domingo, 4 de septiembre de 2022

CAPÍTULO 53 LA ACOGIDA DE LOS HUÉSPEDES

 

CAPÍTULO 53

LA ACOGIDA DE LOS HUÉSPEDES

Todos los huéspedes que se presenten en el monasterio ha de acogérseles como a Cristo, porque él os dirá un día: «Era peregrino, y me hospedasteis». 2 A todos se les tributará el mismo honor, «sobre todo a los hermanos en la fe» y a los extranjeros 3Una vez que ha sido anunciada la llegada de un huésped, irán a su encuentro el superior y los hermanos con todas las delicadezas de la caridad. 4 Lo primero que harán es orar juntos, y así darse mutuamente el abrazo de la paz. 5 Este ósculo de paz no debe darse sino después de haber orado, para evitar los engaños diabólicos. 6 Hasta en la manera de saludarles deben mostrar la mayor humildad a los huéspedes que acogen y a los que despidan; 7 con la cabeza inclinada, postrado el cuerpo en tierra, adorarán en ellos a Cristo, a quien reciben. 8 Una vez acogidos los huéspedes, se les llevará a orar, y después el superior o aquel a quien mandare se sentará con ellos. 9 Para su edificación leerán ante el huésped la ley divina, y luego se le obsequiará con todos los signos de la más humana hospitalidad. 10 El superior romperá el ayuno para agasajar al huésped, a no ser que coincida con un día de ayuno mayor que no puede violarse; 11 pero los hermanos proseguirán guardando los ayunos de costumbre. 12 El abad dará aguamanos a los huéspedes, 13 y tanto él como la comunidad entera lavarán los pies a todos los huéspedes, 14 Al terminar de lavárselos, dirán este verso: «Hemos recibido, ¡oh Dios!, tu misericordia en medio de tu templo». 15 Pero, sobre todo, se les dará una acogida especial a los pobres y extranjeros, colmándoles de atenciones, porque en ellos se recibe a Cristo de una manera particular; pues el respeto que imponen los ricos, ya de suyo obliga a honrarles. * 16 Haya una cocina distinta para el abad y los huéspedes, con el fin de que, cuando lleguen los huéspedes, que nunca faltan en el monasterio y pueden presentarse a cualquier hora, no perturben a los hermanos. 17 Cada año se encargarán de esa cocina dos hermanos que cumplan bien ese oficio. 18 Y, cuando lo necesiten, se les proporcionará ayudantes, para que presten sus servicios sin murmurar; pero, cuando estén allí menos ocupados, saldrán a trabajar en lo que se les indique. 19 Y esta norma se ha de seguir en estos y en todos los demás servicios del monasterio: 20 cuando necesiten que se les ayude, se les dará ayudantes; pero, cuando estén libres, obedecerán en lo que se les mande. 21 La hospedería se le confiará a un hermano cuya alma esté poseída por el temor de Dios. 22 En ella debe haber suficientes camas preparadas. Y esté siempre administrada la casa de Dios prudentemente por personas prudentes. 23 Quien no esté autorizado para ello no tendrá relación alguna con los huéspedes, ni hablará con ellos. 24 Pero, si se encuentra con ellos o les ve, salúdeles con humildad, como 107 hemos dicho; pídales la bendición y siga su camino, diciéndoles que no le está permitido hablar con los huéspedes.

Juan Casiano escribe en Las Colaciones la pregunta de un monje al anciano: ¿cuál es el medio de guardar constantemente la uniformidad?

Pues en ocasiones es preciso romper el ayuno a la hora de Nona para recibir a los huéspedes que llegan. El anciano responde:

“Conviene observar la misma solicitud con uno y otro precepto: abstinencia y hospitalidad. Debemos guardar escrupulosamente la discreción en la comida, por amor a la templanza. Pero debemos cumplir acogiendo a quienes nos visitan, pues sería un absurdo recibir a un huésped, o a Cristo, y no compartir la comida. Pero tenemos un recurso para satisfacer las dos exigencias: a la hora de Nona no comemos más que uno de los panes que permite la Regla, reservando el otro, pensando en el posible huésped que vendrá. De esta forma cumplimos con el deber ineludible de urbanidad y acogida sin faltar al rigor del ayuno. En el caso de no recibir ninguna visita, podemos, todavía comer con toda libertad el pan a que tenemos derecho por la misma Regla. (Segunda Conferencia del Abad Moisés, 25-26)

San Benito, que bebe en las fuentes de los Padres, van en la misma línea: mantener el equilibrio, la moderación, buscar en cada situación la solución prudente y sabia de acuerdo a nuestra vida de monjes. Recibir a los huéspedes como si fuesen Cristo, es una característica principal de la vida monástica.

Corremos el riesgo de cerrarnos en una hospitalidad fácil: nuestros amigos, nuestra cultura religiosa… La Iglesia nos pide que seamos “signos”, lo cual nos pide y exige una generosa abertura. Y hoy debemos tener presente que por el estilo de vida de nuestro tiempo se ponen de actualidad experiencias nuevas; de aquí que no debemos olvidar que recibir como huésped a una persona es amarla por sí misma, por lo que según la tradición de los hijos de san Benito cualquiera que llega a la cada de Dios debe ser acogida con el respeto debido a los hijos de Dios, de lo contrario no será verdadera hospitalidad, lo cual puede y debe hacer siempre sin perturbar el centro de nuestra vida.

El responsable de la hospitalidad monástica es el hospedero, como delegado de la comunidad. Él acoge al huésped, pero sin olvidar que representa a la comunidad. Por ello san Benito pide que se designe un hermano poseído por el temor de Dios, lo que ya sugiere como debe ser la acogida de huéspedes. Cada huésped tiene su personalidad, y llega al monasterio ávido de vivir una realidad espiritual, que empieza a ser perceptible a través del hospedero. Por ello es fundamental que el hospedero no se aproveche de su servicio para disiparse, y compensar con múltiples contactos un cierto desequilibrio afectivo.

Escribía el abad Denis de Ligugé que el obstáculo más grande en el servicio de la hospitalidad es la conversación ociosa, que, sobre todo en un monasterio, pero también en cualquier otro lugar, trivializa y marchita las mejores oportunidades de superación que se presentan. (Lettre de Ligugé, nº 149, “El monje, el huésped y Dios”)

Hospederos o no, todos llevamos nuestro tesoro en vasijas de barro. Es preciso aplicar al hospedero y a todo monje lo que dice san Pablo a los Gálatas sobre los frutos del Espíritu, que son el gozo, la paz, la longanimidad, la afabilidad, la mansedumbre, la templanza… (Gal 5,22s)

Los huéspedes son hermanos, por lo tanto, es preciso que el hospedero sea un hombre espiritual que posea un discernimiento, un juicio sano y recto, un trabajo que debe hacer siempre con tacto y con firmeza.

Un huésped explicaba su visita a un monasterio acompañado por un ingenioso monje, que multiplicaba sus agudezas y se interesaba por una o dos personas del grupo. No cabe esta actitud. Dios nos guarde de los hospederos que tienen respuesta para todo, cuando debe ser su pobreza y sencillez monástica la que debe guiarle a actuar.

El principio metodológico y práctico es que nadie es capaz de dar lo que no tiene. Solo en la medida en que vivimos la paz interior, la escucha de la Palabra, la oración como un diálogo con el Señor, la fraternidad y el trabajo… podremos transmitir a los demás nuestros valores monásticos. Y esto es así para los huéspedes habituales o regulares, para los huéspedes más o menos ilustres, y para los huéspedes “passantes”, o para los acogidos que han huido del desastre de la guerra. En todos está Cristo, ciertamente, pero más en quienes padecen más. Nos dice también el papa Francisco:

“Todos estamos llamados a acoger a los hermanos y hermanas que huyen de la guerra, del hambre, de la violencia y de las pésimas condiciones de vida. Todos juntos somos una gran fuerza de ayuda para todos aquellos que han perdido la patria, la familia, el trabajo, la dignidad… No caigamos en la trampa de cerrarnos en nosotros mismos, indiferentes a las necesidades de los hermanos, y preocupados solamente de nuestras necesidades”. (Audiencia general, 26 Octubre 2016)

 

 

 

 

 

 

 

 

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