CAPÍTULO 23
LA EXCOMUNIÓN POR LAS FALTAS
Si
algún hermano recalcitrante, o desobediente, o soberbio, o murmurador, o
infractor en algo de la santa regla y de los preceptos de los ancianos
demostrara con ello una actitud despectiva, 2siguiendo el mandato del Señor,
sea amonestado por sus ancianos por primera y segunda vez. 3Y, si no se
corrigiere, se le reprenderá públicamente. 4Pero, si ni aún así se enmendare,
incurrirá en excomunión, en el caso de que sea capaz de comprender el alcance
de esta pena. 5Pero, si es un obstinado, se le aplicarán castigos corporales.
Vienen ahora los capítulos penitenciales de la Regla. Un bloque temático de ocho capítulos, dedicados a prevenir y corregir las faltas de los hermanos, marcando las responsabilidades de los superiores y pautas de conducta de la vida comunitaria. Un buen número de estos capítulos comienzan describiendo las faltas y estableciendo las penas y sanciones que pueden llegar a la expulsión de monasterio, aunque la mayor parte se consideran por san Benito como negligencias; pero conviene tener en cuenta que menospreciar las causas leves puede llevar a las graves.
Si
dejamos pasar la violación del silencio, o caemos en la impuntualidad, o la
pereza en levantarnos… nuestra conciencia entra en un estado de laxitud que no
da importancia a las faltas leves. Y debemos tener presente que esto también
afecta a la comunidad, pues una comunidad es un conjunto de personas, y si
somos puntuales, o fieles al Oficio Divino, o al trabajo, o fieles a la Palabra
de Dios, toda la comunidad es afectada positivamente y va creciendo de manera
puntual y fiel.
San
Benito quiere evitar el caer en la abandono espiritual y comunitario, y con
esta ordenación jurídica quiere prevenir, y busca de evitar que se cometan
excesos, abandonos y negligencias. Ciertamente, también toda norma tiene a
menudo un carácter punitivo que podríamos considerar disuasivo, mostrando que
toda acción tiene unas consecuencias, tanto de manera individual como
comunitaria. Por lo tanto, si no queremos faltar a la Regla es necesario ser
observantes, y nuestra observancia particular ayudará a crecer la observancia
comunitaria. Y, en esto, no sirve la alusión a que otros tienen también
deficiencias de éstas, ya que pronto nos arrastrará a una laxitud de vida y de
costumbres que no tiene nada que ver con la vida que hemos escogido.
Hacer
nuestra voluntad, no es ser libre, sino esclavos. Dice la instrucción “El
servicio de la autoridad y la obediencia”: “Ciertamente, no es libre el que
está convencido que sus ideas y
soluciones son siempre las mejores; el
que cree poder decidir solo, sin mediaciones que le muestren la voluntad
divina; el que siempre tiene la razón, y no duda que son los otros quienes
tienen que cambiar; el que solo piensa en sus cosas y no se interesa por las
necesidades de los demás, el que piensa que la obediencia es cosa de otro
tiempo e impresentable en este tiempo; y al contrario, es libre la persona que
de manera continua vive en tensión para captar, en las situaciones de la vida,
una mediación de la voluntad del Señor. Para esto “nos ha liberado Cristo, para
que seamos libres” (Gal 5,1). Nos ha liberado para que podamos encontrar a Dios
en los innumerables senderos de la existencia de cada día. (g.20)
San Benito comienza este
capítulo 23 el apartado penal de la Regla. Establece unos principios básicos en
relación a los tipos de faltas, a las actitudes y a las penas para aplicar de
manera que se salve el infractor y reconducirlo al buen camino.
El tipo de faltas que
san Benito reprende es la repetición, la desobediencia, el orgullo, el
menosprecio de los mandamientos, la actuación contra la Regla y la murmuración.
También establece una graduación en la corrección: amonestación privada o
secreta una
en
la época de san Benito no era algo extraño sino habitual.
Lo que preocupa a san
Benito es la mala disposición interior, que se traduce en unas actitudes
concretas, como la desobediencia, el orgullo y la murmuración. Escribe sor
Micaela Puzicha que la murmuración es un vicio típicamente monástico, y que
comentan todas las reglas monásticas, pues es un vicio que rompe la paz y la
unidad de la comunidad. Cuando nos situamos en constante contradicción,
oponiéndonos a los objetivos comunitarios es un indicio de caer en este vicio,
que para san Benito resume todas las desviaciones con respecto al Evangelio y
la Regla.
Escribe André Louf:
En el
capítulo consagrado a los religiosos, en la Lumen Gentium, cuando trata de la
obediencia religiosa, la presenta a la luz de la humillación de Cristo. Es
tradicional. Seguir a Cristo hasta el absurdo de la desobediencia. Obediencia
en el sentido amplio de la palabra. Cada vez que tengo ocasión de renunciar a
mi voluntad lo hago con la alegría de encontrarme con Cristo, delante de un
hermano, o de un superior, o un acontecimiento. Para san Benito la obediencia
no se limita solo al abad. Hay un capítulo particular consagrado a la
obediencia a los hermanos, los que sean. La alegría es renunciar a la voluntad
propia delante de otro. (“La obediencia monástica”, en Cuadernos monásticos,
25, 1973)
De aquí que san Benito
hable a propósito de aplicar a la murmuración constante la excomunión, como una
medida dirigida a concienciarnos de lo que perdemos cuando no compartimos la
plegaria o las comidas con la comunidad. Podemos pensar que no es tan duro no
participar, por ejemplo, en la plegaria del coro, pero partimos de un axioma
erróneo: la plegaria, el Oficio Divino, como la Lectio o el mismo trabajo no
son obligaciones, sino parte fundamental de nuestra vida, sin las cuales,
dejamos, en realidad, de ser monjes. De aquí que, por ejemplo, cuando estamos
enfermos nos duela de no poder participar, o cuando estamos de viaje, hacemos
la plegaria de la Liturgia de la Horas, de manera particular y privada. Otra
cosa es si estamos en otra comunidad, porque, entonces la experiencia de
compartirla con otros, incluso en otra lengua, nos enriquece de una u otra
manera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario