sábado, 12 de noviembre de 2022

CAPÍTULO 31 CÓMO HA DE SER EL MAYORDOMO DEL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 31

CÓMO HA DE SER EL MAYORDOMO DEL MONASTERIO

Para mayordomo del monasterio será designado de entre la comunidad uno que sea sensato, maduro de costumbres, sobrio y no glotón, ni altivo, ni perturbador, ni injurioso, ni torpe, ni derrochador, 2 sino temeroso de Dios, que sea como un padre para toda la comunidad. 3 Estará al cuidado de todo. 4No hará nada sin orden del abad. 5Cumpla lo que le mandan. 6No contriste a los hermanos. 7 Si algún hermano le pide, quizá, algo poco razonable, no le aflija menospreciándole, sino que se lo negará con humildad, dándole las razones de su denegación. 8Vigile sobre su propia alma, recordando siempre estas palabras del Apóstol: «El que presta bien sus servicios, se gana una posición distinguida». 9Cuide con todo su desvelo de los enfermos y de los niños, de los huéspedes y de los pobres, como quien sabe con toda certeza que en el día del juicio ha de dar cuenta de todos ellos. 10Considere todos los objetos y bienes del monasterio como si fueran los vasos sagrados del altar. 11Nada estime en poco. 12No se dé a la avaricia ni sea pródigo o malgaste el patrimonio del monasterio. Proceda en todo con discreción y conforme a las disposiciones del abad. 13 Sea, ante todo, humilde, y, cuando no tenga lo que le piden, dé, al menos, una buena palabra por respuesta, 14 porque escrito está: «Una buena palabra vale más que el mejor regalo». 15 Tomará bajo su responsabilidad todo aquello que el abad le confíe, pero no se permita entrometerse en lo que le haya prohibido. 16 Puntualmente y sin altivez, ha de proporcionar a los hermanos la ración establecida, para que no se escandalicen, acordándose de lo que dice la Palabra de Dios sobre el castigo de «los que escandalicen a uno de esos pequeños». 17 Si la comunidad es numerosa, se le asignarán otros monjes para que le ayuden, y así pueda desempeñar su oficio sin perder la paz del alma. 18Dése lo que se deba dar y pídase lo necesario en las horas determinadas para ello, 19 para que nadie se perturbe ni disguste en la casa de Dios.

Goloso, vanidoso, violento, injusto, ligereza, pródigo… no debería ser ningún monje, sino temerosos de Dios, sensatos, maduros, sobrios… Debería cumplir lo que se les encomienda, y no hacer nada sin encargo del abad, no contristar a los hermanos, ni menospreciar… teniendo siempre presente que hemos de dar cuenta de nuestra vida en el día del juicio final. San Benito no quiere que esperemos a que nos lo resuelvan todo, ni que atribuimos culpas a los hermanos de déficits de nuestra convivencia, eludiendo nuestra responsabilidad en la marcha de la comunidad, pues todos somos responsables, cada uno en su parcela concreta.

Si el hospedero ha de acoger a los huéspedes como a Cristo, si los cocineros deben preparar las comidas con amor, el bibliotecario tener cuidado de los libros como si fueran vasos sagrados… el mayordomo debe ejercer su tarea con discreción, y según las órdenes del abad. Lo que nos dice san Benito del mayordomo se puede aplicar a cada uno de los servicios del monasterio, es decir que cada uno debe ser responsable de la tarea que tiene encomendada, y sobre todo de vivir con fidelidad y autenticidad su vocación de monje, que es a lo que nos ha llamado el Señor, lo cual no es una actividad o tarea, sino una vocación de servicio al Señor y a los hermanos.

Las tentaciones existen y a veces puede ser cierto el refrán castellano: “la ocasión hace al ladrón”. Un mayordomo puede ser goloso o vicioso, disipador del patrimonio de la comunidad en beneficio propio… La frase de san Bernardo de que “al monje lo hace la vocación y al prelado el servicio” se puede aplicar perfectamente al mayordomo, como al prior u a otros, pues todos tenemos una responsabilidad u otra.

El mayordomo no debe olvidar que es monje, que ha venido para vivir como monje, y que la mayordomía, como cualquiera otra responsabilidad es temporal y caduca. Por ello debe estar atento a no caer en la avaricia, que “genera ídolos, es hija de la infidelidad, inventora de enfermedades, profeta de la vejez, generadora de esterilidad en la tierra, y del hambre” (Juan Clímaco, Escala Espiritual)

El mayordomo debe dar razón de las cosas con humildad, ni contristando ni menospreciando, y teniendo siempre una buena palabra, que es el mejor presente, y un presente, del que, con frecuencia, todos somos remisos en darlo.

Un mayordomo que se procurase para sí mismo caprichos personales, por pequeños que sean, y a la vez negara a los hermanos lo que pueden necesitar, sería un mal mayordomo. Un mayordomo que invoca el nombre del abad en vano, para quitarse de encima al hermano que le pide alguna cosa, sería un mal mayordomo. Un mayordomo que no tenga cuidado del patrimonio del monasterio, sería también un mal mayordomo. Un mayordomo que no procurase las cosas, o lo hiciera todo con altivez y retraso, sería un mal mayordomo. En definitiva, un mayordomo que escandalizase, no administrará bien, acabaría por perder la mayordomía, pues lo harían inevitables los sucesivos errores.

La tentación de pensar que son insustituibles, es algo factible. Es cierto que no somos muchos en la comunidad, y es necesario el esfuerzo de todos. Quizás sería mejor una rotación mayor en los decanatos, pero para algunos hay que tener ciertas aptitudes o conocimientos, pues de lo contrario, podría incidir en el funcionamiento de la comunidad. Pero es preciso estar alerta, pues esto no significa una impunidad en la nuestra responsabilidad, un elevarnos con orgullo y un aparcamiento de nuestra humildad que siempre debe guiar nuestra vida de monjes. Lo que siempre significa una responsabilidad, un compromiso delante de la comunidad, y sobre todo, delante del Señor, para quien todo está a la vista, y conoce nuestra inclinación más profunda en lo que hacemos u omitimos, y a quien no podemos engañar con justificaciones.

Escribe san Juan Clímaco: “Numerosos son los que me han engendrado; yo tengo más de un padre. Mis madres son la vanagloria, el amor a los dineros, la gula y muchas veces la lujuria. El nombre de mi padre es la ostentación. Mis hijos son el rencor, la enemistad, la tozudez, el desamor. Cuando mis adversarios, quienes ahora me tienen preso, son la mansedumbre y la dulzura. Y la que pone la trampa se llama humildad” (Escala Espiritual, 8º grado)

El mayordomo se debe dejar aprisionar por la mansedumbre y la dulzura; y ha de caer en el paraje de la humildad, pues, solamente así podrá ejercer su servicio con el temor de Dios. Y lo que vale para él, vale para el abad, para el prior, para los decanos y para cada hermano de comunidad.

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