domingo, 16 de septiembre de 2018

CAPÍTULO 65 EL PRIOR DEL MONASTERIO


CAPÍTULO 65

EL PRIOR DEL MONASTERIO
1 Sucede a menudo que con ocasión de la ordenación del prior, se originan graves escándalos en los monasterios. 2 En efecto, algunos, hinchados por el maligno espíritu de soberbia, se imaginan que son segundos abades, y atribuyéndose un poder absoluto, fomentan escándalos y causan disensiones en las comunidades. 3 Esto sucede sobre todo en aquellos lugares, donde el mismo obispo o los mismos abades que ordenaron al abad, instituyen también al prior. 4 Se advierte fácilmente cuán absurdo sea este modo de obrar, pues ya desde el comienzo le da pretexto para que se engría, 5 sugiriéndole el pensamiento de que está exento de la jurisdicción del abad: 6 "porque tú también has sido ordenado por los mismos que ordenaron al abad". 7 De aquí nacen envidias, riñas, detracciones, rivalidades, disensiones y desórdenes. 8 Mientras el abad y el prior tengan contrarios pareceres, necesariamente han de peligrar sus propias almas, 9 y sus subordinados, adulando cada uno a su propia parte, van a la perdición. 10 La responsabilidad del mal que se sigue de este peligro, pesa sobre aquellos que fueron autores de este desorden. 11 Por lo tanto, para que se guarde la paz y la caridad, hemos visto que conviene confiar al juicio del abad la organización del monasterio. 12 Si es posible, provéase a todas las necesidades del monasterio, como antes establecimos, por medio de decanos, según disponga el abad, 13 de modo que siendo muchos los encargados, no se ensoberbezca uno solo. 14 Pero si el lugar lo requiere, o la comunidad lo pide razonablemente y con humildad, y el abad lo juzga conveniente, 15 designe él mismo su prior, eligiéndolo con el consejo de hermanos temerosos de Dios. 16 Este prior cumpla con reverencia lo que le mande su abad, sin hacer nada contra la voluntad o disposición del abad, 17 porque cuanto más elevado está sobre los demás, tanto más solícitamente debe observar los preceptos de la Regla. 18 Si se ve que este prior es vicioso, o que se ensoberbece engañado por su encumbramiento, o se comprueba que desprecia la santa Regla, amonésteselo verbalmente hasta cuatro veces, 19 pero si no se enmienda, aplíquesele el correctivo de la disciplina regular. 20 Y si ni así se corrige, depóngaselo del cargo de prior, y póngase en su lugar otro que sea digno. 21 Y si después de esto, no vive en la comunidad quieto y obediente, expúlsenlo también del monasterio. 22 Pero piense el abad que ha de dar cuenta a Dios de todas sus decisiones, no sea que alguna llama de envidia o de celos abrase su alma. 

San Benito es un buen conocedor de la psicología humana, y sabe perfectamente que la vida comunitaria es difícil, una dificultad muy real, y que se traduce en problemas concretos. Así era en tiempos de san Benito, y lo será siempre; pero quizás, en nuestra época la sociedad se caracteriza por un fuerte individualismo que hace que la vida en comunidad venga a ser, si cabe, más difícil. Es cierto, pero por lo que escribe aquí san Benito, en su tiempo se añadía la intromisión de los obispos, como era el caso del nombramiento de prior de la comunidad.

El problema de fondo no es la figura del abad, del prior, del decano o del que sea, ni quizás tampoco la persona concreta que puede estar más o menos capacitada, o acertada, sino el riesgo de escándalos y discordias. Como dice el mismo san Benito, no cuesta nada de ver lo absurdo que esto es, y como se ponen en peligro las personas y la comunidad con dichas discordias. En nuestra sociedad el valor del individualismo, podríamos decir directamente del egoísmo, así como el miedo al compromiso, el recelo a la obediencia y tantas otras cosas que podemos entender como una amenaza a nuestra libertad individual, nos llevan a reaccionar ante los demás y a cerrarnos en banda. No es solamente una reacción infantil, como podríamos considerar esta ligereza, sino que nos afecta a todos y en todas las etapas de la vida humana. Conocemos, escuchamos e incluso podemos trabajar y comentar la Regla, creer sinceramente que es un texto sabio, pero en el momento concreto en que ha de llevarla a la vida, si lo que nos dicen en ese momento no nos va bien, no tenemos reparos para cerrarnos en nuestro “yo”. Y así la culpa de estos males recaen sobre los responsables de semejante desorden, que serán bien los superiores, bien cada uno de nosotros, porque todos estamos llamados a seguir a Cristo “con las fortísimas y espléndidas armas de la obediencia” (Prólogo 3), y no a hacer nuestra voluntad a pesar de que se nos imponga. Debemos de tener interiorizado el seguimiento de Cristo, que tantas veces se oscurece por nuestros caprichos del momento, El centro de nuestra vida, nos recuerda el evangelio de san Marcos:  “si alguno quiere venir conmigo que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me acompañe. Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien la pierda por mí y por el evangelio, la salvará”.

La posible respuesta que considera san Benito aquí es se responsabilicen las cosas a muchos, porque de esta manera no se pueda enorgullecer solamente uno, y que las responsabilidades se cumplan con respeto a lo que encarga el abad, sin hacer nada que no lo haya dispuesto, lo cual viene a suponer no hacer nada contra la comunidad, pues así ponemos el bien comunitario por encima del bien particular. Quizás es, ante todo, una medida de prudencia, pues muchas veces consultar una cosa nos hace reflexionar sobre ello, hemos de plantearlo, pensar en los argumentos a favor o en contra que se puedan plantear. Hacer las cosas bajo el impulso momentáneo no es el mejor camino. Siempre será una mejor medida, pensar, dejar reposar un tiempo, consultar.

Cuanto más se nos confía más riesgo tenemos de creernos que estamos por encima del bien y del mal. Entonces: o si predica una homilía pensando que hará reflexionar;  corremos el riesgo de que nos suceda lo que san Benito cree tan pernicioso, fruto del vicio y del orgullo, ser poseídos de por una ambición que hace mal al conjunto de la comunidad. Prudente, como siempre, san Benito habla de amonestar hasta cuatro veces, aplicar la sanción del castigo regular, destituir del cargo e incluso llegar a expulsar de la comunidad si se llega a romper su paz. También, de buena fe corremos el riesgo de creer que nuestra opinión es la mejor, y la única válida. Si tomamos un libro de lectura por ejemplo creyendo que puede ser interesante.

La perla final del capítulo recoge una idea presente a lo largo de toda la Regla, y es que el abad ha de ser consciente de sus debilidades, y que tendrá que dar cuenta a Dio, y que, por lo tanto, debe cuidar de no hacer acepción de personas. (RB 4,16), no amar más a unos que a otros, no moverse por la envidia o los celo.

Una “media frase”, la considera Aquinata Bockman, pero que viene a ser una advertencia severa en un capítulo cuyo centro es la buena colaboración entre el abad y el prior; entre ellos y los decanos; entre los decanos y sus ayudantes, o en resumidas cuentas entre toda la comunidad. Una invitación a no crear conflictos innecesarios y también a no atentar contra la paz de la comunidad, sembrando cizaña y “sobre todo, que no manifieste el mal de la murmuración, por ningún motivo, sea el que sea, por ningún motivo, ni con las más pequeña palabra o señal” (Rb 34,6)

Escribía Joan Lanspergio, autor cartujo: alegraos de estar donde estáis, y dar gracias a Dios que os ha hecho un gran beneficio, sin que fuéramos conscientes de ello” 
                                                                                                                                                                             

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