domingo, 2 de septiembre de 2018

CAPÍTULO 51 LOS HERMANOS QUE NO SALEN MUY LEJOS


CAPÍTULO 51

LOS HERMANOS QUE NO SALEN MUY LEJOS

El hermano que sale enviado para un encargo cualquiera y espera regresar el mismo día al monasterio, que le inviten con toda insistencia, 2 a no ser que su abad se lo haya ordenado. 3 Y, si hiciere lo contrario, sea excomulgado

Este aspecto de la vida del monje, las salidas al exterior, son comentadas con más amplitud en la Regla del Maestro, y su autor distingue entre las invitaciones que vienen de otro monje, de un laico o de una persona piadosa. También el Maestro habla de la diferencia en ser invitado un día de la semana u otro. San Benito, como suele ser habitual en él, va más a lo esencial.

En primer lugar, las salidas del monasterio deben ser para hacer un encargo, ser breves y concretas en cuanto se pueda, y no aprovechar para comer en casa de otro; uno de mis antecesores decía una frase que se hizo famosa: “no ir por las casas”. Hubo una época, durante el paseo comunitario, que se hizo corriente ir a merendar a casa de alguien conocido; y esta rutina no era muy edificante. Ciertamente, esta tendencia a aprovechar las salidas para visitar conocidos se ha ido perdiendo. Quizás una de las causas sean la existencia de comunicaciones más fáciles; ya no cuesta tanto ir y venir a Tarragona, Reus o Barcelona, y disponemos además de más medios de transporte y más conductores que en tiempos pasados.

Pero el tema esencial para san Benito es que la vida del monje se desarrolla en el ámbito del monasterio; y ya sabemos como considera importante que dentro se disponga de todos los medios necesarios para vivir y no tener que buscar nada fuera. San Benito, buen conocedor de nuestra debilidad, se muestra especialmente exigente en las salidas a lugares cercanos. La fidelidad en vivir establemente dentro del monasterio, escribe el abad Cassiano es una de las exigencias más sencillas, pero, a la vez, más duras a la larga, para los monjes. Quizás es un tema de hábitos, de habituarse o acostumbrarse a una determinada praxis. Por ejemplo, ir a hacer algo que es necesario de parte de alguien que te ha encomendado, y volver sin sucumbir a la tentación de visitas innecesarias, que más tarde o más temprano se acaban conociendo, son causas de quejas por parte de los visitados, cuando se va más allá de una medida prudente.

También hoy, este texto corto, se nos presenta como una advertencia de que no degrademos la intensidad de nuestro ritmo monástico con salidas “escapatorias”, dice el abad Casiano, que a menudo desorientan a los amigos y familiares, y hacen perder fuerza a la nuestra vida de plegaria, trabajo y servicio. Hay monjes que son un buen testimonio en este punto, que cuando los ves pasar, por ejemplo, por el patio de las “casas nuevas”, no hace falta mirar el reloj, porque sabes que acaban de tocar la campana que indica el fin del trabajo. A otros, quizás les cuesta más obedecer la campana que regula el horario de nuestra vida. Por ejemplo, en la vida cartujana, la guardia de la celda es un eje fundamental, pero que cuesta mantener, sobre todo en los primeros años, hasta que uno se habitúa. Debemos intentar no sucumbir a la tentación de hacer de la excepción lo cotidiano en nuestra existencia, priorizando siempre lo que es fundamental y valorando aquello que no lo es. Ponemos con frecuencia la etiqueta de urgente a cosas que luego descubrimos que no lo eran tanto.

Si vivimos con generosidad nuestra vida monástica, nos podemos mantener libres, sin dejar por ello de mantener una relación humana y cálida con familiares y amigos. Ciertamente, desde los tiempos de san Benito, han sido grandes los cambios, pero ahora nos encontramos con otras tentaciones. Quizás podríamos hoy cambiar la frase “no ir por las casas” y sustituirla por “no ir por las redes”. Realmente es un tema de reflexión el cómo hacernos presentes en el mundo de hoy tan desarrollado en las comunicaciones, sin perder nuestra identidad. La riqueza que supone un cierto apartamiento del mundo, no como un rechazo, sino como un tomar distancias para permitirnos reflexionar con serenidad y más libertad alrededor de la plegaria y la Palabra de Dios.

Destaca san Benito que el hermano salga del monasterio a hacer un encargo por obediencia, no por capricho; para hacer un servicio rápido y eficaz.

Quizás este capítulo, como con otros pueda parece severo, poco adecuado a nuestros tiempos, pero nos destaca la importancia de la comunión, de la vida en comunidad, de la necesidad de evitar al máximo las singularizaciones o excepciones.  De la misma forma cuando tenemos una responsabilidad este aspecto puede ser importante, intentando evitar excesivas salidas, sin caer en situaciones de descortesía.

En el caso de nuestro monasterio, este aspecto puede ser un poco más complicado, y algo más difícil encontrar el equilibrio. En la práctica, miremos de evitar salidas innecesarias, y acudir a los hermanos que tienen encomendada este servicio en caso de necesidad, estar siempre disponibles a ayudar o acompañar a un hermano si se nos pide, e intentar de vivir la idea central de este capítulo, tanto física como virtualmente.

Por ejemplo, sería raro que una persona relacionada con el monasterio contemplara en las redes algún miembro de la comunidad en unas horas que para nosotros son de descanso, y todavía más si dicho monje no acude a Maitines… Esto vendría a ser un buen ejemplo de anteponer nuestro capricho o nuestra voluntad a la tarea a la que nos hemos consagrado al Señor. Seguro que es más edificante para quien tiene relación con nosotros, interrumpir una conversación telefónica cuando la campana nos convoca a la lectura de colación, o bien decir a un huésped de hablar en otro momento cuando nos toca, por ejemplo, fregar los platos.

Cuando el abad de Saint-Wandrille, Dom Jean Charles Nault, habla del demonio meridiano, de la acedía como un mal de nuestro tiempo nos dice que san Benito insiste tanto en la estabilidad porque el monasterio es el taller donde debemos poner en práctica los instrumentos del arte espiritual. Escribe: “estas compensaciones también se manifiestan en pequeños incumplimientos relativos a la pobreza, al ayuno, al silencio y a la obediencia: faltas insignificantes, en un principio, que se haciendo grandes de manera progresiva, sin que el monje sea consciente sino está alerta”.

Procuremos de detenernos cuando todavía estamos a tiempo, a fin de no venir a cosas peores y llegar a que nuestra vocación se desmorone o la pongamos en peligro con una crisis personal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario