domingo, 7 de enero de 2024

CAPÍTULO 4, CUÁLES SON LOS INSTRUMENTOS DE LAS BUENAS OBRAS

 

CAPÍTULO 4

CUÁLES SON LOS INSTRUMENTOS

DE LAS BUENAS OBRAS

 

Ante todo, «amar al Señor Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas», 2y además «al prójimo como a sí mismo». 3Y no matar. 4No cometer adulterio. 5No hurtar. 6No codiciar. 7No levantar falso testimonio, 8Honrar a todos los hombres. 9y «no hacer a otro lo que uno no desea para sí mismo». 10Negarse sí mismo para seguir a Cristo. 11Castigar el cuerpo. 12No darse a los placeres, 13amar el ayuno. 14Aliviar a los pobres, 15vestir al desnudo, 16visitar a los enfermos, 17dar sepultura a los muertos, 18ayudar al atribulado, 19consolar al afligido. 20Hacerse ajeno a la conducta del mundo, 21no anteponer nada al amor de Cristo. 22No consumar los impulsos de la ira 23ni guardar resentimiento alguno. 24No abrigar en el corazón doblez alguna, 25no dar paz fingida, 26no cejar en la caridad. 27No jurar, por temor a hacerlo en falso; 28decir la verdad con el corazón y con los labios. 29No devolver mal por mal, 30no inferir injuria a otro e incluso sobrellevar con paciencia las que a uno mismo le hagan, 31amar a los enemigos, 32no maldecir a los que le maldicen, antes bien bendecirles; 33soportar la persecución por causa de la justicia. 34No ser orgulloso, 35ni dado al vino, 36ni glotón, 37ni dormilón, 38ni perezoso, 39ni murmurador, 40ni detractor. 41Poner la esperanza en Dios. 42Cuando se viera en sí mismo algo bueno, atribuirlo a Dios y no a uno mismo; 43el mal, en cambio, imputárselo a sí mismo, sabiendo que siempre es una obra personal. 44Temer el día del juicio, 45sentir terror del infierno, 46anhelar la vida eterna con toda la codicia espiritual, 47tener cada día presente ante los ojos a la muerte. 48Vigilar a todas horas la propia conducta, 49estar cierto de que Dios nos está mirando en todo lugar. 50Cuando sobrevengan al corazón los malos pensamientos, estrellarlos inmediatamente contra Cristo y descubrirlos al anciano espiritual. 51Abstenerse de palabras malas y deshonestas, 52no ser amigo de hablar mucho, 53no decir necedades o cosas que exciten la risa, 54 no gustar de reír mucho o estrepitosamente. 55Escuchar con gusto las lecturas santas, 56postrarse con frecuencia para orar, 57confesar cada día a Dios en la oración con lágrimas y gemidos las culpas pasadas, 58y de esas mismas culpas corregirse en adelante. 59No poner por obra los deseos de la carne, 60aborrecer la propia voluntad, 61obedecer, en todo, los preceptos del abad, aun en el caso de que él obrase de otro modo, lo cual Dios quiera que no suceda, acordándose de aquel precepto del Señor: «Haced todo lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen». 62No desear que le tengan a uno por santo sin serlo, sino llegar a serlo efectivamente, para ser así llamado con verdad. 63Practicar con los hechos de cada día los preceptos del Señor; 64amar la castidad, 65no aborrecer a nadie, 66no tener celos, 67no obrar por envidia, 68no ser pendenciero, 69evitar toda altivez. 70Venerar a los ancianos, 71amar a los jóvenes. 72Orar por los enemigos en el amor de Cristo, 73hacer las paces antes de acabar el día con quien se haya tenido alguna discordia. 74Y jamás desesperar de la misericordia de Dios. 23 75Estos son los instrumentos del arte espiritual. 76Si los manejamos incesantemente día y noche y los devolvemos en el día del juicio, recibiremos del Señor la recompensa que tiene prometida: 77«Ni ojo alguno vio, ni oreja oyó, ni pasó a hombre por pensamiento las cosas que Dios tiene preparadas para aquellos que le aman». 78Pero el taller donde hemos de trabajar incansablemente en todo esto es el recinto del monasterio y la estabilidad en la comunidad.

 

 

Escribe Dom Paul Delatte que san Benito, que ha hablado de la estructura jerárquica de la comunidad, ahora empieza a hablar de la espiritualidad del monje.

San Benito nos presenta en este capítulo una condensación de la vida monástica, como también de la vida cristiana.

Enumerar los principios de la vida espiritual es un elemento presente en las reglas monásticas anteriores a san Benito y en la que se ha inspirado, además de su propia experiencia, para escribir su Regla.

 

El capítulo comienza por referirse a los dos grandes mandamientos que sintetizan toda la ley: amor a Dios y al prójimo. Así leemos en san Lucas:

 

“Un maestro de la ley se levantó, y, para poner a prueba a Jesús, le hizo esta pregunta: “Maestro ¿qué debo hacer para poseer la vida eterna? Jesús le respondió: ¿qué hay escrito en la ley? ¿qué lees? Él respondió: ama al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y con todo el pensamiento, y ama a los demás como a ti mismo” Jesús le dice: “Has respondido bien, haz eso y vivirás” (Lc 10,25-28)

 

Después, siguen los principales mandamientos de la Ley, el Decálogo, y comienza la parte más directamente dirigida a los monjes, partiendo también de los dos grandes preceptos.

Negarse a sí mismo para seguir a Cristo, y no hacer a los otros lo que no quieres que te hagan a ti. De aquí parten una serie de mandamientos concretos destinados a mantener la salud espiritual interior y la exterior, es decir la relación con Dios y con los otros.

 

Esta lista de 74 puntos concluye con el gran precepto: No desesperar nunca de la misericordia de Dios, que debería de servir, cada día, para nuestro examen de conciencia. Como también otro punto a tener siempre presente en nuestra vida es el de Cristo, que se ha de manifestar en nuestro amor, en el amor a Dios y al prójimo.

 

Estamos en manos de Dios y a Él debemos amar y acudir en la dificultad para pedir su ayuda. “El bien que ve en él que lo atribuya a Dios y no a sí mismo; el mal, en cambio siempre es cosa de uno mismo”. Escribe Sor Micaela Puzicha, que todo gira en la vida del monje alrededor de Cristo, con Él todo es posible, sin Él no tenemos nada que hacer.

 

La lista de estos 74 puntos no debe hacernos olvidar el colofón del capítulo donde san Benito nos viene a decir el “como”, “donde” y el “por qué” seguir estos preceptos. Es preciso hacerlos nuestros cada día; la mirada siempre puesta en el día de juicio, llamados a la presencia del Señor, donde tendremos necesidad de acogernos a la misericordia del Señor. Dios ama a todos, pero nosotros debemos de corresponder a este amor, y cuando dejamos de cumplir alguno de estos 74 puntos mostramos que nuestro amor al Señor no es totalmente regular y gratuito.

 

De modo semejante al maestro de la ley que en Lucas le plantea a Jesús quién es su prójimo, Jesús le responde con la parábola del buen samaritano. Aquí san Benito nos dice bien claro donde hemos de practicar estas cosas y cómo practicarlas

Debemos practicarlas con diligencia, y en el espacio del monasterio viviendo fielmente nuestra estabilidad.

 

La paciente perseverancia es una de las características de la vida monástica, a través de la cual participamos de los sufrimientos de Cristo. La perseverancia pide equilibrio, un equilibrio que comprender múltiples aspectos: plegaria comunitaria y personal, contacto con la palabra y el descanso, comer y beber con equilibrio, sin caer en la embriaguez; también en las relaciones interpersonales dentro y fuera de la comunidad, mirando de no hacer acepción de personas.

Hemos hecho la opción de una vida concreta, que no quiere decir desarraigada, pero tampoco vivir como si no hubiéramos hecho unos votos concretos, que nos lleva a centrar nuestra vida en Cristo.

 

San Benito lo formula claramente: “Apartarse de la manera de hacer del mundo”.

Estabilizarse, en el sentido monástico es comprometerse en un proceso de crecimiento sin fin y la estabilidad en un lugar es, solamente, un punto de partida. La estabilidad que se prometa en la profesión consiste, sobre todo en perseverar. Se la misma manera que nos dice Jesús en el evangelio: “el que mantendrá firme hasta el final se salvará (Mt 10,22)

La estabilidad en la comunidad hasta la muerte, de la que nos habla san Benito, merecedora de premio, no es otra cosa que el cumplimiento de las palabras mismas de Jesús:

“Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en los momentos de prueba, y así como mi Padre me ha concedido la realeza, yo también os la concedo a vosotros. Comeréis y beberéis en mi mesa en mi reino (Lc 22,28-30)

Que así sea, y lleguemos todos juntos a la vida eterna.

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