domingo, 17 de septiembre de 2023

CAPÍTULO 66, LOS PORTEROS DEL MONASTERIO

 

CAPÍTULO 66

LOS PORTEROS DEL MONASTERIO

 

Póngase a la puerta del monasterio un monje de edad y discreto, que sepa recibir un recado y transmitirlo, y cuya madurez no le permita andar desocupado. 2 Este portero ha de tener su celda junto a la puerta, para que cuantos lleguen al monasterio se encuentren siempre con alguien que les conteste, 3 en cuanto llame alguno o se escuche la voz de un pobre, responda Deo gratias o Benedic. 4 Y, con toda la delicadeza que inspira el temor de Dios, cumpla prontamente el encargo con ardiente caridad. 5 Si necesita alguien que le ayude, asígnenle un hermano más joven. 6 Si es posible, el monasterio ha de construirse en un lugar que tenga todo lo necesario, es decir, agua, molino, huerto y los diversos oficios que se ejercitarán dentro de su recinto, 7 para que los monjes no tengan necesidad de andar por fuera, pues en modo alguno les conviene a sus almas. 8 Y queremos que esta regla se lea muchas veces en comunidad, para que ningún hermano pueda alegar que la ignora.

 

San Benito nos define la persona y función del portero. El portero es la primera imagen del monasterio para quien llama a la puerta, y también, en cierta manera, un protector de la clausura.

Escribía Dom Innocent le Masson, cartujo, que en el entorno de una cartuja hay tres centros que protegen la clausura; el desierto, o el espacio donde está situado el monasterio lejos del mundo; la muralla que circunda y cierra y la misma celda de cada monje.

En nuestro caso la clausura no es tan estricta, pero sí tenemos los dos primeros círculos. El monasterio separado de un núcleo urbano y con tres murallas que le rodean. En el segundo círculo está la figura del monje portero, que acoge a los forasteros o que tiene como misión preservar la intimidad de los monjes.

Pero al panorama ha cambiado, pues el número de visitas he disminuido considerablemente, y las llamadas telefónicas no se hacen desde la portería. Es un reflejo de que en nuestra sociedad ha desaparecido aquel concepto de visitar las casas, y se ha sustituido por otra dinámica de relaciones interpersonales. Quizás habría que decir hoy: “No vayáis por las redes sociales”, en lugar de decir: “no vayáis por las casas”.

Hoy no es tan importante el papel del portero, pero sigue siendo una imagen del monasterio. El portero debe tener presente su función de acogida y a la vez de guardián de la paz y del retiro de los monjes. También los nuevos medios de intercomunicación personal puede ser un riesgo para la clausura del monasterio. Hay un punto importante hoy: podemos correr el riesgo de perder la paz, y es el carácter de inmediatez que los nuevos canales de comunicación parecen imponer. Incluso, a veces, hombres de Iglesia deberían ser más conscientes de cómo se estructura nuestra vida, cuando no se responde de manera inmediata a una llamada. Por esto, es por lo que san Benito establece que en el monasterio se tengan todas las cosas necesarias, y los monjes no tengan necesidad de correr por fuera, pues no conviene a nuestras almas. Un exceso o banalización de las comunicaciones viene a ser este correr por fuera del que nos habla san Benito, y que puede ser peligroso para el monje, o también para la vida comunitaria.

Por un lado, no desatender lo que llama al monasterio, pero, por otro lado. priorizar el centro de nuestra vida: la búsqueda de Dios mediante la plegaria personal y comunitaria. El contacto con la Palabra de Dios, el trabajo… No debemos supeditar nuestra presencia en el Oficio Divino a una llamada o una visita, y en este sentido tiene el portero también la misión de ser un filtro pertinente, pero sin olvidar que hace un servicio en nombre de una comunidad.

En otro ámbito, más grave, hace unos días me pasaban la intervención o discurso del Fiscal General del Estado en el acto de inauguración del año judicial. En su intervención decía: la Fiscalía General del Estado ha asumido el compromiso institucional de ofrecer una respuesta a las víctimas de una realidad de incuestionable gravedad: los delitos contra la libertad sexual cometidos contra menores en contextos religiosos, los abusos en el seno de la Iglesia… La Memoria explora algunas posibilidades, la solicitud de responsabilidad civil subsidiaria de la institución religiosa en la que han tenido lugar los hechos delictivos, valorar la extensión de la acusación a las eventuales conductas encubridoras, la solicitud, en todo caso, de la inhabilitación profesional del acusado para ejercer cualquier  actividad relacionada con menores, la necesaria integración de los daños morales y las lesiones psíquicas sufridas en el concepto de “responsabilidad civil subsidiaria”, es traducible en nuestro caso a que cada uno de nosotros, en nuestros actos, somos imagen del monasterio, que el responsable, más allá de la persona física es la institución, en nuestro caso la comunidad. Por ello es bueno asumir esto en las pequeñas cosas de cada día.

Éste era el último capítulo de la Regla en una primera redacción. Y san Benito nos dice: “queremos que esta Regla se lea a menudo en la comunidad, para que nadie pueda alegar ignorancia”. Se lee la Regla cuatro veces al año, y a menudo estamos más pendientes de los fallos del abad, prior, mayordomo, servidores… que aprovechar la lectura para crecer en una espiritualidad más profunda.

Si hay un texto, aparte del Evangelio, que nos interpele con más frecuencia e intensidad, no es otro que la Regla, que, de hecho, se fundamenta también en la Escritura. Tenemos en este texto, pues, el manual para la nuestra vida comunitaria, y la concreción de los temas a vivir para seguir a Cristo.

Que hago tarde al Oficio, que no actúo con la dulzura del temor de Dios, que hablo en el coro, o refectorio… no cumplo lo que dice san Benito tantas veces a lo largo de la Regla.

La Regla que, quizás por ser sentida, más que escuchada, no puede resultar excesivamente conocida, hasta el punto de no prestarle la atención debida como norma rectísima de vida humana y honestidad de costumbres. Prestemos, pues, atención a esta mínima Regla que san Benito redactó como un comienzo de vida monástica, venciendo nuestra pereza, nuestra tendencia a vivir con negligencia nuestra vocación monástica.

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