domingo, 22 de abril de 2018

CAPÍTULO 14 CÓMO HAN DE CELEBRARSE LAS VIGILIAS EN LAS FIESTAS DE LOS SANTOS


CAPÍTULO 14

CÓMO HAN DE CELEBRARSE
LAS VIGILIAS EN LAS FIESTAS DE LOS SANTOS

En las fiestas de los santos y en todas las solemnidades, el oficio debe celebrarse tal como hemos dicho que se haga en el oficio dominical, 2sólo que los salmos, antífonas y lecturas serán los correspondientes al propio del día. Pero se mantendrá la cantidad de salmos indicada anteriormente.


Toda la tradición benedictina ha tenido siempre como privilegiado el Opus Dei, el Oficio Divino. Por un lado, como fuente de espiritualidad, y por otro como eje vertebrador de toda nuestra jornada monástica.

“Que no se anteponga nada al Oficio Divino” (RB 43,3) afirma san Benito. Esta frase que viene a resumir todo el pensamiento de san Benito sobre el papel de la plegaria en la vida comunitaria, no se ha de considerar fundamentalmente  como un precepto disciplinar; o dicho de otra manera: no hacemos plegaria por obligación, no vamos al coro porque el superior nos puede amonestar; vamos por devoción, en la mejor acepción del término, por amor, porque los monjes manifestamos la autenticidad de nuestra vocación cuando buscamos a Dios de verdad, cuando somos celosos por el Oficio Divino, por la obediencia, por las humillaciones… (cfr. RB 58,7)

Una vez estamos en la Escuela del servicio divino (cfr Prólogo 45) participar en el Oficio  Divino es un privilegio, un regalo. El Opus Dei tiene una triple dimensión temporal. En primer lugar, viene a ser la columna vertebral de nuestra jornada diaria; las horas litúrgicas son momentos en los vamos al encuentro con Dios en compañía de los hermanos; cada hora es aquella en que Cristo nos sale al encuentro como a los discípulos de Emaús. Las horas litúrgicas nos presentan a lo largo del día el misterio de Cristo, y el centro es siempre al gran acontecimiento, la Pascua. En segundo lugar, comienza con la celebración dominical, el día en que hacemos memoria de la Pascua de una manera especial y explicita, y toda la semana viene a ser una memoria, un camino, un recordatorio. En tercer lugar y último lugar, el año litúrgico nos propone año tras año, la síntesis del gran misterio de la Redención; y a lo largo del mismo celebramos dos grandes solemnidades: La Pascua y la Natividad del Señor, precedidas de unos tiempos de preparación y continuadas por otros de celebración. También unidas al misterio de Cristo tenemos las memorias de los mártires y de los santos, signo de unidad de todo el pueblo de Dios.

¿Qué significa celebrar, hacer memoria de los santos en nuestro día a día? El año litúrgico tiene una unidad concreta fuerte; un ejemplo es la distribución de la Palabra de Dios, el leccionario, que hace un recorrido por las Escrituras, una selección para ayudar a vivir el misterio de la salvación, y punto de referencia para nosotros también que tenemos a través de la lectio divina, el asiduo contacto con la Palabra de Dios. Cuando escuchamos la Palabra de Dios en la Eucaristía diaria, ya la hemos leído, meditado, orado y contemplado, es decir, rumiado atentamente en la Lectio de la mañana, lo cual nos permite profundizarla más. Si vamos a la Eucaristía huérfanos de esta previa aproximación, vamos espiritualmente cojos, faltos de algo importante, por lo cual es fundamental seguir el ritmo de la jornada monástica en su totalidad, siguiendo paso a paso las horas litúrgicas, los tiempos de Lectio, trabajo, lectura… Un buen ejemplo a seguir, son, precisamente, los santos, hombres u mujeres como nosotros.
La santidad no es algo reservado a almas escogidas; todos, sin excepción, estamos llamados a la santidad, no se cansaba de repetir san Juan Pablo II, por eso llegó a canonizar tantos hombres y mujeres, con lo cual quería mostrar que la santidad, es una llamada universal, y que los santos son hombres y mujeres y carne y hueso, con debilidades, caídas… pero con una voluntad firme de seguir a Cristo, de encontrar el camino detrás de cada piedra que podemos encontrarnos. Para alcanzarlo Dios tiene a punto para todos las gracias necesarias y suficientes; nadie está excluido. La tentación más engañosa y que nos repetimos a menudo es la de querer mejorar las cosas, pero quedándonos solo en lo exterior, dejando de lado la realización espiritual, que es donde se halla la verdadera felicidad.

La Iglesia, más que reformadores, decía san Juan Pablo II, tiene necesidad de santos, porque estos son los auténticos y más fecundos reformadores. Y la humildad es el primer paso hacia la santidad, buscándola, viviendo con valentía nuestra vida diaria, aunque a veces nos pueda parecer insignificante.

Santa Teresa de Lisieux en sus pocos años de vida nos enseñó la grandeza que pueden tener delante de Dios las actividades insignificantes, simplemente normales.

Existe, por un lado, la santidad manifiesta de algunas personas, pero también existe la santidad desconocida de la vida diaria. Todo el que quiere seguir el camino de Cristo no puede renunciar a la cruz, a la humillación, al sufrimiento, que acercan al cristiano el modelo divino que es Cristo. “No conocer nada más que Jesucristo, y éste crucificado” (1Cor 2,2), como dice el Apóstol.

Todos estamos llamados a amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma, y a amar al prójimo por amor a Dios. Nadie está excluido de esta llamada tan clara y directa que nos hace Jesús. La santidad consiste en vivir con convicción la realidad del amor de Dios, a pesar de las dificultades, de nuestras debilidades, tanto físicas como morales y de la misma historia de nuestra vida. La santidad del hombre es obra de Dios, y aunque nace de Dios, desde el punto de vista humano, se comunica de hombre a hombre. De esta manera podemos decir que los santos engendran santos, de aquí la importancia de hacer memoria de ellos. Un santo es, en su vida y en su muerte, un actor del Evangelio, a quien  Cristo no vacila de invitar a seguirlo. Porque la santidad es, precisamente, la alegría de hacer la voluntad de Dios. Dios nos ama, a pesar de nuestras miserias y pecados, nuestras tristezas y alegrías, como decía san Rafael Arnaiz.

El Papa Francisco ha dedicado a este tema de la santidad su última Exhortación Apostólica. Para el Papa la santidad es tan diversa como la humanidad misma; el Señor tiene para cada uno un camino particular. Todos estamos llamados a la santidad, sea cual sea nuestro papel, viviendo con amor y ofreciendo un testimonio en las ocupaciones diarias, orientadas hacia Dios. Más que con grandes desafíos, la santidad crece a través de pequeños gestos, pues viene a ser un encontrar el equilibrio entre nuestra debilidad y el poder de la gracia de Dios.

Escribía san Agustín que la santidad es un proceso que dura toda la vida, y es una gracia que se va afirmando con la perseverancia. O en palabras de san Benito, “con el progreso en la vida monástica y en la fe, se ensancha el corazón y se corre por el camino de los mandamientos de Dios en la inefable dulzura del amor (Prólogo 49.
Tengámoslo presente cuando celebramos la memoria de un santo, nosotros, que en el oratorio, delante de muchos, hemos prometido de estar unidos a la comunidad, comportarnos como monjes y de ser obedientes, y lo hemos hecho delante de Dios y de sus santos. (RB 58,17)

No hay comentarios:

Publicar un comentario