sábado, 30 de diciembre de 2023

PRÓLOGO, 39-50

 

PRÓLOGO  39-50

 

Hemos preguntado al Señor, hermanos, quién es el que podrá hospedarse en su tienda y le hemos escuchado cuáles son las condiciones para poder morar en ella: cumplir los compromisos de todo morador de su casa. 40Por tanto, debemos disponer nuestros corazones y nuestros cuerpos para militar en el servicio de la santa obediencia a sus preceptos. 41Y como esto no es posible para nuestra naturaleza sola, hemos de pedirle al Señor que se digne concedernos la asistencia de su gracia. 42Si, huyendo de las penas del infierno, deseamos llegar a la vida eterna, 43mientras todavía estamos a tiempo y tenemos este cuerpo como domicilio y podemos cumplir todas estas a cosas a luz de la vida, 44ahora es cuando hemos de apresurarnos y poner en práctica lo que en la eternidad redundará en nuestro bien. 45Vamos a instituir, pues, una escuela del servicio divino. 46Y, al organizarla, no esperamos disponer nada que pueda ser duro, nada que pueda ser oneroso. 47Pero si, no obstante, cuando lo exija la recta razón, se encuentra algo un poco más severo con el fin de corregir los vicios o mantener la caridad, 48no abandones en seguida, sobrecogido de temor, el camino de la salvación, que forzosamente ha de iniciarse con un comienzo estrecho. 49Mas, al progresar en la vida monástica y en la fe, ensanchado el corazón por la dulzura de un amor inefable, vuela el alma por el camino de los mandamientos de Dios. 50De esta manera, si no nos desviamos jamás del magisterio divino y perseveramos en su doctrina y en el monasterio hasta la muerte, participaremos con nuestra paciencia en los sufrimientos de Cristo, para que podamos compartir con él también su reino. Amén.

 

San Benito concluye el Prólogo de la Regla con la concepción de la vida monástica como un camino que nos puede llevar a la vida eterna. Nos habla de este camino como una “escuela del servicio divino” en done no bastan nuestras propias fuerzas para avanzar, para progresar adecuadamente, por lo que necesitamos pedir la acción de la gracia divina. Utilizando una serie de conceptos establece una espiritualidad que puede ser bastante diferente de los caminos de nuestra sociedad, y de lo que ésta entiende por “vivir”.

Hoy “abandonar enseguida espantados de terror” viene a ser una norma de conducta. Cuando nos hallamos con dificultades, delante de un camino estrecho, nuestra naturaleza nos invita a escapar de las dificultades, más que a afrontarlas. La causa de ello es que más bien confiamos en nuestras fuerzas, y cuando vemos que no podemos, no pedimos ayuda al Señor y nos ponemos en retirada.

No quiere decir que los hombres y mujeres de la época de san Benito fueran más fuertes. La diferencia es que la humanidad entiende hoy la vida como una lucha en la que cada uno se apoya en sí mismo, y olvida, no ya la ayuda de los otros, sino la del mismo Dios. Nos consideramos lo suficientemente fuertes como para no recurrir a Dios, y la realidad no confirma esta concepción de la humanidad, pues seguimos siendo débiles, y así continuaremos, pues la debilidad es algo connatural a la misma humanidad.

De aquí, por ejemplo, la poca permeabilidad de algunos de los candidatos que se acercan al monasterio, que parten de la creencia de que ya tienen poco que aprender, y están lejos de una búsqueda verdadera de Cristo. Y que viene a ser una forma simple de vivir, olvidando lo fundamental que es tener el horizonte de una vida eterna.

La cuestión, para nosotros es como transmitir este ideal de la vida monástica, esta idea de la “escuela del servicio divino”, de la que nos habla san Benito.

Acceder a todo no es una buena solución, pues el camino es estrecho, y lo queremos presentar desde el principio como amplio, y descubrir la estrechez más adelante. Pero esto no es un buen planteamiento, pues además toda comunidad está siempre, debe estar, en esta situación “de camino”

Los monjes, debemos también tener claro, que también estamos en camino, aunque hayamos avanzado y superado estrecheces, pero conviene mantenerse despiertos en orden a superar todas las estrecheces del camino y pedir la ayuda de Dios.

La idea de la vida monástica como una milicia nos puede parecer poco agradable, pero conviene considerar que siempre es un camino de superación, de lucha, en obediencia a Cristo, que es quién únicamente nos puede llevar a la vida eterna.

La vida monástica es un continuo avanzar, siempre con el riesgo de retroceder, de estancarnos y cerrarnos a la gracia de Dios. A cada etapa de esta vida corresponde un grado de dificultad diferente. Al inicio son las renuncias a las cosas que hasta entonces eran fundamentales, incluso integradas en nuestra personalidad. Viene la época del desencanto, cuando vemos que no se cumplen nuestras expectativas, y nos podemos refugiar en la mediocridad espiritual, en una mera supervivencia. Los obstáculos no acaban nunca en el camino. Al final nos encontramos con pérdida de las fuerzas, la proximidad de la muerte, donde tenemos necesidad de experimentar la gracia de Dios, para no desesperar de Su misericordia.

Por eso san Benito nos habla de la perseverancia. La vida monástica es como una carrera de fondo, donde la perseverancia tiene una importancia fundamental, para no ser víctima de los riesgos y peligros del camino. No en vano, san Benito nos dice de participar en los sufrimientos de Cristo con la paciencia.

Ni la perseverancia, ni la paciencia, no están hoy muy de moda. Podemos acercarnos a la vida monástica deslumbrados por un cierto snobismo social o espiritual, lo cual no nos va a impedir ver el camino como áspero y pesado, insoportable, en lugar de reconocer como la renuncia voluntaria de cosas que hoy la sociedad considera como parte de nuestra personalidad, no son sino imposiciones y prohibiciones pasadas o superadas.

La vida monástica, como la vida del creyente, como toda vida humana, es un camino con dificultades, y no bastan nuestras fuerzas para avanzar; necesitamos pedir, suplicar, confiarnos a la gracia de Dios.

Escribe Dom Agustín Savaton que la clave de la docilidad para asimilar la doctrina del Señor, la unión a sus sufrimientos…La Regla no disimula los momentos austeros del peregrinaje, pero en este camino si somos capaces de perseverar acaba en la gloria. (Cf, La Regla benedictina comentada).

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