domingo, 18 de febrero de 2024

CAPÍTULO 48 EL TRABAJO MANUAL DE CADA DÍA: LOS DÍAS DE CUARESMA CAPÍTULO XLIX LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

 

CAPÍTULO XLVIII

EL TRABAJO MANUAL DE CADA DÍA: LOS DÍAS DE CUARESMA

CAPÍTULO XLIX

LA OBSERVANCIA DE LA CUARESMA

 

14 En los días de Cuaresma, desde la mañana hasta el fin de la hora tercera, ocúpense en sus lecturas, y luego trabajen en lo que se les mande, hasta la hora décima. 15 En estos días de Cuaresma, reciban todos un libro de la biblioteca que deberán leer ordenada e íntegramente. 16 Estos libros se han de distribuir al principio de Cuaresma. 17 Ante todo desígnense uno o dos ancianos, para que recorran el monasterio durante las horas en que los hermanos se dedican a la lectura. 18 Vean si acaso no hay algún hermano perezoso que se entrega al ocio y a la charla, que no atiende a la lectura, y que no sólo no saca ningún provecho para sí, sino que aun distrae a los demás. 19 Si se halla a alguien así, lo que ojalá no suceda, repréndaselo una y otra vez, 20 y si no se enmienda, aplíquesele el castigo de la Regla, de modo que los demás teman. 21 Y no se comunique un hermano con otro en las horas indebidas. 22 El domingo dedíquense también todos a la lectura, salvo los que están ocupados en los distintos oficios. 23 A aquel que sea tan negligente o perezoso que no quiera o no pueda meditar o leer, encárguesele un trabajo, para que no esté ocioso. 24 A los hermanos enfermos o débiles encárgueseles un trabajo o una labor tal que, ni estén ociosos, ni se sientan agobiados por el peso del trabajo o se vean obligados a abandonarlo. 25 El abad debe considerar la debilidad de éstos. 1 Aunque la vida del monje debería tener en todo tiempo una observancia cuaresmal, 2 sin embargo, como son pocos los que tienen semejante fortaleza, los exhortamos a que en estos días de Cuaresma guarden su vida con suma pureza, 3 y a que borren también en estos días santos todas las negligencias de otros tiempos. 4 Lo cual haremos convenientemente, si nos apartamos de todo vicio y nos entregamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia. 5 Por eso, añadamos en estos días algo a la tarea habitual de nuestro servicio, como oraciones particulares o abstinencia de comida y bebida, 6 de modo que cada uno, con gozo del Espíritu Santo, ofrezca voluntariamente a Dios algo sobre la medida establecida, 7 esto es, que prive a su cuerpo de algo de alimento, de bebida, de sueño, de conversación y de bromas, y espere la Pascua con la alegría del deseo espiritual. 8 Lo que cada uno ofrece propóngaselo a su abad, y hágalo con su oración y consentimiento, 9 porque lo que se hace sin permiso del padre espiritual, hay que considerarlo más como presunción y vanagloria que como algo meritorio. 10 Así, pues, todas las cosas hay que hacerlas con la aprobación del abad.

«Impongámonos estos días algo de más» es la recomendación de san Benito para que los monjes vivamos la Cuaresma como verdadero camino de conversión. Parece ser que para san Benito no haría falta más si viviéramos realmente y con plenitud nuestra vida de monjes, pero lejos de vivir en todo tiempo una observancia cuaresmal, necesitamos aprovechar estos tiempos para borrar todas las negligencias de otros tiempos y tratar de recuperar en nuestra vida toda la pureza que se le debe. ¿Y cómo podemos hacer esto de recuperar nuestra vida de pureza? Pues san Benito no nos propone nada extraordinario, al contrario, nos habla de cosas que quizás deberíamos hacer habitualmente: quitar una parte de la comida, de la bebida, del dormir, del hablar mucho o del bromear. ¿Quiere decir todo esto que san Benito quiere unos monjes con caras largas y ceñudas? No, porque todo debemos hacerlo con una alegría llena de anhelo espiritual en espera de la santa Pascua.

San Benito no nos dice nada nuevo, de hecho concreta lo que el mismo Jesús nos dice en el Evangelio según san Mateo que inicia cada año la Cuaresma en la celebración de la Eucaristía del Miércoles de Ceniza, cuando nos dice que debemos ayunar, hacer limosna y orar pero no con un ademán triste, sino procurando que los demás no se den cuenta de nuestra oración, de nuestra limosna y de nuestro ayuno por una cara reflejo de un falso ascetismo, sino por el gozo de quien hace algo verdaderamente consciente de hacerlo por Cristo, y todo lo que nos acerca a Cristo no debe llevarnos a la tristeza, sino siempre hacia el gozo; porque ofrecemos algo a Dios por propia voluntad con el gozo del Espíritu Santo, como nos dice San Benito. Debemos alejarnos también en esta práctica cuaresmal, en este ofrecer algo de más, de la vanagloria y de la presunción. La sinceridad espiritual debe prevalecer en todo momento de nuestra vida, en cualquier tiempo del año, también durante la Cuaresma.

Que nuestra vida deba responder en todo tiempo a una observancia cuaresmal puede parecernos triste, duro, excesivamente exigente; pero nada mejor que acercarnos a la Pascua, a ese momento en que celebrando la pasión y muerte de Jesucristo, celebramos sobre todo y por encima de todo su resurrección. Y su resurrección es el anticipo de nuestra propia resurrección, no hay domingo de Pascua si antes no hay un Viernes Santo; no hay sepulcro vacío, si antes no hay un Getsemaní, un pretorio, un camino con la cruz a cuestas y un calvario donde todo parece oscuridad, soledad y desprecio. He aquí la vida del monje y su perenne camino cuaresmal, un camino hacia la alegría plena y eterna, pero que necesariamente pasa por momentos de dureza, de oscuridad, de duda, de soledad; pasa por la noche oscura para poder disfrutar del alba de la luz de Dios con plenitud.

¿Y qué puede ayudarnos en este camino cuaresmal? ¿Cuál puede ser un buen compañero de viaje? Pues nada mejor que una lectura que nos ayude a profundizar en el misterio pascual, que nos transmita lo que los Padres de la Iglesia, autores espirituales o teólogos han experimentado por sí mismos y han querido compartir con nosotros mediante un relato, una reflexión, una tesis. En ningún momento del año deberíamos descuidar la lectura; en primer lugar la de la Palabra de Dios, que debe ser siempre para nosotros como el agua para los sembrados; la fe que por el bautismo tenemos sembrada en nuestro interior, sin regarla se puede secar, y nada mejor para regarla y alimentarla que el contacto con la Palabra, que es un contacto directo y privilegiado con Dios mismo, porque Dios nos habla en la oración, en los demás y en la Palabra; hay que tener el oído atento porque a menudo queremos escuchar lo que nos apetece y no somos capaces de reconocer su voz y endurecemos nuestros corazones y hacemos oídos sordos a su Palabra. A esa apertura, a esa confianza nos ayuda también leer, conocer y compartir la experiencia de aquellos padres o maestros espirituales que nos han precedido en la señal de la fe. Ellos también tuvieron momentos de duda, de vacío, de sequía; precisamente por eso nos resulta tan útil conocer su experiencia.

No podemos ser perezosos, no podemos ser negligentes; necesitamos preservar las horas de lectura con fruición, porque de ellas depende en gran parte nuestra buena salud espiritual. La vida del monje es una vida equilibrada, san Benito escribe su Regla después de años de vida como monje, después de haber experimentado el eremitismo, y precisamente por eso sabe cuáles son los riesgos; y apartarnos del esquema de vida que él nos marca, que él nos sugiere, es arriesgado. Oración, comunitaria y privada, trabajo, lectura y descanso; todo vivido en comunidad con otros que también buscan a quien nosotros buscamos, que viven bajo una Regla y bajo un abad como nosotros vivimos; porque vivido en comunidad el camino se nos puede hacer más llano, uno ayuda a otro, y así puede ser más fácil cumplir con nuestras obligaciones de monjes todos juntos. Por eso no debemos descuidar ningún aspecto de esta nuestra vida, no podemos vivirla con espíritu de singularización, de ahí que san Benito hable de proponer y someter al juicio del abad cualquier cosa que el monje quiera ofrecer. San Benito sabe de nuestra pereza, sabe que podemos llegar no sólo a no ser de provecho para nosotros mismos, sino llegar a ser un estorbo para los demás. De ahí que establezca la vigilancia por parte de uno o dos ancianos, éstos deben ver si hay algún hermano que pasa el rato sin hacer nada y entonces, si no es capaz de leer, si no se puede estar quieto leyendo o estudiando, es necesario que le den un trabajo que hacer, para que no esté ocioso. Hay dos excepciones: los hermanos que están puestos en los diversos servicios y los enfermos o de salud delicada; san Benito está siempre atento a la debilidad y al servicio.

San Benito estableció el día del libro muchos siglos antes de que éste tuviera la proyección pública que hoy tiene, y también practicó una política de fomento de la lectura, en cierto modo coercitiva, indudablemente, ya que no rehuye las correcciones y escarmientos; lo que la Regla rechaza es la ociosidad, el estorbo propio y de los demás o el juntarse a otro hermano a horas indebidas; y para ello no renuncia a la penalización de los infractores, no renuncia a establecer vigilancia para prevenir la negligencia y para incentivar el desempeño de lo que san Benito sabe que es bueno para nosotros.

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