domingo, 23 de enero de 2022

CAPÍTULO 19, NUESTRA ACTITUD DURANTE LA SALMODIA

 

CAPÍTULO 19

NUESTRA ACTITUD DURANTE LA SALMODIA

Creemos que Dios está presente en todo lugar y que «los ojos del Señor están vigilando en todas partes a buenos y malos»; 2 pero esto debemos creerlo especialmente sin la menor vacilación cuando estamos en el oficio divino. 3 Por tanto, tengamos siempre presente lo que dice el profeta: «Servid al Señor con temor»; 4 y también: «Cantadle salmos sabiamente», 5 y: «En presencia de los ángeles te alabaré». 6Meditemos, pues, con qué actitud debemos estar en la presencia de la divinidad y de sus ángeles, 7 y salmodiemos de tal manera, que nuestro pensamiento concuerde con lo que dice nuestra boca.

San Benito nos dice en el capítulo 43 que no debemos anteponer nada al Oficio Divino. Pues si Dios está presente en todas partes, si sus ojos nos están mirando siempre, mucho más durante el Oficio Divino.

En los capítulos anteriores nos habla del modo de salmodiar, de como celebrar las diferentes horas del Oficio; y, todavía en el capítulo 47, nos dice cómo se ha de hacer la señal para iniciarlo. Casi una quinta parte de la Regla está dedicada al Oficio Divino, lo cual nos da una idea de la importancia que san Benito le da en nuestra jornada monástica.

Escribe Aquinata Bockmann que este capítulo está lógicamente construido y perfectamente compuesto, destacando unas palabras clave: “en todas partes” en el primer verso como principio general; “sin ninguna duda”, en el segundo verso, como caso particular; “por tanto”, uniendo los versos 3 y 5 como una primera consecuencia fundamentada en tres citas de salmos; “así pues”, en el verso seis, como consecuencia final que enlaza con el verso primero y redondea el capítulo.

En definitiva, el Oficio Divino es el centro de nuestra vida, pues como afirma L. Bouyer es el medio eminente que nos conduce hacia Cristo y a la vez es una realización anticipada de ese horizonte, cuando en la vida eterna cantaremos verdaderamente en presencia de los ángeles (Cfr. El sentido de la vida monástica).

Nos lo recuerda san Benito en este capítulo, y debemos creer que estamos presentes delante del Señor en el Oficio Divino. Lo cual implica que no podemos estar de cualquier manera: desmotivados, apáticos… sino con temor y gusto, con amor y gusto, pues estamos cerca, pregustamos la presencia de Aquel a quien amamos más que a otra cosa.

Tal vez la misma rutina de nuestra vida nos lleva a olvidar este precepto concreto de san Benito, y podemos caer en la tentación de salmodiar a disgusto, de no ser conscientes de que Él está en medio de quien se reúnen en su nombre.

Está presente en la Eucaristía por la proclamación de su Palabra, por el ministerio del presbítero, por la misma asamblea reunida en su nombre, y de manera singular y eminente en el pan y el vino transformados en cuerpo y sangre. También la Palabra es proclamada en el Oficio Divino, la misma que en nuestra plegaria sálmica, en la unión de cánticos y lecturas breves. Dios nos habla de una manera real y a Él dirigimos nuestra plegaria de manera directa, reunidos en su nombre. Este contacto con la Palabra es complementario al que tenemos en la Lectio Divina, como explicita L. Bouyer; uno es como nuestra inspiración, y el otro como nuestra espiración, como la sístole y diástole, recreados por el Espíritu.

En los textos monásticos más primitivos el Oficio Divino designaba el conjunto de la vida espiritual del monje. Poco a poco se irá limitando hasta referirse solamente a la vida de plegaria en torno a la Palabra de Dios, es decir a la Salmodia. Este sentido original y la posterior evolución del término nos muestra también la preferencia del Oficio Divino sobre todas las demás ocupaciones del monje.

Dada la importancia de la salmodia debemos hacerlo con gusto, bien, en plenitud, esforzarnos en la recitación o canto lo mejor que podamos, adentrarnos en la letra, en su mensaje, conscientes de que estamos viviendo un momento especial de relación con Dios.

No oramos con Salmos tomados al azar, parafraseando lo que san Benito dice en el capítulo 47, cuando habla de la señal que debemos hacer al comenzar la plegaria comunitaria. No debemos cantar o recitar cualquier salmo en cualquier momento; es preciso hacerlo cuando corresponde, con humildad y gravedad, con respeto, lo cual nos exige una preparación, para que nuestro pensamiento y nuestra voz vayan de acuerdo y estemos centrados en lo que estamos haciendo y hacia Quien nos dirigimos.

Esto exige una preparación previa, una atención personal y privada previa a la misma  salmodia, de manera que siendo una plegaria comunitaria venga a ser también una plegaria personal. Es preciso estar conscientes de la presencia de Dios. En segundo lugar que estamos sirviendo al Señor. En tercer lugar, que la voz, compostura y pensamiento vayan de acuerdo en la situación de nuestra presencia ante el Señor.

Escribe Columbá Marmión:

“Nosotros, los monjes encontramos en la liturgia un precioso medio de conocer las perfecciones divinas. En los salmos que forman la trama del Oficio Divino, el Espíritu Santo nos presenta Dios a nuestra consideración con una incomparable riqueza de expresión. A cada paso nos convida a admirar la grandeza y plenitud de Dios, y si recitamos bien el Oficio, el alma poco a poco asimila estos sentimientos expresados por el Espíritu Santo sobre las perfecciones del Ser infinito; y así nace y se fomenta constantemente, bajo la luz celestial, una actitud reverencia hacia la soberana Majestad, reverencia que es la fuente de la humildad”   (Jesucristo, ideal del monje)

Éste es un capítulo breve de la Regla, pero a la vez un capítulo fundamental, que nos viene a decir, como escribe Aquinata, que la liturgia no se limita a una ejecución interna de la comunidad; es una liturgia doméstica al servicio de la Iglesia. Alabanza, proclamación y servicio delante del Señor, así es como san Benito nos quiere por esencia de Dios, invitándonos a hacer salir la plegaria desde lo más íntimo de nuestro corazón; solo así nuestro pensamiento puede estar de acuerdo con nuestra voz. Per llegar, escribe San Agustín, si se considera la paciencia humana resulta increíble; si se considera la potencia divina resulta comprensible.

 

 

 

 

 

 

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