domingo, 16 de enero de 2022

CAPÍTULO 7,49-50, LA HUMILDAD

 

CAPÍTULO 7,49-50

LA HUMILDAD

El sexto grado de humildad es que el monje se sienta contento con todo lo que es más vil y abyecto y que se considere a sí mismo como un obrero malo e indigno para todo cuanto se le manda, 50 diciéndose interiormente con el profeta: «Fui reducido a la nada sin saber por qué; he venido a ser como un jumento en tu presencia, pero yo siempre estaré contigo».

 

“¡Vivid siempre contentos en el Señor! Lo repito: ¡vivid contentos!” (Flp 4,4)

Las palabras del Apóstol parecen poco oportunas, tanto más cuando san Benito hace servir la palabra “contentarse”, en la versión latina “contentus sit monachus”, y sucede que no es fácil contentarse, porque sin llegar a cosas bajas algunas tareas no nos agradan o las calificamos con otra etiqueta diferente.

Nuestra sociedad no es propensa a contentarse, lo cual también llega a los monasterios que somos un reflejo de esta sociedad. Quizás la única diferencia es que a nosotros se nos pedirá más en ese juicio final. Cada día somos instruidos por los consejos evangélicos y la Regla en el seguimiento de Cristo.

Con frecuencia quien se acerca al monasterio como posible vocación se muestra con una prisa inusitada por quemar etapas. Cuesta entender que hay cosas ásperas y duras; que el camino, en un principio, es estrecho, y que no es fácil la vida consagrada en una comunidad. Es como la vida misma: puede haber estrecheces en la infancia, en la juventud, madurez y vejez. Hay quien la encuentra en cada etapa de la vida, y otros gozan de cada fase como un regalo de Dios. Por aquí es por donde va san Benito, considerando que todo es gracia de Dios, y que, si Él nos ama, es porque es amor, y nada malo puede querer de nosotros; y posiblemente somos nosotros los que miramos con ojos demasiado humanos de modo negativo.

 

“Hermanos, estad contentos, reafirmaros, exhortaros, tened los mismos sentimientos, vivid en paz, y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros (2Cor 13,11)

No es un mal programa el de san Pablo. A menudo en Laudes pedimos tener un día de paz con todos. Pero es preciso poner de nuestra parte, lo cual debe concienciarnos de que no hay tarea baja en la comunidad, y que es más positivo vernos como operarios indignos. Esto nos permitirá mejor conocer la gracia de Dios que actúa en nosotros con más claridad de lo que solemos ser conscientes.

Como dice san Benito en el Prólogo: “aquello que la naturaleza no puede en nosotros, pidamos al Señor nos los conceda con ayuda de su gracia” (Pro 41)

A veces si que consideramos operarios indignos, pero más bien a los otros. Esto nos lleva a ponernos donde no debemos. Como enseña san Pablo: “es que sentimos decir que algunos de vosotros viven sin trabajar, y metiéndose donde no les llaman. A todos estos les mandamos en nombre de Jesucristo que trabajen” (2Tes 3,1)

Quizás no habría que decir que no trabajamos, sino que en el fondo nos atraen otras responsabilidades que no nos han encomendado. Pues cada servicio habitualmente requiere un monje: maestro de novicios, hospedero, sacristán, huerto, cocina, lavandería… ¿Qué tendríamos que hacer? En primer lugar, cumplir con nuestro deber allí donde estamos, con nuestra vida de plegaria, de trabajo … en lo que tenemos encomendado, sin ponernos donde no nos llaman. Y si consideramos algo que creemos oportuno comunicar al superior, exponerlo con paciencia y oportunamente, como dice la Regla (68,2-3). Posarse, pues, en las tareas de otros miembros de la comunidad es ponerse donde a uno no lo llaman, es destruir unos sentimientos, echar fuera el amor de Dios y la paz; un separarse de Dios como dice este 6º grado de la humildad.

 

“Vivid siempre contentos” (1Tes 5,16)

Escribe el Apóstol a los cristianos de Tesalónica. Viviendo siempre contentándonos con lo que tenemos no es fácil. Y esto no quiere decir que no debemos intentar de mejorar nosotros mismos y nuestro servicio a la comunidad, porque es también un deber. Nos ayuda a mantenernos contentos y nuestra misma vida espiritual: la plegaria, la lectio, la lectura espiritual… Reconociendo siempre la gracia de Dios que actúa en nosotros como lo que es: gracia, regalo, don del Señor que nos ama, pero no solo a nosotros sino a todos: Dios es amor y paz para todos-

 

Finalmente, hermanos míos, ¡vivid contentos en el Señor! A mi no se me hace pesado el escribir siempre las mismas cosas, y, además, a vosotros os da seguridad” (Filp 3,1)

Así escribe el Apóstol a los Filipenses. Ojala también, nosotros, nos abramos a la Palabra de Dios. Escuchar la Regla, y los Santos Padres, nos reafirma, porque, aunque sean las mismas cosas, nunca acabamos de acogerlas en su totalidad y plenitud. Abriendo nuestro espíritu a Dios todo lo que se nos presenta bajo y abyecto podría venirnos como un regalo de Dios. Vivir descontentos con lo que tenemos, con lo recibido nos aleja de Dios y de la paz.

Escribe Aquinata Bockmann respecto a este capítulo: “¿Cuándo podemos decir que hemos cumplido nuestro deber? ¿Cuándo hemos respondido de manera adecuada a la llamada de la gracia? Por honestidad estamos obligados a reconocer que permanecemos siempre por debajo de las expectativas del Señor”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario