. También la Palabra es proclamada
en el Oficio Divino, la misma que en nuestra plegaria sálmica, en la unión de
cánticos y lecturas breves. Dios nos habla de una manera real y a Él dirigimos
nuestra plegaria de manera directa, reunidos en su nombre. Este contacto con la
Palabra es complementario al que tenemos en la Lectio Divina, como explicita L.
Bouyer; uno es como nuestra inspiración, y el otro como nuestra espiración,
como la sístole y diástole, recreados por el Espíritu.
En los textos
monásticos más primitivos el Oficio Divino designaba el conjunto de la vida
espiritual del monje. Poco a poco se irá limitando hasta referirse solamente a
la vida de plegaria en torno a la Palabra de Dios, es decir a la Salmodia. Este
sentido original y la posterior evolución del término nos muestra también la
preferencia del Oficio Divino sobre todas las demás ocupaciones del monje.
Dada la importancia de
la salmodia debemos hacerlo con gusto, bien, en plenitud, esforzarnos en la
recitación o canto lo mejor que podamos, adentrarnos en la letra, en su mensaje,
conscientes de que estamos viviendo un momento especial de relación con Dios.
No oramos con Salmos
tomados al azar, parafraseando lo que san Benito dice en el capítulo 47, cuando
habla de la señal que debemos hacer al comenzar la plegaria comunitaria. No
debemos cantar o recitar cualquier salmo en cualquier momento; es preciso
hacerlo cuando corresponde, con humildad y gravedad, con respeto, lo cual nos
exige una preparación, para que nuestro pensamiento y nuestra voz vayan de
acuerdo y estemos centrados en lo que estamos haciendo y hacia Quien nos
dirigimos.
Esto exige una
preparación previa, una atención personal y privada previa a la misma salmodia, de manera que siendo una plegaria
comunitaria venga a ser también una plegaria personal. Es preciso estar
conscientes de la presencia de Dios. En segundo lugar que estamos sirviendo al
Señor. En tercer lugar, que la voz, compostura y pensamiento vayan de acuerdo
en la situación de nuestra presencia ante el Señor.
Escribe Columbá
Marmión:
“Nosotros,
los monjes encontramos en la liturgia un precioso medio de conocer las
perfecciones divinas. En los salmos que forman la trama del Oficio Divino, el
Espíritu Santo nos presenta Dios a nuestra consideración con una incomparable
riqueza de expresión. A cada paso nos convida a admirar la grandeza y plenitud
de Dios, y si recitamos bien el Oficio, el alma poco a poco asimila estos
sentimientos expresados por el Espíritu Santo sobre las perfecciones del Ser
infinito; y así nace y se fomenta constantemente, bajo la luz celestial, una
actitud reverencia hacia la soberana Majestad, reverencia que es la fuente de
la humildad” (Jesucristo, ideal del
monje)
Éste es un capítulo
breve de la Regla, pero a la vez un capítulo fundamental, que nos viene a
decir, como escribe Aquinata, que la liturgia no se limita a una ejecución
interna de la comunidad; es una liturgia doméstica al servicio de la Iglesia.
Alabanza, proclamación y servicio delante del Señor, así es como san Benito nos
quiere por esencia de Dios, invitándonos a hacer salir la plegaria desde lo más
íntimo de nuestro corazón; solo así nuestro pensamiento puede estar de acuerdo
con nuestra voz. Per llegar, escribe San Agustín, si se considera la paciencia
humana resulta increíble; si se considera la potencia divina resulta
comprensible.
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