domingo, 8 de abril de 2018

CAPÍTULO 7,44-48 LA HUMILDAD


CAPÍTULO 7,44-48

LA HUMILDAD

«El quinto grado de humildad es que el monje con una humilde confesión manifieste a su abad los malos pensamientos que le vienen al corazón y las malas obras realizadas ocultamente. 45La Escritura nos exhorta a ello cuando nos dice: «Manifiesta al Señor tus pasos y confía en él». 46Y también dice el profeta: «Confesaos al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia». 47Y en otro lugar dice: «Te manifesté mi delito y dejé de ocultar mi injusticia. 48Confesaré, dije yo, contra mí mismo al Señor mi propia injusticia, y tú perdonaste la malicia de mi pecado».

Hacer experiencia de la presencia de Dios en nuestra vida es también tener consciencia de los obstáculos que, a menudo, nosotros mismos, nos ponemos y que también atribuimos a los demás. San Benito nos sugiere un medio para liberarnos, y a la vez nos advierte que no es fácil este camino, y añade todavía que es un camino en el que a menudo tendremos la tentación de escapar.

No es que san Benito crea que el abad pueda tener un remedio milagroso, una especie de poción mágica que nos permita huir de las tentaciones. En primer lugar, porque, ciertamente, no la tiene; y ya es bastante que tenga que luchar contra las suyas; y en segundo lugar, porque nuestro camino es una lucha contra nuestras debilidades, tanto físicas como morales, un debate con nosotros mismos con nuestras incertezas y nuestras falsas seguridades. Como escribe san Juan Clímaco: una cosa es ser humilde y otra distinta esforzarse por llegar a serlo; y otra alabar al que lo es. Los perfectos están en el primer caso; al segundo pertenecen los verdaderos obedientes; al tercero todos los fieles.

Seguimos un camino de obediencia a Cristo, con quien nos hemos comprometido libremente, en el recinto monástico, donde buscamos vivir en estabilidad y conversión de costumbres.

Muchas son las tentaciones, escribe el abad de Mont-des-Cats, Guillermo Jedrzejczak, que tentador también lo es en cierta manera, a menudo sin querer, sin tener conciencia, el mismo abad, que quizás puede poner palos a las ruedas yendo contra nuestros deseos, mandando lo que no deseamos hacer, queriendo llevarnos allá donde no queremos ir. Piedra de tropiezo y obstáculo lo tenemos en nuestra vocación, en nuestro camino monástico, o en nuestro deseo personal o capricho.  De todo puede haber. La primera tentación es la de evitar la piedra d tropiezo, de marchar campo a través si el camino está pedregoso.

Leemos en un cuento oriental:

En un reino lejano había un rey que colocó una gran roca en medio del camino principal, de manera que impedía el paso. Y se escondió para observar lo que sucedía. Los comerciantes más adinerados del reino y algunos cortesanos que pasaron, rodearon la roca. Muchos se quedaron delante de la roca para quejarse, y culpar al rey por no mantener los caminos limpios. Después llegó un campesino con una carga de verduras. Dejó la carga en tierra y se quedó observando la roca. Intentó moverla e hizo fuerza con una palanca de madera, hasta que, con fatiga, consiguió apartarla. Mientras recogía su carga de verduras encontró una bolsa, justamente en el lugar donde estaba antes la roca. La bolsa contenía una buena cantidad de monedas de oro y una nota del rey, indicando que era la recompensa por limpiar el camino. El campesino aprendió lo que los otros no llegan a realizar; pues cada obstáculo superado es una oportunidad para mejorar la propia condición.

Vivimos en obediencia, ciertamente lo sabemos, pero deseamos retrasarla, y si puede ser que sea adecuada a lo que previamente deseamos, mucho mejor.

Tiene su ironía que el abad escriba sobre la obediencia, y los monjes para evitarse la obediencia quizás cambiamos de ala de claustro, o nos ponemos la capucha para no ser vistos ni ver, o evitamos en todo caso el encuentro.

Dice un apotegma de los Padres del Desierto que “cuatro ascetas, vestidos con pieles, fueron a encontrar un Padre y cada uno le comentó la virtud del vecino: uno desayunaba mucho, otro era pobre, un tercero había cultivado mucho la caridad. Del cuarto se decía que vivía desde hacía 22 años en obediencia a un anciano. El Padre les respondió: “-Os digo que la virtud de éste es la más grande. Porque cada uno de vosotros buscando la virtud que desea adquirir, lo hace según su voluntad, pero el último, renunciando a la propia voluntad hace la voluntad de otro. Estos hombres son mártires si perseveran hasta el final”

En una época en que todos tenemos un inmenso respeto por nuestra interioridad, y que es necesario también tenerlo por los demás, esta abertura, por no decir desnudo espiritual delante de los demás, nos incomoda.

También nos pasa algo semejante con el sacramento de la penitencia. Ciertamente, pertenece a su práctica, la frecuencia o asiduidad con que nos acercamos a la esfera personal de cada uno. A mí me toca poner los medios, de hacerlo fácil, y creo que viene a ser así con un confesor externo. También hay quien acude a sacerdotes de confianza o sacerdotes huéspedes, pero nos hemos de interpelar como poder vivir en profundidad nuestra vida de monjes sin acudir a ella.

Escribía el Papa Benedicto XVI que “con frecuencia nos encontramos delante de auténticos dramas existenciales y espirituales que no encuentran respuesta en las palabras de los hombres, pero que son abrazados y asumidos por al amor divino que perdona y transforma:“Vuestros pecados son como la escarlata, pero podrían ser blancos como la nieve, son rojos como el carmín, pero podrían ser como la lana” (Is 1,18). Conocer, y en cierta manera visitar el abismo del corazón humano, incluso en sus aspectos más oscuros, por una parte pone a prueba la humanidad y la fe del cristiano, y por otra alimenta en él la certeza de que la última palabra sobre el mal del hombre y de la historia la tiene Dios, solamente su misericordia es capaz de hacer todo nuevo”

A Dios no le podemos esconder ni nuestros malos pensamientos, ni las faltas más secretas, pues para él “no hay secreto que no haya de revelarse, ni nada escondido que no haya de saberse” (Mt 10,26)  Pero Dios que es rico en misericordia nos ha amado tanto con un amor tan grande que nos perdona, él que es bueno es eterno en su misericordia.



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