CAPÍTULO 7,49-50
LA
HUMILDAD
El sexto grado de
humildad es que el monje se sienta contento con todo lo que es más vil y
abyecto y que se considere a sí mismo como un obrero malo e indigno para todo
cuanto se le manda, 50 diciéndose interiormente con el profeta: «Fui reducido a
la nada sin saber por qué; he venido a ser como un jumento en tu presencia,
pero yo siempre estaré contigo».
“¡Vivid
siempre contentos en el Señor! Lo repito: ¡vivid contentos!” (Flp 4,4)
Las palabras del
Apóstol parecen poco oportunas, tanto más cuando san Benito hace servir la
palabra “contentarse”, en la versión latina “contentus sit monachus”, y sucede
que no es fácil contentarse, porque sin llegar a cosas bajas algunas tareas no
nos agradan o las calificamos con otra etiqueta diferente.
Nuestra sociedad no es
propensa a contentarse, lo cual también llega a los monasterios que somos un
reflejo de esta sociedad. Quizás la única diferencia es que a nosotros se nos
pedirá más en ese juicio final. Cada día somos instruidos por los consejos
evangélicos y la Regla en el seguimiento de Cristo.
Con frecuencia quien se
acerca al monasterio como posible vocación se muestra con una prisa inusitada
por quemar etapas. Cuesta entender que hay cosas ásperas y duras; que el
camino, en un principio, es estrecho, y que no es fácil la vida consagrada en
una comunidad. Es como la vida misma: puede haber estrecheces en la infancia,
en la juventud, madurez y vejez. Hay quien la encuentra en cada etapa de la
vida, y otros gozan de cada fase como un regalo de Dios. Por aquí es por donde
va san Benito, considerando que todo es gracia de Dios, y que, si Él nos ama, es
porque es amor, y nada malo puede querer de nosotros; y posiblemente somos
nosotros los que miramos con ojos demasiado humanos de modo negativo.
“Hermanos,
estad contentos, reafirmaros, exhortaros, tened los mismos sentimientos, vivid
en paz, y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros (2Cor 13,11)
No es un mal programa
el de san Pablo. A menudo en Laudes pedimos tener un día de paz con todos. Pero
es preciso poner de nuestra parte, lo cual debe concienciarnos de que no hay
tarea baja en la comunidad, y que es más positivo vernos como operarios indignos.
Esto nos permitirá mejor conocer la gracia de Dios que actúa en nosotros con
más claridad de lo que solemos ser conscientes.
Como dice san Benito en
el Prólogo: “aquello que la naturaleza no puede en nosotros, pidamos al
Señor nos los conceda con ayuda de su gracia” (Pro 41)
A veces si que
consideramos operarios indignos, pero más bien a los otros. Esto nos lleva a
ponernos donde no debemos. Como enseña san Pablo: “es que sentimos decir que
algunos de vosotros viven sin trabajar, y metiéndose donde no les llaman. A
todos estos les mandamos en nombre de Jesucristo que trabajen” (2Tes 3,1)
Quizás no habría que
decir que no trabajamos, sino que en el fondo nos atraen otras
responsabilidades que no nos han encomendado. Pues cada servicio habitualmente
requiere un monje: maestro de novicios, hospedero, sacristán, huerto, cocina,
lavandería… ¿Qué tendríamos que hacer? En primer lugar, cumplir con nuestro
deber allí donde estamos, con nuestra vida de plegaria, de trabajo … en lo que
tenemos encomendado, sin ponernos donde no nos llaman. Y si consideramos algo
que creemos oportuno comunicar al superior, exponerlo con paciencia y
oportunamente, como dice la Regla (68,2-3). Posarse, pues, en las tareas de
otros miembros de la comunidad es ponerse donde a uno no lo llaman, es destruir
unos sentimientos, echar fuera el amor de Dios y la paz; un separarse de Dios
como dice este 6º grado de la humildad.
“Vivid
siempre contentos” (1Tes 5,16)
Escribe el Apóstol a
los cristianos de Tesalónica. Viviendo siempre contentándonos con lo que
tenemos no es fácil. Y esto no quiere decir que no debemos intentar de mejorar
nosotros mismos y nuestro servicio a la comunidad, porque es también un deber.
Nos ayuda a mantenernos contentos y nuestra misma vida espiritual: la plegaria,
la lectio, la lectura espiritual… Reconociendo siempre la gracia de Dios que
actúa en nosotros como lo que es: gracia, regalo, don del Señor que nos ama,
pero no solo a nosotros sino a todos: Dios es amor y paz para todos-
“Finalmente,
hermanos míos, ¡vivid contentos en el Señor! A mi no se me hace pesado el
escribir siempre las mismas cosas, y, además, a vosotros os da seguridad” (Filp
3,1)
Así escribe el Apóstol
a los Filipenses. Ojala también, nosotros, nos abramos a la Palabra de Dios.
Escuchar la Regla, y los Santos Padres, nos reafirma, porque, aunque sean las mismas
cosas, nunca acabamos de acogerlas en su totalidad y plenitud. Abriendo nuestro
espíritu a Dios todo lo que se nos presenta bajo y abyecto podría venirnos como
un regalo de Dios. Vivir descontentos con lo que tenemos, con lo recibido nos
aleja de Dios y de la paz.
Escribe Aquinata
Bockmann respecto a este capítulo: “¿Cuándo podemos decir que hemos cumplido
nuestro deber? ¿Cuándo hemos respondido de manera adecuada a la llamada de la
gracia? Por honestidad estamos obligados a reconocer que permanecemos siempre
por debajo de las expectativas del Señor”.
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